El sexo pitocéntrico, mi cuerpo sexual y yo
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Marta Mateos Revuelta
No es baladí que en numerosas ocasiones me hayan confesado con desasosiego una terrible inquietud de la que no se habla demasiado, como no se habla demasiado de las dinámicas sexuales en general, sobre todo de aquellas que salen mal, que frustran y que te hacen parecer una pervertida… Estoy hablando de un tema que me preocupa enormemente: la dominación del sexo ‘pitocéntrico’ y la anulación que conlleva esta dominación sobre otras prácticas sexuales que a la mujer le congratulan, si cabe, aún más.
En varias ocasiones amigas y conocidas me han comentado que a causa de hacer un sexo fundamentalmente ‘pitocéntrico’, se les ha quedado cara de ‘pozí’ después de que el compañero sexual de turno haya eyaculado, se haya dado la vuelta, y se haya dormido, creando una situación de “¿cómo?… no entiendo…” o de “quiero más, ¡dame máaaaas!!” o de “ni hablar, ¡no hemos terminado!!…”, o de “¿por qué me haces esto?”, o de “¿qué pasa con mi orgasmo?”, o de “es que no te importa mi orgasmo…”
A pesar de que la penetración es muy placentera y lo último que querría con este artículo es envilecer algo que nos gusta y que queremos seguir haciendo, y a pesar de que hay algunas compañeras que admiten llegar al orgasmo únicamente con la penetración vaginal, e incluso con la anal, podríamos decir que hay evidencias suficientes sobre la anatomía sexual de la mujer para afirmar que la mayoría de las mujeres alcanza el clímax a través de la estimulación del clítoris y no de la penetración.
Quizás hace falta decir que no estoy haciendo apología del orgasmo (femenino) como instrumento para medir el nivel de satisfacción que un encuentro sexual tiene. Nada más lejos de mi intención. Simplemente que este, el clímax, se hace sumamente relevante cuando en la calentura del encuentro sexual con el otro es invisibilizado, y cuando los mecanismos fisiológicos que lo posibilitan son ninguneados.
Varios seres con clítoris me han comentado que esto no es más que otra desigualdad de género, que son los hombres los que nos han fallado al haber hecho pellas el día que les explicaron cómo funciona la anatomía de la sexualidad femenina (dónde está el clítoris, los labios, el orificio de la uretra…) y al no haber, para más inri, tomado una actitud proactiva para suplir esta falta de conocimiento más allá de los espacios de educación formal.
Estoy de acuerdo. Esta actitud proactiva de nuestros compañeros sexuales, no abunda. Esto es lo que explica que, tal como menciona Elena, “cuando estaba buscando mi clítoris le tuve que decir que “¡eh! más arriba, eso son los pies…” y, “es que ya tiene 40 años, debería saber dónde se encuentra el clítoris…” o los comentarios de Susana “y entonces él terminó y yo me quedé así como muy sorprendida porque me dije, ¿ya está? y me dije, ¿qué hago?, ¿me masturbo yo ahora?, a ver si le va a sentar mal…”
Estas situaciones son debatibles en el marco de la desigualdad de género y de la histórica manipulación e invisibilización de la sexualidad femenina. ¿Pero qué hacemos realmente los seres con clítoris que nos enfrentamos con esta desoladora situación? Muchas veces, nada. Ser cómplices del ninguneo al no reivindicar nuestra sexualidad tal y como nosotras la queremos.
¿Por qué tantas y tantas veces nos hemos quedado tiradas en la cama, en situación post-coito, esperando que llegara lo que nunca iba a llegar, y esperándolo con muchas ganas pero sin atrevernos a pedirlo, como si pidiéndolo fuéramos a levantar un muro entre nosotras y el susodicho, como si pidiéndolo estuviéramos desafiando las leyes de la naturaleza?
¿Cómo explicar esta pasividad en la que algunas nos encontramos, esta disonancia entre lo que queremos, es decir, entre el querer disfrutar de nuestra sexualidad con otros, y lo que hacemos, es decir, callarnos como muertas y no decirle al susodicho que deje de hacerse el sueco, que ahora le toca darle a la zambomba o comerse el higo?
¿Por qué esta desafección con respecto a nuestro cuerpo y este quedarse corporalmente impertérritas ante la injusticia sexual? ¿Por qué no reclamar, corporalmente, nuestro orgasmo y nuestro placer?
“To the extent that a woman lives her body as a thing, she remains rooted in immanence, is inhibited, and retails a distance from her body as transcending movement and from engagement in the world’s possibilities”*
Si le preguntáramos a Iris Marion Young, probablemente nos diría que se trata de un fallo, de una carencia, en el uso de la potencialidad de nuestros cuerpos definidos como socialmente femeninos. En su artículo On Female Body Experience, analiza la fenomenología del cuerpo de Merleau-Ponty y ofrece una descripción de las modalidades de comportamiento corporal femenino, que en su opinión son las que causan este vivir como un objeto, y por tanto una desafección y falta de control y confianza sobre nuestros cuerpos.
Según Young, aquellos seres definidos socialmente como mujeres vivimos a través de una existencia corporal objetivada. Es decir, que somos percibidas (y nos auto-percibimos) más como objeto que como sujeto. Este vivir el mundo más como objeto que como sujeto haría, en opinión de Young, que el comportamiento de los seres con clítoris definidos como mujeres muestren tres modalidades de comportamiento corporal que juegan en su contra: la transcendencia ambigua, la intencionalidad inhibida y la unidad discontinua.
