Françoise Vergès, la imposibilidad de la descolonización
La politóloga antirracista acaba de publicar 'Programa de desorden absoluto, descolonizar el museo', tarea que vislumbra casi imposible en el capitalismo racial actual.
Françoise Vergès en una conferencia en 2018. / Foto: Adam Berry (Flickr)
Politóloga, activista feminista antirracista, directora del programa del centro cultural Maison des civilisations et de l’unité réunionnaise (Casa de las civilizaciones y la unidad de la Reunión) y presidenta del Comité pour la mémoire et l’histoire de l’esclavage (Comité para la memoria y la historia de la esclavitud), así como autora de varios libros, Françoise Vergès siempre ha estado involucrada en proyectos de investigación, análisis y producción artística. Acaba de publicar Programa de desorden absoluto, descolonizar el museo (Akal), donde esboza la imposibilidad, en el modelo económico capitalista, de descolonizar las instituciones culturales y devolver la justicia y dignidad a poblaciones desposeídas de ellas.
Nacida en la isla de La Reunión (colonia francesa) hija de militantes feministas y anticolonialistas, desde niña fue consciente de las servidumbres sociales, políticas y culturales de los cuerpos y territorios de considerados de ultramar por la metrópoli francesa. “Sus escritos son imprescindibles, la cito en mis conversaciones y la recojo en mis pinturas”, dice la artista peruana Sandra Gamarra, responsable de convertir al Pabellón Español en la 60º Bienal de Venecia 2024 en una ‘Pinacoteca Migrante’: “Le invitamos a escribir un texto que acompañó la sala Tierra Virgen [un espacio dentro del pabellón de la Bienal] donde revela, a través de la historia colonial en Islas Mauricio y Reunión, cómo la pulsión occidental de descubrir, clasificar y conservar va acompañada de expoliación y destrucción, y cómo el museo ha sido un catalizador de todas estas tensiones”, explica. Agustín Pérez Rubio, comisario del proyecto, añade: “Hoy no se puede pensar en procesos sobre decolonialidad sin tener en cuenta sus reflexiones desde el arte, la política, los procesos culturales y la academia”.
“Las comunidades también se enfrentan a una economía extractiva de sus ideas y saberes”
En su libro habla del “post-museo”, como un modo de superar el “museo universal” de poso colonial ¿Hay alguna institución que lo encarne hoy, o solo prácticas de profesionales como usted?
Muchas prácticas experimentan otras formas de conservación y transmisión en el sur global y en comunidades racializadas o precarias del norte, y reflexiones que evitan reproducir el modelo de museo occidental imitado en todo el mundo. Las comunidades también se enfrentan a una economía extractiva de sus ideas y saberes frente a la velocidad con que desaparecen las historias y los conocimientos, la mercantilización extrema del capitalismo racial y el desastre climático. Hay una fuerte tensión entre el deseo de crear otras formas de museo, y la codicia consumista y extractivista del capitalismo racial neoliberal. Imaginar una institución significa pensar su arquitectura, autonomía, funcionamiento financiero y administrativo: ¿Quién trabaja allí? ¿Cómo se eligen? ¿Cómo se hace su colección, por quién, para quién y por qué? ¿Qué prácticas evitan contaminar? Un post-museo no puede existir en una sociedad aún dominada por el racismo y la búsqueda del beneficio. “Museo” etimológicamente viene del griego “mouseîon”, “templo de las musas” o “musa”, la diosa que preside las artes. Pero podemos imaginar liberar a esas musas del museo occidental que las ha encerrado.
“La cultura siempre ha sido blanco de reacciones y autoritarismos, basta pensar en cómo los artistas solidarios con el pueblo palestino son censurados”
También explica el fracaso de su “anti-museo” en Reunión. ¿Qué consejo daría a gestores culturales que se enfrentan a experiencias similares?
