Los grupos de apoyo a la lactancia materna como colectivos feministas
Estos colectivos ofrecen herramientas a las madres para enfrentarse a un sistema que las quiere calladas, sumisas y obedientes a las normas sociales. Su labor de contrainformación aúna conocimiento ancestral encarnado con la evidencia científica.
Reunión madre a madre del Galm Mamateta en Linares./ Foto cedida
En el año 1985 surgió Vía Láctea en Aragón, el primer grupo de apoyo a la lactancia materna (GALM), que se convertiría en asociación en 1987. Nació en pleno auge del asociacionismo en el Estado español y fue el inicio de un movimiento activista por la lactancia materna que se irá extendiendo por distintas zonas. Las madres de estos primeros grupos se enfrentaron a la dificultad de defender la lactancia materna en plena cultura del biberón, pero también a ser reconocidas dentro de un movimiento feminista donde hablar de maternidad las hacía sospechosas de reproducir el patriarcado, a pesar de que la mayoría de estas mujeres provenían del activismo.
La existencia de numerosos grupos repartidos por todo el territorio llevó a la necesidad de tejer redes. Surgieron así iniciativas como la Federación Española de Asociaciones Prolactancia Materna (FEDALMA), que se constituyó en el año 2003; otras federaciones a nivel autonómico; los Foros de Vía Láctea desde el año 2004 (en sus orígenes, Cursos de Jaca) o los Foros andaluces.
Este movimiento ha sufrido las consecuencias de una pandemia que ha dificultado la presencialidad, su razón de ser, y por un creciente individualismo que afecta a la participación colectiva y favorece las iniciativas privadas
Este movimiento por la lactancia materna que lleva casi cuarenta años activo continúa en la actualidad, a pesar de haber sufrido las consecuencias de una pandemia que ha dificultado la presencialidad, razón de ser de estos grupos. También se ha visto afectado por un cambio en el activismo social, en parte por la aparición de las redes sociales y por un creciente individualismo que afecta a la participación colectiva y favorece las iniciativas privadas.
Conocí el GALM Mamateta en el año 2013, cuando nació mi primer hijo. Provenía de otros colectivos sociales y jamás pensé que la maternidad pudiese abrirme la puerta a un activismo para mí desconocido: el lactivismo. De hecho, cuando me recomendaron asistir a una de sus reuniones, acudí con cierto reparo. No era consciente de cuánto me cambiaría la vida ese grupo de mujeres.
Cuando nos convertimos en madres la mayoría de información que manejamos proviene de prácticas culturales interiorizadas que apenas se cuestionan y son defendidas por el entorno que nos rodea. Sin embargo, no tenemos una comunidad que nos sostenga y acompañe en la crianza.
Cuando llegué a Mamateta no tenía problemas de lactancia pero sí era víctima de esas normas sociales que no se adaptaban a las necesidades de mi criatura ni a las mías, y me encontré con mujeres que las cuestionaban: la mayoría dormía con sus bebés (¿y si los aplastaban?), atendían su llanto sosteniendo en brazos y ofreciendo su pecho en cualquier momento (¿y si se hacían dependientes?), daban teta hasta edades avanzadas (¡menudo escándalo!), llevaban a sus bebés en pañuelos o mochilas (¡y tenían que ser ergonómicas!), había bebés que comían en trozos (¡sin dientes!), les hablaban a las niñas y los niños como iguales y respetaban sus necesidades, etcétera.
Lo que más me sorprendió y acabó enganchando fue sentir la seguridad de un grupo donde no caben juicios y todas entendían lo que me pasaba
Si bien la mayoría de estas prácticas no son un lote completo y cada madre decide según sus circunstancias y deseos, me hizo cuestionar (como anteriormente hizo la antropología) mis ideas preconcebidas sobre crianza. Respecto a la lactancia materna, el conocimiento de estas madres entraba en contradicción con la mayoría de recomendaciones que se estaban dando en el ámbito sanitario. Aprendí muchísimo en aquel espacio de contrainformación. Pero, sin duda, lo que más me sorprendió y acabó enganchando fue sentir la seguridad de un grupo donde no caben juicios y todas entendían lo que me pasaba, porque estaban viviendo situaciones similares. ¿Por qué no se hablaba de estos grupos contrahegemónicos en el movimiento feminista? Fue lo primero que pensé.
Entonces me puse a investigar y acabé realizando, gracias a la colaboración de madres de seis grupos de Andalucía, una tesis doctoral. Pude comprobar cómo los GALM son, sin lugar a dudas, colectivos feministas. Además, se encuentran dentro de un feminismo de base, horizontal y autónomo que se centra en la ayuda mutua entre mujeres, como ya hicieron anteriormente los grupos de autoconciencia feminista, los grupos de ayuda mutua o los colectivos feministas de promoción de la salud.
