“¿Cuántas mujeres trans asesinadas tenemos que llevar a la justicia internacional para que el Estado hondureño responda?”

“¿Cuántas mujeres trans asesinadas tenemos que llevar a la justicia internacional para que el Estado hondureño responda?”

Nefer Isela Mejía ha sido campesina, habitante de calle, estudiante universitaria, sindicalista en las maquilas y trabajadora sexual. Todo ese bagaje la ha forjado como líder comunitaria, defensora de los derechos humanos y vicepresidenta de la Asociación Feminista Trans de Honduras (AFET). Su primer nombre se corresponde con el esfuerzo faraónico que ha implicado ese camino; el segundo es un homenaje a una defensora de la tierra.

Foto: Sandre Ruiz

22/01/2025

Estamos en un taller de comunicación feminista en el Centro Cultural de España en Tegucigalpa, organizado por la revista Reportar sin miedo. Les participantes, periodistas y comunicadores en medios comunitarios, van a definir qué es la interseccionalidad. La primera en contestar es Nefer Isela Mejía: “Interseccionalidad soy yo”, y ríe con desparpajo para quitarle solemnidad a esa certeza. Finalizada la formación, nos sentamos en la misma sala, encendemos la grabadora y me cuenta de carrerilla su historia, con un tono tan dulce como firme.

“Nefer Isela Mejía es una mujer trans campesina que migró a la ciudad para tener una mejor calidad de vida, portadora de una infección de transmisión sexual que no es el VIH y de tantas situaciones que le atraviesan, como tener dislexia y venir de una familia católica, pobre y disfuncional, como le llamarían en la actualidad. Mamá y papá se separaron cuando yo tenía tres años y mi hermana uno. Quedamos a cargo de mi abuela un tiempo”.

“En Honduras no tenemos una ley de identidad de género que avale que Nefer Mejía existe”

Su transición fue temprana y difícil: “Nuestra familia no lo vio bien. Me corrieron de la casa con 14 años y tuve que irme a trabajar a una glorieta pelando guineos para vender. En la noche iba a la escuela. Había dos opciones: o afrontás tu realidad o te dejás morir”. Una buena amiga, Francis, la acogió un tiempo en una hamaca en el patio trasero de su casa. “Después de dos años de andar en situación de calle, mi abuela me dijo: ‘Venite para la casa, no importa que tus tíos y tu papá te discriminen, vas a vivir conmigo’. Y desde entonces seguí con ella; ya tiene 90 años”.

Mejía pone en valor los conocimientos y habilidades que le sirvieron para sobrevivir en la calle. No solo sobrevivió, sino que logró graduarse del ciclo común y del bachillerato: “Para hacer las prácticas en una empresa, tuve que criar cuatro chanchitos y venderlos; compré con ese dinero los trajes y el pasaje”. También tuvo que volver a cortarse el pelo y fingir que era hombre para conseguir trabajo en una maquila y, poco después, ingresar en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), donde estudió Administración de Empresas.

Por ello, de entrada no sufrió las miradas ni las risas que rodeaba al alumnado visiblemente LGTBIQA+, pero se dejó de nuevo la melena, se presentó como Nefer y empezó a hacer shows artísticos para afirmar la “existencia y la persistencia” de la diversidad sexual y de género. Gracias a sus habilidades sociales, fue aceptada por la comunidad educativa. Pero sus exiguos ingresos en la maquila no le alcanzaban para pagarse la carrera: “Decidí ejercer el trabajo sexual, y mi primeros clientes fueron los propios catedráticos universitarios”, recuerda con ironía.

“El chico con el que inicié mi vida sexual me dijo: ‘Los culeros jamás se gradúan en las universidades’. Me me dije ¿por qué no?, y empecé esa historia titánica”

Se graduó en 2016 y de nuevo tuvo que cortarse la melena para sacarse la foto con el título en el que figuraba su nombre oficial. “En Honduras no tenemos una ley de identidad de género que avale que Nefer Mejía existe”, explica. Esa es una de sus grandes luchas: “Existe una demanda por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que obliga al Estado a crear esa ley de identidad de género, pero hasta el momento no se ha hecho mucho”. A falta de oportunidades laborales como administrativa, ha convertido su gran vocación en su modo de vida: es defensora de los derechos humanos, especialmente de las mujeres y, en concreto, de las lesbianas, trans y bisexuales.

