El juez Carretero y el morbo de la jerarquía. Interrogatorios inquisitoriales hoy
Lo que hemos visto en lo que debió haber sido la toma de declaración de Elisa Mouliaá con el juez Carretero es un modus operandi arraigado en una tradición de siglos, que no solo tiene que ver con un proceder arcaico del sector judicial, sino que ancla sus raíces en las peculiaridades de la Suprema Inquisición.
Portada del 'Malleus Maleficarum', el tratado inquisitorial más famoso.
¿Se quitó las bragas? ¿Cuánto tiempo estuvo chupándole las tetas? Palabras que crean discurso legal sobre hechos que no existieron jamás y palabras que tienen más que ver con el deseo sexual de señores poderosos que con la realidad. Este es el modo en que hemos visto que se comporta una buena parte de la judicatura hoy, pero también era el modo de proceder de la Suprema Inquisición española hacia las mujeres acusadas de brujería.
La sexualidad de la mujer acusada por la Inquisición estaba siempre en primer lugar, aunque hubiera sido acusada de algún otro delito que nada tuviera que ver con ello, como la curandería
Cuenta el historiador mexicano Solange Alberro que, aunque improvisada y corrupta, el funcionamiento de la Santa Sede con relación a las mujeres y al control de su deseo ostentaba un alto grado de sofisticación. En lugar de la búsqueda de la bruja, confesión y condena, se escudriñaban las emociones que rodeaban a la persona que había cometido los supuestos delitos, pero sin atender a los delitos en sí mismos. Se sumaba una buena carga de morbo, por cuanto las conductas sexuales fuera de la posible reproducción eran uno de los blancos predilectos. La sexualidad de la mujer acusada por la Inquisición estaba siempre en primer lugar, aunque hubiera sido acusada de algún otro delito que nada tuviera que ver con ello, como la curandería.
El énfasis inquisitorial estaba puesto en la búsqueda de la vergüenza y el arrepentimiento de las reas y no en las consecuencias judiciales de sus actos, que poco importaban, ya que muchas no sobrevivirían al encarcelamiento. En los interrogatorios inquisitoriales, se daba vida a espacios dialécticos en los que la sexualización emanaba merced a la creación de un espacio fuertemente jerarquizado, donde el deseo del opresor terminaba produciendo una narrativa propia de la que la víctima participaba solo como accesorio o elemento secundario del juez.
La Inquisición fue sobre todo una disputa discursiva de la que salieron victoriosos: convencer a las mujeres de sus propios pecados
La profesora de la Universidad de Michigan Ruth Behar argumentó cómo en el mundo hispano la culpa, la vergüenza y la disposición a confesarlo todo era lo que importaba. Al estar el sexo en el centro de la interacción, los interrogatorios se transformaban en un proceso de mutación del deseo en discurso, o, en palabras de Michel Foucault, de “hacer pasar todo lo que tiene que ver con el sexo por el molino interminable del discurso…”.
Que conste en el acta judicial tal o cual palabra, tal o cual sílaba sugerida por el mismo juez durante el interrogatorio es decisivo, ya que, como dijo Jacques Derrida “no hay poder político sin control del archivo”. La Inquisición fue sobre todo una disputa discursiva de la que salieron victoriosos. Convencer a las mujeres de sus propios pecados, con total indiferencia hacia si fueron cometidos o no, y rubricarlos por escrito era el camino propicio para generar un sistema coherente de opresión contra las mujeres que vemos vivos aún hoy.