Mi deseo para 2025: La revolución femcel y la abolición de la pareja
La pareja, sea abierta o cerrada, monógama o poliamorosa, es una forma de organizar la vida, los recursos, los cuidados y los afectos desde una lógica individualista y de la propiedad privada. La hemos universalizado como si fuera parte de la condición humana, pero no es una posibilidad para todas.
Patty y Selma Bouvier están caracterizadas de una forma grotesca como solteronas, en oposición a una Marge Simpson entregada a su familia
Lo único que me gusta de las fiestas de fin de año son los rituales de repaso del año anterior y las listas de deseos y propósitos para el nuevo año. Este 2025 me he motivado y me he puesto a desear a lo grande, empiezo el año con el modo utopía activado y quiero compartir con vosotras uno de los deseos que he pedido para 2025: la abolición de la pareja.
Sí, amigas, no puedo más. Como siga viendo fotos en redes sociales de las novias, los novios y les novies de mis activistas feministas favoritas voy a coger todos los polvorones que he robado de la casa de mi tía, me los voy a meter en el bolso y me voy a lanzar al Manzanares. No puedo leer ya más novelas llenas de lugares comunes sobre el deseo de la amante, ni ver más series sobre la complejidad de las relaciones de pareja. Me niego. No es necesaria esta ostentación del amor romántico y del privilegio de tener pareja, amante o compañera.
Como siga viendo fotos en redes sociales de las novias, los novios y les novies de mis activistas feministas favoritas voy a coger todos los polvorones que he robado de la casa de mi tía, me los voy a meter en el bolso y me voy a lanzar al Manzanares
La pareja, sea abierta o cerrada, monógama o poliamorosa, es una forma de organizar la vida, los recursos, los cuidados y los afectos desde una lógica individualista y de la propiedad privada. Es necesaria para sobrevivir, o por lo menos para hacerlo con una cierta dignidad. Quienes no tenemos pareja lo sabemos bien. Si no compartes tu vida con la persona a la que amas tendrás que pagar más por tu casa, por los servicios, irte de vacaciones será mucho más caro y tener coche será imposible.
Si tu casero no te renueva el alquiler, ¿a quién vas a llamar?, ¿a tu colega?,¿durante cuánto tiempo vas a poder dormir en su sofá?, ¿vas a volver a casa de tus padres? Si te pasa esto y estás sola vas a poder hacer como tu amiga, que aprovechó la última subida de alquiler para comprarse un piso con su novia. Cuando no tienes pareja, cada acontecimiento de tu vida, desde el más pequeño al más memorable, depende de ti: desde arreglar la cuerda de la persiana que se ha roto, pasar la ITV o pagar la última factura del gas.
Tener pareja es un privilegio en el plano material pero también emocional. Te da estatus, poder y seguridad
La vida es mucho más difícil sin pareja, pero no es solo eso, creemos que la pareja nos librará de una vida triste y solitaria. Desde pequeñas aprendemos que la única forma de vivir cuando seamos adultas será en pareja y si no lo conseguimos seguramente tengamos vidas miserables.
Recuerdo ver en la tele desde mi sofá a Patty y Selma Bouvier, las hermanas solteras de Marge Simpson, caracterizadas de una forma grotesca como solteronas, amargadas que viven juntas con una iguana en una casa oscura y llena de humo. Patty y Selma funcionan en oposición a Marge, quien ha construido una familia con su pareja, tiene hijos y una casa con jardín. La soltería de las hermanas es la causa de que estas mujeres sean tristes y solitarias, mientras que el matrimonio y la familia son la razón de vivir de Marge, quien representa a la perfección el mito del amor romántico que nos dice que el amor compensa todos los horrores que pueden ir acompañados de compartir tu vida con un tipo como Homer Simpson.
Discuto a menudo con compañeras feministas si tener pareja es un privilegio o no. Quizás ellas no han tenido que lidiar con el vacío de no tener plan un sábado por la tarde, de cenar sola en nochevieja porque has decidido no pasarla con tu familia o con el miedo de no tener a nadie que te acompañe a la prueba médica a la que es obligatorio ir acompañada. Tener pareja es un privilegio en el plano material pero también emocional. Te da estatus, poder y seguridad.