¿De dónde sacaste la perseverancia para terminar los estudios universitarios, pese a la pobreza, la transfobia y hasta la dislexia?

El chico con el que inicié mi vida sexual me dijo: “Los culeros jamás estudian, no se gradúan en las universidades”. Me me dije ¿por qué no?, y empecé esa historia titánica. Recordé esas palabras cuando bajé del estrado el día de la graduación. Me dije que tenía que luchar para defender a mis compas. Muchas veces lloraba porque tenía que recorrer cuatro horas de camino para regresar a casa, porque la universidad estaba en un departamento y mi casa en otro. Llegaba mojada por las lluvias de las tardes y llorando, pero me decía: “Tengo que lograrlo”. Incluso entré en una etapa de depresión, por la que perdí un periodo de clase. Mi abuela siempre estuvo ahí motivándome: “Estudie, sea alguien en la vida”.

¿Tu abuela te llama Nefer y te habla en femenino?

No, pero mostró mucha comprensión, tal vez por su propia historia. Vivió 42 años con su esposo, y él la abandonó para irse con una mujer más joven; vendió la casa y se fue con todo.

Nefer por la faraona. ¿Por qué Isela?

Es una amiga mía, presidenta de un sindicato en el municipio de Tocoa, donde está la UNAH, y donde la mayoría de defensores de la tierra han muerto de forma violenta. Ella ha resistido durante doce años. Cuando yo la conocí fue un match, sentí como si fuerámos la misma persona, pero en diferentes corporalidades, porque ella es cis y yo soy trans, pero hemos atravesado parecidas vivencias.

“Estar en la calle desde muy temprana edad me dio habilidades para poder comunicarme con las personas y que sientan que yo puedo darles soluciones”

¿Cuál es tu vínculo con las defensoras de la tierra en lucha contra los megaproyectos extractivistas?

Participo en una de las subredes regionales de la Red contra la Violencia Antisindical de Honduras. Apoyamos mucho a la Mesa Tierra y Territorio y hemos acompañado casos como el de Miriam [Miranda], que es una defensora garífuna que ha tenido muchos intentos de asesinato por defender el agua. Sabemos quiénes son, personas externas a la comunidad que les están quitando sus tierras, que son una herencia ancestral. Y también tenemos esta conexión con las personas del sur de Choluteca, por ejemplo con Zacate Grande, una vasta extensión de territorio que está en disputa con los gobernantes. Además, tenemos que pelear juntas y juntes, porque el patriarcado no considera que tengamos derecho a trabajar la tierra.

¿Cómo te hiciste líder comunitaria?

Estar en la calle desde muy temprana edad me dio habilidades para poder comunicarme con las personas y que sientan que yo puedo darles soluciones. En 2015, cuando se abrió una base de la Cruz Verde en mi comunidad, empecé a estudiar primeros auxilios y conocimientos básicos de enfermería. La gente vio mi espíritu de servicio y que podía inyectar, poner suero, limpiar una herida. Ya para el 2019, cuando íbamos a entrar a la pandemia de la Covid, me ascendieron a la dirección de la escuela técnica de la Cruz Verde, y ahí soy quien forma a los nuevos socorristas. También me empezaron a incluir en los patronatos para saber qué actividades les gustan a las chicas trans y qué podían hacer para mejorar la comunidad. Eso fue muy bonito.

Te tuviste que cortar el pelo para trabajar en la maquila, pero te visibilizaste en cuanto te contrataron.

Empecé a trabajar en la maquila en 2009, el año del golpe de Estado en Honduras. Ahora es un sector en decadencia, porque las empresas se han ido a trabajar a otros países en los que tienen menos costos. En cuanto pasé los 60 días del periodo de prueba, volví a ser Nefer. En 2011, ya en la universidad, conocí el sindicalismo, me empapé de él y me dije: “Yo soy defensora de derechos humanos y voy a defender a los trabajadores”. Cuando la empresa y el Sindicato de Trabajadores firmaron el primer convenio colectivo, me seleccionaron para formar parte de la comisión de negociación; los trabajadores me apoyaban, reconocían mis conocimientos. Ahí te das cuenta de que el capital es el que manda. Trabajábamos cuatro días a la semana, doce horas al día, una modalidad que no está regulada por el Código del Trabajo de Honduras y que suponía cotizar menos semanas al año. Lo reportamos a la Secretaría de del trabajo, pero la empresa dijo que no podían pagar, pese a ser una transnacional muy famosa, se declaró en quiebra y cerró.

