El lesbianismo frente los retos de la interseccionalidad y los cambios neoliberales

El lesbianismo frente los retos de la interseccionalidad y los cambios neoliberales

El lesbianismo produce un desorden de género y sexualidad que va más allá de ser una opción sexual. Raquel (Lucas) Platero anima a verla como una identidad fluida, heterogénea y atravesada por elementos como la clase, la etnia, la edad o la diversidad funcional

18/06/2013

Existe un gran consenso a la hora de señalar que «lesbiana» es una etiqueta para una experiencia a menudo tan diversa, con un grado de indefinición tal, que es difícil de delimitar, y que, sin embargo, a nadie se le escapa que todavía contiene una utilidad estratégica.

No es mi tarea ni mi voluntad construir una definición de consenso sobre qué es el lesbianismo, pensar cómo se construye y a manos de quién.

Siento que cuando nos referirnos a las lesbianas hablamos de un sujeto multiforme y poliédrico, que aún tiene el poder de desafiar el orden heteronormativo, las normas sexuales y de género dominantes, y que habitualmente se presentan como neutrales.

¿Quiénes han nombrado a las lesbianas y cómo? A lo largo de la historia se encuentran diferentes formas de nombrar las relaciones entre las mujeres: en latín «frictix» y «tríbada», en griego, sáficas desde el siglo V a. C., el gentilicio «lesbia» aparece usado en textos de los siglos IX y X, «viragos» durante el renacimiento, amante celeste (s. XIX), y en el afán clasificatorio del siglo XX se crea el término «urnigas». Recordemos que el lenguaje sirve para construir la realidad y hacerla comprensible en un marco de referencia concreto, de manera que sabemos que las relaciones entre mujeres se reconocen y valoran peyorativamente, a pesar de haber sido objeto de una tarea incesante de eliminación y reescritura a lo largo de la historia.

En el tránsito al siglo XX tiene lugar un período en el que se produce un gran interés por las llamadas «sexualidades periféricas» o “no normativas”, donde ya no sólo son la religión y las normas sociales las que señalan a las lesbianas, entre otras personas, como desviadas y transgresoras, sino que son la medicina y la psiquiatría las disciplinas que las construyen como desviadas sociales, enfermas y delincuentes.

Algunos de los apelativos que se han asociado al lesbianismo a lo largo del siglo XX han sido: enfermas, desviadas, artistas, perversas, peligrosas, malas, pecadoras, travestidas, borrachas, cuñadas, excéntricas…; en suma, personas extrañas que aún no sabemos si son o no mujeres.

Podríamos decir que el lesbianismo se ha asociado especialmente con la ruptura de las normas de género y con la apropiación de las formas, indumentarias o quehaceres construidos como masculinos, rupturas que también están presentes en muchas mujeres heterosexuales.

A menudo las lesbianas no son identificadas por los demás como mujeres, o son ell@s mism@s quienes se colocan en espacios de género ambiguos, puede ser por los roles trasgresores en la sociedad, o puede ser por el aspecto, o por la sexualidad… Suponen una amenaza como transgresoras del orden binario, donde mujeres y hombres estaban claramente diferenciados. Son mujeres que eligen, conscientemente o no, a otras mujeres como objeto de deseo y con quienes establecen relaciones afectivas.  Son señaladas por la sociedad como peligrosas porque no necesitan a los hombres como pareja ni para tener relaciones «plenas», que ponen en tela de juicio con su mera existencia el orden social establecido que sitúa a las mujeres en plena disponibilidad para los hombres. Es decir, que el lesbianismo produce un desorden de género y sexualidad que va más allá de ser una opción sexual.

Esta reciente identidad sexual es, sin embargo, fluida y heterogénea. De hecho es multiforme, aunque a menudo está anclada en un entendimiento de las identidades como si fueran fijas y permanentes, y así, conviven diferentes comprensiones de la sexualidad.

Es más, existe una diversidad tal en la interpretación y construcción de esta vivencia y de la significación que se le otorga, además de las diferentes situaciones interseccionales que tenemos que tener en cuenta (como son la clase social, la etnia, la edad o la diversidad funcional entre otras), que es difícil aprehender de una vez por todas su significado y es imposible afirmar que existe una identidad homogénea y reconocible.

Es justamente esta interseccionalidad la segunda cuestión sobre la que me quería detener, ya que puede ser un lugar relevante para la acción política, fuente de alianzas estratégicas donde el sujeto lésbico pase a ser un sujeto interseccional, donde no concibamos la clase social, la diversidad funcional, u otras diferencias que solemos resumir en un etcétera que invisibiliza a las personas, como algo peculiar y minoritario, sino parte misma de la disidencia al modelo normativo hegemónico, parte también de la identidad lésbica. Como movimientos sociales es nuestra tarea es entender esta maraña compleja de relaciones que están atravesadas por los privilegios, donde se impone la necesidad de fijarnos en el papel que juega el capitalismo.

Demasiado a menudo hemos tenido la experiencia de que las elites de los movimientos sociales, como el LGTB ha tomado decisiones que estaban basadas más en sus propias experiencias personales que en las personas que decían representar. Por esto es momento de que sean las activistas quienes diseñen qué quieren como futuro posible, qué demandas son imaginables y si estas van más allá de ambicionar ser normales y aceptables socialmente.

En un momento de revolución neoliberal como el que vivimos, poder ambicionar e imaginar qué deseamos del futuro se convierte en una herramienta de supervivencia.

La complejidad de las experiencias lésbicas tiene lugar en un mundo cambiante, donde existen diferentes posibilidades y significantes que desdibujan las fronteras entre diferentes etiquetas sexuales, como son la bisexualidad y la transexualidad masculina, entre otras. Una complejidad sexual e identitaria que debe establecer vínculos y alianzas interseccionales, con otros movimientos sociales, siendo conscientes del valor político de las identidades y los movimientos sociales.

Para algunas personas, las lesbianas y las mujeres que tienen relaciones con otras mujeres constituyen una categoría identitaria más (dentro de las nuevas identidades que están pasando a formar parte de lo normal, de lo aceptable y lo apolítico), que contribuyen a mantener el binario sexual establecido, mientras que para muchas otras, el lesbianismo constituyen una forma de alterar el orden heteronormativo y plantear el privilegio capacitista, racista, sexista, entre otros.

Son importantes tener en cuenta todas estas visiones, aquellas que se refieren al lesboerotismo como forma de vida (con dificultades para identificarse como lesbiana), y aquéllas para las que la construcción de la identidad lésbica y/o deconstrucción de toda identidad de género o sexual se convierte en su elección política.

Y es aún más importante la tarea a la que os enfrentáis en estas jornadas para generar los discursos y los sueños de futuro que nos hagan posible vivir hoy.

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