Emilia Pérez y los imaginarios de poder

Emilia Pérez y los imaginarios de poder

Las narrativas que presenta el largometraje de Jacques Audiard se convierten en mercancías que no cuestionan ni desestabilizan las estructuras que perpetúan las desigualdades. Al contrario, las refuerzan y reproducen.

El narcotraficante Manitas, interpretado por Karla Sofía Gascón, en un fotograma de 'Emilia Pérez'

22/01/2025

A estas alturas, Emilia Pérez parece ser una de las películas más controvertidas del año y una de las posibles ganadoras del Oscar. Si llegas de nuevas a esto, déjame que te cuente que la trama. Esta película sigue la historia de Manitas, un narcotraficante mexicano que finge su muerte para transicionar y convertirse en Emilia, mientras trata de redimir su pasado implicado en desapariciones forzadas mediante una oenegé financiada con dinero del narcotráfico.

A la fetichización completamente insensible del escenario donde transcurre todo se le añaden señalamientos de racismo y colorismo, clasismo, sexismo y transfobia

Emilia Pérez es una película construida sobre sesgos pre-existentes en las cabezas de quienes la han producido y formado parte de ella, y que nadie ha puesto en duda hasta que la obra se ha estrenado en plataformas de streaming y cines. A la fetichización completamente insensible del escenario donde transcurre todo y del que ya han escrito compañeras como Mikaelah Drullard se le añaden señalamientos de racismo, colorismo y clasismo que se han tratado en otros artículos como el de Wanda Pacheco, entre otros de transfobia y sexismo.

De esto último, Paul B. Preciado, en el artículo que escribió hace unos días sobre cómo la cuestión trans queda retratada en el film, argumenta que Emilia Pérez perpetúa una visión psicopatológica de la transición de género denotada por un imaginario que nadie se quiso cuestionar.

Y es que Manitas/Emilia pasa de ser un narcotraficante macho violento que hace lo necesario (sea hacer desaparecer o asesinar a personas) para lograr lo que desea a convertirse, por arte de magia (y hormonas junto a algunas operaciones de por medio) en una mujer de piel notablemente más clara sensibilizada con la causa de las desapariciones forzadas que es emocional, vulnerable y afectuosa con sus personas cercanas.

Además, no solo es que la transición se plantee como una puerta giratoria que cambia radicalmente a la persona, sino que este cambio sólo se plantea en apariencia: Emilia es una mujer que “no termina de serlo del todo”. Lo que se nos hace ver cuando su hijo le dice en una escena que se plantea como tierna que “huele a hombre” o que cuando ella se altera o estresa le sale su “verdadero yo”, con una voz más grave y unas formas más violentas hacia quienes la rodean.

La cuestión no es solo si hay representación, sino qué tipo de representación estamos consumiendo y qué consecuencias puede tener esa representación en el mundo real

Alguna de las voces defensoras de la película tratan de poner el foco diciendo que, independientemente de si es buena mala o neutral, es una representación y debemos tomarlo con esta perspectiva. El problema de ese argumento es que se da por sentado que una representación en una obra de ficción no tiene implicación alguna en la vida real. Que si la película representa la realidad mexicana o a las mujeres trans mal, se queda ahí y punto. La cosa es que lo que se narra en esta película, como en el resto, tiene implicaciones en la vida real. En nuestras vidas.

Las representaciones no son neutras; están cargadas de ideologías, valores y normas que moldean la manera en que el mundo nos mira mientras le devolvemos la mirada. Las representaciones no son inocentes, son parte de un sistema que perpetúa o desafía las estructuras de poder que organizan nuestra realidad. Como el pinkwashing sionista implícito en la elección de que el único cirujano que acepta las condiciones de reasignación sexual exprés de Emilia Pérez sea de Tel Aviv y estas operaciones que representan la transición de la protagonista hacia su “nuevo yo” se hagan en Israel. Por eso, la cuestión no es solo si hay representación, sino qué tipo de representación estamos consumiendo y qué consecuencias puede tener esa representación en el mundo real.

En el caso de Emilia Pérez, el punto principal es que toda la representación que se nos muestra en la película ya no es que sea ficcionalizada sino que está directamente inventada, creada y establecida a través de lo que he pasado a denominar como imaginarios del poder. El relato de la película se crea desde una cosmovisión diseñada específicamente para ajustarse a los intereses del sistema dominante, buscando reflejar y reforzar sus valores, ideologías y estructuras de poder.

A Hollywood, como instrumento propagandístico del sistema, siempre le ha gustado hacer historias sobre personas subalternas y narrativas marginales

Con ese concepto afirmo que la incapacidad por parte de las personas partícipes de forma activa en la producción de cuestionar si lo que estaban haciendo era correcto o incorrecto no deviene de la ignorancia. Y es que, a estas alturas, es imposible no reconocer la existencia de películas que abordan la cuestión trans o el tema del narcotráfico de maneras mucho más complejas y sensibles que Emilia Pérez, incluso si, como muchas de estas otras obras, siguen operando dentro de imaginarios cisgénero o racistas. Nuevamente lo que falla aquí no es solo la falta de representación adecuada, sino las motivaciones detrás del por qué se ha dado esta representatividad.