La trascendencia ambigua se refiere a que cuando el cuerpo de la mujer se mueve, cuando se orienta hacia una acción, solamente una parte del cuerpo se mueve realmente, mientras que la otra parte permanece enraizada en la inmanencia. La intencionalidad inhibida se refiere al desequilibrio entre la proyección del desempeño de una tarea física y la falta de confianza sobre nuestras capacidades para lograr llevarla a cabo. No hay entonces armonía entre nuestra intención y el desempeño de la acción, es decir, se trata de un autoimpuesto “no puedo hacerlo”. La última modalidad se refiere a que, debido a las dos anteriores modalidades, la existencia corporal femenina permanece en una unidad discontinua consigo misma y con el mundo que le rodea.
De acuerdo con la fenomenología de Merleau-Ponty, para que el cuerpo exista en tanto que presencia trascendente (es decir, como sujeto), no puede existir como objeto. Solo cuando se es sujeto el cuerpo es remitido hacia las posibilidades que le ofrece el mundo. La existencia objetivada de las mujeres contribuiría, entre otras cosas, a que su existencia social sea una existencia determinada por la “mirada del otro” (por ejemplo, el male gaze) que constituye la principal fuente de su auto-referencia.
Otro concepto fenomenológico que utiliza Young es el de “espacio vivido”. De acuerdo con la fenomenología de Merleau-Ponty, el cuerpo es el sujeto original que constituye el espacio, de modo que si no hubiera cuerpo, no habría espacio. Esto quiere decir que el cuerpo no puede compartir espacio con otro objeto, y que no existe “en” el espacio, ya que el cuerpo vivido no es un objeto. Sin embargo, el espacio del cuerpo de la mujer no es, debido a las modalidades de comportamiento explicadas anteriormente, constituidor de espacio, sino que es constituido. Es decir, el cuerpo de la mujer existe “en” el espacio, pero no lo constituye.
Young utiliza este análisis para explicar por qué algunas mujeres experimentan su cuerpo como una carga, por qué no terminan de confiar del todo en él y en sus capacidades, y por qué tienen tendencia a esperar a que los objetos (incluyendo otros sujetos) se acerquen a ellas, en lugar de moverse e ir en busca de éstos.
Y así llegamos a la sección de las conclusiones: es el sistema patriarcal y su definición de la mujer como carne, como objeto potencialmente manipulable y controlable por “el otro”, el que determina la existencia corporal objetivizada de las mujeres. De esta manera, no solo los demás nos objetivizarían sino que esta objetivización determinaría nuestra conciencia en relación a nuestro cuerpo, es decir, que estaríamos tomando distancia con nuestro propio cuerpo. Esto nos impediría vivir en unidad con nosotras mismas.
A riesgo de ser criticada por comentar un artículo que podría estar cayendo en el esencialismo, me gustaría retomar esta reflexión fenomenológica para intentar comprender de qué manera podemos nosotras, seres con clítoris, reapropiarnos de nuestra sexualidad y de nuestros cuerpos, para vivirlos al máximo sin pudor y sin represión, y quitarnos la mordaza para pedir lo que queremos realmente en la cama.
No querría responsabilizar a los seres con clítoris sobre el poder que tiene el patriarcado en cuanto al (no) disfrute de nuestros chuminos, pero si somos realistas y tenemos en cuenta que nuestra sexualidad ha estado históricamente ninguneada por este sistema, no podemos dejar en manos de otros la liberación sexual de nuestros chichis.
Volviendo a la situación ‘pitocentrista’, ¿cómo podemos reapropiarnos de nuestra sexualidad y de nuestro orgasmo de manera afable, sin herir la sensibilidad de nuestro compañero sexual de turno pero reclamando corporalmente el sexo que queremos? Podríamos proponer algunas estrategias:
-Podríamos, sin decir nada, empezar a restregarnos contra la pierna de nuestro compañero sexual.
-Podríamos coger la almohada y montarla, como quien no quiere la cosa.
-Podríamos directamente masturbarnos con la mano mientras él nos penetra.
-Podríamos directamente masturbarnos con la mano mientras él duerme.
-Podríamos comprar un vibrador y usarlo antes y/o después de la penetración.
-Podríamos quejarnos y reclamar más tiempo y atención en nuestros genitales, como un fin en sí mismo.
-More?
En conclusión, se trataría de que cada una encontrara la estrategia corporal que más placer le reporta con el objetivo de reapropiarnos orgásmicamente de nuestro cuerpo sexual a través de una mayor proactividad corporal. Esto podría ser un buen comienzo para aquellas de nosotras que nos hemos visto en la disyuntiva de no actuar corporalmente como sujetos propiamente dichos fenomenológicamente hablando, no por desconocimiento de nuestros cuerpos ni por falta de ganas de disfrutar del orgasmo en compañía sino por esta enajenación corporal que el sistema patriarcal nos ha impuesto. Se trataría entonces de hacer de esta carencia impuesta un ejercicio de empoderamiento, sexual, primero, pero no solo. Sería un ejercicio de empoderamiento corporal, de empoderamiento vital. Sintámonos poderosas.
*En la medida en que la mujer vive su cuerpo en tanto que objeto, permanece arraigada en la inmanencia, queda inhibida, y mantiene una distancia con respecto a su cuerpo como movimiento transcendente y como compromiso con las posibilidades del mundo.