9 cosas que nos cuenta ‘The substance’ sobre la violencia estética

9 cosas que nos cuenta ‘The substance’ sobre la violencia estética

La violencia estética siempre se ha entendido como una violencia simbólica, pero la película logra materializar la dimensión física y psicológica que adquiere.

27/11/2024

Leire Rincón

No me escondo: quedé maravillada con The Substance, que es la película más gore que he visto en mi vida, pero a mi parecer tiene tanto de gore como de representación proporcionada de la violencia estética que se ejerce contra las mujeres. La violencia estética siempre se ha entendido como una violencia simbólica, pero la película logra materializar la dimensión física y psicológica que adquiere esta violencia. Aquí van una serie de reflexiones sobre cómo la película acaba representando la violencia estética de forma muy clara y visual, concretando una serie de dinámicas que suelen percibirse como intangibles, pero que son fundamentales para la reproducción de la violencia estética.

1. La belleza está por encima de la salud

Empiezo por este aspecto porque es de las primeras cosas que se hacen evidentes en la película, aunque podría pasar desapercibido debido al gore y a la intensidad de la trama que sigue. Elisabeth accede a The Substance después de un accidente que por poco le acaba costando la vida. Este incidente ocurre justo después de que haya sido informada de que será reemplazada del programa que presenta. Sin embargo, pese a que haya sobrevivido al accidente sin apenas rasguños, no demuestra ni un atisbo de alivio ni alegría por su parte.

El despido resulta tan devastador porque no representa únicamente la pérdida de un empleo, sino que simboliza la obsolescencia programada de las mujeres en la sociedad

Esa escena la vislumbra desolada y aferrada a la noticia de que se acabó su trabajo. La salud no importa. La vida no importa. Importa que ella acaba de ser descartada de su puesto de trabajo porque su físico ya no corresponde con los cánones de bella que reflejan juventud (esto no es interpretación suya: lo dice directamente su director). Que la belleza —y la juventud— se valoren más que la salud nos podría parecer una ficción, si no fuera porque las encuestas revelan que muchas mujeres estarían dispuestas a cambiar su vida de forma radical a cambio de ser más jóvenes.

La película es capaz de enmarcar todo ese proceso desde el inicio.

2. La obsolescencia programada de las mujeres

El despido de Elisabeth no es simplemente un despido, ni la violencia estética se reduce a un canon o una “presión social”. Este despido resulta tan devastador porque no representa únicamente la pérdida de un empleo, sino que simboliza la obsolescencia programada de las mujeres en la sociedad. Una vez alcanzada cierta edad y saliéndose de los estándares de belleza impuestos, las mujeres dejan de ser visibles, importantes o de desempeñar roles relevantes, especialmente en industrias como la cinematográfica o la artística.

La arquitectura juega un papel fundamental en la vida de Elisabeth. Su hogar, que en general destila mucho lujo y diseño, contrasta con el baño de su casa, que se asemejaría más a una cárcel o un manicomio.

Mientras que la vida continúa para los hombres —quienes siguen asistiendo a fiestas, ocupando cargos directivos en grandes cadenas o dirigendo programas de televisión—, para las mujeres, un buen día, la vida tal como la conocían llega a su fin. No es solo un despido; es un rechazo que marca una transformación radical y profundamente injusta en su existencia. En este sentido, la violencia estética no es solo una presión social por cumplir con unos cánones, sino que es la crónica de una obsolescencia programada; llegada cierta edad, serán reemplazas e irrelevantes. Parecería ficción, si no estuviese acompañado por los datos que tenemos sobre la industria.

3. La violencia estética es un sistema de dominación

Como se ha mencionado en el punto anterior, la violencia estética es mucho más que una presión social. Coralie Fargeat consigue representarla como un sistema de dominación, trazando paralelismos evidentes con el análisis de Michel Foucault sobre las instituciones modernas. En su análisis, Foucault sostiene que estas instituciones, que ejercen un sistema de dominación, comparten estructuras y mecanismos destinados a disciplinar a las personas y moldear sus comportamientos, identificando tres elementos clave para el ejercicio del poder: la arquitectura, el régimen disciplinario y el control del tiempo. Estos tres elementos quedan perfectamente reflejados en la película.

