La virgen roja era gorda
Sobre cómo las personas gordas no podemos representar la revolución de ninguna lucha
Hildergart Rodríguez Carballeira en una foto de archivo
Hace unos días se estrenó en streaming la nueva película de Paula Ortiz, La virgen roja. En solo unos días, se posicionó la primera en muchos de los rankings de las plataformas online. No tenía muy claro de qué iba, había leído por encima que una madre burguesa de izquierdas quería crear a la mujer que salvaría el mundo… O algo así.
Así que, viernes noche y envuelta en 13 mantas para evitar al máximo encender la calefacción, me zambullí en ella.
No diría que me gustó especialmente (la crítica completa la dejo para mi sección inventada de cine) pero… ¿Hoooola?! ¿Esa historia? ¿Qué narices pasó ahí?! ¿Cómo en una casa donde la razón primaba por encima de todo pudo suceder algo así? Y lo más sorprendente: ¿Cómo puede ser que no hubiera oído nunca nada de ella? Me sé mil historias de mujeres republicanas, de sus vidas y sus muertes. Me obsesionan sus biografías y cómo vivían. Tengo libros, postales, DVDs.
Así que cuando acabaron los créditos me sumergí a buscar información como una posesa en 6374 páginas de internet y pude ver como no era la primera vez que alguien hablaba y llevaba a diferentes artes escritas y audiovisuales su relato. Almudena Grandes escribió un libro, Fernando Fernán Gómez dirigió una película… se han hecho podcast, documentales, incluso alguna teatralización. Descubrí muchísima información y me apunté toda en mi ristra infinita de material que consumiré cuando por fin consiga vivir sin trabajar.
Pero de todo lo que veía, de toda la información que desgranaba, en lo que me quedaba enganchada una y otra vez era en las fotos. Hildegart y su madre Aurora tenían dos cuerpos muy diferentes al que representan en la película: fueron dos mujeres gordas.
¿Por qué mantener el contexto histórico y social, la clase, el género, incluso el peinado, y decidir adelgazarlas?
Mi gordofobia interiorizada me repetía una y otra vez que no podía ser. Buscaba más y más imágenes, intentando encontrar alguna en la que salieran de algún otro perfil donde se desvelara que solo era una cuestión de óptica, que en realidad no eran gordas y que era el ángulo lo que engañaba al ojo.
Pero no las encontré. De hecho, las que encontraba buceando más profundo, confirmaban lo que yo inconscientemente estaba intentando negar. Efectivamente, no había dudas. Eran gordas.
Entré en bucle. ¿Por qué hacerlas tan diferentes a lo que eran en realidad? ¿Por qué mantener el contexto histórico y social, la clase, el género, incluso el peinado, y decidir adelgazarlas?
Si me hubiera pillado en otra época de mi vida, claramente hubiese achacado el cambio a cualquier cuestión de producción por el bien de la película, incluso hubiera romantizado la posibilidad de que Najwa Nimri hiciese una prueba tan perfecta para el papel que fuera imposible rechazarla.
Pero me pillas en mala época, soy activista gorda.
¿Cómo es posible?
¿Cómo puede ser que una película que intenta criticar el control de los cuerpos, las expectativas frente a lo que deberíamos ser, lo que produce la negación de libertades en nuestras vidas, las opresiones y dificultades que vivimos las mujeres… decida abiertamente pasar por alto la corporalidad de las protagonistas más allá de su género, como si no fuera importante?
La verdad, con estas preguntas no me interesa señalar y juzgar las elecciones individuales de las personas que han creado esta película. No quiero entrar a debatir si estas actrices fueron escogidas a propósito por ser delgadas y heteronormativas o por sus dotes actorales, si la directora es gordófoba o si lo era el director de casting. No busco eso.
Con estas preguntas lo que busco es abrir un diálogo entre la representación de los cuerpos en las pantallas y la realidad en la que vivimos. Porque la verdad, si soy honesta conmigo misma, creo que soy capaz de entender (¡ojo! “entender”, no “estar de acuerdo”) por qué han decidido hacerlas delgadas.
Nadie se creería a una mujer obsesionada con la eugenesia y el control del ser humano sin intentar que su hija fuese delgada a toda costa
Y es que en 2024, si buscas representar el control, la rigidez, el esfuerzo y la dedicación para lograr una meta, es imposible que lo hagas a través de un cuerpo gordo.
Ahora mismo, las personas gordas somos la representación encarnada de la dejadez, de la falta de fuerza de voluntad, del descontrol y de la desidia.
