Solidaridad de la diferencia, quememos el feministómetro

Solidaridad de la diferencia, quememos el feministómetro

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23/03/2018

Marina Kahlo

Miriam Sánchez M.
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Algo común a los diferentes movimientos disidentes y reivindicativos es la complicada conciliación de las divergencias. Ante diferentes versiones de una misma problemática, se tiende o a buscar la armonía de contrarios o a atajar las diferencias con los cajones de la ortodoxia y la heterodoxia.

Los feminismos no son ajenos a esta dinámica y a menudo militantes de distintos ángulos nos mutilamos las unas a las otras con el canon de la feminista perfecta que varía de un círculo a otro. Por paradójico que resulte, a la lógica rígida del feministómetro se le une una apuesta poco consistente por la interseccionalidad, por abanderar a las y los proletarios de la tierra independientemente de su clase, género, raza, cultura y circunstancia. Nos juzgamos entre nosotras al mismo tiempo que exigimos el perfecto feminismo transversal que al fin consiga que todas las diferencias se dejen a un lado por el bien la futura humanidad resultante de la disolución de toda desigualdad. Nos atacamos para adelantar el fin de la historia.

Para comprender esta cuestión, haré una analogía entre feminismos y marxismos. Al entrar en contacto por primera vez con Marx, la fascinación inicial se transforma fácilmente en un enamoramiento apasionado y poco lúcido. La primera lectura inicial termina determinando un ideal de la práctica perfecta, la fórmula que creará el movimiento obrero internacional y que debería valer para toda época y lugar. Lo que se salga de ese ideal se califica de contrarrevolucionario o de utópico dependiendo de su arrojo. Los militantes de esta fase tienen una reminiscencia de la adolescencia y tendencias jesuitas, sus hormonas bullen por todo su organismo en una explosión de energía y creatividad.

Al descender las endorfinas, llega el momento crítico en el que se opta por continuar leyendo o dejar que se enquiste en el organismo la ortodoxia. Cuando el debate interno y externo se hace cada vez más agresivo, no todo se cura con amor. También surgen las primeras decepciones al no ver resultados directos de la acción política. No se hace la revolución en un día ni se hace como dice el ideal ni muchísimo menos se hace internacional. Surgen cada vez más incógnitas, pero cuando se escoge volver a atrás sobre sus pasos se abre la fase de madurez. Con las consecutivas lecturas y la observación de prácticas más allá del libro, se descubre la verdadera potencia revolucionaria oculta entre las líneas. La fuerza del marxismo no está en una única praxis ni una ecuación única. Entre innumerables factores sociales y circunstancias concretas, lo importante es saber usar las herramientas teóricas para construir la práctica que mejor se ajuste. Esta construcción no entra en las categorías de lo bueno o lo falso, no hay un ideal con el que comparar la copia, los modelos anteriores nos enseñan a mejorar pero 1917 jamás regresará.

Regresando al feminismo, las mediciones del feministómetro no se distinguen del canon revolucionario y hacen el mismo daño. No hay un feminismo verdadero y otros falsos, sino perspectivas opuestas. Somos liberales, comunistas, anarquistas, cristianas, ateas, musulmanas, judías, budistas, pro-prostitución, abolicionistas, anti-porno, post-porno, queer, gitanas, transgénero, cisgénero, intersexuales, ecofeministas, autóctonas, inmigrantes, monógamas, poliamorosas, asexuales e infinitamente diferentes unas de otras. No se puede confundir la sororidad con estar siempre de acuerdo. Hay feminismos diferentes porque hay circunstancias e ideas diferentes. Un feminismo interseccional es un ideal que queda bastante lejano de la realidad práctica aunque se puedan llegar a acuerdos y redes de apoyo.

Por otro lado, no tiene sentido pretender encajar a la fuerza las conductas no compartidas en la estantería de lo no-feminista. Unas se maquillarán, otras preferirán tener un aspecto unisex, algunas disfrutarán el sexo esporádico y otras no tendrán las mismas necesidades, no hay una escala numérica que jerarquice las decisiones libremente escogidas como más o menos ajustadas al ideal de la buena feminista. La diferencia no es un fracaso, sino parte de la riqueza del ser humano.

Cuesta abandonar las pretensiones de liderar la sororidad de la uniformidad, querer que todas vayan más allá de su contexto, pero tenemos que pensar en el feminismo como un principio y no un dogma. Tenemos que abogar por una sororidad de la diferencia y escuchar a la diferente en vez de condenarla.

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