“Llegué a tener un puesto en la secretaría de género del sindicato de la maquila. Poder llevar nuestros problemas como población LGTBIQA+ a una mesa frente a un patrono fue algo bien importante”

¿Había más personas abiertamente LGTBIQA+ en la plantilla?

Sí, éramos dos mujeres trans. También había bastantes mujeres lesbianas y chicos gais. Incluso tenían a sus parejas ahí mismo. Fue muy bonita la convivencia. Llegué a tener un puesto en la secretaría de género del sindicato, y pude ver muchas realidades que atraviesan, por ejemplo, a las mujeres bisexuales, a las que muchas veces tomamos como iguales que las personas hetero. Poder llevar nuestros problemas como población a una mesa frente a un patrono fue algo bien importante.

¿Has sentido que la población cisgénero reconoce tu liderazgo?

Siento que siempre existe cierta envidia o recelo. Les han inculcado que la heteronorma es la que va a mandar. Pero el conocimiento que he adquirido durante los años me ha permitido responder con base y muchas de las personas que me conocen dicen: “Nefer es idónea”. Tenemos una cooperativa de mujeres campesinas donde damos préstamos para que puedan crear sus emprendimientos y ser autosostenibles, no depender de un hombre o de otra persona. Ha sido una iniciativa que hemos hecho entre mujeres, para mujeres.

¿Y cómo llegaste al feminismo?

El Centro de Derechos de Mujeres [CDM] capacita a las mujeres de base sindical en oratoria, vocería, incidencia política y participación ciudadana. Yo me metí en esos procesos porque me gustaba, logré llegar a ser promotora legal y en derechos laborales. De ahí pasé a la red de promotoras legales del país y me di cuenta del arduo trabajo que hacían las feministas. Me dije: ¿por qué no nosotras, las trans, no lo apoyamos? Y empezamos a acuerparnos. A título individual, hay terf que no creen ni en las mujeres trans ni en el transfeminismo, pero también nos hemos encontrado con feminista incluyentes y que dan la casta por nosotras como lo darían por una mujer cisgénero.

“Hemos aprendido del feminismo que no necesitamos cumplir con los cánones de belleza. Una mujer trans puede amanecer despeinada, con bigote, y no pierde su esencia”

¿El feminismo ha cambiado tu vivencia de la feminidad?

Sí. Hemos aprendido del feminismo que no necesitamos cumplir con los cánones de belleza. Una mujer trans puede amanecer despeinada, con bigote, y no pierde su esencia, de la misma manera que existen mujeres cis con altos niveles de testosterona y con bigote. Nos ha costado entenderlo porque tenemos ese concepto de que las mujeres trans tenemos que ser esbeltas, andar superbellas, siempre maquilladas, con esos pelazos…

Esa presión estética choca con la realidad del difícil acceso a tratamientos de reafirmación de género en Honduras.

No tenemos acceso a la salud, mucho menos a una salud integral. Muchas de las lideresas trans que vienen de los años 80 y de los años 90, hoy están pagando una factura muy cara por haberse inyectado aceites, biopolímeros, para tener pechos o nalgas. Esa es una realidad que no se visibiliza.

¿Esas decisiones tienen que ver con el trabajo sexual, con responder al tipo de cuerpo que demandan los clientes?

Sí, porque si no estás como la mujer más bella de la otra esquina, no te van a levantar. En el trabajo sexual nos enseñan a no comer todo un día, para estar supermodelo, pero tenemos que entender que, como mujeres, somos diversas. Existimos diferentes corporalidades.

“Después del golpe de Estado, hubo una masacre de mujeres trans horrible por parte del Estado y pocas son las sobrevivientes”

¿Cuál es la realidad de las trabajadoras sexuales trans?

