“He temblado muchas veces al escribir Atusparia”
La escritora Gabriela Wiener ofrece en su nueva novela un retrato de algunas luchas políticas de la historia de Perú y, por extensión, de América Latina. “En este libro la traición amorosa es casi indistinguible de la traición política”, afirma.
La escritora Gabriela Wiener. / Foto: María Ródenas
Aparece con firmeza. La sala de las flores de La Sinsorga está llena a la espera de su llegada. Antes de arrancar con la presentación de Atusparia en Bilbao y tras hacer una entrevista para la radio, la toman unas fotografías para un periódico. La publicación de Atusparia (Random House, 2024), la nueva novela de Gabriela Wiener, ha despertado interés, tanto en las lectoras como en los medios, y ha cosechado aplausos.
Melena suelta, larga y lisa, viste de negro, a juego con su pelo. Responde con aplomo a todo lo que tiene que ver con su nuevo libro, el menos autobiográfico, dice, aunque ha prestado su escuela de la infancia a la protagonista. “La clave de lo personal es político aquí tiene otra dimensión. Los contenciosos íntimos tienen la potencia de demoler espacios, comunidades, colectivos, militancias, sueños, ideales, hasta a un país”, comparte. Y aunque en Atusparia hay lawfare también aparece el bollodrama, un poco de distopía y mucho de historia. Esta entrevista está realizada en tres tiempos: es parte de la presentación de Bilbao, en diciembre, es un poco de la conversación posterior, más privada, y de un intercambio de mails, en fechas navideñas. Pese a la firmeza, Wiener repasa los matices y repiensa sus respuestas.
Atusparia es un nombre bastante provocador, que genera curiosidad. Atusparia era un líder revolucionario indígena del siglo XIX de lo que es actualmente Perú, también era un colegio y ahora ya es más cosas: una novela y un personaje. ¿Quién es Atusparia?
Atusparia es el nombre de un líder indigenista y el nombre de una escuela de Lima que funcionó en los años 80 y que rendía tributo a Pedro Pablo Atusparia. Es la escuela donde yo estudié hasta que cayó el muro de Berlín y que le he prestado a mi personaje. Siempre quise escribir sobre esa escuela porque era muy particular: fundada por personas que habían estudiado en la URSS y subvencionada por el Sindicato de Pescadores rusos que iban merodeando por las aguas del Pacífico, trataba de fusionar lo soviético ruso con lo indigenista peruano. Era otro mundo, había dos bandos, no solo uno como desde que venció el capitalismo. En esa escuela estudia esta niña, que no es un trasunto mío. Este es quizá mi libro menos autobiográfico. De hecho, esa niña no tiene nombre ni habla tanto de sí misma, sino que habla de su colegio y de su ideología: allí no se propugnaba la dictadura del proletariado sino del campesinado, leen a José Carlos Mariategui, el marxista más importante de Latinoamérica, y literatura indigenista como la de José María Arguedas o Manuel Scorza. Atusparia es también el nombre con el que se renombra la protagonista de esta historia cuando empieza a militar y a hacer política. La novela sigue el periplo de esta mujer de izquierda, desde su formación en esa escuela hasta que acaba en una cárcel por tratar de convertirse en la candidata del pueblo.
Hay un personaje fascinante que demuestra lo importante que son el colegio y las profesoras de la infancia.
Una profesora lesbiana, además. Asunción Grass representa el contrapoder, el reverso tenebroso y revolucionario de Autusparia, es su némesis y es su maestra. Es su profesora de Literatura, la que le enseña a leer los clásicos indigenistas. Es más que una maestra porque también la materna. La escuela, en general, materna a Atusparia porque ella tiene una familia disfuncional, es una de las pocas niñas del colegio que no ha nacido en un hogar politizado. Ante su desamparo, la escuela y Asunción se han vuelto sus tutoras principales. Pero cuando cae el muro y en esa escuela empiezan a enseñar inglés y los ideales revolucionarios se van por el mar del Pacífico, a ella le cae además la adolescencia, que es como decir que tiene su propia perestroika, una deriva que la aleja de los ideales revolucionarios de su infancia. Es la manera que en el libro representa la llegada del capitalismo a la vida de Atusparia. La acción se desplaza al barrio, a este lugar conocido como la Resi, que es como una urba muy parecida a las ciudades abandonadas por el comunismo, terrorífica, fantasmas, posapocalíptica. Allí se entrega al consumismo salvaje, se vuelca a consumir cuerpos, sexo, drogas, descubre el deseo, el amor romántico y la maldad. Se reencuentra con Asunción mucho después, en Puno, una ciudad al sur de Perú, en plena revuelta social, se vuelven camaradas. Y se enamoran, no solo de la revolución. Llegará un momento en que la política las separará y, aunque distintos, serán en ambos casos caminos sin retorno: Asunción tomará el de la clandestinidad y la lucha armada y Atusparia el de la democracia liberal. Para ella, aceptar jugar el juego de la democracia con sus propias reglas significará persecución, lawfare y cárcel. De alguna manera la novela se posiciona fuera del tablero en donde se da la disputa de las dos protagonistas y desde ese lugar queda claro que mientras sigan dentro del ajedrez del sistema ninguna va a lograr sus objetivos.
