Carta para las supervivientes de la Psiquiatría y de la Navidad
En esta época en la que nos inunda la desidia, la desesperanza, el enfado, pasar a la acción se asemeja más a una quimera. Nos enfrentamos a un mundo desactivado. Por eso quiero haceros una propuesta: transformemos esa rabia, convirtámosla en militancia, en ayuda mutua, para transformar la violenta realidad que nos asedia, tortura y mata.
Fotograma de la serie Paquita Salas
Queridas supervivientes de la Psiquiatría:
Han pasado ya estas fechas sagradas. Cristo ha nacido otro año más, Papá Noel ha cometido allanamiento de morada de nuevo, Nochevieja, Año Nuevo, entramos en 2025, los Reyes Magos han dejado el rellano de casa repleto de heces de camello, y a mí me embiste desde hace un lustro el mismo pensamiento: estamos vivas. A muchas de las que nos han psiquiatrizado nos aseveraron que acabaríamos muertas, que no se demoraría el día en que dejáramos este mundo porque nuestra presunta afección, todavía sin evidenciar, era letal. Y, sin embargo, me repito: estoy viva. Es un completo enigma.
El sufrimiento no es nuevo. La cuestión versa sobre las causas estructurales de ese padecimiento y de las violencias psiquiátricas que han ejercido contra nosotras en el momento en el que más vulnerables nos encontrábamos
Ahora tengo ante mí años que jamás pensé que tendría que vivir. Veo que me han salido las primeras canas, ¿a mí? Eso significa que continúo respirando, lo compruebo. Observo que ya no tengo cara de bebé drogada a base de psicofármacos, mi apariencia es la de una muchacha todavía jovial que bascula entre el trabajo, la sumisión al Capital, y retozar con sus amantes, a veces con todos a la vez. Escucho que mi voz ha cambiado, está más sosegada; también lo han hecho algunas de mis ideas que tiempo atrás férreamente defendí. Todo sigue hacia adelante. ¡Fijaos! ¡Incluso tenemos presupuestos generales para el 2025!
Pero nuestra sorpresa, la mía también, claro, es que a nosotras nos sentenciaron a muerte, perdonad la insistencia. ¡Nos íbamos a morir! Cuando nos han repetido en innumerables ocasiones que la guadaña nos esperaba o que la supuesta enfermedad que padecíamos, y que no han conseguido demostrar, era la más peligrosa o la que mayor índice de mortalidad tenía, apreciamos el rubro de nuestras mejillas, palpamos la vida que tenemos por delante y, por lo menos a mí, me asalta la duda: entonces, ¿ahora qué?
Supongo que nos toca seguir. Ya habremos preparado la cena de Nochebuena, la comida de Navidad, algunas incluso habrán ido a la misa del Gallo, ni confirmo ni desmiento que yo haya sido una de ellas. Habrá quienes se hayan reunido con amigas y se habrán tomado las doce uvas en la Puerta del Sol, como Mecano, ¡pero más divertido! Otras seguro que han preferido pasarlo a solas, total, es una noche más, ¿no? Sin embargo, siguiendo la tradición, muchas también se habrán juntado con sus familias, ¡ay, la sangre! Y, como el resto de los mortales y como cada año, se ha abierto la veda de los lamentos sobre los comentarios del tío, del cuñado, de la prima o de su novio criptobro (todas sabemos que vota a VOX).
El propio sistema, en su afán de producirnos hasta convertir toda experiencia y realidad en materia de comercio, nos ha desmovilizado y nos conduce a la idea de que todo malestar se soluciona en el plano individual
En esta época no sé si se habrán oído muchos rezos, no sé si Papá Noel habrá tenido muchas cartas, pero quejas ha habido por doquier. Nos inunda la desidia, la desesperanza, el enfado, y al final pasar a la acción se asemeja más a una quimera. Nos enfrentamos a un mundo desactivado. Nada se mueve más allá de nuestra abulia. Por eso quiero haceros una propuesta: transformemos esa rabia, convirtámosla en militancia, en asambleas, en ayuda mutua, en manifestaciones, en concentraciones. Creemos materiales que nos ayuden a pensar otros terrenos que pisar, fanzines, libros, cuadros, música. Nuestro deseo de venganza es un motor político, el más grande quizá, con el que transformar la violenta realidad que nos asedia, tortura y mata.
Parafraseando a Paquita Salas, y adueñándonos un poco de sus palabras, ¡sufrimiento ha habido toda la historia de la humanidad! No es nuevo. La cuestión versa sobre las causas estructurales de ese padecimiento y de las violencias psiquiátricas que han ejercido contra nosotras en el momento en el que más vulnerables nos encontrábamos. A esa rabia ansiamos aferrarnos.
A nuestro alrededor olemos el desaliento generalizado, escuchamos la quietud de este tiempo, sentimos la bajona colectiva. Nos quedamos obcecadas en el llanto, anquilosadas en la dificultad porque, asumámoslo, ¡qué complicado es todo a veces, compañeras! El propio sistema, en su afán de producirnos hasta convertir toda experiencia y realidad en materia de comercio, nos ha desmovilizado y nos conduce a la idea de que toda lamentación, todo malestar, se soluciona en el plano individual, una suerte de deuda insaldable con la vida, en palabras de Alfredo Aracil.
Esgrimía Mark Fisher en su entrada de blog “Antiterapia” que lo conflictivo era la afirmación de que estos problemas pueden ser resueltos por un sujeto que trabaja en sí mismo con la sola asistencia del terapeuta. Mi propuesta, la nuestra, es reunirnos y colectivizar la imaginación, poner sobre el papel otras maneras de hacer frente a esta violencia, actuar juntas.
Recordad que nosotras podemos hacer lo que nos dé la gana porque ya hemos estado muertas. Aunque todavía respirásemos, nos asesinaron. Hemos conocido los infiernos, nos hemos bañado en el fuego del averno, y es posible que alguna haya intimado con el mismísimo Satán. ¡Aquí estamos! Dispuestas a traducir todo ese dolor en acciones políticas. Por lo pronto, una servidora tiene una manifestación pendiente que preparar junto a sus compinches y mañana mismo una asamblea.
Os esperamos, compañeras.