Hace muchos años se podía observar en las calles a muchas mujeres trans, pero hoy son pocas porque muchas han tenido que emigrar y muchas están muertas. Después del golpe de Estado, hubo una masacre de mujeres trans horrible por parte del Estado y pocas son las sobrevivientes. Cuando se ordenó el toque de queda, nadie podía estar en las calles entre las seis de la tarde y las seis de la mañana, pero muchas mujeres trans no teníamos un hogar. La policía y los militares nos encontraba en las aceras, en los parques, nos golpeaban. Eso era todos los días. Muchas compañeras se vieron forzadas a tener que salir del país por sus propios medios y otras tuvieron que morir.

Una de las segundas fue Vicky Hernández, que se ha convertido en todo un emblema del movimiento LGTBIQA+ a raíz de la sentencia de la Corte Interamericana que mencionabas.

Correcto. Vicky Hernández fue una mujer trabajadora sexual y activista trans de Tegucigalpa a la que asesinaron después del golpe de Estado. Hizo un gran trabajo de visibilización a las mujeres trans. Era Vicky Hernández de día y de noche. Como defensoras de derechos humanos tenemos ese problema: sabemos que van a intentar callarnos o desaparecernos.

La superviviente de ese ataque fue Claudia Spellmant, quien vive en Estados Unidos y sigue apoyándoos desde el exilio.

Sí. Como a ella le atravesó en su momento el sufrimiento que teníamos en las calles, ahora que ya está en una posición que podríamos llamar de privilegio, las donaciones que consigue allá las comparte con las mujeres trans de Honduras. Sabe la situación precaria en la que vivimos: no tenemos hogar, no tenemos un trabajo digno, no tenemos acceso a la salud. Muchas de las mujeres trabajadoras sexuales tenemos cualquier cantidad de enfermedades de base, degenerativas…

“Enfrentamos un doble peligro: están las pandillas que nos van a matar porque tienen ese odio arraigado y está la misma policía, que nos mira vendiendo sustancias y también nos odia”

¿Cómo está actuando el Estado contra el transfeminicidio, más allá del contexto del golpe?

Al Estado creo que no le importan los transfemicidios. No hay ninguna línea de investigación, ni siquiera datos estadísticos desagregados; no le está atravesando esa esa interseccionalidad. Desde los observatorios de la Violencia del CDM y de Cattrachas, que es una organización lésbica, se enciende ese faro de luz, porque aportan los datos con los que podemos ir a una oficina del Gobierno y decir: “Necesito que se investigue esto”.

¿Cómo os afecta a las mujeres trans tanto el crimen organizado como las políticas del Estado contra el narcotráfico? Pienso en la consigna “me protegen la mis amigas, no la policía”.

Muchas veces se guarda silencio sobre la relación de la población LGTBIQ+ con las maras y pandillas. Pero existen datos de que muchas mujeres trans se ven obligadas a trabajar para las maras, transportando droga o vendiéndola en la esquina, y cuando ya no son útiles, las asesinan. Al menos las trabajadoras sexuales trans se libran del impuesto que las maras sí cobran a las cis que trabajan en el comercio sexual, porque ese es su funcionamiento interno. Recordemos también que hay grupos organizados de hombres homófobos que te ven en la calle y te golpean, incluso te asesinan, pero todo queda en el silencio. Estas situaciones nos obligan a migrar. Entonces, enfrentamos un doble peligro: están las pandillas que nos van a matar porque tienen ese odio arraigado y está la misma policía, que nos mira vendiendo sustancias y también nos odia.

¿Qué espera a las mujeres trans en el exilio?, imagino que no siempre se cumple la expectativa de vivir en paz.

En México existen muchos refugios para población LGTBIQ+: tenemos, por ejemplo, la Casa Frida y las casas que dirige Kenya Cuevas [la Casa de las Muñecas Tiresias y la Casa Hogar Paola Buenrostro]. Pero salimos de Honduras hacia estos países sin nada y muchas veces regresamos sin nada, muertas, con ilusiones o sueños rotos, porque no pudimos llegar al país de destino que queríamos o nos tocó vivir más violencias en el camino. Y como no existimos en nuestro país, tampoco existimos en el otro. Es bien complejo.

