Interseccionalidad a medias
Para Begoña Caamaño De un tiempo a esta parte se ha hecho habitual en los feminismos del estado español hablar del concepto de “interseccionalidad” como […]
De un tiempo a esta parte se ha hecho habitual en los feminismos del estado español hablar del concepto de “interseccionalidad” como una manera de visibilizar la complejidad de identidades de las mujeres y, sobre todo, de sus posiciones dentro de los debates y prácticas feministas. Al hilo de este concepto hemos oído hablar de raza, de migración, de orientación sexual. Sin embargo, existe una “interseccionalidad” sobre la cual reina un silencio absoluto en los feminismos que denominaré “españoles” (monolingües, blancos y asentados en una idea de estado unitario y monocultural): el de aquellas mujeres y feministas que rechazamos el concepto de un estado opresor hacia las minorías lingüísticas y nacionales.
Este silencio constituye una violencia que no es menor y que intentaré esbozar en las próximas líneas como elemento fundamental de reflexión de la interseccionalidad. Para muchas de nosotras resulta sumamente complejo participar en debates a nivel estatal (ya no solo porque desde el “centro” no sepan quiénes somos las feministas que nos expresamos en gallego, en euskera o en catalán) porque cuestiones que desde nuestra posición son fundamentales para entender el patriarcado y el capitalismo, como la hegemonía lingüística, están en la base de ese feminismo hegemónico español del que hablo.
Los ejemplos darían para un artículo mucho más largo, pero el debate creo que lo resume el comentario de una usuaria de Facebook, sin que nadie le pidiera su opinión, en la página de Pikara en un artículo en euskera en el que indicaba que estaba en “vascuence” porque era algo que no era de interés “general”. Vayamos por partes. ¿“Vascuence”? ¿En serio? Tan “feministas” para algunas cosas y tan franquistas para otras. Por mucho que les cueste creerlo a algunas, en este país somos millones de personas en general y mujeres en particular las que no tenemos ni queremos tener la lengua castellana como lengua materna, ni mucho menos como única lengua. Resulta triste tener que argumentar en esta altura de la historia la importancia que la lengua tiene para las personas, y mucho más triste resulta que movimientos de avance de derechos como los feminismos (pero no solo, véase por ejemplo casos como el llamado 15M o sus derivados más recientes) ignoran la construcción histórica de la desigualdad y de la subordinación por cuestión lingüística y nacional. Se nos indica, en una retórica muy patriarcal, por diferentes vías -no es la menor de ellas la legal- que a) somos un problema y b) que para solucionarlo abandonemos nuestra “testarudez” y dejemos esas lenguas atrasadas o reaccionarias. Ver la diversidad lingüística de un estado como un problema (lo expresaba muy bien la prima madrileña de una amiga mía que venía a Lugo de vacaciones y nos decía, para nuestra estupefacción, que hablábamos gallego “para molestarla”) es EL problema. No me voy a poner a enumerar ahora las razones para la importancia de la diversidad lingüística, hay cientos de estudios para quien le interese.
Lo que sí me interesa visibilizar en el marco del debate feminista es el nivel de opresión y represión que padecemos en estos momentos algunas de nosotras. Hablaré solo de la situación en Galicia, ese lugar donde según parece mostrar la percepción general, no pasa nunca nada bueno ni hay ningún tipo de “conflicto”. Voy a empezar por algunos derechos básicos, como el hecho de que en la actualidad ninguna niña gallego hablante pueda recibir su educación en su lengua materna. Desde la llegada al poder de Núñez Feijóo se ha reducido la enseñanza en gallego a todos los niveles a un máximo del 33%, con prohibición expresa de utilizarlo en algunas asignaturas “importantes” como matemáticas. En la educación infantil, sin entrar a valorar en qué términos se presentaba esa “elección” a las familias, el método de encuesta “popular” sobre la lengua -pero no sobre otras cosas, claro- ha llevado a que en las ciudades solo un 2% de las escuelas infantiles usen el gallego, incluso cuando en muchas había una gran cantidad de madres y padres que sí lo deseaban, pero con que hubiera solo una familia más en contra se les ha impuesto el castellano. Esta situación se extiende a los tribunales, a los medios de comunicación, al mundo laboral. Es habitual que se vea hablar gallego como una tara y, al contrario de lo que les ocurre a las consumidoras que hablan castellano, a nosotras nos increpan en las tiendas o las compañías de teléfono si les pedimos que nos atiendan en nuestro idioma (cosa que cualquier persona con un mínimo interés en vender algo debería hacer). Ya no digamos a la hora de pedir trabajo.
