‘Slow’, la ternura y tragar agua
Me gusta cómo la película de Marija Kavtaradze representa la asexualidad pero, sobre todo, me gusta cómo refleja la inmensa intimidad que se puede tener al margen del sexo, y cómo desmonta el concepto de fracaso amoroso.
Fotograma de Slow./ Surtsey Films
“La ternura es una elección”, dijo Lukas Dhont, el director de cine belga, cuando estrenó la magnífica Close hace un par de años. Yo, este año, estaba deseando ver Slow, de la directora Marija Kavtaradze, pero no terminaba de encontrar el momento porque una amiga me había dicho que te daban muchas ganas de tener una conexión con alguien, de entrelazar los dedos y de darte arrumacos, así que decidí esperar a tener llena mi dosis de mimitos para verla. Y entonces sí. Entonces ya se podía. Y esta me parece la mejor presentación para esta historia.
En la peli lituana, un chico y una chica se conocen, se gustan y, ya en los inicios, Dovydas le expresa a ella que es asexual, lo que supone un choque inesperado para Elena, su interés amoroso, que es alosexual, es decir, que experimenta atracción sexual. Ante un primer impedimento —que es este para la pareja de la peli, pero que podría ser cualquier otro e igualmente este podría no serlo para otra pareja—, otra persona podría decir: “No me meto ahí, no es lo que yo quiero”. Y también sería lícito, pero me encanta cómo se muestra que, a pesar de todo, deciden iniciar una relación, cómo se adentran y se dejan llevar por el vínculo. Me gusta que se represente la asexualidad, que es un tema tan poco tratado en el cine y en cualquier obra cultural, me gusta que se le dé visibilidad a la diversidad sexual, pero sobre todo me gusta cómo refleja la inmensa intimidad que se puede tener al margen del sexo.
Sobre este tema, el papel de la sexualidad en las relaciones contemporáneas, donde el sexo toma un rol principal, hablan en una publicación de Instagram la activista asexual Olivia Ávila Ruiz y la periodista Andrea Proenza. En el post, ahondan sobre el análisis relacional entre un personaje masculino asexual y uno femenino que representa la sexualidad casual moderna del posmodernismo y se plantean la pregunta: ¿puede existir una relación de amor sin sexo?
Para mí, el análisis es fundamental en esta sociedad hipersexualizada que impera actualmente. La pregunta sobrevuela durante toda la peli y, así, en la publicación, Ávila dice: “La clave está en que una relación sea compatible precisamente porque hay un punto de encuentro y comunicación entre ambas partes. También pienso que el modelo tradicional de pareja monógamo que pone el sexo en el centro, como un pilar definitorio de la relación, es solo una de las múltiples formas que tenemos de relacionarnos como personas”.
Y, ahondando en esa intimidad, en ese entrelazarnos tanto, veo dos high points absolutos que me hacen reflexionar sobre las relaciones:
Por un lado, me parece tan valiente adentrarse en una relación donde se ve el bache, lanzarse de cara y con la boca abierta y tragar agua. Toda relación es una vivencia y a veces nos la perdemos por el miedo a lo que pueda pasar. No es fácil adentrarse en algo en lo que no conseguimos ponernos de acuerdo, en una situación que experimentamos de forma distinta, pero quién sabe, quizás logremos resolverlo. Quizás encontremos una solución, un equilibrio en el que ambas partes se sientan cómodas, un resquicio que no vemos, un algo en el futuro antes que el primer no.
En lugar de visualizar el desenlace y la imposibilidad de estar juntas, vivir el vínculo ya es enriquecedor en sí mismo.
En lugar de visualizar el desenlace y la imposibilidad de estar juntas, juntos, vivir el vínculo ya es tan enriquecedor en sí mismo. Una relación, siempre que sea sana, es una experiencia que nos hace avanzar, que nos hace ahondar en nosotras mismas y conocernos mejor. Una relación sana, que no significa que sea perfecta, nos nutre, nos suma, nos hace llenarnos de amor y de conocimiento y aprendemos a amar, comunicar, gestionar, acordar y también soltar. Sorprenderse, descubrir; en definitiva, vivir. Dovydas dice: “No sabía que podía sentirme así” y pone punto y final a mi argumentación. Una relación es descubrir que “podemos sentirnos así”.
Por otro lado, la relación entre Elena y Dovydas muestra un aspecto al que no paro de darle vueltas una y otra vez últimamente y que podemos aplicar básicamente a todo, y es la ternura. Me da esperanza ver que es posible extender la empatía ante el desacuerdo y utilizar el cariño ante lo que hace saltar nuestras alarmas y patrones a los que inconscientemente siempre volvemos.
No es necesario rebasar nuestros límites marcados para intentar ser empáticas. Es posible estar en desacuerdo con tranquilidad, es posible romper con amor.
Hay muchas cosas que pueden ir mal en un relación, pero para mí, sin duda, lo más importante es ver cómo, a pesar de todo, Elena y Dovydas forman un equipo y se quieren, no se tratan como el enemigo. En una discusión, es fácil demonizar al otro, es fácil enfadarnos y personalizarlo todo. Me gusta pensar que podemos comprender a la otra persona, entender su punto de vista aunque esté enfrentado al nuestro, conocer de dónde viene y quizás darnos la mano y abordarlo juntos, juntas. No es necesario rebasar nuestros límites marcados para intentar ser empáticas con la otra persona. Es posible estar en desacuerdo con tranquilidad, es posible romper con amor.
Desde este prisma, me choca cuando oímos hablar de “fracaso amoroso”, esa noción tan tradicionalista, tan puritana, tan capitalista, de Disney y de amor romántico. Porque no hay ningún premio que ganar, no subimos al podio de la superioridad amorosa. No hay ningún fracaso en una relación. ¿Cómo pueden ser la ternura y los cuidados un fracaso? Por mucho que haya durado un periodo determinado de tiempo, siempre es algo que tiene valor, aunque pueda acabarse, aunque no fuera lo que esperábamos. El supuesto “fracaso” parte de la consideración de que una relación es un proyecto de vida, el objetivo vital mayor que te define como persona y que te nombra meritoria dentro de la sociedad. Creo que una relación debe tener un proyecto conjunto para funcionar, pero no que la relación en sí sea el proyecto. Es la diferencia entre dos personas que trabajan juntas y dos que se fusionan en una.
Slow es el reflejo de nuestra sociedad y nuestras relaciones y de cómo, a veces, intentamos ser empáticas cuando surge un problema de pareja y, también a veces, al sentirnos inseguras y rechazadas, no conseguimos transmitir esa empatía. Es un ejercicio enorme, es EL ejercicio, intentar tratar el problema desde el cariño aunque sigamos sintiendo la inseguridad. Esta es una historia de tacto, contacto, risas, humor compartido, complicidad y absoluto cariño y eso me hace confiar en que aprendamos a besarnos la cara, acariciarnos las mejillas y digamos, si es necesario, “no soy la persona que necesitas”. Abrazar a la otra persona en el duelo conjunto, en la aceptación y en la tristeza de dejarlo, pero agradeciendo el enorme sentimiento. Qué inmenso y qué profundo. A veces querer no es quedarnos para siempre, a veces querer es soltar y dejar ir. A veces querer es simplemente querer.