“Hay bollodramas que han socavado luchas”
“Una política de izquierda víctima de lawfare se encuentra prisionera en una cárcel de alta seguridad en las entrañas de la selva amazónica”. Esa es la primera frase de la contraportada. Sin desmontar mucho el libro, no solo hay lawfare también hay un poquito de bollodrama, ¿no?
Es un bollodrama que solo vive una de las partes, que eso también suele pasar. Para mí fue muy interesante trabajar el duelo de Asunción en términos políticos, me salió muy natural, fluyó como un vómito oscuro. Traduje casi todas las referencias del desamor al lenguaje político. Es claramente un intento de traducción del discurso del amor romántico al amor revolucionario traicionado, golpeado y dolido. Desde esa herida política habla Asunción, por eso digo que es casi indistinguible la traición amorosa de la traición política en este libro. Creo que es la voz literariamente más segura del libro. He temblado muchas veces al escribir este libro, pero en esa parte no, tenía demasiado claro lo que quería decir. La clave de lo personal es político aquí tiene otra dimensión. Quería hablar de cuando lo personal destroza algo más poderoso que el propio amor, algo que está más allá e involucra a más personas. Cómo los contenciosos íntimos tienen la potencia de demoler espacios, comunidades, colectivos, militancias, sueños, ideales, hasta a un país. Realmente lo que pasa entre ellas pone en jaque a un país. De esas penas y de esos duelos todas sabemos que no se vuelve. Sabemos que, a causa de amores rotos, deseos y amistades echadas a perder, colectivos revueltos, se han partido movimientos, se han truncado horizontes transformadores. Bollodramas que han socavado luchas. Toda esa carga personal que dio identidad a los feminismos antirracistas también nos hizo más vulnerables. Y los enemigos saben a dónde hay que apuntar para desactivarnos, es facilísimo, se lo pusimos en bandeja. Entonces, qué poco político también puede ser lo personal. En la novela por supuesto que también hay otras perspectivas. Los intentos por desactivar lo transformador, lo que cuestiona las estructuras, pueden venir de dentro, de nuestros impulsos autodestructivos, y de fuera, a través de estrategias como el lawfare o la criminalización de la protesta.
“Ahora mismo mi país, que no le importa a nadie, está siendo gobernado por una dictadora que tiene cuatro por ciento de aprobación”
¿Por qué surge este libro? Por la necesidad de hablar de Perú después de tu anterior novela, Huaco retrato, o por todo lo que ha pasado en Perú hace un par de años, como la violencia contra el pueblo indígena en Puno y que cubriste como reportera.
Huaco retrato está contada desde aquí, desde una identidad migrante. Más allá del Perú, había una historia de identidades rotas, perdidas, borradas, que va más allá de una identidad peruana o latinoamericana. En Atusparia hay algo más de historia del Perú, pero en la medida en que esa experiencia me permite hablar de una serie de luchas más amplias o que convocan a nivel continental, luchas internacionalistas, antiimperialistas. Por ejemplo, las luchas de las izquierdas latinoamericanas en los 60 y 70, cuando tuvieron que enfrentar dictaduras asesinas, cuando éramos el patio trasero de Estados Unidos, aunque aún lo seamos en muchos sentidos, pero también las democracias fake de los 90. Quería hacer memoria de esa solidaridad entre pueblos hermanos y memoria del movimiento indígena, que va desde las luchas anticoloniales, desde los levantamientos de Túpac Amaru o Atusparia, Micaela Bastidas y Rita Puma, pasando por las luchas por la reforma agraria y las revoluciones campesinas contra las multinacionales extractivistas hasta la resistencia zapatista, mapuche, la de los aymaras, collas, quechuas andinos y amazónicos de la actualidad. Lo que se denuncia en Atusparia es cómo el Estado ha tenido históricamente y tiene una sola forma de resolver el conflicto indígena: con la masacre. La estrategia colonial por excelencia. Ahora mismo mi país, que no le importa a nadie, está siendo gobernado por una dictadora que tiene cuatro por ciento de aprobación. Hace dos años, en Puno, territorio de enorme población indígena, a Dina Boluarte no le tembló la mano para ordenar la muerte de más de 60 personas por las que nadie responde hasta ahora. A un mes de esa masacre me enviaron como periodista a cubrir las protestas. Cuando escribía la crónica, iba pensando en cómo llevar esa parte de la historia de mi país, de nuestros territorios, a la ficción, qué podía decir la literatura al respecto, cómo el lenguaje literario podía sumar al entendimiento de nuestro conflicto mientras estaba ocurriendo, de nuestro dolor mientras estaba doliendo. Si hay algo que ahoga al Perú es la estrategia muy eficaz del fujimorismo/fascismo de criminalizar a la izquierda, lo popular y social, reviviendo el fantasma del terrorismo cada vez que les conviene electoralmente -como aquí, todo es ETA-, lo que llamamos “el terruqueo”, la imposibilidad de dar un cierre al proceso de guerra interna hacia una reconciliación nacional. Las actuales represión y masacre de indígenas y defensores de la tierra están conectadas con esas estrategias.