La televisión, la publicidad y las redes sociales utilizan nuestros cuerpos para generar ideas de lo que jamás debemos llegar a ser: cuerpos descontrolados, perezosos, vagos.
Cuanto más cerca estás de tener un cuerpo gordo, es que menos controlas tu vida, y por lo tanto, más lejos estás de conseguir tus objetivos personales. No te estás esforzando lo suficiente.
Esto no es nuevo, hay imágenes y archivos gordófobos muy antiguos, pero fue desde finales de los 90 que comenzaron a expandirse en masa todo tipo de imágenes y discursos asociados a los cuerpos gordos en los que dejamos de ser personas para convertirnos en puros estereotipos. Incluso en muchas ocasiones, ni siquiera utilizan personas gordas de verdad, sino que las caracterizan y maquillan para que lo parezcan en la pantalla. Así, de algún modo, se genera aún más distancia, porque “¿alguien conoce a una persona tan grotesca como esa que aparece disfrazada comiendo tartas sin siquiera respirar?” La simple idea de parecernos mínimamente a este cuerpo nos genera pavor.
Así que, teniendo en cuenta todo esto, creo que podemos entender que el hecho de que las creadoras de La virgen roja decidieran mantener las corporalidades reales de esas mujeres no era más que mandar a su película a la basura antes de siquiera haberla rodado. Nadie entendería el símbolo. Nadie se creería a una mujer obsesionada con la eugenesia y el control del ser humano sin intentar que su hija fuese delgada a toda costa.
Han hecho lo que creían mejor para hacer llegar su mensaje.
Resulta irónico cómo sin quererlo han acabado haciendo lo que intentaban criticar: invisibilizar cuerpos oprimidos socialmente, hacerlos desaparecer con la excusa de una mejora o un perfeccionamiento de la historia. Una lástima.
Justo el pasado martes 10 de diciembre se presentó públicamente el segundo informe sobre gordofobia en el mundo audiovisual, que analiza la representación de la diversidad corporal en la ficción española del 2023 en cine y televisión. Los datos son terribles: 8,83 por ciento de personajes gordos en cine y 8,2 por ciento en ficción seriada.
La representación de lo gordo no llega a uno de cada diez cuerpos que salen en pantallas.
¿Unas revolucionarias con una historia de ese talante, entrando en ese porcentaje? Y no una, ¡dos a la vez! Imaginaos el despropósito.
Me gusta fantasear en qué habría pasado si la película las hubiera representado gordas: ¿el significado de la historia hubiera sido el mismo?, ¿nos hubiéramos tomado tan en serio el proyecto de Aurora?
Esto sería un disparate, no sólo por todo lo que estamos abordando relacionado con la representación, sino porque además: ¿alguien se imagina que la revolución feminista llegara hoy de manos de dos gordas? Eso sí que sería ficción. A muchísimas mujeres, también feministas, las aterroriza de parecerse a nosotras. Hacen lo que esté en sus manos para alejarse de tener cuerpos como los nuestros: horas y horas de gimnasio, hambrunas, pinchazos, cirugías. Lo que haga falta para no ser gordas. Claro que no podemos representar una revolución feminista si las propias feministas nos repudian. Pero esa es otra historia.
Me gusta fantasear en qué habría pasado si la película las hubiera representado gordas: ¿el significado de la historia hubiera sido el mismo?, ¿nos hubiéramos tomado tan en serio el proyecto de Aurora?, ¿cómo sería para esa madre obsesionada con controlar la vida de su hija, aceptar que no podía controlar su cuerpo,? ¿qué significaría para el colectivo gorde ver a mujeres con historias propias, en la esfera pública, con tanto poder?
Me hago estas preguntas la misma semana en la que se cuestiona que una mujer gorda pueda presentar las campanadas en una televisión pública. Se la humilla y se la rechaza solo por tener un cuerpo gordo y no disculparse por ello. Esta es la realidad en la que vivimos, así que claro que nadie va a utilizarnos para contar historias profundas y revolucionarias.
“Cualquier ficción es conservadora por definición”, dice Aurora en la película. Ojalá en algún momento podamos ver otro tipo de ficciones en nuestras pantallas. Igual estamos más cerca de lo que pensamos, y pronto seremos muchas más gordas las que podamos contar nuestros relatos, porque esa misma gorda a la que linchaban esta semana, ha salido en el programa más visto de la televisión, en prime time, gritando “¡Lo que también tengo gordo es el papo por donde me he pasado todas las críticas de esta semana!”
Y eso sí nos representa.