Y aun así te quedaste, pero rompiste el silencio

Y aun así te quedaste, pero rompiste el silencio

El trend Y Aún Así Me Quedé, en el mujeres jóvenes relatan en Tiktok sus experiencias de violencia, ataña una relevancia histórica que no solo nos interpela, sino que debería desbordarnos, y a la que no podemos permanecer ajenas, por millenials y boomers que muchas seamos.

Ana Peleteiro, en una imagen de sus redes sociales.

18/12/2024

Algo está pasando en TikTok bajo el hashtag #YAunAsiMeQuede y no solo tiene que ver con la medallista olímpica Ana Peleteiro. La mayoría de medios mainstream que yo he visto lo narraban hace unos días como si apenas fuese una anécdota más de las redes sociales. El último trend de turno de una sobreexpuesta generación centenial a la que le da por contar su vida sin límites ni pudores en las oscuras profundidades de TikTok, donde parece que todo se queda, que todo acaba cayendo en las olvidadizas fauces del arrecife digital. Lo personalizaron individualmente en la figura de Peleteiro, que había publicado un videoselfie relatando la relación de violencia machista de la que, hacía unos años, había salido. Hablaron de ello en la tele, por encima, y algunas cabeceras de periódico le dedicaron un articulito al tema casi por cumplir, prácticamente exento de marco sociopolítico, únicamente porque salió a hacer ese trend una chica que es famosa también en el universo offline. Pero yo creo (o, al menos, me gustaría creer) que lo que está pasando en TikTok ni nace allí, ni es allí donde termina. El trend Y Aún Así Me Quedé ataña una relevancia histórica que no solo nos interpela, sino que debería desbordarnos, y a la que no podemos permanecer ajenas, por millenials y boomers que muchas seamos.

La cosa es que no ha sido solo Peleteiro (que salió a decir, entre otras cosas, que su ex la obligaba a tener relaciones sin consentimiento) la que ha hablado. Es que han sido muchas, muchas chicas (algunas muy, muy jóvenes) las que han empezado a llenar esta red de vídeos y vídeos en los que relatan sus experiencias de violencia. Hay testimonios de todo tipo: de gaslighting, triangulaciones y cuernos, control del teléfono móvil, de los círculos sociales, de la ropa que no les dejaban ponerse, de episodios en los que las encerraron forzadamente dentro de sus casas, de amenazas de muerte o suicidio cuando intentaban dejar a sus novios, de violencia física contra objetos o contra ellas… “Me atropelló con el coche porque le quise dejar porque me puso los cuernos y, aun así, me quedé”, llegaba a declarar una de estas mujeres. El trend arrancó hace unas semanas en tono de coña, con chavalas que ponían ejemplos -unos más machistas, otros más adolescentes- de cosas que les hacían sus ex y, a pesar de las cuales, se quedaron con ellos. Pero poco a poco el número de testimonios y la crudeza de los mismos ha ido en escalada, hasta conformar un arsenal de revelaciones que sin duda pone en evidencia aquel titular de principios de año sobre que el 44 por ciento de los hombres pensaba que el feminismo había ido demasiado lejos.

La fase de despolitización neoliberal en la que estamos sumidas ha conseguido que cale la idea de que, en lugar de relaciones de violencia machista y agresores, lo que hay son “relaciones tóxicas” y “narcisistas”

