¿Quién coño [sic] quiere ser una chica? Parte II: No lo sé y me hubiera gustado decirlo

¿Quién coño [sic] quiere ser una chica? Parte II: No lo sé y me hubiera gustado decirlo

Partir de la base de que bolleras o personas trans masculinas hemos socializado como el resto de mujeres es estar tan lejos de la realidad... El término mujer no siempre me interpela, no siempre me ofrece amparo y comprensión, no lo concibo paraguas.

Foto de Dahiana Belfiori para el libro Chonguitas (fabi tron y valeria flores comps.)

26/12/2024
Puedes leer la primera parte de “¿Quién coño [sic] quiere ser una chica” aquí, y puedes descargar el libro Chonguitas aquí

Tengo, y no es común en mí, algo de miedo mientras escribo esto. Miedo a la malinterpretación. Miedo a desviar la atención del “fenómeno” hacia el género particular de esta persona que os escribe y que, aclaro, os escribe bollera. Esto también me causa un hormigueo incómodo escribirlo. Sé cuántas personas no entienden el desapego emocional con la mujer que se es (¿fue?). Sé para cuántas personas ser mujer te estructura y ser lesbiana te define, en un plano sexoafectivo, últimamente también en la manera de entender la amistad y la familia, pero lo más importante: siempre en relación con (¿a?) les demás. Se equivocan: conozco pocas bolleras para las que esta identidad no haya supuesto una manera de construirse también a sí mismas. A sí mismes. De entender el mundo que las rechaza, antes que por mujeres, por encarnar la palabra mujer como un disfraz: por moldear la palabra mujer para que nos quepa en el cuerpo, en lugar de nuestros cuerpos para que quepan en el molde de la palabra. Por destrozar su significado en lugar de nuestros pies.

Hablar de socialización y excluir la emocionalidad, los procesos psicológicos y de adaptación a su entorno de cada une según las intersecciones que le atraviesen es mentir

Hay un concepto, que muchas veces se usa desde el feminismo más TERF para invalidar, literalmente, vidas humanas de personas oprimidas: “socializar como mujer”. Cómo de obtusa hay que estar, cuántas pocas vueltas le has dado a esa tortilla para pensar que hay un proceso de socialización común a todas las mujeres independientemente de las intersecciones que la atraviesen. Tomar la socialización como un proceso en el que la persona sujeto no participa de manera activa no tendría sentido.

Hablar de socialización y excluir la emocionalidad, los procesos psicológicos y de adaptación a su entorno de cada une según las intersecciones que le atraviesen no es hablar de socialización: es mentir. Partir de la base de que bolleras o personas trans masculinas hemos socializado como el resto de mujeres es estar tan lejos de la realidad que no te llegará la vida para alcanzarla. No socializamos únicamente bajo el mandato cisheteropatriarcal y todos sus apellidos, sino que lo hacemos con el peso de saber que nunca lo alcanzaremos del todo, por mucho que te esfuerces. Socializamos violentándonos hasta asumir que, de manera irremediable, no cumpliremos ciertos mandatos.

Nuestro proceso de socialización tiene también que ver con la carpeta de películas bollo de series, y con el gesto apurado y automático de bajar la tapa del ordenador ante cualquier ruido de la casa para evitar que entrasen en el cuarto y pensasen que estabas viendo porno. De mujeres. Es decir, que pensasen algo peor: que eras lesbiana.

Lesbiana era la palabra aterradora. Para mí lesbiana era una condena a la soledad. Estaba muy equivocada, pero daba tanto miedo aquella palabra… “No digas nada de eso delante de mi madre que va a pensar que yo lo soy también por ser amiga tuya”, el interés pretendido y las amistades eternamente platónicas.

Tengo miedo, pero tengo aún más ansia, de escribir que siento que el feminismo nos ha abandonado o yo me siento abandonada por el feminismo o como sea menos conflictivo decirlo. Sé que ha sido un abandono inocente. Como cuando te dejas la barra del pan que acabas de comprar en la cinta en el súper, no como el padre que marcha a por tabaco. Sin maldad, sin intención. Con el descuido de quien tiene un millón de cosas por hacer y no alcanza.