Un proyecto de tal magnitud es imposible hoy. Vivimos una contrarrevolución global conservadora, reaccionaria, fascista, etnonacionalista y racista, Milei, Meloni, Trump, Modi, su forma y objetivos pueden variar de un país a otro pero sirve los intereses de una oligarquía y del capitalismo racial. Su brutalidad revela su pánico, y acompaña la creación acelerada de un planeta irrespirable e inhabitable. Por eso, necesitamos imaginar estructuras flexibles, ligeras, autónomas, a veces clandestinas. La cultura siempre ha sido blanco de reacciones y autoritarismos, basta pensar en cómo los artistas solidarios con el pueblo palestino son censurados, reprimidos y criminalizados por instituciones occidentales. En este contexto, mi consejo es el de siempre en momentos así: solidaridad y organizarse en consecuencia.
El artwashing es una práctica común en muchos museos ligados a multinacionales con fuerte huella extractiva y de derechos humanos. ¿Basta con denunciarlo públicamente, o debería regularse?
Consagrar en la ley la oposición al artwashing da al Estado, la policía y los tribunales un poder que podría usar contra los artistas. El capitalismo extractivo siempre se apropia de ideas, creaciones (incluso radicales) tras pacificarlas. Las multinacionales han comprendido que el arte puede darles una fachada respetable y humanista. Depende de los artistas negarse a ser fuente de extracción y que sus creaciones sean mercancías para especular. Participan para que sus obras se vean y porque tienen que ganarse la vida, es comprensible, pero las fundaciones de las multinacionales eluden pagar impuestos, el arte les ofrece a los líderes empresariales ventajas fiscales, reputación cultural y apertura. Mientras tanto, las escuelas de arte carecen de recursos, solo ciertos artistas gozan de libertad de movimientos, acceso a visas y financiación. El artwashing se basa en todo esto, en organizar la precariedad de los artistas por parte de quienes luego les abren las puertas de su fundación. Vivimos en una economía capitalista financiarizada, el arte no es una excepción. Su privatización se acelera, invertir en él atrae a los multimillonarios.
Algunas instituciones culturales a menudo desafían el colonialismo o el patriarcado, sin cuestionar el modelo económico. ¿Instrumentalizan así esas luchas emancipadoras?
Los desafían hasta cierto punto. He visitado diversos museos sobre esclavitud, muchos abogan por un moralismo inofensivo, denuncian formas modernas de esclavitud, el racismo, los abusos, pero no van a incitar a desmantelar el capitalismo, ni hacen pensar, como dice Saidiya Hartmann, en el más allá de la esclavitud: leyes antiinmigrantes, muertes prematuras causadas por el racismo y el capitalismo extractivo. Algunos tienen programas educativos que ayudan a comprender el alcance de siglos de esclavitud colonial y ofrecen un museo activo. Hay una pacificación de esas luchas emancipadoras, la protesta entra en la institución como “objeto de arte”, no como una llamada a la insurrección. Es la política de “todo cambia para que nada cambie”. No van a dispararse en el pie, quieren preservarse. Occidente se dio cuenta que puede hacer exposiciones, conferencias y mesas redondas sobre el desastre climático, el descolonialismo, las feministas negras, las luchas de los pueblos indígenas, etcétera, sin ponerse en peligro. ¿Debemos participar? Conviene estudiar cada caso: ¿seré absorbido o contribuiré a concienciar? Vivimos en un mundo de instituciones privadas y públicas, algunas conservadoras, otras sinceramente abiertas a cuestionar y debatir. El trabajo crítico realizado durante décadas por feministas, gais, pueblos indígenas, artistas, académicos, sobre la mirada, las representaciones, la supremacía blanca, el patriarcado, el etnocentrismo, el eurocentrismo, la colonización, allanó el camino a décadas de curaduría, instituciones y carreras. ¡Deberíamos cobrar regalías! Pero también podemos seguir adelante: ¡es hora de inventar algo más en el siglo XXI!
¿Serán las nuevas generaciones de artistas, curadoras y gestores quienes promuevan ese cambio, gracias a legados como el suyo, y de muches otres?
