De violencias, apropiaciones y escarnios: por una ética del cuidado ante la infiltración en colectivos
Hace unos meses asistimos a la denuncia pública del fenómeno de los “machirulos infiltrados”: personas (del género que sean) que entran en nuestros colectivos y adoptan discursos que esconden actitudes de lo más rancias. Seres que cuestionan pero no se cuestionan y cuyas prácticas no se ven en absoluto afectadas, ni siquiera interpeladas, por los discursos que cacarean a grandes voces.
Brigitte Vasallo y Joan Pujol
Ser libre es construir un mundo
en el que se pueda ser libre (Emmanuel Levinas)
Nuestras vidas se desarrollan como piezas en un tablero con distintas posiciones de poder, en un campo cultural que inscribe corporalmente las prácticas y legitima ciertas ideas. Desde nuestros colectivos (los feminismos, el polyamor, los anarquismos, lo queer…) ponemos en entredicho las dinámicas culturales a las que parecemos irremediablemente abocadas. Y lo hacemos a través de una construcción colectiva de ideas y saberes que no se quieren abstractas, sino que buscan transformar nuestra cotidianidad, nuestras maneras de estar en el mundo, de ser, de pensarnos, de proyectarnos y de relacionarnos. En el contexto del capitalismo postfordista, esta creación ofrece un estatus (capital social) y un reconocimiento (capital cultural) que atrae a una oleada de buscadores de oro que se apropian de nuestro trabajo, de nuestra vida, en un beneficio que no es colectivo sino únicamente personal. Que no se ponen en juego, sino que firman con sus nombres y apellidos el producto de nuestras vivencias… poniéndonos en juego a las demás.
Compromiso fast-food
Por un lado, esta apropiación ilegítima pone en riesgo la construcción teórica del movimiento al vaciar de contenido sus discursos. El simplismo espectacular tiene buena prensa en un mundo perezoso y acaba imponiéndose por pura lógica de mercado a discursos de mayor complejidad. Así se desactivan las fuerzas transformadoras convirtiendo nuestras propuestas en simples objetos de consumo rápido. Fast-food sin mayor trascendencia.
Desde nuestros colectivos ponemos en entredicho las dinámicas culturales a las que parecemos irremediablemente abocadas
Por otro lado, nuestros movimientos son espacios íntimos donde cuestionamos y reconfiguramos las formas tradicionales de relación basadas en la monogamia, el patriarcado, la dominación jerárquica, el pensamiento binario… Un esfuerzo que se está realizando en un contexto cultural conservador y regresivo del que todas participamos. Necesitamos que la visibilización, el intercambio y la transformación se produzcan en un entorno de amabilidad y cuidado; que podamos reflexionar y cuestionar nuestras formas culturales de entender y afrontar las relaciones y las dinámicas.
La aparición de los buscadores de oro, de los machirulos infiltrados, hace saltar nuestro trabajo por los aires. En nuestros contextos, las relaciones deshonestas y las agresiones machistas, homófobas y racistas suponen una disociación entre pensamiento y práctica que, lejos de ser un detalle sin importancia, lo embrutece todo. Nos impide avanzar a nivel teórico y nos apaliza a nivel personal en el momento exacto en que estamos poniendo nuestro cuerpo, nuestras emociones, y nuestras experiencias en juego. Nos da justo en la línea de flotación. Y nos hunde.
Que el miedo cambie de lado
Un método que estamos utilizando para acabar con los machirulos infiltrados es la visibilización no solo del conflicto, sino de lxs generadorxs del conflicto. Nombrar públicamente y exponer la situación con la complicidad de las redes y el apoyo de la manada. Es un gesto contundente y que, no nos engañemos, sienta bien. Afirma de manera radical que lo personal es político, que el maltrato en todas sus dimensiones no es un asunto privado sino una cuestión estructural que se materializa sobre un cuerpo pero nos afecta a todxs. Reivindica y reafirma que lo nuestro no es parloteo, sino política. Y posiblemente hará que algunxs se den cuenta de que con el look no basta: quien quiera colgarse la medalla de feminista (de polyamorosx, de anarquista,…) tendrá que jugarse algo más que el peinado y las palabras bonitas.
Las relaciones deshonestas y las agresiones machistas, homófobas y racistas suponen una disociación entre pensamiento y práctica
Pero después del subidón de la denuncia pública, después de haber sido reconfortadas por la solidaridad de nuestras compañeras, debemos pararnos a hacer una reflexión, porque la denuncia del conflicto sin otra estrategia de apoyo es un arma de doble filo.