La arquitectura juega un papel fundamental en la vida de Elisabeth. Su hogar, que en general destila mucho lujo y diseño, contrasta profundamente con el baño de su casa, que se asemejaría más a una cárcel o un manicomio. Las juntas negras de los azulejos, sobre un fondo blanco, evocan las rejas de una cárcel, mientras que el blanco y el minimalismo también pueden remitirnos a una estética propia de un manicomio. Este espacio, tan pequeño y limitado, es el escenario principal en momentos cruciales: aquí, Elisabeth se mira a sí misma, se observa con una mirada crítica, casi como un examen de identidad. Y es en este mismo lugar donde sucede todo lo relativo a su mutación.

Otro elemento clave que se ve claramente en la obra es el control del tiempo. Elisabeth y Sue no pueden compartir su existencia, sino que están forzadas a vivir en semanas separadas, unidas por una especie de reloj disciplinario que regula sus vidas. Cada una tiene su “turno”, y si alguna se queda más allá de su tiempo designado, el “régimen disciplinario” (tercer elemento clave de Foucault) se impone de inmediato, penalizando a la otra. Esta restricción temporal no es solo una medida organizativa; es una forma de control, una manera de impedir que una se pueda exceder sobre la otra. Así, la obra de Fargeat nos acaba retratando la violencia estética como un sistema de dominación.

4. La falsa promesa de la satisfacción

Un mecanismo clave de la violencia estética es la promesa de una satisfacción futura: me sentiré mejor conmigo misma cuando me depile, cuando esté más delgada, cuando me maquille, cuando me quite esta arruga, si tuviera un pecho más grande (o más pequeño)… y así, un interminable etcétera. Esta es la promesa que ofrece la violencia estética, aunque sabemos que es una trampa, porque opera como un sistema de insatisfacción permanente. No porque no podamos sentirnos subjetivamente mejor tras un cambio o retoque, sino porque rápidamente encontraremos otro aspecto “a mejorar”.

La película no solo refleja la insatisfacción crónica, sino el contrapeso que existe entre los retoques estéticos y la salud mental

En la película, esta insatisfacción crónica se retrata cuando Sue toma el control y y ya no le basta con una semana. Nuestro personaje principal se divide en dos partes: la que es originalmente (Elisabeth) y la que desea ser (Sue). Una vez que esta dualidad se hace posible, el rechazo hacia la parte ‘original’ no desaparece, sino que se intensifica. La parte ‘joven’ toma control, pero lo hace a expensas de la otra parte, de su salud mental y de su identidad. El odio hacia sí misma crece tanto que la lleva al borde del colapso, poniendo en peligro su capacidad para caminar, y hacia el final de la película, acaba torturándose. La juventud, lejos de satisfacerla, consume a su persona, lo que queda claro en el diálogo con el médico cuando le pregunta: “¿Ha comenzado a comerte por dentro?”.

La película no solo refleja esta insatisfacción crónica, sino el contrapeso que existe entre los retoques estéticos y la salud mental. Para mí, la compartimentalización de Elisabeth-Sue puede simbolizar una división que se hace presente en la violencia estética: el cuerpo físico tras los retoques (representada por Sue) y las repercusiones mentales (representadas por Elisabeth). Cuanto más se lucha por alcanzar el ideal, más se deteriora la parte mental; se acepta menos, se maltrata, se odia. Este proceso es una manifestación clara de lo que ocurre cuando la belleza se convierte en un objetivo obsesivo, y lo que se refleja en las estadísticas actuales sobre la relación entre la imagen corporal y la salud mental.

​5. La belleza como identidad

Además, esta duplicidad, una característica fascinante, se traslada al iris, esa parte única y distintiva de cada persona. El iris, símbolo de identidad ya que es único en casa persona, se duplica en la película. Se puede leer como una metáfora de cómo la violencia estética convierte la belleza en algo identitario. Que la belleza sea algo identitario para las mujeres es lo que permite a Elisabeth mutarse y convertirse en una versión más heteronormativa alienada con los cánones de belleza patriarcales. Uno de los aspectos centrales de la violencia estética es precisamente ese: convertir la apariencia, y en particular la juventud o la belleza, en un elemento de identidad personal. La obsesión por cumplir con estos ideales estéticos no solo afecta a cómo nos vemos, sino a cómo nos definimos a nosotras mismas en relación con esos ideales.