Haces un relato de país, que es un relato de continente, que es un relato de la izquierda…
Creo que es todo eso. Están esas historias y memorias más o menos recogidas. Quería escribir un libro sobre eso que nos rompe desde fuera pero también sobre la experiencia hacia dentro de las militancias, ahí donde nos hicimos daño, quise volver a esas disputas, preguntarme sobre el papel del poder, de la institución, de lo que nos parte, de la blanquitud, del patriarcado izquierdista. Quise hablar de cómo se vive la política desde adentro contando la historia de una mujer. Es una izquierda, que podría ser la peruana, la latinoamericana, y la global, como un lugar que se atomizó por su sectarismo hasta reducirse a su mínima expresión. Las críticas las hago desde un lugar risueño, amoroso. Me interesa plantear cosas de este momento político, en que vemos a las derechas y a las ultraderechas apropiándose del lenguaje de las luchas sociales. ¿Cómo vas a permitir que Milei se haga llamar revolucionario? Les ha salido bastante bien ir criminalizando y saqueando experiencia de luchas que no son suyas, culturas que no son suyas, epistemologías. Quizá ya no se pueda explicar el mundo desde la occidental dicotomía izquierda-derecha. En algún momento Atusparia habla de otras experiencias, como la de los zapatistas, y habla de esas otras posibilidades de hacer política sin querer asaltar el poder, sino construyendo al margen, autonomía y comunitarismo. También quise hacer un hilo entre las viejas resistencias anticoloniales de líderes como Túpac Amaru o Atusparia y las de los defensores de la tierra, que actualmente son quienes ponen el cuerpo por la vida y la continuidad del planeta.
“Se ganan elecciones gritando soy un macho violador”
Retratas a la izquierda y estamos conociendo ahora casos de abusos sexual dentro de organizaciones y partidos de izquierda. ¿Te sorprende que pase eso con personas con las que se supone que compartes cierta ideología?
No, la izquierda, como la derecha, está llena de machos. El problema es que casos como el de Errejón hacen pensar que solo los primeros fingen que no lo son. Y la hipocresía podría parecer políticamente un suicidio. Resulta que electoralmente hoy se valora el descaro, la honestidad brutal, el ayusismo, el trumpismo. Resulta que se ganan elecciones gritando soy un macho violador o soy una presidenta asesina de ancianos. Creo que Errejón debería volver a la política como un experimento, creo que podría triunfar muchísimo, asumiendo a quienes de verdad representa. Cualquiera diría que alguien que cometió acoso o abuso una vez, que se convierte en representante del pueblo, más si le ha votado la izquierda blanca feminista, pasa a moderarse; pero lo que se ve es todo lo contrario, se vuelven peores. El poder da impunidad, de ahí la razón de que existan cada tanto una ola de MeToo para recordarles, al menos simbólicamente, que las mujeres recuerdan y juntas les pueden hacer caer ejemplarmente. Pero ¡ay, las mujeres! También se dijo que había que poner más mujeres en el poder para lograr un cambio, pero ahora podemos ver que son mujeres algunas de las principales fichas de la ultraderecha y el statu quo más recalcitrante: Meloni, Le Pen y a nuestra colonial escala, Dina en Perú. A ver si las hacemos caer de una vez. Nada, ni ser aliado, ni camarada, ni mujer, ni lesbiana, ni queer, ni hermana, ni indígena, ni negro, ni marrón te libra de hacer el mal. Ojalá cuestionar los liderazgos dentro de nuestros movimientos, entre afines, hacerlo hacia dentro de la forma menos destructiva posible en camino hacia otro tipo de justicia, sin que se te acuse de estar haciéndole el juego a la derecha. En ese proceso hay que saber que a esta gente no le interesa nada los derechos de las mujeres ni los derechos de los indígenas ni de los migras, ni los derechos de las personas, lo que quieren es tumbarse al revolucionario de turno, y seguir perpetuándose. Si hay un poderoso que da titulares de pronto el tema de la violencia de género parece que importa a todo el mundo, pero no