La huella del activismo climático

La huella del activismo climático

Acabar con la injusticia social y climática es una tarea demasiado grande para hacerla sola, pero que nos hace grandes al hacerla en colectivo.

Acción de la Global Strike, de septiembre de 2024, frente al Congreso, en Madrid. / Foto: cedida

22/01/2025

En 2019, jóvenes de 50 ciudades españolas salimos a las calles para gritar que no estamos dispuestas a dejar que unos pocos exploten nuestro planeta a costa de la vida de las personas y de otras especies. Salimos a reclamar nuestro futuro, un futuro digno y justo.

Yo soy una activista de Fridays For Future, o Juventud por el Clima, como sin duda prefiere pronunciarlo mi abuela. Soy la activista que empezó con la “vorágine Greta” desde 2019, también soy la que ayer fue a su primera asamblea, y soy aquella que puede dedicarle solo una hora al mes al activismo climático, pero que se la dedica. Soy todas las activistas que han pasado por este movimiento, con sus razones, su valor y sus miedos, aportándole cada una de ellas algo único. Y, sobre todo, soy una activista joven en un mundo en el que no hay certezas, en el que todo está en continuo cambio.

En algún momento de nuestras vidas, todas las que hemos pasado por el movimiento hemos sido conscientes de que algo estaba mal en el sistema, y hemos sentido la necesidad de hacer algo para cambiarlo. Fridays For Future nos ha dado un espacio para ello, un colectivo propio que se nutre de muchos años de ecologismos y otras luchas, pero con nuestro enfoque propio, de jóvenes para jóvenes.

Yo soy aquella a la que hace años una profesora de biología le dijo que, cada día, la acción del ser humano provoca la desaparición de especies que ni siquiera conocemos. Especies que no hemos tenido tiempo de conocer, estudiar, o explotar. Aquella a la que esta afirmación le provocó una profunda tristeza. El darme cuenta de cómo hemos podido perder tanto el foco, como para que el dinero importe por encima de cualquier otra cosa, sin excepción.

Yo soy la que quiere luchar por un futuro para mí, mis amigas, las personas y las especies que me rodean y, en definitiva, por todas las generaciones que vienen. La que ve cómo el clima cambia y se niega a que las grandes corporaciones y sus gases de efecto invernadero acaben con la posibilidad de que vivamos una vida digna.

Soy la que no quiere pasear por un parque preguntándose si seguirá ahí en unos años. La que no quiere que comprar ropa o comida pase por destruir en otros territorios un ecosistema absolutamente valioso. Porque no quiero que la palabra “valioso” se asocie al dinero, sino al estupor que nos produce observar algo increíble.

Soy la que no está dispuesta a ver cómo la tierra en la que nací es saqueada por las empresas del norte global. La que decide asumir los privilegios que conlleva vivir en el norte y utilizarlos para que deje de haber norte, para que se detenga a los que están dispuestos a negociar con nuestra Tierra.

La lucha por la justicia climática es el futuro y también es el presente

Soy la que se cansó de que su vida no importara y decidió comenzar a luchar por sus derechos y los de las demás personas que son vulnerabilizadas por el sistema. La que ha luchado en diversos movimientos, siempre teniendo claro que debemos acabar con este sistema que va contra la vida.

Soy la que se mantiene en la lucha local. La que sabe que la Cañada Real de Madrid lleva tres años sin luz. La que sabe que participar en movimientos sociales es duro, pero que merece la pena por la gente que conoces en el camino y el aprendizaje que recoges. Porque la lucha por la justicia climática es el futuro y también es el presente.

Soy a la que le marcó la frase de Edward Everett Hale: “Yo soy solo uno, pero yo soy uno. No puedo hacer todo, pero puedo hacer algo. Lo que pueda hacer, lo debo hacer y lo haré”. Porque en ocasiones nuestros gritos, nuestro clamor de justicia, no llega a tantas personas como querríamos, pero lo cierto es que cada pequeña cosa que haces es algo que otra persona no puede hacer por ti, y por eso lo hago, y lo seguiré haciendo. Y lo más importante es que lo hagamos juntas, colectivamente, porque no hay otra manera.

El activismo se piensa como forma de transformar el exterior, pero lo cierto es que siempre transforma interiormente a quien lo vive

Somos jóvenes en plena incertidumbre. Cambian nuestras compañeras de activismos, el foco de las campañas o las responsabilidades de cada una. Cambian nuestras vidas y tenemos que remar contracorriente para seguir luchando por lo que creemos justo. Y en algún momento, cada una de nosotras deja de poder, sea por unos días o sea por unos años. Porque somos humanas. Es en ese momento en el que tenemos que recordar que el activismo está hecho de personas y, como personas que somos, debemos abrazar a quien ya no puede seguir remando y comprender sus razones. Porque este no solo es un espacio de lucha, y esto es fundamental recordarlo, es un espacio de cuidados. Cuando te vuelves consciente de una injusticia que sucede ante tus ojos, esta puede reconcomerte poco a poco hasta hacerte pedazos, y por eso el círculo de apoyo que te brinda pertenecer a un colectivo es absolutamente maravilloso. Porque el activismo se piensa como forma de transformar el exterior, pero lo cierto es que siempre transforma interiormente a quien lo vive. El activismo íntimo, cotidiano, el repensar tus vínculos y actitudes, es parte de lo que significa ser activista. Y es que concebir el activismo como algo puramente utilitario, un medio para lograr un fin, cae en la visión productivista de la sociedad y niega la realidad humana.

Desde la humildad, tratamos de dar a través de nuestro cuerpo voz a quienes no la tienen, como el planeta; y a quienes, pese a tenerla, no gozan de los privilegios que tenemos nosotras y, por tanto, no son escuchadas. Porque, sí, estar escribiendo aquí hoy implica en nosotras grandes privilegios, una estabilidad y seguridad de la que no todas nuestras hermanas pueden disfrutar. Y ese es, precisamente, nuestro motivo de lucha. Porque no habrá paz en el mundo hasta que acabe la última guerra, ni será un mundo libre hasta que la última persona lo sea.

Acabar con la injusticia social y climática es una tarea demasiado grande para hacerla sola, pero que nos hace grandes al hacerla en colectivo. Y es que una sola gota de agua apenas atrae nuestra atención, mientras que el mar, el mar es imparable. La fuerza del pueblo es un mar ahora calmo, a la espera de que cada gota decida que ya ha tenido suficiente.

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