Vivimos en un mundo cada vez más inestable, un mundo líquido dónde vemos cómo las estructuras sociales que parecían sólidas se desmoronan. No sabemos si nos atenderán en el médico, si nuestro casero nos va a echar o si la empresa nos va a renovar el contrato. Cada vez tenemos menos cosas a las que agarrarnos y en las que confiar. Por eso buscamos ansiosas que el amor nos salve. Puede caerse el mundo, que si tengo a alguien agarrado a mi mano estaré salvada. Creemos que si tenemos una casa llena de plantas y gatos y una amante preparando la cena habremos construido un búnker lo suficientemente sólido para protegernos de la dureza del mundo.
Me resulta curiosa esta creencia atávica en la pareja cuando sabemos que tener pareja no te asegura nada. Lo sabemos porque hemos pasado horas acompañando la ruptura de nuestra mejor amiga que lo ha dejado con el que era el hombre de su vida. Hemos gestionado suficientes grupos de colegas porque a ver cómo hacemos ahora que lo han dejado. Hemos leído Terror poliamoroso, de Brigite Vasallo. Y observamos a nuestras madres y abuelas atrapadas en matrimonios infelices. Aún así, seguimos creyendo ciegamente que cuando encontremos a la persona indicada estaremos salvadas. Y siento ser malrollera amiga, pero esto es mentira.
Las femcels son mujeres que experimentan la exclusión del deseo romántico y sexual, ya sea porque no cumplen con el ideal heteropatriarcal de “belleza femenina” o por una decisión consciente de no someterse a las normas de género impuestas
La abolición de la pareja es imprescindible y urgente para construir un mundo más justo y libre. Y cuidado que he dicho la abolición de la pareja, no del amor, ni del placer y el deseo. Las abolicionistas de la pareja no queremos acabar con nada de esto, más bien queremos encontrar una forma de distribuir los afectos y el cuidado más libre e igualitaria. Queremos que la vida no se organice a partir de con quién follas y te compras una casa. Queremos que todo el mundo tenga acceso a una vivienda, a ser cuidado y querido sin importar si es la persona más especial para alguien. La pareja es una forma muy concreta y exclusiva de distribuir el amor y el deseo, pero no es la única. Ya lo dijo Kollontai hace más de cien años, nos lo recordaron las feministas lesbianas hace cuarenta años y lo demuestra el movimiento cuir cada día.
Hemos universalizado la pareja como si fuera parte de la condición humana, como si fuera imprescindible para la existencia, y la verdad es que solo lo es para unas cuentas. La pareja no es una posibilidad para todas. Somos muchas las que estamos lejos de poder o querer construir una vida alrededor de este formato. Para muchas la pareja es un lugar inalcanzable y esto supone un gran dolor. Lo es para quienes nuestros cuerpos y vidas no se consideran dignos de ser amados: gordas, trans, diskas, lokas o viejas son solo algunos ejemplos. Pero también lo es para otras que sin saber por qué y aún cumpliendo con todos los mandatos que les aseguraron que les llevarían hacia su media naranja, tampoco la encuentran.
Hace unos meses, Esty Quesada, conocida por todas como Soy una pringada, subía un video a internet recomendando películas para chicas raras. En el video Esty hacía referencia a una comunidad de mujeres organizada en el mundo virtual: las femcel. Las femcel son mujeres que experimentan la exclusión del deseo romántico y sexual, ya sea porque no cumplen con el ideal heteropatriarcal de “belleza femenina” o por una decisión consciente de no someterse a las normas de género impuestas. Femcel es una propuesta de resistencia contra la cosificación y el mandato patriarcal de “ser para otros”.
Al ubicarse fuera del mandato de la feminidad aceptable y deseable, las femcel desafían las estructuras que supeditan el valor de las mujeres a los deseos masculinos. La idea no es nueva, algunas corrientes de los feminismos, del marxismo y del movimiento cuir llevan tiempo denunciando y revelándose contra las normas de la mirada heteropatriarcal. De diferentes formas las mujeres han desarrollado estrategias de resistencia frente a la imposición de una vida totalmente dependiente del marido, amante o novio, desde las monjas, hasta las feministas lesbianas de los 80.
Puede que no hayas oído hablar de las femcel, pero es probable que sí te suene el término incel. Los incel son hombres que desean pero no consiguen tener relaciones románticas o sexuales con mujeres y dirigen su frustración hacia ellas, a las que culpan de no sentir deseo por ellos. La diferencia entre femcel e incel se encuentra justamente en la dirección de su frustración. Los incel suelen volcar su ira hacia las mujeres y el sistema social que, según ellos, los excluye del acceso al cuerpo femenino. Las femcel, por el contrario, rechazan esta dinámica y se alejan de las estructuras de poder masculinas que otorgan valor a las mujeres solo cuando son deseables. No se trata de una frustración dirigida hacia los hombres por la exclusión del deseo, sino de una crítica profunda a la dominación femenina y a la idea de que el valor de una mujer depende de su sumisión o conformidad con los estándares de belleza y conducta heteropatriarcales.