les importa nada. ¿Que caiga uno mejora la vida de la gran mayoría de mujeres? Estos años de lucha si algo nos han enseñado es que hay otras revoluciones en marcha con las que hay que articular y organizarse. Tenemos que ser capaces de trabajar con les otres, capaces de hacer matices y profundizar, de escuchar a quienes están llegando, de dejarnos transformar por lo que aún no entendemos. Dejar de jerarquizar violencias y sufrimientos, como siempre ha hecho el racismo. ¿Sabes qué me sorprende más? Que la izquierda en el gobierno no piense en mejorar la vida migrante. Bueno, ya no me sorprende, ya me acostumbré. Hablemos de las otras violencias y las otras víctimas también, de que a las personas migrantes, que ya sufren la violencia administrativa, que sufren la violencia económica, que sufren la explotación laboral, las violan y nadie sale por ellas a las calles. Que mueren personas en la valla de Melilla por culpa del Estado y Marlaska sigue firme en su puesto. Eso te da la dimensión del nivel de elitismo que hay en las luchas; cuáles son las luchas privilegiadas que tienen toda la televisión, todos los medios y todos los altavoces frente a las luchas y las víctimas de segunda categoría, quiénes caen y quiénes no y a quiénes les viene de perlas toda esta ingeniería política.
“En la literatura es donde se vuelve a juzgar a la historia, donde se reabre el expediente. (…) Atusparia, sé que algún día la literatura reabrirá tu caso y se hará justicia. No pierdas la fe. Yo estaría expectante”, escribes en el libro. ¿Este libro busca justicia?
Asunción Grass, la literata de la novela, vive admirando a Manuel Scorza, que tiene este discurso de la literatura como el último tribunal de apelación cuando ya todos los otros sitios no funcionan. Realmente Scorza lo consiguió hacer, una de sus novelas cuenta la historia de un campesino líder que se enfrentó a una petrolera extractivista y terrible y es encarcelado y un dictador de izquierda, Velasco Alvarado, leyó el libro de Scorza y decidió liberar a ese líder campesino. Él sabe lo que dice cuando dice que la literatura puede ser una llave para abrir una cárcel.
¿Y tú crees que la literatura puede juzgar la historia?
Obvio. He dado bastantes titulares sobre eso básicamente para contrarrestar la cantidad infame de titulares que hay acerca de que la literatura no debe servir para nada, que solo debe de ser literatura y ya. Tenemos que seguir haciendo libros que abran puertas.
Siguiendo con la importancia de la literatura y lo importante es que abra puertas, ¿qué es Sudakasa?
Sudakasa es la casa de pueblo de las sudacas, una casa en Castilla-La Mancha, a una hora de Madrid, que quiere ser un espacio para la creación migrante. Nos cansamos de que los españoles no nos invitaran a sus pueblos y como los nuestros están cruzando el charco, decidimos hacer la propia. Lo hemos conseguido gracias a los libros, la prostitución y la devolución del oro. Somos varias escritoras, artistas, todas migras, todas sudacas, nos hemos reapropiado del insulto, lo hemos convertido en resistencia, en orgullo y tenemos varios proyectos que están funcionando ahí. Hay residencias, encuentros, comilonas, talleres, tutorías, tenemos una red muy grande de apoyo de todas las escritoras latinoamericanas del momento, y es una manera de autoemplearnos y de hacer algo colectivo, que con la literatura suena rarísimo, porque nos han vendido la idea de que es un trabajo solitario, la página en blanco, tú y la ventana frente al mar. Mentira todo. Queremos crear juntas. Estamos ahí pasándola bien y esperamos ponernos más serias para tirar bastante más discurso político desde ahí, que hace falta en el mundo editorial, en el mundo de la industria del libro en general, hay mucho que decir sobre regularización, justicia, identidad y racismo.
Una cosa que me ha dejado preocupada del libro: hay un momento en el que te imaginas un futuro ¡y sigue saliendo Putin!
Es distópica, pero poquito, habla de un futuro casi inmediato, además dije que es mi gran novela rusa, cómo no va a estar Putin.