Demasiadas mujeres llegan a las reuniones rotas por partos traumáticos y con lactancias muy difíciles como consecuencia de la violencia obstétrica sufrida y las malas recomendaciones
Estos colectivos ofrecen herramientas a las madres para enfrentarse a un sistema que las quiere calladas, sumisas y exige el cumplimiento de determinadas normas sociales (e incluso sanitarias) por encima de sus necesidades y de las de sus bebés. Enfrentarse a la desactualización de un sistema sanitario patriarcal no es fácil. Principalmente porque la mayoría de madres suelen parir en el hospital, donde se produce el inicio de la lactancia. Demasiadas mujeres llegan a las reuniones rotas por partos traumáticos de los que apenas pueden hablar y con lactancias muy difíciles como consecuencia de la violencia obstétrica sufrida y las malas recomendaciones.
Además, muchas madres hoy siguen recibiendo los mismos consejos que hace casi cuarenta años. Por ejemplo, en los últimos meses han llegado madres al grupo con recomendaciones de introducción de la complementaria a los cuatro meses, a pesar de que, gracias a la lucha de colectivos y profesionales prolactancia, la Asamblea Mundial de la Salud empezó a recomendar desde el año 2001 la lactancia materna exclusiva hasta los seis meses.
Además de la desactualización sanitaria, las madres se enfrentan a discursos paternalistas en forma de mitos: se les sigue diciendo que su leche no alimenta, que sus tetas no sirven, que no cojan al bebé en brazos demasiado, que tienen al niño “enviciado”, que ya debería comer “comida de verdad”. Sin embargo, cuando una madre tiene problemas en su lactancia (como grietas, mal agarre, mala transferencia, frenillo, etcétera) no es detectado y se les ofrece “una ayudita” a través de fórmulas lácteas comerciales.
La lactancia materna, como proceso sexual de las mujeres, se encuentra devaluada dentro de una sociedad patriarcal. La única promoción que se realiza desde el sistema son los beneficios de la leche humana, obviando que la lactancia materna no es solo alimento, sino parte de nuestra sexualidad y un derecho humano de la madre y de la criatura.
La principal característica de los GALM es la ayuda madre a madre, entre iguales. Aunque las coordinadoras de estos grupos suelen estar muy actualizadas, intentan no diagnosticar ni dar consejos cerrados para evitar que se creen relaciones jerárquicas, aunque no siempre es posible por el riesgo de dejar desamparadas a las madres. En el grupo se va transmitiendo la información de unas a otras y se colectiviza. La reapropiación del conocimiento ancestral de las mujeres es un objetivo feminista y los GALM aúnan la sabiduría encarnada (su propia experiencia de maternidad) con la evidencia científica (seleccionando aquella que responde a sus necesidades), una mezcla poderosa que, no solo les da herramientas en su crianza, sino que las hace sentirse fuertes y seguras en otros ámbitos de la vida. Se convierten, en apenas unos meses, en madres expertas.
El conocimiento en lactancia materna que hoy manejamos fue introducido en el Estado español a través de los primeros GALM, cuando no se encontraba ni siquiera en el ámbito sanitario
Además de ser un espacio de contrainformación, el conocimiento en lactancia materna que hoy manejamos fue introducido en el Estado español a través de los primeros GALM, cuando no se encontraba ni siquiera en el ámbito sanitario. Poco reconocimiento han tenido estas primeras mujeres ante tamaña contribución.
Uno de sus principales retos ha sido enfrentarse a una sociedad llena de mitos y falsas creencias, por ejemplo sobre la edad de destete. Las madres con lactancias de larga duración a menudo deben escuchar que están generando en sus hijos e hijas dependencias insanas, trastornos, ser la causa de una discapacidad que ya tengan o ¡incluso de la homosexualidad! Así, una decisión que solo corresponde a la madre y la criatura se convierte en algo patológico, al estilo del niño de Juego de Tronos.
A pesar de las críticas, las mujeres de los GALM intentan visibilizar sus pechos lactantes y sus lactancias. Algunas tenían complejos físicos y consiguieron reconectar con su propio cuerpo, dejaron de cubrirse, y empezaron a mostrar sus pechos con orgullo. Unos pechos que no son para el placer masculino, sino parte de una sexualidad no falocéntrica, no heteronormativa, ni adultocéntrica.
También las dinámicas de los GALM forman parte de su activismo. Mujeres que se reúnen sentadas en círculo, todas al mismo nivel, intentando que ninguna destaque por sus conocimientos o profesión. En una ronda de presentaciones, que en ocasiones dura toda la reunión, las madres se reconocen en las otras y esto les ayuda a identificar y normalizar aquello que les sucede. Las coordinadoras o voluntarias del grupo cuidan la comunicación hasta el extremo, a veces incluso realizando formaciones, para que ninguna madre se sienta juzgada ni presionada. Se evitan los consejos cerrados, fomentando que cada una encuentre sus propias soluciones a través de la información colectiva.
Es cierto que, en ocasiones, algunas madres recientes del grupo pueden dejarse llevar por la cantidad de conocimientos adquiridos, actuando ante otras como “salvadoras de lactancias”. Esta sensación de imposición puede ser el motivo por el que algunas hayan tenido una mala experiencia en un grupo de apoyo determinado. Las coordinadoras se esfuerzan para que eso no ocurra, pues saben que la lactancia materna nunca se puede situar por encima de las madres, quienes necesitan apoyo y comprensión y no más consejos paternalistas como los que ya reciben en otros espacios. Acompañarlas en sus decisiones, sean cuales sean, aunque vayan en contra de lo que una misma piensa o haría.