Lo que quiero señalar con todo esto es que Emilia Pérez se siente una película burda con una narrativa demasiado forzada que sólo se ha podido hacer desde lo que algunas personas denominan privilegio. Sin embargo, yo creo que esa crítica se queda bastante corta porque se centra en la identidad de los individuos, como que el director es un hombre cisgénero francés o que ninguna de las actrices protagonistas es mexicana, y no en lo que hacen, en las cosas que hacen y producen, que son lo que hace daño aquí. Dicho de otra forma, el problema no está en lo que esas personas son, sino en cómo, desde sus posiciones de poder y siendo conscientes en mayor o menor medida de éste han creado una representación que, lejos de desafiar las dinámicas sociales dominantes, las refuerza.

A Hollywood, como instrumento propagandístico del sistema, siempre le ha gustado hacer historias sobre personas subalternas y narrativas marginales. Las películas ganadoras año tras año tienden así a performar ideologías progresistas o radicales. En el caso de Emilia Pérez, el relato de la película la trata de posicionar con un discurso pro-trans, buenista y progresista, pero al ser todo tan forzado por ese articulamiento tan explícito desde los imaginarios de poder, nos deja entrever sus verdaderas intenciones. Y es que no es una película para el consumo de la población, ni para ofrecer una representación genuina que conecte con las personas, sino que se presenta como una obra creada con el objetivo explícito de instrumentalizar una narrativa que responda a los intereses de los imaginarios de poder en los que la misma se inscribe. Es esto lo que explica que Emilia Pérez fuese la película más exitosa en la gala de los Globos de Oro se prevea su  triunfo en la noche de los Óscar, el próximo 5 de marzo.

Lo que nos está diciendo el giro a la ultraderecha es que lo woke ya no vende. La única forma de colar una narrativa progresista es comprando retórica transfóobica, racista, xenofóbica y capitalista en el pack

De esta forma, Emilia Pérez marca un paradigma que ya existía previamente, pero que tal vez nunca se había mostrado de una manera tan exagerada ni tan evidente. Esta película, más que representar o empoderar a las comunidades que dice defender, instrumentaliza ciertas temáticas como una herramienta para alinearse con las tendencias progresistas de moda. Pero en este caso, además, se nos muestra de forma evidente el giro de lo aceptable que se lleva viniendo dado desde hace varios años.

Emilia Pérez, pese a su insistencia en ser una película progresista, se encaja en unas políticas regresivas que la inscriben dentro de la nueva ventana de Overton. Lo que nos está diciendo el giro a la ultraderecha que vemos tanto dentro de la internet como fuera de ella es que lo woke ya no vende. La única forma de colar una narrativa progresista en estos tiempos casi que solo es comprando retórica transfóbica, racista, xenofóbica y capitalista para que vaya con ella en pack.

La fetichización que tiene Hollywood hacia las subalternas sólo sirve para que unas personas se enriquezcan a nuestra costa y a la de nuestras historias mientras siguen haciendo girar la rueda del sistema. En este sentido, las narrativas como las que intenta presentar Emilia Pérez se convierten en mercancías que no cuestionan ni desestabilizan las estructuras de poder que perpetúan las desigualdades. Al contrario, refuerzan y reproducen las dinámicas de poder que dominan el mundo.

Narraciones como la de Las malas, de Camila Sosa, o La mala costumbre, de Alana Portero nos demuestran que otros relatos son posibles.

La pregunta que nos toca hacer ahora es qué podemos hacer respecto a todo esto. Podría plantear esta crítica pidiendo que salgan más y mejores obras que nos representen de cara a Hollywood, pero eso no solucionaría nada más allá de tener más representatividad, la cual siempre está bien pero se queda corta a la hora de lograr un cambio transformativo en las dinámicas que rigen nuestra sociedad.

Quizá el problema está ahí. Quizá no tenemos por qué hacerle el juego a Emilia Pérez ni al resto de películas que la vayan a seguir. Hay vida más allá de lo mainstream, más allá de Hollywood y su canibalismo hacia nosotras. Nuestras historias, nuestras vidas y nuestras luchas no tienen que ser recicladas en los mismos marcos que el sistema nos ofrece, ni quedar atrapadas en sus narrativas vacías.

Es hora de repolitizar nuestras vidas, de reconfigurar nuestras historias desde nuestros propios términos y sin la necesidad de validación de los imaginarios de poder que nos siguen subyugando. No se trata solo de contar nuestras historias desde una humanización que diste de ser buenista, acomodada y fácilmente mercantilizable, sino de cuestionar las formas en las que estas son contadas, de liberarlas de los moldes del mercado y del control ideológico.

Narraciones como la de Las malas, de Camila Sosa, o La mala costumbre, de Alana Portero nos demuestran que otros relatos son posibles. Y todavía nos queda mucho por hacer: dar altavoz a nuevas voces o (re)descubrir autoras cuyas historias han sido ocultadas por los imaginarios de poder son pasitos pequeños que, en realidad, significan mucho.

Repoliticemos nuestras narrativas, porque nuestras vidas merecen ser vividas y contadas más allá de los límites que el sistema nos impone.

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

Download PDF

Título

Ir a Arriba