Ternura, sentimientos y subversión: la neocursilería literaria
Lo cursi es un término espinoso que históricamente se ha utilizado para menospreciar la calidad de algunas obras literarias. Sin embargo, en el último tiempo se viene haciendo una revisión y actualización de este concepto en contra de la solemnidad y a favor del juego.
La cultura japonesa del kawaii celebra la ternura a través de imágenes como Hello Kitty. En la foto, un tren de Osaka, Japón/ Foto: coward_lion para istock
“Durante siglos la literatura ha evitado el sentimentalismo como a una peste. Tengo la impresión de que hasta el día de hoy muchos escritores preferirían ser ignorados antes que correr el riesgo de ser considerados cursis o sensibleros”. Esta frase la dice el escritor chileno Alejandro Zambra en su libro Literatura infantil (Anagrama). El autor santiaguino se podría considerar, precisamente, un representante de esta nueva literatura cursi. De hecho, algunas de las críticas que vi en internet sobre este libro iban en esta dirección: Zambra siempre se había mantenido en esa fina línea que separa lo sensible de lo cursi y en este libro había cruzado esa frontera, lo que restaba calidad a su libro.
Juanpe Sánchez López: “Parece que por un lado está lo serio, lo digno y luego, por otro, lo juguetón, lo cursi, lo sentimental. Y ahí se esconde la división sobre un criterio que a mí, la verdad, me chupa un huevo: la calidad”
¿Qué problema tenemos con lo cursi? “Parece que por escribir de una forma concreta sobre unos temas concretos ya tu obra no tiene que ser tomada a la par de otras obras. Parece que por un lado está lo serio, lo digno y luego, por otro, lo juguetón, lo cursi, lo sentimental. Y ahí se esconde la división sobre un criterio que a mí, la verdad, me chupa un huevo: la calidad”, cuenta a Pikara Magazine el escritor Juanpe Sánchez López.
La poeta andaluza Paula Melchor se considera una cursi sin remedio. “No recuerdo ahora mismo que alguien me llamara ‘cursi’ así de directo, justo con ese término, pero sí recuerdo toda mi vida sentirme mal por ser tan intensa con mis emociones”.
Lo cursi nos conecta con unos conceptos con los que, si queremos ser tomadas en serio, no nos queremos ver reflejadas. Si quiero que me quieran no puedo pasarme de intensa o sentimental. Si quiero escribir y ser publicada, mi lenguaje debe cumplir una serie de requisitos que, por lo general, se alejan de lo emotivo. Lo cursi es “una palabra que según quién o con quién esté hablando me lleva a varios lugares”, cuenta Berta García Faet. Por ejemplo, hay gente que utiliza ‘cursi’ como insulto aplicado a objetos que a mí me merecen elogio, pero también hay gente que utiliza ‘cursi’ aplicado a objetos que a mí me generan rechazo. La cursilería que me gusta tiene que ver con lo que Juanpe y yo llamamos ‘neocursilería’ y que implica partir de la sentimentalidad, la fantasía y la simpleza pero para ir a otro sitio, más crítico y más profundo”, explica.
Berta y Juanpe saben de lo que hablan cuando les preguntas sobre este concepto. Han coordinado la antología de poesía cursi Estrellas vivas (letraversal). En el prólogo, ambos poetas amplían su visión de lo cursi y defienden un tipo de poesía cursi (cursi II o neocursilería como comentaba Berta García Faet) en la que predomina el afán por no reprimirse. Es decir, en lo cursi hay un desbordamiento, un saltarse ciertas reglas y también implica que no te importe mucho lo que los demás piensen de ti.
La radicalidad de lo cursi
“Lo cursi no tiene por qué ser bueno ni reivindicativo de por sí, como cualquier otra sentimentalidad o expresión, sino que es su inserción en ciertos contextos y circuitos y su uso de una forma concreta lo que lo hace en algunos casos poderoso y reivindicativo, como cualquier otra experimentación artística. Lo que sí que sé seguro es que lo cursi que me interesa y lo que creo que tiene algún potencial movilizador (en este caso concreto en la literatura) es contrario y opuesto e incluso a veces odiante de la solemnidad”, explica Juanpe Sánchez López.
Núria Gómez Gabriel: “Usar la estética kawaii en contextos de protesta o rebeldía genera una disonancia que desconcierta y subvierte nuestras expectativas. Lo tierno ya no es algo pasivo”
Conceptos como la ternura o lo cursi se vienen reivindicando y resignificando en el último tiempo. Hemos empezado a cuestionarnos qué hay detrás del rechazo a ciertas narrativas, expresiones artísticas y de sentimientos (por ejemplo, la misoginia implícita en el término ‘intensa’). Y cómo estos, a priori, insultos o palabras deslegitimadoras pueden servir como herramientas políticas. En este sentido, la investigadora y escritora Núria Gómez Gabriel ha dedicado parte de su trabajo a reflexionar sobre cómo lo aparentemente inofensivo puede ser un acto de radicalización y transformación social. En un texto que escribió para el evento Radical Cuteness y que compartió en Instagram, Núria explica que estéticas como la cultura japonesa del kawaii, que celebra la ternura a través de imágenes como Hello Kitty, “pueden ser transformadas en herramientas disruptivas cuando se mezclan con elementos perturbadores o de resistencia”: “Por ejemplo, usar la estética kawaii en contextos de protesta o rebeldía genera una disonancia que desconcierta y subvierte nuestras expectativas. En este sentido, lo tierno ya no es algo pasivo, sino que adquiere un simbolismo de poder suave”.