El término mujer no siempre me interpela, no siempre me ofrece amparo y comprensión, no lo concibo paraguas. Nos repitieron que la sexualidad era un espectro y olvidaron mencionarnos que el género (y el sexo, ahí lo dejo) también.

Me resulta más fácil la amistad con maricas* que con mujeres heterosexuales. Siento una conexión más maleable, más sencilla y más instantánea

Hay una cosa aterradora de decir también sobre esto: me resulta más fácil la amistad con maricas que con mujeres heterosexuales. Siento una conexión más maleable, más sencilla y más instantánea. Nos repiten que el género es el eje y el género se siente una mentira y la feminidad una amenaza y la división por “sexos” un peligro. Cuando el feminismo habla en términos de hombres y mujeres, pienso en mis amigues queer y en esa entrevista en la que Sara Torres hablaba de la violencia sexual de la heterosexualidad obligatoria. No podemos acabar con el concepto hombre y mujer sin acabar con sus inercias y sus capacidades para estructurar sin necesidad de usar las palabras. Desde el impulso aprendido, desde la idea preconcebida y la mirada entrenada para no ver más allá.

No pueden pretender que el (cis)género sea el eje sobre el que todo gira y ha girado cuando a algunas nos han tirado a palos de él. Mis xadres no tuvieron ningún problema cuando nací en nombrarme chica, todos mis problemas fueron después, cuando el mundo y yo descubrimos que no lo era lo suficiente.

Pienso en mis amigues queer. Pienso en les que trazan conmigo la ruta de vuelta a casa evitando ciertas zonas, en les que se piensan el outfit dependiendo del evento, a les que la masculinidad les ha estallado en mil pedazos en la cara y con su feminidad se encuentran también en tierra de nadie. Pienso en quienes llaman a estes “el enemigo” y no puedo empatizar. No puedo evitar pensar que de estallar una guerra, estes compartirían con más seguridad mi trinchera o mi celda que tantas mujeres que dicen tener algo que ver conmigo, aunque no entiendan nada de lo que soy [mucho menos quién].

Uno de mis amigos del alma y yo hemos conseguido con ayuda de le otre explorar la masculinidad y la feminidad en nuestros propios términos

Una vez leí un tuit que decía “Being openly queer is choosing your happiness over your safety” (ser abiertamente queer es elegir tu felicidad por encima de tu seguridad). Un resumen de una frase de un trauma de generaciones. Leí otro que decía que “cada niñe lgtbiq tuvo que enfrentarse a la posibilidad en algún momento de su vida de que sus seres querides dejasen de quererles cuando descubriesen quienes eran”. “That’s so fucked up” [eso es tan jodido], decía y yo creo que esto explica por qué no importa cuán progre sea tu entorno, a veces el trauma permanece.

Hablaba con uno de mis mejores amigos del alma el otro día sobre como ambes habíamos conseguido con ayuda de le otre explorar la masculinidad y la feminidad en nuestros propios términos. Con una mano a la que agarrarse al salir a la calle. Esa mano no puede ser mi enemiga. Mi masculinidad no puede ser algo a rechazar de mí misma. El término mujer no puede ser tan restrictivo. Mi hermana y yo hemos llamado a esto la lógica de “poder ser lesbiana mientras te depiles el bigote”. Es una metáfora bastante simple, aunque también sea literal.

Alok Menon, que además de hablar sobre la implicación de depilarse aplica una perspectiva decolonial y no binaria que ataca desde la psicología más primaria, habla del duelo masivo del género. Habla siempre sobre cómo la lucha por el entendimiento propio, la ruptura de esquemas preestablecidos y la noción de que es posible sentir, expresarse, explorarse como nunca nos enseñaron posible es la raíz de todo odio ajeno. El duelo por lo que se pudo haber sido, por la posibilidad de haber sido otra cosa. Encontrarte una persona queer de frente es una confrontación con una vida más alegre que la suya, con más espacio para la belleza, la creatividad y la libertad. Es entonces cuando la frustración se traduce en rechazo.

Representamos la posibilidad que otres no (tu)vieron. Nuestro trabajo nos ha costado. Hagamos de ella un plural más amplio, hagamos de este un duelo colectivo y con espacio para tanta risa como llanto.

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