Trenzando puentes entre muros (de prisiones y más allá)

Trenzando puentes entre muros (de prisiones y más allá)

Las prisiones no son el único lugar donde aparcamos bajo llave a quienes consideramos que no deben mezclarse con la gente “normal”. Otras instituciones totales, como los psiquiátricos y los centros de internamiento para personas migradas o menores, comparten opacidad y vulneración de derechos con la cárcel.

Texto: Marta Plaza

Cartel de un acto de Tattoo Circus de 2023.

08/01/2025
Este texto fue publicado previamente en el monográfico de Cárceles. Puedes conseguir el monográfico completo aquí.

De los muros de las prisiones tenemos relativa conciencia aunque, sin duda, sigamos necesitando monográficos como este, que cuestionen discursos prefabricados por realidades grises ausentes de derechos y que hablen de las prisiones sin obviar matices y posicionamientos, así como de otras posibilidades desde feminismos no punitivistas.

Pero las prisiones, desgraciadamente, no son el único lugar donde aparcamos bajo llave lo que consideramos que no debe mezclarse con la gente “normal”. Estos otros lugares de encierro son diversos, aunque comparten algunas señales que, a mi parecer, deberían generarnos cierta alarma. Abramos la mirada para permitirnos nombrar y dejar de hablar así en abstracto: lo que no se nombre, quizá exista, pero no sabremos verlo.

Junto a las cárceles, tenemos otras instituciones totales como los psiquiátricos en sus distintas vertientes

Junto a las cárceles, tenemos otras instituciones totales como los psiquiátricos en sus distintas vertientes (plantas de agudos, plantas infantojuveniles, plantas de media o larga estancia). La realidad del número y tipo de dispositivos que existen contradice lo que vendía aquella reforma inconclusa de los años 80 que sirvió para desactivar gran parte de la resistencia a los manicomios al decir que formalmente habían dejado de existir, aunque muchos de ellos simplemente cambiaron la placa. Informaron de que habían pasado a ser una unidad psiquiátrica de media y larga estancia, sin apenas más cambios tangibles y hasta con los mismos señoros dirigiendo.

Otros lugares de encierro que deberían hacernos cuestionar mucho de lo que como sociedad estamos construyendo, o al menos, permitiendo con nuestro silencio cómplice, serían los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIEs). Si bien existen organizaciones como la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) y campañas que reclaman hace años su cierre, hasta la fecha siguen existiendo en nuestras ciudades de igual modo que se replican los colectivos que exigen su cierre, desde Valencia, Barcelona, Madrid, Salamanca, Cádiz, Granada…

También deberíamos fijarnos en otra institución como los centros de menores. Hasta ahora hemos podido ver parte de los maltratos que en ellos suceden tanto en titulares de noticias como en juicios (que lejos quedaban de lo que entenderíamos por justicia). En ocasiones, los propios chavales han sabido organizarse para poner en palabras lo que estaban viviendo encerrados en esas instituciones. En el ámbito de la psiquiatría infantojuvenil podemos destacar el fanzine ‘Salir peor de lo que se entra. Testimonios de menores que han sufrido maltrato en la unidad de salud mental’. Otros centros de menores están muy cerca de ser mezcla entre cárceles, psiquiátricos, espacios de maltrato y de revictimización. De hecho, tienen bajo sus espaldas números que son mucho más que números: son vidas sesgadas, futuros negados, familias rotas. El 9 de julio de 2011 murió Ramón Barrios en una acción de “contención” del personal trabajador en el centro de menores Teresa de Calcuta, en Brea de Tajo (Madrid). “Contención” entre comillas porque, en fin, si la muerte es el resultado, no parece que te limitases a “contener” a esa persona. Otro julio aciago, el 1 de julio de 2018, otro menor encerrado, Iliass Tahiri, murió asfixiado durante una contención boca abajo en Tierras de Oria, en Almería. Un centro de titularidad pública que gestionaba la empresa privada GINSO, como en el que murió Ramón. De forma incomprensible GINSO sigue teniendo contratos de este tipo de recursos.

No poder dejar libremente la institución en la que estás es algo en común en estas que nombramos, y claro, va más allá de las cárceles

No poder dejar libremente la institución en la que estás es algo en común en estas que nombramos, y claro, va más allá de las cárceles. Los CIEs o los recursos de psiquiatría tampoco implican en absoluto voluntariedad. Pensemos también en los geriátricos, residencias de ancianos en las que, además, ahora sabemos que la decisión consciente desde los organismos que las dirigen, ante la crisis del Covid-19, además de aislarlos por completo de sus vínculos y familiares, fue NO derivar a sus usuarios a espacios sanitarios, es decir, casi dejarles morir.