Estas actitudes se han ido exacerbando en época reciente con la llegada de grupos neofascitas como Galicia Bilingüe (no nos dejemos engañar por el nombre, este corpúsculo se dedica a intentar erradicar el gallego e imponer el castellano de nuevo en todas las esferas) que se dedican a la coacción de profesorado y alumnado, enviando burofaxes amenazantes a quien se exprese en gallego donde segundo ellas “no debe” (que acaba siendo en todas partes). Recientemente su connivencia con la Consellería de educación llevó a que se le obligase a cancelar un acto a una organización estudiantil en un instituto de Lugo (el instituto en el que yo misma estudié) en el que iban a hablar de los movimientos estudiantiles nacionalistas y la represión franquista. Hasta aquí algunos fragmentos de nuestro día a día, sin entrar ya a hablar de la represión de las independentistas y de la presión policial que hace que se les pida el carné e interrogue a quien ande con una bandera gallega por la calle.
Y alguna dirá qué tiene esto que ver con el feminismo. Pues bien, todo. Primero porque, al igual que con otros parámetros de intereseccionalidad, la lengua no es algo “renunciable”, nos construye y sitúa como ciudadanas. Cualquier proyecto de justicia social no puede pasar por alto que a algunas ciudadanas de este país se nos exige renunciar a nuestro propio idioma, el que nos une a las que tenemos cerca y el que, sobre todo, nos da una visión crítica no hegemónica de las relaciones, para poder acceder a ciertos derechos. Pensar desde las lenguas propias indica también pensar en proximidad, algo unido de forma fundamental a conceptos de cuidado y ecología que se han debatido en los feminismos en las últimas décadas.
La mentalidad monolingüe y monocultural resulta también uno de los parámetros fundamentales de construcción del patriarcado, capitalismo y neocolonialismo. La unificación de una supuesta “identidad común” a través de la lengua hace fácil la difusión del contenido de consumo. La pérdida real de diversidad se compensa con la perniciosa “exotización”, es decir, eso que hace que esté muy bien entender las identidades como folclóricas, pero no como políticas (algo muy franquista también). Las críticas de los feminismos al capitalismo no deberían pasar por alto aspectos como estos, pero lo hacen porque las que tenemos la posición más idónea para el análisis somos excluidas como irrelevantes, que diría la comentarista del Facebook: para “el debate de interés general”. Si los feminismos están para revolucionar, para acabar con las injusticias, para cuestionar la subalternidad, la opresión lingüística no puede quedar fuera de su alcance.
Entender estas cuestiones a nivel del estado implica también abrir un debate pendiente que tiene que ver con la neocolonización en los propios feminismos del estado español más allá de nuestras fronteras, donde nuevamente se envían a los márgenes a todas aquellas subalternas, que diría Spivak, que no hablan en nuestro idioma (en el sentido más amplio del término). Los feminismos estatales están creando pues opresión y perdiendo oportunidades. Están ignorando lo que tienen bien cerca, la complejidad de nuestras posturas con respecto a temas fundamentales que he enumerado en cierta medida, pero también nuestras redes y relaciones, que no pasan necesariamente por el centro. En el caso de Galicia, la relación con todos los países de habla portuguesa, por ejemplo -porque nuestra lengua “inútil” nos pone en contacto con 200 millones de personas, y aunque así no fuera seguiría siendo importante porque sobre todo nos pone en contacto con nuestra historia y con nuestro entorno inmediato, con el afecto y el cuidado-, con las comunidades europeas bretonas, galesas, escocesas, etcétera.
Por supuesto que todas nos movilizamos contra la ley del aborto y otras cuestiones estatales, pero movilizarse contra esa visión hegemónica del estado es tan crucial como todo eso y ahí veo todavía muy pocas manos amarrándose a las nuestras. Empezando por hacer el esfuerzo de leer en Pikara (revista que nace de un espacio plurilingüe y que entiende la diversidad lingüística como valor) los artículos en gallego y catalán, lenguas que cualquier hablante de lengua romance con un mínimo de interés podría entender, y en el caso del euskera, entendiendo que la discapacidad está en la persona que no sabe el idioma, no al revés. Yo he renunciado hoy a mi lengua para que este mensaje llegase a sus destinatarias pero espero que, a partir de ahora, que colaboraré en Pikara en gallego (igual que ya lo hago desde hace años con diversos medios en lengua gallega) el resto de feministas del estado español tengan suficiente interés para leer lo que escribimos.
Porque al contrario de lo que nos indica el pensamiento hegemónico, y como sabrá cualquiera que trabaje con artes visuales, solo se puede tener perspectiva -crítica- cuando salimos del centro.