Algunos equipos tratan de cambiar el enfoque, contextualizar las colecciones, sus orígenes, involucrar a comunidades. Es muy respetable, ¡ya era hora! La siguiente pregunta es ¿benefician también a las personas invisibles sin quienes la institución no funciona: limpiadoras, guardias, quienes cocinan, profesiones precarias y sobreexplotadas? Puedo diseñar una exposición políticamente radical sin preocuparme por todas las “manitas” necesarias para el funcionamiento de una sociedad patriarcal, racista y clasista. El cambio no solo se muestra en las paredes, es el “paquete completo”: procesos de contratación, de toma de decisiones, capacitación, cuestiones ambientales. De 320 lugares culturales, históricos y arqueológicos palestinos, 207 han sido dañados o reducidos a ruinas por bombardeos israelíes, y decenas de artistas asesinados. Los directores de todos los principales museos de Israel pidieron al ICOM [la rama de la UNESCO que se ocupa de los museos] que condenara las actividades de Hamás como un atroz asesinato, violación, tortura y detención de civiles indefensos, sin decir palabra de las instituciones palestinas. La respuesta del ICOM fue muy general y reafirmó su compromiso con los principios de paz, comprensión y unidad mediante la preservación y protección del patrimonio cultural. La UNESCO fue más receptiva con Ucrania, su condena a la invasión rusa fue firme, sus museos se beneficiaron inmediatamente de medidas urgentes de reparación, protección y digitalización. Los artistas palestinos no pueden abandonar Gaza, niños, mujeres y hombres están condenados a muerte por Israel que cuenta con apoyo occidental. En Sudán, importantes museos han sido saqueados y sus obras vendidas clandestinamente. Este es nuestro presente.
Si pudiera dar instrucciones a responsables de instituciones y políticas culturales para descolonizar, despatriarcalizar y desmercantilizar, ¿cuáles serían?
La descolonización es una práctica, un proceso. Sugeriría cuestionar nuestra propia colonialidad. En Discurso sobre el colonialismo, Aimé Césaire escribe que un país no coloniza impunemente, hay un “efecto retorno” de la esclavitud y colonización, es decir, la sociedad colonizadora no puede escapar a lo que ocurre en la colonia, la ideología de las leyes racistas, la normalización del despojo no se queda allí, vuelve y contamina el pensamiento, las artes, la justicia. Las instituciones culturales no escapan al “efecto feedback“, les corresponde a ellas y a quienes trabajan en ellas, descolonizarse, dejar de ser occidentales.
“Me opongo al feminismo carcelario punitivo, es reflejo de la creencia en la misión civilizadora occidental”
En su libro aborda el efecto desmovilizador de la filantropía.
La filantropía, parafraseando a la teórica negra Ruth Wilson Gilmore, es el reciclaje de dinero robado. Los millonarios y filántropos provienen del capital acumulado gracias a la economía capitalista. Se necesita mucho capital para ser filántropo, su acumulación en nuestro mundo neoliberal no es inocente. ¿Qué hacer con ese dinero? Hay situaciones en las que está justificado aceptar el apoyo de fundaciones, particularmente cuando el Estado se retira, pero siempre hay que preguntarse de dónde viene: ¿de traficantes de armas?, ¿de corporaciones responsables de la destrucción del medio ambiente y de guerras?, entonces, ¿puede realmente servir a la transformación social y ambiental?, ¿puedo aceptar dinero de Total, British Petroleum o del traficante de armas Lockheed sin que plantee cuestiones éticas? Las corporaciones se están lavando las manos al crear sus fundaciones filantrópicas, ¿debo ayudarlas?
¿Cómo ve el punitivismo en el feminismo blanco actual?
Me opongo al feminismo carcelario punitivo, es reflejo de la creencia en la misión civilizadora occidental y del respeto que tienen algunas feministas por el orden burgués represivo que protege la propiedad privada. Llaman a proteger a las mujeres, a personas trans, homosexuales, trabajadoras sexuales o de fábricas, a instituciones que perpetúan la violencia –Estado, policía, tribunales–, es decir, a las mismas instituciones que organizan la violencia y protegen el capitalismo racial. En Francia, ese feminismo, de izquierdas o derechas, presiona para que se voten leyes represivas sobre el consentimiento, la violencia machista y sexual, imitando a España. Como si la prisión garantizara una vida pacífica y no hubiera sido siempre racista, sexista y clasista. Castigar y disciplinar es a lo que aspiran esas feministas cómplices del orden patriarcal racista que pretende “proteger a las mujeres”. Un mundo sin patriarcado, sin capitalismo y descolonizado sería donde finalmente viviríamos con dignidad, libertad y los conflictos no se resolverían por la fuerza.