Lo que callan los chaperos: radiografía de la prostitución masculina

Lo que callan los chaperos: radiografía de la prostitución masculina

Algunos se prostituyen con mujeres, pero los grandes consumidores de sexo son hombres. Los chaperos que se atreven a hablar públicamente tienen miedo al estigma, se dedican al sexo por voluntad propia y quieren que la sociedad los acepte. La mayoría silenciosa ejerce por necesidad y calla por supervivencia.

20/11/2024

“Cuando una chica tiene una primera cita conmigo suele excusarse por su conducta: ‘Yo no soy así, lo siento, es mi primera vez’ y me explica las circunstancias que la llevaron a pagar por tener sexo. ¿Alguien se imagina a un hombre con esa actitud en un burdel?”. Álex es madrileño, no quiere dar más información sobre sí mismo porque trabaja en marketing y cree que hacer público que es gigoló cuando sale de la oficina lo puede perjudicar. Solo se prostituye con mujeres. Cobra 150 euros la hora.

Miguel González tiene 40 años, es valenciano, bisexual y se acuesta con hombres y con mujeres. Dice ser “el abuelo de los chaperos”. Ríe desde la tráquea y tiene voz de estrella del rock. Él se autodenomina chapero, pero si nos ceñimos a la ortodoxia del lenguaje es prostituto, porque trabaja con ambos sexos. Un chapero (heterosexual u homosexual) solo trabaja con hombres.

Este término llega a la actualidad desde el franquismo, cuando los jóvenes de bajos recursos ejercían con otros hombres por una “chapa” (una moneda) para así poder invitar a sus novias a tomar algo, al cine o a comer. Quienes se acuestan solo con mujeres -como Álex- son escorts o gigolós.

Según los datos de Héctor Adell, coordinador de trabajo sexual masculino de la oenegé Stopsida de Barcelona, el cinco por ciento de los trabajadores sexuales de su región son nacionales frente a un 95 por ciento de migrantes. Las cifras que maneja Iván Zaro, autor del libro La difícil vida fácil y fundador de la entidad madrileña Imagina Más, son las mismas.

Los principales consumidores de sexo de pago son hombres según el estudio de Mónica Alario Gavilán, La reproducción de la violencia sexual en las sociedades formalmente igualitarias: un análisis filosófico de la cultura de la violación actual a través de los discursos y el imaginario de la pornografía, premiado por el Ministerio de Igualdad. En él desvela que cuatro de cada diez varones consumen prostitución en España. En su tesis aborda el rol de dominación que persigue el hombre que paga por tener relaciones sexuales.

Abuso laboral, tráfico de personas y trata

Las fuentes que han accedido a hablar para realizar este reportaje representan la cara más amable de la prostitución, la que va ligada a la voluntariedad del ejercicio. Son voces que quieren alzarse para dar a conocer su realidad, denunciar su situación y reivindicar su profesión para así conseguir reconocimiento social, desestigmatizar el ejercicio de la prostitución y conseguir un futuro mejor en su oficio.

Ellos son la vertiente privilegiada de un negocio perverso en el que la mayoría de los trabajadores sexuales no quieren pronunciarse, consideran que “no ganan nada”. Así se lo han hecho saber a los intermediarios que han intentado que cuenten su experiencia para este reportaje. La necesidad forja su particular dictadura del silencio: sufren abusos y amenazas por parte de los gestores de los pisos en los que se prostituyen, con quienes contraen una deuda que suma dígitos con el paso del tiempo. Los inmigrantes en situación irregular son los más afectados. Iván Zaro describe los laberintos de estas prácticas, sus rutas y la manera en la que sus explotadores consiguen enredarlos en una tela de araña de la que es muy difícil escapar.

La figura clave en el tráfico de hombres con fines de explotación sexual es “el cafetón”. Un chapero que ha ejercido en España y emigra. Vuelve con poder adquisitivo y viaja a otros países como Brasil, Colombia, Venezuela o República Dominicana para captar chicos jóvenes de la zona que lo admiran. Les paga el viaje y les promete alojamiento y la comida mientras no se emancipan económicamente. Así contraen una deuda a la que van sumando una serie de tasas que se multiplican con el paso del tiempo. Los chicos nunca llegan a generar el dinero suficiente para cubrirlas.

Los proxenetas van moviendo a los jóvenes de ciudad en ciudad, aprovechando que no conocen ni el lugar donde se encuentran, ni el idioma, ni si es legal o no la prostitución en la región en la que están. Los chicos tienen miedo y no se atreven a desenvolverse libremente ni tienen oportunidad de tejer una red de apoyo entre ellos. Adell lo califica de “picaresca” o estafa. En su entidad no ha encontrado casos de trata, aunque sí de “abuso laboral” de este tipo. Deja caer que quizás no se esté investigando correctamente.

