‘Yo, adicto’: maltratarnos para sobrevivir

‘Yo, adicto’: maltratarnos para sobrevivir

La serie abre las heridas de su creador, Javier Giner, para ofrecer un espacio de reflexión en torno a las adicciones desde la subjetividad de un marica exitoso y arrollador

El actor protagonista de 'Yo, adicto', Oriol Pla (izquierda) junto con el creador, Javier Giner, en un momento del rodaje./ Disney+

13/11/2024

Yo controlo. Las veces en que hemos escuchado, pronunciado o pensado esas palabras en relación con el consumo de drogas hemos marcado un límite con una realidad más bien desconocida pero presente. Porque los adictos siempre son los demás: los que beben todos los días, los que no pueden pasar un fin de semana sin meterse algo, los que faltan al trabajo, los que huelen mal. Siempre hay un escalón superior que nos vemos capaces de no subir porque, hasta que uno no toca fondo, siempre cree que controla.

El protagonista se percibe al principio de la narración muy por encima de sus compañeros de clínica de rehabilitación. Trabaja en la industria del cine, pisa alfombras rojas y es el rey de las fiestas.

El protagonista de ‘Yo, adicto’, serie que Disney+ estrenó hace unos días, se percibe al principio de la narración muy por encima de sus compañeros de clínica de rehabilitación. Él es un marica exitoso, trabaja en la industria del cine, liga mucho, pisa alfombras rojas y es el rey de las fiestas a las que acude. Durante años ha ido hundiéndose en una espiral en la que el alcohol, la cocaína y el sexo se han mezclado, formando unas arenas movedizas que le han acabado por llegar al cuello. Para cuando se da cuenta, ha dejado de controlar.

Este protagonista se llama como el showrunner y director de la serie, Javier Giner, que adapta su propio testimonio publicado anteriormente en un libro. Giner, que ha dirigido cortometrajes y series de encargo pero que se viste de largo como creador con esta producción, se entrega a un relato cuyo marcado espíritu pedagógico no merma sus valores cinematográficos. Yo, adicto es una serie que engancha mostrando la compleja mezcla de introspección y de épica que precisa una persona para desengancharse de las drogas.

El personaje principal, encarnado por un Oriol Pla superlativo, nos conduce a través de seis episodios por la reconstrucción interior de una persona arrasada; alguien que ha encontrado en el consumo de sustancias y de cuerpos el peligroso airbag que le protege de sus demonios. Pero donde otros productos culturales se han limitado a mostrar el descenso a los infiernos, esta serie apuesta por iluminar el camino de regreso.

Es especialmente interesante la relación de su consumo con la homofobia interiorizada. Parece una contradicción que el conflicto interno de un marica tan colorido, deslenguado y arrollador sea precisamente su identidad. Pero es un proceso psicológico común.

Nadie cae a lo más bajo porque quiere, nadie se destruye por el gusto de hacerlo. Giner pone su historia al servicio de un bien mayor, procurando retratar con honestidad un proceso personal que siempre se ha intentado ocultar o camuflar con eufemismos. Es interesante que el lanzamiento de la serie coincida con varias declaraciones de Belén Estaban sobre su proceso de recuperación: su adicción es sin duda la más explotada de la televisión en España, pero los eufemismos y metáforas que se han usado para hablar de ella recuerdan a ese momento de Cien años de soledad en que una mujer describe con tantos remilgos sus molestias vaginales que el médico le acaba recetando algo para el dolor de barriga.

Como la serie se detiene en explicar bien, la adicción no es la enfermedad, es el síntoma. Y Yo, adicto puede servir para empezar a entender que las personas que caen en la adicción libran batallas internas con las que casi todes podemos identificarnos. El protagonista de la serie entierra con copas, rayas y polvos los sentimientos de soledad, de inseguridad, de vergüenza o de culpa que le atormentan. A medida que se desarrollan los episodios, el espectador va comprendiendo que las sustancias le ponen en peligro pero también cumplen un propósito, que es el de anestesiar cuestiones que todavía no ha aprendido a enfrentar.

Es especialmente interesante la relación de su consumo con la homofobia interiorizada. Parece una contradicción que el conflicto interno de un marica tan colorido, deslenguado y arrollador como el Javier Giner de la serie sea precisamente su identidad. Pero lo que le mueve es un proceso psicológico común, el de intentar ocultar algo llevándolo por bandera: si ser homosexual es lo que falla en él, su manera de protegerse es mostrar ese fallo de manera explosiva para desactivarlo cuanto antes. El equivalente identitario de decir que no te has hecho daño cuando te das un golpe que te avergüenza y que evidentemente sí te ha hecho daño.

Alan Downs explica en el clásico de ‘autoayuda marica’ The velvet rage la estrategia inconsciente de compensación: estar a la última, codearse con gente conocida, llevarse a chicos guapos a la cama y tener siempre una respuesta mordaz en la punta de la lengua

Otra de las consecuencias de ese sentirse defectuoso, como explica el psicólogo clínico Alan Downs en el clásico de ‘autoayuda marica’ The velvet rage, es la de la compensación. Estar a la última, codearse con gente conocida, comer en buenos restaurantes, llevarse a chicos guapos a la cama y tener siempre una respuesta mordaz en la punta de la lengua son algunas de las estrategias inconscientes que el personaje despliega con la esperanza de que eclipsen quién es él en realidad, detrás de todo esto. Cuando uno se siente inferior a todos y cree que tiene que esforzarse en todo para estar a la altura, la vida es agotadora. Y si un líquido burbujeante o un polvo blanco alivian la presión, cómo no caer en el engaño de su hechizo. Con todos sus riesgos, las drogas otorgan una sensación de control que calma la mente y hace olvidar durante un rato que son nuestras emociones más profundas las que nos están controlando a nosotros.

Entendiendo eso, el espectador empieza a comprender que, para quienes desarrollan una adicción las drogas, no son un divertimento que se va de las manos, sino la peligrosa –y en ocasiones única– respuesta que tienen para gestionar un estado de ánimo patológico. Cuando la presión es tan grande que no se encuentra otra salida, cuando la mente es un campo de minas que te pone en peligro a cada paso, cuando la existencia duele y no se ha logrado entender por qué, las drogas se convierten en una herramienta que, aunque pone a quien las consumen en el filo de una navaja, quizás evita males mayores. A veces, maltratar nuestro cuerpo es el precio por no hacer algo definitivo con él; a veces, tocar fondo es lo que nos salva.

Así fue para Javier Giner, que da un paso a un lado como artífice para que su historia nos llegue lo más cruda y pura posible. Yo, adicto va a ser el primer relato que muchas personas escuchen sobre la realidad de la adicción, y sobre hasta qué punto hay que exorcizarse a una misma para superarla. Ojalá la serie sirva para hacernos entender que los mecanismos que pueden derivar en este problema son tremendamente parecidos a los que todes llevamos dentro, y verse arrastrado por ellos no es una cuestión de inteligencia, de cultura, de dinero o de entorno social.

Hay adictos que van al trabajo todos los días y cumplen con él. Hay adictos que tienen físicos espectaculares por lo que mucha gente suspira. Hay adictos que huelen siempre bien. Hay adictos que divierten y entretienen a los demás con éxito. Hay adictos que nunca sabrán que lo son, o al menos no hasta que sea demasiado tarde. Hay muchos adictos para los que aún no lo es, y la serie de Javier Giner puede ser un espejo útil y sanador. Porque si empezamos a tratar las adicciones de manera menos estigmatizante, ayudaremos a que quienes lo necesitan puedan pedir ayuda sin tener que haber perdido del todo el control.

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