El mestizaje y la práctica de mirarnos a través de los ojos de la blanquitud

El mestizaje y la práctica de mirarnos a través de los ojos de la blanquitud

Ser mestiza es la categoría que nos autoimponemos para preservar la narrativa hegemónica, y aceptar sin cuestionamientos el trauma de la colonización y su impacto en la mirada que tenemos de nosotras mismas.

Cuadro de Francisca Pizarro, considerada "la primera mestiza". / Foto: FB Casamagna Galería

15/01/2025

Migré desde Perú junto con mis dos apellidos españoles que de nada me sirven para dejar de ser leída como la diversidad. Las cholas, las sudacas, las panchitas, las Machu Picchu también tenemos apellidos españoles, aunque eso solo sirva para romantizar el mestizaje cada 12 de octubre.

Es muy probable que estos apellidos españoles le hayan sido impuestos a mis abuelos campesinos por sus patrones, por lo que nunca sabré sus propias formas de nombrarse, ni su versión de los sucesos que nos construyeron como nación. Siempre hará falta esa parte que perdimos por no haberles reconocido su derecho a narrarse dentro de nuestra historia.

A ese proceso violento de silenciamiento y borrado cultural le llaman mestizaje. En Perú, más de la mitad nos autoidentificamos como mestizos, como lo indica el último censo nacional realizado en 2017. Pero ¿cuál es el relato detrás del mestizaje al que hacemos referencia?

En mi país, el mestizaje es una suerte de premio consuelo. Una idea a la que nos aferramos para convencernos de que algo de blanco europeo tenemos, y que en nuestro pasado no solo hay tribus salvajes. Queremos pensar que, de alguna manera, descendemos de Europa; y que, aunque en menor medida, también somos parte de esta cultura dominante.

El mestizaje del que hablamos entonces necesita de la existencia de un europeo para ser reconocido como tal. No es mestizaje que mi abuelo huanca se casara con mi abuela cajarmaquina. Ni se les llama mestizos a los blancos españoles que descubren un porcentaje significativo originario del norte de África en sus test de raíces étnicas.

Ser mestiza es la categoría que nos autoimponemos para preservar la narrativa hegemónica, y aceptar sin cuestionamientos el trauma de la colonización y su impacto en la mirada que tenemos de nosotras mismas. Nuestra mirada es todavía colonial, por eso nos legitimamos a través de las migajas de blanquitud que alcanzamos a heredar, como nuestros apellidos. Aunque estos no sirvan de nada cuando migras al Reino de España, y tu cara es suficiente para leerte como sudaca. Ni mestiza, ni peruana. Es ahí cuando, por fin, entendemos que el mestizaje nos debe información sobre quiénes realmente somos.

Es una resistencia nombrar nuestros pueblos originarios y habitar estos cuerpos marrones

El mestizaje como resultado del encuentro del indio y el europeo es un relato vacío que no sirve para reivindicar la experiencia de habitar nuestros territorios, ni a través de nosotros mismos ni de nuestra ancestralidad. No nos dice nada de ese indio que pudo haber sido quechua, o aymara, o mapuche, o nahua, o shipibo. Porque no importa. Esta ha sido- y sigue siendo- la estrategia de occidente para excluirnos de la historia de la humanidad, para que nuestras identidades se pierdan en una categoría uniformizada que nos descontextualiza y que nos mantiene en una lucha interminable para ser aceptados por ser lo que no somos y nunca podremos ser.

Personificamos al sur, al territorio colonizado, al vencido, al despojado, lo incivilizado, lo atrasado. En esta narrativa, ese es el único lugar que nos corresponde y nos han convencido de ello. De nuestra lealtad a este relato, depende el poder simbólico que ejerce occidente sobre nosotros. Por eso, es una resistencia nombrar nuestros pueblos originarios y habitar estos cuerpos marrones, con la consciencia de que a través de ellos, su sabiduría se mantiene viva. Recuperar el poder de nombrarnos y de imaginarnos desde otro lugar en la historia.

Descubrir quiénes somos fuera de esas categorías totalizadoras es una práctica reparativa, es reconstruir la imagen que tenemos de nosotras mismas, y el primer paso para descolonizar nuestras propias formas de existir en este mundo. Por lo pronto, yo, desde que dejé mi país, no soy más esa mestiza. Soy, sobre todo, descendiente de la unión de peruanos con peruanas, del mar Pacífico y la sierra andina. Más sudaca y cada vez menos latina.

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