“Nos han robado el río”
El acaparamiento de bienes naturales responde a estrategias totalitarias que se rigen por el capital, y que expulsan y dejan sin recursos a las comunidades locales. Pero las poblaciones resisten.
(de izda a dcha). Eloísa Cifuentes, Adalí López y Ana Lorena González, con el río Nil, de Guatemala, al fondo.
Este reportaje pertenece al monográfico de Odios, publicado en 2022, y que puedes comprar por 5 euros en nuestra tienda online.
“Algunos de los individuos que tomaron parte de la fiebre del oro nos pueden caer simpáticos, pero el efecto acumulativo de sus actos fue terrible. Trabajaron febrilmente por hacerse con bienes que se podían acumular —concretamente, las toneladas de oro extraídas de las montañas—, y pagaron por ello con bienes que no se podían acumular y que no eran suyos: los ríos y los arroyos cristalinos que los mineros llenaron de tierra y mercurio, los salmones cuyas cifras empezaron a disminuir ya que por aquel entonces los bosques se talaron para hacer fundiciones (…), lenguas e historias de tribus arrasadas por la violencia y las enfermedades en aquel territorio que los mineros consideraban vacío y virgen”.
La escritora Rebecca Solnit ha indagado en la historia de los pueblos originarios de Estados Unidos y se ha recorrido el oeste de su país para entender las dinámicas de resistencia ante el avance de la conquista. Analizando microfilmes de la Comisión sobre Asuntos Indios de 1860 y 1870, vio cómo se explicaba con pulcritud la forma de quitar de en medio a los pueblos nativos, de someterlos, de permitir que se saquearan sus recursos, de reprimirlos y darles limosna.
Más al sur, en el istmo centroamericano, estas dinámicas no escritas siguen vigentes. “Nos han robado el río”, lamenta a orillas del Nil Araceli Santay, de la comunidad guatemalteca de Tierra Blanca. Otrora abundante y cristalino, pieza clave en la vida diaria porque no hay agua potable en las casas y la gente depende de su curso para lavar la ropa y los cacharros, hoy ese mismo río Nil a veces no lleva caudal. Cosas del acaparamiento de arcadias.
“Creemos que lo que tenemos es muy valioso y es un tesoro. Crecimos en este lugar, a las orillas de este río y siempre lo protegimos y lo cuidamos”
Sucede que, en el año 2013, un empresario construyó sin autorización alguna un dique para tomar agua y llevarla a unas piletas en las que cría peces. Así lo contaba Eloísa Cifuentes, extesorera del Cocode (Consejo Comunitario de Desarrollo) de Tierra Blanca. Los gestores de la empresa Tilapias San Antonio, propiedad de un empresario que aparece por cierto en los Papeles de Panamá, deciden mediante un juego de compuertas si el río corre aguas abajo o si no lo hace, lo que ellos quieran.
“Creemos que lo que tenemos es muy valioso y es un tesoro. Crecimos en este lugar, a las orillas de este río y siempre lo protegimos y lo cuidamos. Se hace un uso descarado de los recursos sin tener conciencia. Cuando pasó esto del desvío nos dijeron que no sabían que había una comunidad en este lugar. Este caso no va a prosperar, no lo van a resolver porque hay intereses de por medio, hay gente muy poderosa”, compartía la expresidenta del Cocode, Ana Lorena González.
Ha pasado casi una década desde la construcción de aquel dique, años de denuncias, de diálogos fallidos, de acuerdos incumplidos por preservar al menos el 50 por ciento del caudal, de multas que apenas sirven para recaudar unos miles de quetzales, la moneda de Guatemala, pero que no cambian nada. Cuando el agua dejó de nuevo de fluir en febrero de 2022. La denuncia que hizo la comunidad tuvo eco en medios sociales. “Un compañero periodista puso como tema ‘río asesinado’, y creo que eso fue lo que más le dolió al empresario”, continuaba Cifuentes. Dos días después, la entonces presidenta del Cocode recibió una amenaza de muerte en su móvil. A pesar de las denuncias, el caso está estancado. Ana Lorena González insiste en que está haciendo lo que tiene que hacer, aunque se siente desprotegida: “Seguimos luchando por lo que es nuestro y así lo vamos a seguir haciendo hasta cuando Dios nos permita la vida. Nosotros tenemos identidad, hay una palabrita que dice sentido de pertenencia, pertenecemos a este lugar”.
El acaparamiento y control de bienes naturales para el bien de unos pocos sin tener en cuenta la vida de los pueblos que viven en esos territorios, y en muchos casos generando violencia y expulsión, es una práctica de larga data
Expulsiones
“Los ríos son un patrimonio ecológico ambiental, pero también cultural e identitario, personal y colectivo. Y tenemos que defenderlo los ciudadanos porque, si no, seguirá siendo explotado para beneficio directo y exclusivo de esas actividades económicas que se benefician de tener acceso a un recurso con el que no asumen ningún tipo de labor de corresponsabilidad”, alerta Julia Martínez, directora técnica de la Fundación Nueva Cultura del Agua, al hablar de los ríos del Estado español.
El acaparamiento y control de bienes naturales para el bien de unos pocos sin tener en cuenta la vida de los pueblos que viven en esos territorios, y en muchos casos generando violencia y expulsión, es una práctica de larga data, orquestada y replicada en casi cada rincón del planeta. La construcción de imperios, regímenes totalitarios y colonias se ha cimentado sobre el uso abusivo y el dominio descontrolado de bienes comunes, que han servido para enriquecer a unos pocos, a pesar de que son de todas. “Nos han robado el río”, lamenta Araceli Santay desde Guatemala.