Este concepto fue introducido inicialmente por Alana, una mujer trans que se atrevió a hablar de los sentimientos de frustración, tristeza y desesperanza que acompañan la no normatividad de los cuerpos. Con la intuición de que este sentimiento era compartido, abrió un espacio en internet para que mujeres como ella pudieran compartir su experiencia de exclusión sin culpa ni juicio, sin buscar la aprobación ni pedir explicaciones, solo compartiendo uno de los lugares más oscuros y silenciados de la discriminación a quienes tenemos cuerpos disidentes o no normativos: el deseo.
En este sentido, femcel se convierte en una postura política que desafía el mandato patriarcal de “ser para otros” y reivindica la autonomía de las mujeres fuera de la mirada masculina. Las femcel se apropian de su exclusión como una afirmación de su autonomía. Después de pasarme meses dándole vueltas a este nuevo concepto, me he dado cuenta de que mi abuela es una femcel de categoría, y me temo que yo voy camino de ello.
En la pandilla de mi yaya no se llaman a sí mismas red de cuidados, ni colectivo, pero están organizadas y se cuidan de forma admirable
Como muchas mujeres de mi generación, las que navegamos los 30 nos hemos criado de la mano de nuestras abuelas. Señoras que han soportado una vida de entrega y cuidados sin descanso, mujeres que tenían que medir el ruido que hacían en la cocina para no molestar, que no podían equivocarse en el punto de sal de las comidas y que tenían que madrugar para tener el desayuno de sus maridos preparado. Mujeres que después de décadas de servicio al matrimonio y la familia encuentran una posibilidad de libertad al envejecer. Aunque soy consciente del edadismo y la dureza que acompaña al envejecimiento, me gusta ver en la vejez una oportunidad y una puerta abierta a una vida más libre. Con la vejez desaparece mucha de la presión que tenemos las mujeres por agradar, y también por ser deseadas y atractivas.
Todo esto lo sé gracias a mi abuela, ya que he visto cómo a medida que envejecía se iba librando de normas y deberías. Cuando era pequeña, mi yaya me llevaba al supermercado a merendar para que me comiera los bollos dentro y no tener que pagarlos. Esa abuela es la que hoy cena pan duro con vino dulce a las siete de la tarde para quedarse un poco atontada. También tiene una red de acompañamiento y cuidados enorme a su alrededor. La pandilla de mi yaya son un grupo de señoras que van a aquagym juntas todos los días y luego desayunan en la Jijonenca contándose historias de su familia y amigos. No se llaman a sí mismas red de cuidados, ni colectivo, pero están organizadas y se cuidan de forma admirable. Lo hacen porque han visto cómo, a pesar de entregarse al amor y al cuidado, se iban quedando solas y se han tenido que organizar como hacemos nosotras.
Aunque mi yaya ahora es mucho más libre, pasó la mayor parte de su vida atrapada en una relación en la que no era feliz. ¿Por qué se casó mi abuela?, ¿por qué lo hizo mi madre? Sé por qué lo hicieron ellas, pero ¿por qué lo seguimos haciendo nosotras? El otro día fuí a ver la película Las novias del sur de Elena López Riera y salí haciéndome todas esas preguntas. En la película, Elena conversa con diferentes mujeres mayores sobre ser novia. La imagen es conmovedora porque esas mujeres ya no tienen el cuerpo ni la edad que “debería” tener una novia.
Tengo la intuición de que seguimos creyendo en la pareja porque nos da miedo estar solas. Al menos a mí me lo da. Nos da tanto miedo que preferimos creer en lo que no existe, como cuando de pequeña sospechabas que los Reyes Magos eran los padres y preferías ignorar la verdad y seguir jugando a que eras una niña. Desvelar la mentira de los Reyes era duro porque suponía recibir menos regalos, pero sobre todo pasar a ser tú la encargada de comprarlos.
Asumir la soledad como parte de la vida es un ejercicio largo e intenso y yo no tengo ni idea de cómo se hace, pero igual que descubrí que era divertido regalar y no solo ser regalada, creo que es una aventura apasionante la de descubrirme sin la mirada constante de otra.