¿La vida bucólica es la vida mejor?

¿La vida bucólica es la vida mejor?

Quiero pedir un fuerte aplauso para esas personas que deciden pasar de malos humos y cláxones, por haberse marchado a coexistir con vistas a las estrellas, tomates no transgénicos, pasifloras y leña para el invierno. Yo lo he intentado, pero en este momento no ha podido ser.

Imagen: Núria Frago

Ilustración: Núria Frago

Hoy tengo un día de esos en los que pienso en los artí-culos escritos y me muero de vergüenza. “No me extraña”-pensaréis algunas. “Ya era hora”-dirán otras. “¡A la orca!”-escucho desde el fondo de mi cabeza. No sé cómo ni por qué me ha dado por releerme. Eso sí,  juro que me han recorrido miles de espasmos  por todo el cuerpo del estrés. Como yo escribo con mucho tiempo entre chapas, y soy tan impulsiva que doy al intro para enviar casi sin releer,  se me olvida lo que pongo. Pero no voy  a mentir. Admito que  meterme entre pecho y espalda la sarta de estupideces plasmadas en estas líneas unatrasotraunatrasotraunatrasotra, me ha dejado temblando. “¿Tú eres tonta? ¿Por qué dijiste aquello? ¿Qué leches pusiste aquí? ¿En qué momento te pareció buena idea soltar esa chorrada? ¿Desde cuándo repetir las mismas expresiones en 20 escritos diferentes es aceptable? ¿En serio te crees graciosa? ¿Cómo puedes tener tantas erratas? ¿Acaso tecleas con los dedos de los pies? ¿Estás segura de que quieres seguir escribiendo esta columna sobre “tu vida”? ¿Es verdaderamente “tu vida”? ¿En cualquier caso, a quién hostias le importa? ¿Es que de veras tengo “algo” que contar? ¿No será ya pura inercia y un listado de memeces que te vienen a la mente? “María Unanue, es hora de pensar de dónde venimos y adónde vamos. Intenta no hacer el ridículo”-me digo a mí misma con calma. “O al menos, no lo hagas en público”-matizo después de haberlo pensado dos veces. Las misiones imposibles nunca han sido lo mío. El verano pasado fue muy caótico en lo que a todo se refiere. Ruptura amorosa,  separaciones de bienes y cada cual a su casa, adopciones perrunas por partida doble para intentar pasar el duelo de manera más digna y ocupada (razón lícita donde las haya), trabajos veraniegos sin descanso y pocos euros en el bolsillo, la vuelta al cole, imposiciones familiares por decreto real y la gracia de dios…en fin. Nada de playa. Nada de fiestas. Nada de descanso. Necesitaba reestructurarme y poner un poquito de orden. En general. Así que como tomo decisiones sin ton ni son, me dio por alquilar una habitación en un caserío de un pueblito a 25 minutos de Bilbao. ¿A alguien se le ocurre una mejor solución? Al principio era todo fabuloso. Las perras corrían por las campas, mis amigas venían a cortar hierba y ayudarme en  quehaceres varios, yo me ponía morena a la velocidad de la luz  y todo parecía genial. Sé que tomar el sol sin protección es malo y que se me tachará de descerebrada, pero supongo que aún así quiero contarlo. Total, que no hay nada como acercarse a las cosas para comprobar lo equivocada que estás. Y esto es aplicable a diferentes contextos. Al menos en mi caso, que noto que me fallan las entendederas y tiendo a idealizar todo lo idealizable: personas, animales, cosas, situaciones, estados  etc.   Resumiendo y sin dar muchos rodeos: lo precioso de vivir en un caserío, son las vistas. Salir a la puerta mientras cueces macarrones y ver todo verde y azul, no tiene precio. Bueno sí, 235 euros al mes con gastos incluidos. Pero me explico. Yo que soy urbanita hasta la médula, he descubierto un noséqué  tranquilizante en el  frondoso silencio  de la naturaleza. Nunca me había dado por ahí. Cuando era pequeña mi familia me obligaba a ir al monte los domingos. Porque es muy saludable subir cuestas, comerte un bocadillo de tortilla y beber agua como si nunca la hubieras probado. Supongo que esa es la razón por la que no me había decantado por los árboles, los pájaros y  la nature en cuestión.  