La definición de trata en los medios de comunicación, bajo la perspectiva de Zaro, suele estar relegada a los trabajadores migrantes que llegan a España engañados, pensando que van a ejercer otras profesiones. Ellos, muchas veces, saben a qué van a dedicarse aquí, pero no las condiciones: vivir hacinados en una misma habitación en literas y espacios insalubres con una deuda de 20.000 euros que suele ascender a 50.000 cuando los proxenetas les suman alquiler y diferentes tasas. Entre el 40 y el 60 por ciento del coste del servicio suele ser para el gerente. “Eso, bajo mi punto de vista, también es trata”, afirma.

La prostitución como estilo de vida

“Cuando un cliente quiere contratar mis servicios me tantea por chat antes del encuentro. Forma parte del juego. Nos estudiamos. De lo que no se da cuenta es de que yo hago lo mismo y también estoy tomando decisiones sobre si haré o no ese servicio”. El caché de Miguel González es de 150 euros por hora y comenzó a prostituirse a los 25 años. Su primer contacto tuvo más que ver con explorar su sexualidad que con su economía. No lo necesitaba, pero le gustó: “Me parecía una forma fácil de quedar con gente sin tener que ir a bares de ambiente”.

González es bisexual y ejerce con hombres y mujeres. También con parejas. La mayoría de sus clientes son varones. Simultanea el trabajo sexual con su empleo en una oenegé enfocada a la educación. Prefiere el trabajo sexual. Lo reivindica, apoya el activismo y le gustaría que los medios de comunicación le dieran más cobertura para que dejase de considerarse una actividad “indigna, sórdida y marginal y vinculada al vicio y a las drogas”. Aboga por la regulación pero no muestra su rostro y teme dar su verdadero nombre por miedo a las consecuencias laborales y sociales que podría sufrir. “No todos los trabajadores sexuales, mujeres y hombres cis o trans, gais, bisexuales y heteros compartimos todas las reivindicaciones; pero tenemos un frente común: que nuestro oficio se contemple como un trabajo digno tanto por parte de las instituciones como por la sociedad porque nos quitaría una losa muy pesada de encima”.

La paradoja es que vive y trabaja en Bélgica desde hace 10 años, un país en el que la prostitución está regulada, pero no desestigmatizada. Tiene amigos y compañeros de profesión que ejercen de forma legal: “Declaran los condones, los alquileres de pisos y les desgravan. A mí me lastra y me da mucha rabia no poder hacerlo de esta manera, pero aparecería en mi vida laboral y me juego mi otro empleo y futuras contrataciones. Disgustaría muchísimo a mi familia si llegara a enterarse, sobre todo por el hecho de que no lo necesito”, reconoce.

“La sociedad también nos condena. A veces estoy tomando algo con mis amigos, señalan a alguien y me dicen: ‘¿Ves a ese tío que parece tan normal? Pues es chapero’. Me parece una falta de respeto a la dignidad, a la libertad y a la intimidad de esa persona. ¿Cómo voy a atreverme a hacerlo público?”, continúa. González tiene una red de amigos con los que entró en contacto a través de la prostitución. Con ellos se siente libre para desahogarse y hablar libremente de la “mitad de su vida” que su entorno censura. Lo necesita, “como todo el mundo”.

Considera que su trabajo le ha brindado oportunidades a las que no habría tenido acceso de otra manera: viajes, experiencias, clientes que se convierten en amigos o personas muy interesantes de las que ha aprendido mucho. “Me encanta mi profesión. Con muchos clientes he desarrollado un vínculo fortísimo. Son quienes me escuchan en mis horas bajas. Algunos insisten en que no merezco esta vida, que me busque algo mejor. No entienden qué es lo que me hace feliz”, dice. Él creía que este trabajo tendría una fecha de caducidad temprana. Ya no. Algunas personas buscan en él a un hombre con experiencia, otros le contratan porque no quieren sentirse “asaltacunas”.

A André le encantaría dejar la profesión para la que se formó en la universidad y dedicarse exclusivamente al trabajo sexual. Pero, al contrario que Miguel González, considera que la prostitución caduca con la edad. Es catalán, tiene 28 años y un caché de 150 euros por hora. Cuida su cuerpo, es paciente y educado. Tiene una estrategia clara de negocio que consiste en mantener una cartera de usuarios fija para así conocer sus gustos y parafilias, mimarlos, saber cómo sorprenderlos y ofrecerles justo lo que quieren; por eso aumentó su caché a la vez que engrosaba su clientela.