6. La publicidad como engranaje clave

La publicidad aparece como un mecanismo indispensable de la violencia estética. No solo porque el cartel de Sue es enorme y lo verá siempre, sino que juega un papel clave en la domesticación de Elisabeth. Hay un punto de la película en el que, por un momento, se la ve satisfecha de ocupar su cuerpo original y vivir la vida a través de ese cuerpo, sin exceder los tiempos de Sue (en parte porque ha visto la repercusión que eso puede llegar a tener en su cuerpo).

Una escena es la gráfica representación de cómo la publicidad actúa como el catalizador, detonante y dispositivo de refuerzo constante de la violencia estética

Es el único momento en el que la vemos aceptar y asumir su vida tal cual es. Es el único momento en el que se dispone a salir de su casa para hacer algo lúdico -que no sea ir a recoger la sustancia o al estudio del programa- yendo a cenar con su excompañero del colegio. Cuando está a punto de salir, la imagen del enorme cartel de Sue la impulsa a regresar al baño (recordemos, un espacio disciplinario) y cambiarse, ya que, ‘de repente’, comienza a dudar de su aspecto físico. Esa escena que, recuerdo e insisto, deriva de ver el cartel publicitario de Sue, es la que la dejará en jaque en su casa: no asistirá a la cena porque, tras varios intentos y ajustes en su vestuario, nada la convencerá, quedándose finalmente frustrada en casa.

Para mí, esta escena es una gráfica representación de cómo la publicidad actúa como el catalizador, detonante y dispositivo de refuerzo constante de la violencia estética.

Curiosamente, y retomando a Foucault, Elisabeth observa el cartel publicitario a través de una cristalera gigante, como si fuera una pecera. Esto nos puede estar invitando a pensar en cómo se manifiesta la publicidad en la actualidad en nuestra sociedad, especialmente con el auge de las redes sociales: estamos contentamente expuestas a este tipo de contenido, siempre presente, invadiendo nuestro espacio personal de manera constante y directa.

7. La mirada masculina interiorizada y la búsqueda de aprobación externa

Tanto Elisabeth como Sue buscan una aprobación externa. Ninguna de las dos se salva en ningún momento de la mirada masculina internalizada y de la necesidad de buscar aprobación y validación de un hombre. Elisabeth la encuentra en el hombre del colegio, mientras que en la película no hay ningún momento en que las mujeres busquen su propia validación.

8. La cosificación de la mujer

La mujer en esta película es retratada como un objeto: no tiene voz, no ejerce poder. Su presencia se limita a aparecer en un espectáculo o a quedarse en casa, siempre como alguien reemplazable. A diferencia de las personas, que son únicas, los objetos pueden sustituirse; aquí, la mujer se convierte en algo que se cambia por otra versión más ‘perfecta’. A pesar de que la película tiene una notable predominancia de personajes femeninos y las mujeres ocupan la pantalla la mayor parte del tiempo, apenas tienen diálogo o acciones significativas. En la escena de la cena con Harvey, ella ni siquiera come ni habla; simplemente está ahí, inmóvil. Delante del vecino, del médico, permanece en silencio, sin protagonizar ningún diálogo sustancial. Su rol se reduce a la obsesión por alcanzar un ideal de belleza, como si ese fuera su único propósito.

9. La violencia estética mata

El final de la película, con la muerte del ‘monstruo’, Elisabeth-Sue nos deja su mensaje más crudo: la violencia estética mata. Y aunque parezca solo ficción, no lo es; esto es una realidad. Aunque no tenemos cifras fiables de cuál es la magnitud, sabemos que la violencia estética es un riesgo para la salud mental y física de las mujeres, que en muchos momentos acaba con su muerte, como se ha hecho hacer evidente por algunos casos.

A pesar del exceso de gore y sangre en la película, parece que estos elementos están proporcionados de manera que reflejan la crudeza de la violencia estética en la vida real. En un mundo donde la violencia estética convierte cánones de belleza heteronormativos en metas inalcanzables y destructivas, el horror físico parece utilizarse en la película como una metáfora de las agresiones psicológicas y sociales, pero también físicas, a las que se somete a las mujeres a través de la violencia estética.

 

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