Al contrario de lo que se presupone, en los GALM también se acompañan destetes, lactancias mixtas, acuden algunas mujeres que dan biberón, etcétera
Al contrario de lo que se presupone, en los GALM también se acompañan destetes, lactancias mixtas, acuden algunas mujeres que dan biberón, etcétera. El no juicio hace que las madres se sientan en un espacio de seguridad y a menudo cuentan cosas que, como he escuchado en las reuniones, solo podían contar allí. También buscan validación o refuerzo en el grupo frente al cuestionamiento constante de su forma de criar, en ocasiones incluso por parte de su propia familia o de la pareja. Muchas de ellas escuchan por primera cómo alguien les dice: “lo estás haciendo muy bien”, “eres una gran madre”. La ayuda madre a madre no se limita a las reuniones, y las voluntarias o coordinadoras ofrecen sus números de teléfono (o tienen uno de la asociación que van rotando) y están disponibles para todas aquellas que lo necesiten, a veces también a través de grupos de WhatsApp u otras redes sociales.
Además de luchar por los derechos de las madres, la infancia se sitúa en el centro del lactivismo. Dentro de los grupos, niñas y niños se encuentran en el centro del círculo de mujeres, con alfombras y juguetes, y ocupan todos sus espacios físicos, como los del conocimiento (congresos, foros, jornadas, etcétera). Además, fomentan un estilo de crianza que tenga en cuenta las necesidades, ritmos y procesos madurativos de la infancia pero que, a su vez, sea respetuoso con las necesidades de las madres, eliminando autoexigencias y culpa.
Como colectivos activistas, los GALM realizan acciones directas, como las tetadas, concentraciones de madres lactantes que visibilizan el amamantamiento en público. Además, luchan por una serie de derechos para la crianza, como un aumento del permiso de maternidad mínimo hasta los seis meses, demanda histórica que ha sido desatendida por los diferentes gobiernos y que hoy también ha recuperado la asociación PETRA Maternidades Feministas. Las madres que participaron en mi investigación piensan que la ampliación del permiso de paternidad no era una prioridad y exigen más medidas para que los cuidados se sitúen por encima del mercado laboral.
Se ha llamado a las madres de los GALM “talibanas de la teta” o “madres intensivas”, recordándonos a los calificativos de “feminazis” o “histéricas”
Todas las mujeres que he entrevistado se definen como feministas y así lo muestra su lucha por la reapropiación de los procesos sexuales y reproductivos de las mujeres y por los derechos de las madres. Entonces, ¿por qué estos grupos no son reconocidos como tales? La maternidad sigue siendo fuente de conflicto dentro del feminismo, con grandes diferencias entre corrientes y un aumento de posturas antimaternalistas dentro del feminismo académico e institucional. Incluso se ha llamado a las madres de los GALM “talibanas de la teta” o “madres intensivas”, recordándonos a los calificativos de “feminazis” o “histéricas”.
Quiero pensar que, desde que hablamos de feminismos en plural y se comienza a tener en cuenta la interseccionalidad, algo está cambiando. Pues existe una identidad materna fruto de la experiencia de las madres que, aunque diversa, se ve sometida a opresiones específicas. Sin embargo, aunque hemos interiorizado que no se puede hablar por las otras, las actitudes paternalistas hacia las madres están normalizadas incluso dentro del movimiento. Algunas luchas (contra la violencia obstétrica, los vientres de alquiler o en apoyo a las madres protectoras) comienzan a tener cabida, pero aún es una asignatura pendiente para los feminismos la maternidad en general, la crianza (más allá de la externalización) y, en concreto, la lactancia materna.
Hoy los GALM se enfrentan a muchos retos: la dificultad para el relevo; una menor afluencia de madres por las dinámicas individualistas de la sociedad; la diversificación de la ayuda que tiende a favorecer iniciativas privadas (ya que no requieren compromiso colectivo); la privatización de la ayuda madre a madre; los problemas derivados de la pandemia; la dificultad de compaginar la creciente virtualidad con la importancia de la presencialidad para estos colectivos; el riesgo de profesionalización de los grupos que pone en riesgo la horizontalidad, etcétera.
También es necesario hacer autocrítica, como ocurre en otros activismos occidentales, sobre la homogeneidad de perfiles (principalmente madres blancas de nivel socioeducativo medio-alto) que deja fuera una gran diversidad de experiencias maternas.
A pesar de las dificultades actuales, las madres encuentran en el grupo de apoyo un sostén, la base para una crianza comunitaria o, al menos, sostenida emocionalmente: “una tribu de comadres”. Consiguen salir de la abstracción teórica y de la virtualidad para pisar tierra, acuerparse y hacer de la ayuda mutua una herramienta feminista que, por desgracia, está hoy en desuso.