Sea todo fuere, no descarto que este arrebato temporal haya estado influenciado muy mucho por lo moderno que está empezando a ser esto de darse a lo rural. Y utilizo “moderno” sin ningún tipo de crítica. Está de moda. Para bien. En Bizkaia hay pueblos prácticamente repoblados por jóvenas idealistas  que quieren vivir al margen del asqueroso capitalismo, en una microsociedad creada con sus propias reglas. Hay quienes sueñan con empezar familias sin lazos de sangre, y otrxs con  criar a sus retoñxs recién paridxs  en comunidad. No podemos olvidar a quienes crean cooperativas, grupos de consumo, y actividades como cineclubs en antiguas  ermitas. A mí todo esto me parece la hostia. Lo aplaudo hasta con las orejas. Me fascina. Pero hacerlo tú sola es raro. Al menos yo me siento rara. Pasar un fin de semana de pseudorelax en un caserío del siglo XXVII con la escultura de una mujer con cuatro tetas y un coño ultratallado en el tejado, debería ser fabuloso. Y yo, la verdad es que después de dar tres paseos por el bosque con las perras, comer en la hierba, relajarme leyendo al sol y mirar volar a aves cuyos nombres desconozco… pues me metía en mi supersónico teléfono de mierda que en buena hora acepté como regalo en mi nueva compañía de teléfonos. Sacaba una foto, y la colgaba en Facebook. Cogía el Whatsapp y empezaba a mandar audios de diez minutos a mis amigas. Entraba en el email y leía el acta de aquella reunión sobre noséqué. Vamos, que por mucho que trabaje mi autonomía, revalorice mi soledad y me premie con paisajes de cuadro de museo… cuando estoy mucho tiempo sola me aburro. O sea, estando sola no me aburro, vamos a ver, me aburro cuando después de pasar tiempo sola, esa soledad no se acaba y no puedo juntarme con alguien a contarle lo que me ha pasado por la cabeza. ¿A alguien más le pasa? Se me ocurre mencionar la película Into the wild. Historia  basada en hechos reales, que de tener como protagonista a una mujer, no hubiera durado ni medio telediario, por exceso de agresiones machirulas y demás percales que todas conocemos. O “en el mejor de los casos” podría haberse dado un volantazo en el argumento, tirando más hacia la protagonista de Monster. Bueno, que no tengo claro si lo que me pasa es cosa mía individual intrínseca o si es aprendido y nos pasa a todas… pero cuando paso mucho tiempo sola, por muy verde que sea lo que me rodea y mucho aire puro que tenga en los pulmones, me aburro soberanamente. Me encanta leer. Pero no me las voy a dar de guay. Gracias al máster de literatura de tres años admito que me encanta leer sólo cuando no tengo nada mejor que hacer ni el ordenador a mano. Me encantan las palomitas, y me encanta el cine. Y aunque me consta que parece que quiero ir de molona con este comentario: me encanta ir sola.  Pero tampoco voy a dármelas de cinéfila máxima, porque no lo soy ni de lejos. Vamos, que mi corta pero intensa experiencia vital me avisa, día tras día, de que si puedo estar hablando con alguna amiga en un banco comiendo pipas, controlo mi diaria ansiedad bastante mejor. No sé si serán los frutos secos, o la compañía. Pero funciona.  Aunque parezca mentira, me encanta escribir. Pero huelga decir que no tengo lo que se dice madera de persona que se organiza para contar nada con sentido y regularidad. Para muestra un botón.  Así que si puedo charlar en vez de teclear, parece que todo cuadra mejor. No sé. Lo de meditar no es para mí. Me quedo dormida. No tengo de melómana ni la tilde, porque no valoro la música si no es para cantar o bailar. Y además el otro día leí un artículo que decía que la gente que escuchábamos reggaeton éramos grosso modo: bobas. No pinto. Nada. En ninguna parte. Así que poco a poco se me van acabando las actividades para hacer en solitario, y me doy cuenta que me da por hacer esas cosas cuando no hay nadie alrededor. Parece que quitando dormir, el resto de las veces siempre priorizo compañía humana a todo lo demás. Pero no vayamos a pensarnos que es lo que no es. No hablo de compañía humana cualquiera. Hablo de compañía humana concreta, palpable y absolutamente cercana. No tengo capacidad para relacionarme con personas que no son mis íntimas amigas. Sé que hay gente que lo hace genial. Yo no sé. Sólo sé estar a gusto con gente que sé que me quiere, o sé que puede llegar a quererme. ¿Más pringadillas en la sala? Entiendo cómo suenan estas líneas, nos las releo y sigo p´alante. Parece que la finalidad de todas mis interacciones es la misma: crear un lazo estrecho. O en su defecto dar una muy buena impresión puntual para nunca volver a ver a ese ser a quien