Nosotras, que luchamos apropiándonos del insulto, ocupando el lugar de lo abyecto, nos exponemos (como colectivos y como individuos) a una nueva situación de violencia y de dolor innecesarios, pues los machirulos no se retiran tan fácilmente del terreno de juego y envían a sus hordas a contraatacar. Por si fuera poco, regalamos trincheras y mártires a fakes, trolls y demás especies infiltradas. Como nos recuerda Arendt, las mayores atrocidades son cometidas por simples, estúpidos y banales ciudadanos, y lo más peligroso es engrandecer ese pequeño hombrecito, aquel que no reconoce su pequeñez y teme reconocerla.
Además de los posibles efectos colaterales del escarnio público (más allá del fantástico instante del desahogo), estamos alimentando un espacio-guerra atravesado precisamente por las mismas dinámicas que denunciamos desde nuestros colectivos. Alimentamos sin querer un ejercicio de poder, de imposición y de fuerza. Reproducimos, a nuestro pesar, los esquemas de dominación que sufrimos desde los sistemas de poder establecidos. El miedo cambia de lado, sí, pero seguimos construyendo la cultura del miedo.
Nuestros colectivos no proponen un cambio en las reglas del juego, no proponen solo un cambio en el color de las fichas: proponen cargarse el juego en su totalidad, tirar el tablero por la borda y empezar de nuevo. Pero para romper el tablero hay que generar nuevas formas de pensamiento y relación. Totales, no parciales. Romper las dinámicas de la dominación en todas direcciones.
Deshacerse ellos, sin convertirnos en ellos: una propuesta
Creando mártires los hacemos más fuertes. Ignorándolos, se carcome nuestra lucha por dentro y nos llenamos de moratones emocionales y, en ocasiones, físicos. ¿Cómo protegernos, entonces, y proteger nuestros espacios para que sean esos lugares necesarios donde otra forma de hacer y de pensar sea posible?
En nuestros debates y vivencias no hemos dado con una fórmula mágica, pero sí con algunas dinámicas interesantes que pueden dialogar con los esfuerzos que se están realizando desde todos los colectivos.
Nos parecen necesarios mecanismos por un lado disuasorios de infiltraciones (eso de tener las puertas y los brazos abiertos de par en par es un mal asunto) y por otro restituyentes para la/s persona/s afectada/s. Y mucha solidaridad dentro del grupo. Una solidaridad comprometida y asertiva.
¿Cómo protegernos, entonces, y proteger nuestros espacios para que sean esos lugares necesarios donde otra forma de hacer y de pensar sea posible?
Es importante explicitar qué se espera del comportamiento de las personas de nuestros colectivos y definir con claridad las formas inaceptables. Para prevenir infiltraciones algunos grupos usan convocatorias virales, no masivas; o elaboran formas de amadrinamiento para nuevos miembros de manera que, en caso de conflicto, haya una red involucrada en la resolución.
Pero una vez materializado el conflicto, es imprescindible la restitución. La gran diferencia entre cualquiera de nosotras y un/a machirulo infiltrado no radica en la perfección sino en el reconocimiento del error. Las inscripciones corporales de la cultura dominante no se borran de la noche a la mañana. Cometemos errores constantes. Patinamos y chirriamos sin cesar en la práctica de las teorías que conocemos tan bien. Pero, y aquí está la diferencia, empatizar con el dolor que causas y asumir las consecuencias forma parte precisamente del proceso de construcción individual y colectivo. Es inevitable, es indispensable y es saludable para el conjunto.
Organizar dentro del colectivo espacios y dinámicas de seguimiento, exposición y restitución contribuye a sanear el sistema de raíz, da herramientas efectivas y colectivas de expulsión de infiltrados y protección del entorno, y sin duda hará huir despavoridos a muchos buscadores de oro que, recordemos, ansían capital sin complicaciones de bajo rendimiento. Generando, de paso, una nueva manera de relacionarse: sin violencia, pero sin buenismos ni pasotismos.
Desgraciadamente, no hay fórmulas generales ni perfectas. Pero sí hay diferentes maneras de hacer. En la elección de nuestra forma de gestionar los machirulos nos jugamos mucho. No sólo arriesgamos la salud de nuestro colectivo, sino su mismo sentido. Es aquí donde afirmamos que lo nuestro no es un simple cambio de normas: nosotras luchamos por la construcción de un mundo radicalmente nuevo.
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