Este movimiento de las chicas jóvenes en el entorno digital no es organizado, sino espontáneo, de manera que cuantas más salen, más se animan otras a salir también. Eso sí: la mayoría no nombran como violencia machista lo que les hicieron. En parte, me parece, puede que se deba a la fase de despolitización neoliberal en que estamos sumidas, que ha conseguido que cale la idea de que, en lugar de relaciones de violencia machista y agresores, lo que hay son “relaciones tóxicas” y “narcisistas”, respectivamente. Y en parte puede que también tenga que ver con que llegar a nombrarse, reconocerse e identificarse como víctima de violencia machista sea un proceso tan sumamente largo y doloroso. Por otro lado, TikTok no deja de ser TikTok y ya hay vídeos que hacen humor de todo esto y hombres cisheteros que han salido a decir que ellos también se quedaron tras conductas nocivas, como si se tratase de algo que nada tiene que ver con el género. Así que hay quienes dirán que este trend responde al clima de oversharing propio de la sociedad del espectáculo que crean las redes sociales para infravalorar el enfoque feminista. Y aunque no dudo de que esa sobreexposición haya podido tener que ver, porque eso es parte de lo bueno y de lo malo que ofrecen las redes sociales, sí estoy convencida de que es importantísimo dotar del apropiado marco político a qué es lo que se sobreexpone y por qué, cuáles son los temas y, por supuesto, quienes sí cuentan ahora con el espacio para hablar que antes no tenían.

Porque más allá de si estas chicas saben quién es Cristina Fallarás, de si han oído hablar del #Cuéntalo, de si le ponen o no el nombre pertinente a lo narrado… A mí no se me va de la cabeza que hoy, martes 17 de diciembre de 2024, mientras escribo este artículo, se cumplen 34 años desde que Ana Orantes fue asesinada por su exmarido. Apenas 13 días después de haber hecho historia con su testimonio en el programa De tarde en tarde, rompiendo por primera vez públicamente en la televisión el silencio en torno a las violencias perpetradas contra las mujeres. Y no dejo de pensar en aquel tiempo en que yo también me quedé, casi a costa de mi propia vida. Y en que la sola idea de poner la cara en un vídeo de TikTok narrando lo que me pasó me daría absoluto pavor. Soy incapaz de hablar de ello en cualquier contexto que traspase las fronteras de mi entorno más íntimo, cercano, pequeñito. Sigo colonizada por el miedo a las represalias, al cuestionamiento de los otros e incluso al estar equivocándome y que, en el fondo, la verdadera culpable fuera yo.

Yo no sé si todas esas chicas son o no conscientes de la genealogía revolucionaria que subyace a la ruptura de su silencio

Por eso observo desde la distancia generacional -a pesar de que no nos separen tantos años, diría que sí los suficientes- con muchísimo respeto, admiración, curiosidad y orgullo a estas mujeres tan jóvenes. Porque han roto el silencio de una forma que no tiene precedentes, incluso con sus dudas, con la vergüenza que expresan sentir al haber “tolerado” (sí, este término se sigue escuchando) ciertas cosas y con el sentimiento de humillación (como ellas mismas dicen) a las espaldas, en una sociedad que aún sigue responsabilizando a las víctimas de las violencias sufridas. Y las observo sintiendo también un inmenso orgullo hacia todas nosotras y hacia todas las que vinieron antes de nosotras. Porque entre todas llevamos décadas haciendo ese trabajo de hormiguita, ya haya sido en los medios, en las redes o en la calle; con nombre y apellidos o en anónimo; con impacto de agenda internacional o de nuestro grupo de amigas. Entre todas hemos ido abriéndonos las puertas hasta conseguir que hoy las mujeres que llegan, estén o no estén politizadas, puedan salir con su voz, con su rostro y con la certeza de que en el fondo no fueron ellas quienes tuvieron la culpa, a contar su historia.

Yo no sé si todas esas chicas son o no conscientes de la genealogía revolucionaria que subyace a la ruptura de su silencio. Ni si dimensionan lo importantísimo que es que se hayan sumado a ese trend que nada tiene de anecdótico. Yo hoy solo quería recordarnos que toda transformación resuena siempre en las paredes y los techos de nuestra sociedad, incluso aunque a primera vista no se perciba el repiqueteo incesante de las ondas que provoca nuestro ruido. Y que hay cosas que ya no van a volver a ir para atrás, por mucho que la reacción se esmere. Sobre todo si nos escuchamos las unas a las otras.

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