quiero impresionar. Y si no va a salir todo como espero que salga,  no me relaciono. Me escaqueo. Huyo. Tiro millas. Me las piro corriendo despavorida. Y así me va. Pero bueno, que no voy a mentir, uno de los motivos de peso para abandonar el caserío, es que mis cachorruelas de ocho meses corren tras todo lo que se mueve, y en un lugar no cercado, con vacas, caballos, ovejas y gatos alrededor…Anais y Simone se estaban convirtiendo en el terror del barrio. Y no es plan. No es plan llegar a la zona más pacífica que puedes echarte a la cara, y convertirla en estrés para todo kiski, yo incluida. Así que después de un mes, me fui por donde había venido. Por supuesto por la puerta pequeña. A mí lo de despedirme me da mucha congoja, incluso con gente con la que sólo he compartido un mes. Digo yo que habrá más gente por estos lares que se va de la fiesta haciendo bomba de humo, corriendo un túpido velo, o haciendo un mutis por el foro como la copa de un pino. Yo no sé despedirme. Aunque no tenga ningún tipo de vínculo con la gente, hay algo que me paraliza, me pone nerviosa y acabo quedándome más de la cuenta, hablando más de la cuenta y cagándola más de la cuenta. Creo que he visto demasiadas películas. Y le doy demasiado bombo a la vida. “No le des más vueltas”, “no pienses tanto”, “no te comas la cabeza”, “no te lo tomes tan a pecho”. Ya. Ya. Sé cómo me dices.  En otro orden de cosas, y por supuesto sin que venga a cuento de nada, quiero decir por activa y por pasiva  que llevo francamente mal trabajar a jornada completa. Y sé que la frase “teniendo curro en los tiempo que corren, no te puedes quejar”, está muy en boca de todxs… pero es que yo no quiero dejar de quejarme. Dame pan y llámame tonta.  Algo así creo que dice el refrán. Definitivamente he descubierto, gracias a la compi del caserío que me pareció un ejemplo a seguir en diferentes ámbitos, que no todo el mundo está hecha para la vida estructurada, metódica y salvaje de vivir a contrarreloj con una jornada completa, diez horas fuera de casa y las pulsaciones a setecientos por horas. A mí, se me revuelve el estómago y hay días que en cuanto me bajo del coche, estresada perdida al llegar de trabajar, después de haber pasado diez horas fuera de casa, se me nubla la vista. Es que me da la sensación de que el viernes nunca  parece estar menos lejos que ayer. No llega. Lo veo borroso. Difuminado. Y es que ya he visto por ahí más de un cartel que dice “no odias los lunes, odias tu vida” y mensajes similares. Será eso. Malditos ritmos frenéticos que nos imponen. Qué daño nos hacen. O bueno, al menos qué daño me hacen a mí. No puedo con mi vida. Literalmente no consigo hacer mío aquello de que el trabajo dignifica. Es que no lo veo. A mí lo que realmente me dignificaría sería vivir en un caserío bien cercado, con amigas y las facilidades que te ofrece la ciudad. Véase: una parada de bus cerca, Internet y alguna farola que otra para no cagarme por las patas al volver de noche. Porque esa es otra. La noches, las calles y los caminos recónditos de los pueblos a 25 km de Bilbao, también son nuestrxs. Por mucho que te entre un cague infinito al pensar que por mucho que grites fuego, o lo que te venga en gana gritar, en zonas rurales prácticamente incomunicadas, esa seguridad que me da pasear por calles con edificios repletos de gente que pasa de mí, no la tengo presente. Cosas que le entorpecen la vida a una. Ya tú sabes, el caso es no vivir tranquila nunca. El caso es seguir dando la tabarra. Pues nada, quiero pedir un fuerte aplauso para esas personas que deciden pasar de malos humos y cláxones, por haberse marchado a coexistir con vistas a las estrellas,  tomates no transgénicos, pasifloras y leña para el invierno.  Yo lo he intentado, pero en este momento no ha podido ser. Quizás la siguiente experiencia rural me vaya mejor. A la segunda irá la vencida. O a la tercera. O cuando venga. Necesito tranquilidad. Definitivamente currar a jornada completa como si fuera una persona adulta funcional me está llevando por el camino de la amargura. Yo no soy una adulta responsable funcional, ergo, debería dedicarme a alguna otra cosa. No sé cuál. Pero otra. ¡¡¡Socorrooooooooooooooooooo!!!

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