El escritor Juanpe Sánchez López también ha dedicado parte de su investigación y obra poética a reflexionar y jugar con este concepto de lo cursi. Así lo ha hecho en su ensayo Superemocional (continta me tienes): “Muchas veces es una cuestión de límites entre lo que está bien y lo que está mal decir y concretamente sobre cómo está bien y cómo está mal decir dentro de la literatura. Como cualquier forma de experimentación, tensa las definiciones, te las tira a la cara. Y otra cosa importante: a veces la cursilería parece una forma de escribir fácil por bonita, por sentimental, por juguetona y/o por cómica. Sabemos ya a estas alturas de la película que hacer parecer una cosa como fácil dentro del arte es muy complicado y que, sobre todo, detrás de la facilidad y a veces la superficialidad hay muchas capas que dependen de cómo son recibidas y quién y cómo las lee”, nos responde por email.
Lo cursi incomoda, por lo que reivindicar lo cursi o escribir cursi puede entenderse también como un acto de rebeldía. Sin embargo, para Berta García Faet no es tan importante este acto de reivindicar nada en literatura. “Reivindicaría en todo caso lo neocursi, pero lo digo en condicional porque no reivindico nada, no tengo una visión normativa de la literatura. Que cada cual escriba lo que quiera y lo que pueda (es una suma de deseos y limitaciones), y que cada cual vayamos encontrando (ojalá) lectores con los que no dejar de conversar y cocrear. Lo único que pido (quizás ahí sí me pongo normativa) es que leamos”, concluye.
Lo cursi, lo femenino, la pluma
Lo cursi lleva implícito una marca de género, se asocia históricamente con la feminidad, los temas de chicas. Pero también con la pluma. De ahí que no se haya tomado en serio y que, tal y como dice Zambra, se haya evitado como la peste.
“No creo que sea posible negar que tradicionalmente los relatos ‘sensibleros’ han sido relegados a un tipo de público más femenino; así como la pluma, por ser relacionado con lo femenino, ha sido castigada. Creo que esta es precisamente la relación entre lo cursi y los sujetos queer y/o femeninos: se nos hace creer que nuestro modo de narrar es ridículo, que no es lo suficientemente importante y que por tanto no merece atención. Todo lo que se aleja de ese ‘gran relato racional’ que han acaparado tradicionalmente los sujetos masculinos parece no merecer atención. Lo subversivo de lo cursi bien usado es eso: desafiar la grandilocuencia de los relatos hegemónicos desde un tono original y propio, tremendamente serio en su aparente sinsentido y fluidez”, reflexiona Paula Melchor.
Paula Melchor: “Esta es la relación entre lo cursi y los sujetos queer y/o femeninos: se nos hace creer que nuestro modo de narrar es ridículo, que no es lo suficientemente importante y que por tanto no merece atención”
Lo racional versus lo sensiblero, lo solemne contra lo cursi. “Históricamente la escritura de las mujeres ha sido definida en términos de descontrol porque supuestamente se acercaba a lo autobiográfico y a lo sentimental. La escritura de muchas personas maricas también ha sido muchas veces desprestigiada por problemáticas similares. Sin ir más lejos, Tengo miedo torero fue calificada por Roberto Bolaño como “novelita rosa”, como “folletín”. Pedro Lemebel contestó en una entrevista: “¡Eso era, pues niño! ¡Un folletín cursi!”, cuenta Juanpe.
Continuando con el radical cuteness del que hablaba Núria Gómez Gabriel en el texto anteriormente citado, este concepto también desafía los roles tradicionales de género “porque la ternura ha sido históricamente asociada con lo femenino, lo infantil y lo subordinado. Sin embargo, al apropiarse esta estética se desmantelan esas expectativas patriarcales y se transforman en un gesto simbólico de contestación. Se desafían no sólo los roles de género, sino también el ideal de hipermasculinidad, que glorifica la fuerza y la dureza. Lo frágil, lo vulnerable y lo emocional, tradicionalmente vistos como defectos son ahora armas de resistencia frente a esa norma masculina dominante”. Asimismo, esta idea también se cruza con la política queer, “ya que rompe binarismos como lo fuerte y lo débil, lo adulto y lo infantil, o lo serio y lo trivial”, escribe Gómez Gabriel.
Tal y como explica Berta García Faet, “hay gente a la que le disgusta lo cursi (o neocursi) precisamente por la presencia de la pluma y lo femenino, lo que delata misoginia y homofobia” Y añade: “No está de más recordar que la asociación entre la pluma y lo femenino con la sentimentalidad, la fantasía y la simpleza no deja de estar construida y puede deconstruirse si a una le apetece”.
Lo cursi tiene un potencial político y transgresor porque molesta, de alguna manera enfada a los guardianes de la lengua y el estilo, apela a las disidencias y a los márgenes. “Mi aproximación a lo cursi (y no solo a lo cursi) es de radicalización. No escribo para enfadar a nadie pero resulta que lo que escribo enfada a cierta gente. Radicalizo mi escritura porque sé que entonces ahí hay un proyecto político. Quiero que se cuestionen por qué no les gusta lo que hago, por qué tanta obsesión con intentar deslegitimar lo que escribo y lo que otras personas escriben”, concluye Juanpe.
O sencillamente, tal y como dice Paula Melchor, “al abrazar lo cursi, de repente me permito imaginar otras posibilidades, quizás menos correctas, pero sin duda más amplias”.