En Paraguay prevalece el “derecho a tener empleada doméstica” sobre el derecho a una vida digna

En Paraguay prevalece el “derecho a tener empleada doméstica” sobre el derecho a una vida digna

El Congreso de los Diputados rechaza igualar el salario mínimo de las trabajadoras del hogar al sueldo base del resto de la población activa; cobrarán el 60%. La nueva ley también permite la contratación para tareas domésticas desde los 16 años. Los sindicatos de empleadas tildan la norma de clasista y alertan de que fomentará la explotación de menores en un país en el que unas 45.000 niñas realizan trabajos en casas de terceros a cambio de comida y alojamiento.

20/03/2015

 

Foto de protestas de empleadas domésticas paraguayas, cedida por los tres sindicatos que las representan.

Foto de protestas de empleadas domésticas paraguayas, cedida por los tres sindicatos que las representan.

El Congreso de Paraguay ha establecido por ley que el salario mínimo de las empleadas domésticas, cerca del 13 por ciento del total de trabajadoras del país, sea el 60 por ciento del sueldo base previsto para el resto de la población activa. La medida ha sido calificada de “clasista, discriminatoria y decepcionante” por las representantes sindicales de las cerca de 220.000 trabajadoras domésticas que hay en Paraguay, un país con unos 6,5 millones de habitantes. El proyecto de ley del trabajo doméstico aprobado el pasado martes fija el salario de esas trabajadoras en 1,09 millones de guaraníes (unos 245 dólares) y permite trabajar en esas tareas a partir de los 16 años, dos puntos que rechazaban de plano las asociaciones del gremio.

“Es una discriminación total hacia las mujeres”, declara Librada Maciel, representante del Sindicato de Trabajadoras Domésticas y Afines, a Pikara. “Estamos decepcionadas, esperábamos la igualdad de la que tanto hablan los congresistas, pero al final nos siguen discriminando”, añade. A sus 41 años, Maciel lleva más de 20 trabajando en la limpieza de hogares ajenos.

Los diputados alegaron que otorgar el salario mínimo a las trabajadoras domésticas “sería populista” y que “profesores, policías y militares” no tendrían cómo pagar ese sueldo a sus empleadas

La nueva ley aumenta un 20 por ciento el sueldo base de las trabajadoras domésticas, pero queda lejos de la demanda de igualar sus ganancias al salario mínimo previsto para el resto de empleados de Paraguay, que es de 1,8 millones de guaraníes (unos 400 dólares). Según los sindicatos, en la actualidad el sueldo medio mensual de una empleada doméstica en Paraguay ronda los 650.000 guaraníes, es decir unos 140 dólares, lo que supone un tercio del salario mínimo interprofesional. Según datos oficiales de 2012, una de cada diez empleadas domésticas paraguayas vive en la pobreza extrema debido a su baja remuneración.

Los legisladores de la Cámara baja rechazaron aprobar el texto que las asociaciones de trabajadoras habían consensuado con las comisiones de diputados y sancionaron un proyecto que el Senado ya había validado seis meses antes sin escuchar los reclamos de las empleadas de servicio doméstico. Los diputados alegaron que otorgar el salario mínimo a las trabajadoras domésticas “sería populista”. Varios legisladores del gobernante y conservador Partido Colorado así como del opositor y también conservador Partido Liberal justificaron su voto en contra de la igualdad de salarios en que profesionales como “profesores, policías y militares” no tendrían cómo pagar ese sueldo a sus empleadas.

“Nos toman por tontas. Es la gente de plata o con varios salarios la que se puede permitir contratar a empleadas interinas, la clase trabajadora cuando nos podemos permitir ese lujo contratamos a alguien por horas”, responde la sindicalista, madre de cuatro hijos y abuela de cuatro nietos: “Nuestros hijos no cuentan. Solo piensan en los suyos. Nosotras trabajamos y además somos amas de casa, llevamos a los hijos a la escuela y luego nos dedicamos a un trabajo muy duro”. Y añade que el aumento aprobado “no sirve de nada porque no ayuda a tener la jubilación esperada y limita el acceso a la salud”. “Es una gran desilusión. Lloramos tanto… Aún así seguimos con la frente alta, seguiremos la lucha”, advierte.

“Fomenta el ‘criadazgo’ y el abuso a menores”

La líder sindical destaca también que la nueva ley permite a menores de edad ser contratadas para tareas domésticas a partir de los 16 años, algo que en su opinión “fomenta el criadazgo“. En Paraguay se conoce como “criaditas” a las empleadas menores, en su mayoría de pueblos humildes del campestre interior del país, que son internadas en la casa de una familia ajena para prestar servicios domésticos. Una costumbre instalada durante la dictadura militar que dominó el país con mano de hierro entre 1954 y 1989. Mientras que la mayoría de niños trabajadores se dedican a tareas rurales y a la venta ambulante, las personas menores de edad que realizan trabajo doméstico son, por lo general, niñas. “Abrieron la puerta a que se sigan permitiendo las criaditas, cuando muchas de ellas son abusadas por sus empleadores. ¿Quién protege a estas niñas?”, lamenta.

Según Global Infancia, miles de familias paraguayas tienen a una o varias criadas menores de edad que realizan todo tipo de trabajos domésticos a cambio de comida y alojamiento y, en algunos casos, educación. Según la ONG, “son particularmente vulnerables a ser víctimas de todo tipo de violencia (física, emocional, sexual y laboral), ya que el trabajo que realizan a menudo está oculto a los ojos de la ciudadanía”. La ONU, que estima en 45.000 el número de niñas y niños dedicados al criadazgo en Paraguay, ha pedido en reiteradas ocasiones a las autoridades paraguayas que tomen medidas para acabar con el trabajo infantil doméstico. “Les dan de comer los restos y el empleador puede cometer abusos. Estos casos se conocen, pero nadie hace nada”, critica Maciel.

Nancy Benega tenía solo 15 años cuando comenzó a trabajar en su primer empleo, sirviendo en una casa señorial de Asunción, la capital de Paraguay. A sus 42 años recuerda con todo detalle cómo “el señorito de la casa”, un hombre de 25 años, intentaba de forma reiterada llevarla a su habitación. “Me pedía constantemente que subiera a su habitación para que le pasara una toalla. El día que finalmente lo hice me esperaba desnudo en el baño”, recuerda. “Me fui llorando y corriendo a contarle a la cocinera, que intentó tranquilizarme diciendo que eso era lo normal con las empleadas”. Benega abandonó ese trabajo, pero ha seguido dedicándose al servicio doméstico toda su vida: “Es curioso que las clases medias y altas paguen poco; las que más nos contratan son las que más nos explotan”, concluye.

 

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