No quiere dar su nombre real por los mismos motivos que González: su trabajo y su familia, aunque sus amigos sí saben a qué se dedica. Siente mucha rabia por no atreverse a dar la cara públicamente para defender la regulación de la prostitución en España, considera que la mentalidad de los dirigentes de las empresas es muy conservadora y está convencido de que, además de perder su empleo, ser un rostro visible en la lucha le impediría encontrar otro: “Hacerlo público es un acto de valentía y compromiso. Tienes que pensarte muy bien dónde está la barrera entre lo justo y lo correcto”.

Sabe que arrancar el trabajo sexual de la alegalidad jurídica es una utopía a medio plazo y que se tendrá que conformar con dedicarse a ello en su tiempo libre. Sin embargo, le gusta imaginar cómo cambiaría la situación si se consiguiera ese objetivo: tendría derecho a cogerse una baja en el caso de contraer una enfermedad de transmisión sexual porque sería una enfermedad común en su puesto de trabajo, podría cotizar y tener una pensión digna. Propondría que los veteranos se convirtieran en profesores: “Todos hemos atravesado situaciones violentas cuando empezamos y salimos de ellas a base de palos y de experiencia. Deberíamos enseñar ciertos códigos y trucos a las nuevas generaciones para evitarles malos tragos como, por ejemplo, cuando un cliente te obliga a consumir drogas, con el tiempo conoces maniobras para que él piense que lo haces mientras tú ni siquiera las has probado”. El estigma achica la determinación de André, recuerda que él mismo fue víctima del tabú de la prostitución: “La primera vez que me ofrecieron dinero a cambio de sexo a través de Badoo me ofendí muchísimo. Hasta que me planteé que eran prejuicios míos y decidí probarlo”.

Escorts o gigolós solo para mujeres

Las tarifas de los trabajadores sexuales que ejercen con mujeres son similares a las de los chaperos o prostitutos de lujo: oscilan entre los 150 a 350 euros la hora. Suben a 1.000 o 2.000 euros por pasar una noche entera juntos y, con viajes de por medio, las cantidades se disparan.

El perfil y las exigencias son diferentes y, aunque el denominador común es el sexo, las clientas que recurren a contratar escorts piden refinamiento y saber estar, además de un nivel cultural aceptable, buena conversación y habilidades sociales.

Álex tiene 38 años, ofrece servicios sexuales a mujeres: “Se me presentó la oportunidad de hacer algo que me gusta y la aproveché”. Reconoce que puede llegar a ganar alrededor de 4.000 euros al mes a pesar de no aceptar acostarse con hombres. Sin esa restricción, dice, llegaría fácilmente a los 15.000. “Una parte muy complicada de mi trabajo es saber decir que no. Me niego a dos cosas: consumir drogas y ejercer con hombres, porque no es mi condición”.

“Hay menos mujeres que hombres que recurran al sexo de pago, pero no porque ellas ‘puedan hacerlo gratis cuando quieran y los hombres no’. Esa frase es muy machista y no es cierta porque también los gais tienen un circuito de locales y saunas específicos para practicar sexo sin tener que pagar por él y son grandes consumidores de prostitución. Lo que ocurre con ellas es que el yugo de la sociedad patriarcal en la que vivimos las intimida porque las juzgan, pero creo que ese tabú está comenzando a caer”, opina Álex.

“Ellas acuden a nosotros porque también tienen necesidades sexuales y muchas veces llegan con secuelas de malos tratos o de un desengaño amoroso reciente que las lleva a rechazar el acercamiento emocional a los hombres. Otras veces, el móvil puede ser la venganza o el despecho. A las chicas también les apetece sentirse deseadas y desfogar”, explica.

Cuenta que algunas clientas repiten: “No voy a decir que se establezcan entre nosotros lazos de amistad profunda, pero sí una complicidad especial porque compartimos momentos muy íntimos. Al acabar el acto charlamos y surgen confesiones e intimidades por parte de ambos”. El caso que más lo conmovió fue el de una mujer con la que en la primera cita fue imposible consumar, incluso se tomó un trankimazin: “En los siguientes encuentros me contó que su marido llevaba diez años sin tocarla”. Según cuenta el escort, no solo consiguieron tener relaciones sexuales fluidas y satisfactorias sino que ella le contó que consiguió liberarse y hacerlo con otros hombres, en paralelo a su matrimonio, como presume hacía su cónyuge.

