Imanol Arias interpreta al agente secreto y Quim Gutiérrez a su cobarde hijo

Que Anacleto, agente secreto (Javier Ruiz Caldera, 2015), iba a ser una película androcéntrica no es una sorpresa para nadie. La adaptación cinematográfica del personaje de cómic creada por Manuel Vázquez en 1964 para las revistas de la Editorial Bruguera no nos iba a maravillar con una adaptación sorpresiva en plan Anacleta, agenta secreta. Así que nos encontramos con un universo masculino dominante de héroes y antihéroes patrios no exento de rasgos sexistas, como insinuar a tu enemigo que vas a conquistar a sus mujeres a base de atenciones…

La abundancia de comentarios como “hazme caso, es una zorra, estás mejor sin ella” sobra

A pesar de este androcentrismo que atufa, la película tiene ciertas virtudes. La primera, una eficaz e impecable ambientación de los 70, que se aleja de barroquismos y manierismos y que es capaz de transportarnos a la estética de edificios, oficinas, parkings de aquella época de una manera sutil, sin cargar las tintas. La segunda es el trabajo de sus actores que encarnan el héroe, Anacleto (Imanol Arias) – cualquier papel que interprete Imanol Arias sin recordar sin remedio a Antonio Alcántara roza ya lo sublime- y el anti héroe, Adolfo (Quim Gutiérrez), que interpreta a su hijo de forma muy solvente. Un héroe, que lo ha sido a costa de ser un padre desastroso, y un anti héroe lleno de rencor y de inseguridades por la falta de atención paterna; Anacleto, al perder a su mujer, que trabajaba como espía, no fue capaz de asumir la crianza. Él mismo lo dice: “Yo no sé hacer de padre, dar abrazos y eso, lo mío es ser agente secreto”. Como si las mujeres supiéramos hacer de madres y lo nuestro sólo fuera la maternidad…

Ciertamente, existe una crítica a la masculinidad patriarcal que se cuela en el relato. La decadencia es evidente en Adolfo, que expresa las ausencias y el rencor por no estar a la altura de un padre exigente. Esto se materializa en una persona débil y cobarde con mucho apego a tumbarse en el sofá, taparse con la manta y ver la tele. Tampoco podemos obviar que asumiendo este rol de masculinidad insegura se refuerza la empatía con el público, poco acostumbrado a la masculinidad titubeante, y que el personaje en lugar de débil nos pueda parecer entrañable.

Katia rompe con el rol de novia sumisa y complaciente que espera al (anti) héroe

Esta actitud no gusta nada a su novia Katia (Alexandra Jiménez) quien, cansada de manta, sofá y tele, lo abandona por un futuro con más acción, emociones y aventuras. Es un personaje secundario, pero rompe con el rol de novia sumisa y complaciente que espera al (anti) héroe. Y esto es algo muy esperanzador, un personaje activo, que no se supedita al masculino, que va por libre, que piensa en ella y en sus intereses, que no quiere ser la madre de Adolfo, sino su novia, y que además trabaja de médica.

No obstante, hay un aspecto de la película que no podemos dejar pasar por alto y es todas las veces en las que llaman ZORRA al personaje de Katia. En un contexto de abandono de una relación, este insulto nos remite a un imaginario patriarcal que condena a las mujeres cuando deciden separarse. Si bien suele ser el personaje de Martín (Beto Romero), el hermano de ella, el que profiere el insulto en un tono y un marco de riña fraternal, comentarios como “hazme caso, es una zorra, estás mejor sin ella”, “prefiero que me digas de ella que es una zorra y que se va a quedar sola toda su puta vida” o “espero que ahora de convenzas de que es una zorra” sobran en una película. El último zorra levantó un murmullo de desaprobación en la sala. Menos mal.

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