“Fuimos las que estuvimos ahí cuando los militares nos mataban y muchas también fuimos las que estuvimos pegando un afiche de Xiomara para llevarla a la presidencia, pero sus promesas de campaña han quedado en un sueño”

Ahí de nuevo la importancia de la ley de identidad de género.

Correcto. No es que viene a solucionar todos los problemas, pero nos va a dar la oportunidad de tener un empleo digno y acceso a la salud, porque si tienes un empleo digno estás inscrita en el seguro hondureño y puedes ir a una consulta médica. Si en mi DNI aparece el nombre con el que yo me identifico, puedo ir a aplicar a una empresa como Nefer Isela Mejía. Ahora, cuando voy a un banco y presentó mi DNI, me quedan viendo de una forma rara y me dicen que esa no es mi cédula. También podríamos tener la oportunidad de casarnos o tener hijes si queremos, con quien queramos, porque el matrimonio igualitario es un derecho en Honduras.

¿En qué punto está la ley? ¿Xiomara cumple [eslogan de la presidenta del Gobierno, Xiomara Castro]?

Todavía está en borrador porque no hay voluntad política de este Gobierno al que llaman de refundación y que ha venido a subsanar todas las heridas. Tristemente, fuimos las que estuvimos en las calles después del golpe de Estado, fuimos las que pusimos el pecho para recibir las bombas lacrimógenas, fuimos las que estuvimos ahí cuando los militares nos mataban y, aunque suene irónico, muchas también fuimos las que estuvimos pegando un afiche de ella para llevarla a la presidencia. Hubo muchas promesas de campaña, como la de la ley, y todo ha quedado en un sueño. Ahora viene un nuevo proceso electoral para el 2025 y creo que el pueblo le va a dar un voto de castigo, pero tampoco vamos a solucionar nada si gana la derecha. Hay que buscar a otra persona capacitada.

Participas en capacitaciones sobre diversidad sexual y de género a funcionariado público y judicatura. ¿Qué tal esa experiencia?

Es un trabajo de hormiguitas que hacemos desde la Asociación Feminista Trans. Pero que una persona quiera cambiar está en ella, no en un taller de cinco horas. Sensibilizamos al personal, pero no llegamos a la cúpula que da las órdenes. Nos mandan a los policías que están en la calle, ¿pero dónde queda el jefe de la Policía o el ministro de Seguridad? Porque si yo tengo subordinados y yo hago las cosas bien, lo van a ver. Falta esa voluntad. Como mujeres trans vemos lejos el cambio y las esperanzas se nos están agotando. ¿Cuántas más tienen que morir y cuantas más tenemos que llevar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos para que Honduras tenga que responder?

La artista y escritora canaria Daniasa Curbelo escribió cuando se suicidó la también artista y escritora Roberta Marrero que para las mujeres trans cada día es un triunfo. ¿Cómo convivir con tantas muertes de compañeras y cómo luchar contra ese destino?

Se agradece al ser supremo o al universo despertar cada mañana. Pero salir de tu casa pensando que algún día no vas a regresar te lleva a decir: “¿Qué estoy haciendo para que las compas que están atrás de mí no tengan que pasar por este suspenso?”. Eso motiva a hacer las cosas. Tal vez Nefer no verá una ley de identidad de género en Honduras o tal vez sí, pero estamos sentando las bases para que las que vienen puedan tener derechos.

Con ese panorama, tú siempre das espacio a la risa y al placer.

Sí, me caracterizo por ser una mujer muy abierta, con un lenguaje muy expresivo, y el disfrute del sexo me parece de lo mejor. Al final te vas a morir, y lo que te vas a llevar solo es lo que viviste, esos momentos. Yo incito mucho a las personas a que hagamos las cosas: si quiero comerme un helado me lo compro, porque no sé si va a ser mi último helado. Si queremos bailar o queremos tomar vino, hagámoslo, porque al final la vida es eso y se va a acabar. Vayamos por la vida respetando a todos los seres humanos y a los animalitos, porque coexistimos en este mismo mundo. Vayamos por la vida con este sentir de alegría, de pertenencia, para que el día que nos vayamos de este mundo digan: “Ella vivió, ella disfrutó”.

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