Partirse el velo

Partirse el velo

Una familia gitana celebró, emocionada y a ritmo de rumba, la boda de una de las suyas con otra mujer

24/06/2014
Deborah (a la izquierda) y su mujer, Amparo, el día de su boda.

Deborah (a la izquierda) y su mujer, Amparo, el día de su boda.

En Logroño viven alrededor de 153.000 personas. Es una pequeña capital de provincia impregnada de Ebro y vino. Jiménez es el quinto apellido más común de la ciudad y el segundo de Deborah Pimentel. Ahora, con 25 años, quiere rescatarlo de la subordinación paterna. Entonces, Deborah Jiménez será más gitana que nunca.

Los Jiménez, de tradición errante y orígenes divididos entre Soria y Bilbao, son fieles a sus tradiciones. Entre ellas, el respeto a la familia. Aceptaron, no sin un gran esfuerzo previo, que la madre Deborah se enamorase de un portugués de origen angoleño. De aquí para allá crearon una familia propia, que acabó siendo reconocida por los suyos. Viajaron entre La Rioja y Portugal; enfrentaron una pena de cárcel y vencieron las resistencias ajenas. El matrimonio se rompió cuando su hija, la protagonista de esta historia, pidió el mismo respeto que ellos tuvieron que ganarse. Deborah es lesbiana.

La familia vivía en Mirandela (en el distrito de Braganza, Portugal) cuando ella se enamoró por primera vez de una mujer. Ambas tenían pareja. El novio de Deborah, primo de su padre, ya tenía la aceptación de su familia. Ella tenía catorce años. Una tarde sus padres llegaron antes de lo previsto a casa. Tardaron demasiado en abrir la puerta y comenzaron las sospechas. Decidieron que enviarla de vuelta a Logroño, cerca de su familia gitana, sería la cura perfecta para aquella enfermedad que sufría.

No han conseguido que acepten su identidad sino que respeten una historia de amor estable. “Mi familia ya no quiere a otra. Lo que peor han llevado han sido las temporadas en las que estaba con una mujer diferente casi cada semana”, dice Deborah.

Es una mujer fuerte, con la voz sonriente y cascada; y deje gitano. Tiene la piel tostada y tatuada. Lleva escritos los nombres de sus hermanos y su mejor amiga; el de su abuelo junto a unas alas y un corazón; un hada; una clave de sol; su guitarra eléctrica; parte de la letra ‘Serás canción’ de Mago de Oz; “Alea jacta est”; y el nombre de su mujer: Amparo. Ambas tienen tatuado el norte: Deborah lleva una brújula y Amparo un reloj. Ahora que se han encontrado no quieren perderse.

Deborah es gitana no practicante. Respeta las tradiciones de su pueblo, pero apenas lleva ninguna a la práctica. Sonríe recordando una conversación con su abuela poco antes de la boda:

-Ya verás hija cuando te saquen el pañuelo… – le decía la mujer.
-¡La de rosas que habrían sacado esa noche! – recuerda entre carcajadas.

Las flores sólo estuvieron en los ramos, que lanzaron a las invitadas. La boda, celebrada primero en privado en el Ayuntamiento de Logroño, culminó en una ceremonia simbólica oficiada por el hermano de Amparo, concejal del Partido Popular. Tuvo de especial lo que tienen todas las bodas, pero el ambiente era caló. El primer baile fue una rumba. El día, elegido al azar, coincidió con la jornada de celebración de la visibilidad lésbica: 26 de abril.

El padre de Deborah no quiso entender la decisión de su hija. Estuvieron casi cuatro años sin hablarse y, aunque mantienen cierta relación, nadie le invitó al enlace. Se perdió una ceremonia que todos los asistentes recuerdan emocionante. Ambas, vestidas de blanco. Una llevaba cola y la otra velo. El tul trasparente que llevó Deborah sirvió de guiño a todos los gitanos que se reunieron aquel día. La tradición dice que tienen que partirse la camisa y romper la corbata del novio para repartir los pedazos entre los invitados. Ellas partieron el velo.

Tampoco han tenido rosas en el camino. Ocho años de relación han sido tiempo suficiente para sufrir lesbofobia y rechazo familiar. No han conseguido que acepten su identidad sino que respeten una historia de amor estable. “Mi familia ya no quiere a otra. Lo que peor han llevado han sido las temporadas en las que estaba con una mujer diferente casi cada semana”, dice Deborah. Reconoce también que la aceptación que ella disfruta nada tiene que ver con la situación que está viviendo otro familiar. “A mis hermanos no les gustan los mariquitas, pero con nosotras no tienen problemas”, asegura. El cambio generacional es evidente y en la boda de Amparo y Deborah faltaron familiares mayores: “Mis primos de mi edad estuvieron todos, pero no vinieron muchos de sus padres. Eso sí, la familia gitana lo ha aceptado mucho mejor que la portuguesa”, matiza.

-¿Lo han aceptado por completo?

-En mi familia se habla de mi mujer, pero no dicen nunca que soy lesbiana.

Se han casado porque quieren tener hijos. Uno cada una y por inseminación artificial. No barajan otra opción porque su presupuesto es limitado. Lo quieren “muy pronto, ya”. Amparo es mayor que ella, así que será la primera en ser madre gestante. Recuerda con picardía los inicios turbulentos de su relación. En una ocasión se marchó de casa, sin avisar, agobiada por la situación:

-Mi familia llamó a la policía y, como Amparo es valenciana, la Guardia Civil estaba buscándome por allí. No salí de Logroño.

Reniega y reivindica, casi en la misma medida, su identidad lesbiana: “Yo jamás estaría con un hombre. Soy muy lesbiana, pero ¿por qué me tienen que etiquetar?” En su barrio es conocida como ‘Deborah, la gitana’.

 

 


 

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