Trabajadores sexuales de sueldo medio

Roi Montes es de A Coruña y comenzó a prostituirse para sacarse el carnet de conducir a los 20 años. Con 31 no tiene ningún interés por abandonar el oficio. Tiene una vida plena aunque su caché es considerablemente más bajo que el de sus compañeros. Cobra 40 euros por sesión, pero no le falta trabajo. Se dedica al BDSM (Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo) y construyó una mazmorra en su propia casa para satisfacer a su clientela. Si los atiende allí les cobra un plus. No le importa su volumen de trabajo porque reconoce que para él el sexo es como comer o respirar. “Encuentras clientela peculiar, sobre todo si te especializas en un área tan particular como la mía, pero nunca tuve sensación de peligro”, asegura. El estigma también lo persigue: “Cuando cuentas que ejerces la prostitución -explica- te tachan de proxeneta.‘Todo por las putas pero sin las putas’. La sociedad es muy hipócrita, sobre todo los varones”.

Daniel Garcés, también natural de A Coruña, es transexual, tiene 35 años y un caché de 60 euros. Un plus, según cuenta, por el morbo de ser trans: “Los clientes sienten curiosidad y quieren probar algo nuevo. Incluso dentro de nuestro gremio hay trabajadores sexuales que contratan mis servicios porque follar con un hombre con coño les provoca mucha curiosidad, somos el colectivo más desconocido”.

Daniel está casado con Sofía, que también es prostituta y ambos ejercen su profesión tanto juntos como por separado, pero ella es el motor económico de la familia. Además de cobrar más que él (120 euros por sesión), tiene un trabajo paralelo que la lleva a viajar durante meses.

Para pagar el alquiler, las facturas y sus gastos personales cuando su esposa no está en casa, Garcés se mete en la ducha, se afeita la barba “hasta sangrar”, se rapa el pelo, se depila todo el cuerpo, se compra una peluca y se maquilla: “Como coño ya tengo, me anuncio como mujer”. Tiene muchos más clientes cuando trabaja como prostituta y su caché más alto (los mismos 120 euros que cobra Sofía) y desde que se despierta hasta que se vuelve a acostar asegura que no le faltan citas. Lamenta cobrarse la supervivencia en dignidad: “Me siento ridículo, deprimido. Voy por la calle siempre mirando hacia el suelo, me miro al espejo y me doy asco”.

La calle, según los investigadores de las oenegés de Madrid y Barcelona, es el espacio más peligroso y marginal para los hombres que ejercen prostitución. “La pandemia ha barrido totalmente este ejercicio”, explica Iván Zaro, que acudió durante los últimos 20 años a hacer conteo y repartir preservativos a los trabajadores sexuales que, a veces, “no ganaban en un día ni para un bocadillo”.

En la madrileña calle Almirante hace años que no hay prostitución y la poca que quedaba en la Puerta del Sol ha ido desapareciendo. Era el punto de encuentro tradicional entre chaperos y clientes y, según el seguimiento de Zaro, estos últimos eran ya muy mayores y se han ido muriendo. “Seguían reuniéndose frente a la tienda de abanicos de la plaza con sus viejos compañeros de andanzas y pasaban allí la tarde como quienes quedan para echar la partida”, explica. Los trabajadores, recuerda, eran muy vulnerables y no querían ejercer, tenían esa necesidad para sobrevivir: “Magrebíes indocumentados, migrantes de Europa del Este, expresidiarios… se sentían muy violentos porque ni querían hacerlo ni mucho menos con hombres, la mayoría eran heterosexuales, muy conservadores y tenían familia”. Héctor Adell, de Stopsida, aclara que el fenómeno en Barcelona fue similar: “Algunos chaperos todavía prueban suerte en las zonas de cruising de Montjuic, pero como esta actividad es gratuita es muy raro que consigan beneficios económicos.

El escritor Zaro consiguió esconderse en un piso de alterne para describirlo en su libro, La difícil vida fácil. Entrar en el salón, cuenta, “era como hacerlo en una película de los años 20 en donde los sofás rodeaban la estancia y los chicos desfilaban hasta que eran elegidos. El terciopelo ralo y la decadencia de cierto encanto se quedaba en esa estancia, tras ella decenas de jóvenes dormían hacinados en literas rodeados de ratas, cucarachas y en condiciones insalubres”.

El problema, explica, es que no tiene claro que la legalización acabase con el abuso sexual y la trata de personas. Se basa en los datos de lugares donde se regularizó el trabajo sexual, como Alemania, Bélgica, Austria, Holanda y Suiza donde “le consta” que sigue habiendo trata “porque existen una serie de mafias internacionales que no entienden de derechos humanos ni laborales y esas redes hay que combatirlas, se regularice o no la prostitución”.

Este reportaje fue publicado en el monográfico de Prostitución, publicado en el año 2021. Se puede conseguir en pdf en nuestra tienda online.
Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

Download PDF

Título

Ir a Arriba