Este monográfico ya nos da una pista de posibles alianzas. Muchas las que hemos vivido ingresos en unidades psiquiátricas de adultas (sin pretender en ningún caso entrar en competiciones de sufrimiento, de opresión o de maltrato recibidos, puesto que nuestra idea es crear puentes y complicidades entre personas oprimidas, encarceladas, encerradas, arrebatada nuestra libertad por distintas razones) hemos sabido lo que es estar meses de encierro. En ellos perdí toda capacidad de decidir sobre mí misma. La comida era la que me daban; la medicación, la que un tercero decidía por mí habiéndome visto, o no necesariamente. La ropa que me dieron era un pijama al que mi piel era alérgica, pero que no me dejaron quitarme hasta que no llegó días después la interconsulta con dermatología para confirmarles que mi piel tenía urticaria severa con presencia de heridas por el material de su pijama.

Ponernos unas en contra de otras era el pan común de cada día: romper complicidades creando activamente desencuentros entre pacientes. Pretender que 30 personas se duchen por la mañana en dos únicas duchas para que desde bien temprano ya haya enfados porque te has tomado demasiado tiempo; romper la mínima intimidad; juntar la hora de medicación con la hora de la comida y con la norma de que nadie se puede levantar hasta que no hayan terminado todas. De forma que si tú tienes dudas con la medicación que te entregan y quieres que el psiquiatra te informe antes de tomarte la pastilla, la respuesta habitual va a ser que “no es posible hasta tu próxima cita con el psiquiatra”, pero que “te la tendrás que tomar igualmente porque, además, hasta que no te la tomes nadie va a poder levantarse de la mesa”. Divide y vencerá. “Si no, ya sabes, la otra opción es que te llevemos a tu cuarto y te la inyectemos allí a la fuerza”. Amenazas y violencia en un espacio que se dice de cuidados, ¡oh, qué sorpresa!. “No montes un numerito así que tus compañeros no se lo merecen”. Esta distorsión/coacción ya ni sé describirla.

Los centros de menores están muy cerca de ser mezcla entre cárceles, psiquiátricos, espacios de maltrato y de revictimización

Me insiste mi cabeza mucho en la idea de trazar puentes, los que ya en construcción y más allá. Pienso en APDHA y en su curro visibilizando lo que pasa tras los muros de las cárceles y en los centros de menores. Pienso en compas del Tattoo Circus, evento que viene haciéndose en distintas ciudades y que siempre tiene contenidos para concienciar sobre las cárceles y los daños que traen consigo, pero que también han tenido charlas y debates sobre sufrimiento psíquico, sobre otras formas de acompañar las crisis en salud mental o sobre vulneraciones de derechos humanos específicas en la psiquiatrización. Pienso en geriatras como Ana Urrutia, que desde su entidad, Cuidados dignos, también trabaja en cuidar sin atar (porque atar nunca es cuidar) a personas mayores en residencias y geriátricos.

Termino con una pequeña señal de alarma. A veces al leer sobre el cierre de los CIEs, leemos “ser inmigrante no es un delito” (a ellos no se les debe encerrar). Esto se repite cuando las mujeres gritamos “no estamos locas” como forma de reivindicar que, nosotras sí, debemos ser creídas. O cuando desde los activismos locos protestamos porque se nos infantiliza, robándosenos voz, agencia o capacidad decisoria.

Este último párrafo me salta desde muy adentro, desde las entrañas. Por supuesto que ser inmigrante no es un delito, desde luego, ¿pero qué estamos permitiendo en las cárceles para quien sí ha cometido delitos? ¿Qué es lo que queremos que sí les pase a quien sea autor de un delito? ¿Podemos aprender sobre las nuevas herramientas de los feminismos no punitivistas? A las mujeres que hacen suyo el grito de “no estamos locas” y casi pareciera que llega a ser grito salvador (“No estaba loca, era el patriarcado”), ¿no sería más cierta la frase “estaba loca; fue el patriarcado”? Y sobre todo, ¿no nos importa lo que pueda pasarnos a las que sí estamos locas? ¿No importa que a nosotras, a las locas, sí nos encierren, nos quiten a nuestras hijas, nos aten o nos droguen contra nuestra voluntad? Y dado que nos hemos referido también a las infancias, adolescencias y a los centros de menores, cuando desde activismos locos se denuncia no querer ser infantilizados a mí me salta una pregunta posterior en resorte. Si ser infantilizados, como ha venido siendo para los locos adultos, es ver arrebatada nuestra voz, nuestras opiniones, negársenos nuestra capacidad de decisión, vernos obligados a seguir los pasos que terceras personas eligen en nuestro nombre y sin tener en cuenta nuestra opinión y deseos…, eso no debería pasarnos a las personas locas, desde luego, pero tampoco a las criaturas. La infancia no debería conllevar pérdida de derechos básicos y maltrato; tampoco ser migrante, ni haber sido psiquiatrizada y convivir con sufrimiento psíquico de cierta intensidad o con experiencias inusuales; ni siquiera haber delinquido debería conllevar sufrir malos tratos ni perder derechos inherentes a ser humanas.

La conciencia de este último párrafo, todo entrelazado entre sí, no lleva sino a trenzar más puentes. En lo que siempre estamos, por otro lado.

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