“Ha habido muchos mecanismos a veces sutiles y a veces nada sutiles para desorganizar y expulsar a la población del medio rural y para tener un control social”
“El Tajo antes era de todos y no era de nadie”, ha escrito la abogada ambiental María Soledad Gallego, en un artículo titulado Los señores del río Tajo. “Ha habido muchos mecanismos a veces sutiles y a veces nada sutiles para desorganizar y expulsar a la población del medio rural y para tener un control social”, comparte por teléfono Luis del Romero, geógrafo, investigador y activista.
La socióloga neerlandesa Saskia Sassen escribió en 2015 un libro titulado Expulsiones, donde analiza, como una estructura articulada, la expulsión de personas, empresas y lugares: “La línea divisoria entre los que tienen acceso a esos beneficios y los que no lo tienen se ha agudizado (…) Esas expulsiones no son espontáneas, sino hechas”. Sassen habla de personas oprimidas y de opresoras. “Llevamos milenios utilizando la biósfera y produciendo daños localizados, pero solo en los últimos 30 años esos daños han crecido hasta llegar a ser un acontecimiento planetario que vuelve como un boomerang, a menudo para golpear lugares que no tuvieron nada que ver con la destrucción original”, escribe.
“El río, la gestión del agua, evidencia el modelo más atroz de la especulación, del capitalismo, del patriarcado, del colonialismo, todo junto”
Alianzas feministas y ecologistas
Mariaje Pérez Galán lleva años luchando por el río Segura, el cordón umbilical de la valenciana comarca de Vega Baja del Segura. Reconoce que nunca lo conoció sano, un río limpio en el que lavarse la cara, aunque sí lo fue algún día muy remoto. Milita en la plataforma Segura Transparente, que lucha por un río vivo. “El río, la gestión del agua, evidencia el modelo más atroz de la especulación, del capitalismo, del patriarcado, del colonialismo, todo junto”, explica. Poner el río al servicio de una agricultura industrial e intensiva, dependiente de pesticidas y nitratos, y de un modelo urbanístico devastador ha acentuado la desertificación. Y la muerte. Porque la muerte masiva de la vida marina en la laguna del Mar Menor no es excepcional. “Tenemos un caldo verde y da muchísima pena, da dolor”, continúa Pérez Galán, quien lamenta que los colectivos feministas de la zona, en los que también milita, no están vinculando las violencias machistas con este “otro tipo de situaciones violentas y totalitarias”.
La economista feminista argentina Flora Partenio también cree que las luchas feministas deben abordar cuestiones como la justicia ecológica. “La mayor esperanza y donde veo un camino y un sendero muy potente de encuentro es que el movimiento ambientalista, el que lucha por la justicia ecológica, se encuentre cada vez más con el feminismo”, afirmó en una entrevista con Pikara Magazine.
Una iniciativa legislativa popular ha convertido al Mar Menor en el primer ecosistema europeo con personalidad jurídica. Aun así, Mariaje Pérez Galán se muestra poco optimista: “Es un espacio que tenemos que ocupar nosotras como feministas”. Su discurso vuelve al Segura. “Hay una estrategia bien urdida que ha tenido enfrente a una población adormilada. Nos han vendido la historia de que el urbanismo traía dinero y trabajo y a cambio tenemos toda esa especulación con el agua”, lamenta, no sin reivindicar la cultura de la huerta tradicional y del papel de las mujeres en ella.
“Hay una política que busca vaciar de competencias y recursos el medio rural, porque sigue jugando un papel de colonia interior, como hace muchísimos años y que con la democracia no ha desaparecido”
A la abuela de Eva Muñoz Buisán la Guardia Civil la echó de su casa en el año 1984. La gente sobraba porque iban a construir un pantano en el río Ara, en el pre Pirineo oscense. Hacía dos décadas se había marchado la población de los tres pueblos amenazados por el agua y el hormigón, Jánovas, Lavelilla y Lacort, pero en Jánovas dos familias aguantaron hasta que fueron expulsadas con violencia. El embalse nunca se construyó, pero la empresa constructora demolió las casas bajo el amparo de la Guardia Civil. La lucha de hace más de medio siglo buscaba no salir de aquellos tres municipios, la resistencia actual pretende regresar a ellos con dignidad y justicia. “Entre Bilbao y Barcelona había un enclave que tenía oportunidades para embalsar agua y producir electricidad. Así que hago presas, mando a la gente a las ciudades como obra de mano barata y esa luz la llevo allí y les hago pagar. Se puede dar el caso de que alguien en la ciudad pague por la electricidad que se produce en el pantano de su pueblo, de donde se le ha expropiado. No fue fortuito el hecho de que el Pirineo se regulara con saltos hidroeléctricos. Querían embalses y naturaleza”, expone Muñoz Buisán, que ha publicado el libro Jánovas: agua y población.
“Hay una política que busca vaciar de competencias y recursos el medio rural, porque sigue jugando un papel de colonia interior, como hace muchísimos años y que con la democracia no ha desaparecido. Hace 50 años el medio rural servía de reserva demográfica para la ciudad y para poner pantanos, y hoy sirve para poner aerogeneradores o para poner vertederos o para organizar actividades turísticas masivas”, subraya Luis del Romero.
El río Nil suena de fondo, es época de lluvias y ahora corre con la suficiente fuerza como para hacerse notar, aunque debería llevar más agua. Ana Lorena González reconoce que, al recibir las amenazas, pensó en irse de Guatemala, pero rápido desechó esos pensamientos: “Estoy en mi país, que lo amo. Aquí es donde yo crecí. Aquí tengo mi trabajo, aquí es donde tengo a mi familia, a mis amigos, aquí es donde sirvo. Aquí está mi comunidad y mi vida entera. No puedo irme. Aquí tenemos que seguir luchando”.