Javier Marías: todos los hombres, todos los muertos

Javier Marías: todos los hombres, todos los muertos

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01/02/2016

Ana Belén García

Javier Marías solo mata a los hombres. A eso se dedicó en el artículo ‘Que no sigan hablándonos’ publicado el pasado 17 de enero en El País Semanal y en su blog La zona fantasma.

En tono de denuncia, el novelista nos reprocha que en la actualidad no se lee a los escritores muertos, que ya no son parte del espectáculo mediático en el que se ha convertido la literatura; solo los vivos son leídos, estudiados, recordados, y los escritores de otras épocas son ignorados, olvidados, expulsados de nuestra memoria colectiva. En eso se resume su queja que salpica al sistema educativo, a la industria del libro, a la sociedad, a los medios de comunicación, a la clase política; nos ensucia a toda la ciudadanía con sus palabras.

Su artículo no empieza mal del todo, enciende la mecha con el fenómeno que considera un problema en España: “la indiferencia por sus mejores hombres y mujeres”, queja que se intuye en tercera persona, ya que Marías es un escritor consagrado de novelas en español traducidas a varios idiomas, editor y Académico de número de la Real Academia de la Lengua Española, pero se agradece su gesto de consideración hacia el resto de hombres y mujeres que también son los mejores, como él.

Así, enfadado, en calentito, tiene a bien el escritor rendir su pequeño gran homenaje a esos muertos invisibilizados, ignorados, sepultados por los libros de los vivos, de los que acuden a las ferias, salen en la tele, firman libros y recogen premios; a los que, como dice la última frase de su texto “pese a morir, nunca mueren y siguen hablándonos”, y sitúa, entre coma y coma, un chorro de apellidos de los grandes escritores de antaño sin nombre, porque sería un gasto innecesario de caracteres en su columna de opinión, porque conforman el imaginario de los grandes de las letras de España, porque, por supuesto, sabemos quiénes son sin necesidad de leer Miguel o Antonio. Pero entre tanto apellido, unos veinte, ninguno de ellos corresponde a un nombre de mujer.

Las mujeres relevantes de las letras para Javier Marías siguen vivas, si no es incomprensible que no aparezcan en su lista apellidos como los de Emilia Pardo Bazán, Carmen Laforet, Rosa Chacel, Rosalía de Castro, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Josefina de la Torre, María Teresa León, Ernestina de Champourcín o María del Pilar Sinués, apellidos que en muchas ocasiones no evocan a nadie: no conocemos a estas mujeres, no nos ha dicho que existieron ni que escribían. Personalmente, no puedo criticar la educación que ha recibido, que en otra época la mujer ocupara un espacio fuera de la vida social, científica, intelectual y artística y que su trabajo no fuera considerado, pero sí puedo reprocharle lo que comunica, lo que sale de su pluma, y no tiene derecho a seguir sacando a las mujeres de la historia. No le culpo por el sistema patriarcal en el que vivimos, pero sí por perpetuarlo, y considero que si no ha leído las letras de las mujeres, no las reconoce, y además las esconde, no tiene derecho a sentarse sobre la R mayúscula, ni siquiera a esconderse bajo ella.

Es interesante que en las novelas de Marías, como Todas las almas o Los enamoramientos, sí aparezcan mujeres, las mujeres que existen para él, a las que crea en sus universos de fantasía, mujeres descritas como imperfectas, inseguras, descontentas, que se entregan como si no valieran nada, mujeres que nunca son agentes, que esperan, mujeres a las que pone voz un hombre y es él quien decide hacerlas protagonistas de sus ocurrencias, mujeres inventadas. Esas son las mujeres que importan para el escritor, las suyas, las que no existen.

Marías, que tiene voz en los medios, que es responsable de la opinión pública, pide justicia para los muertos sin considerar al menos un mínimo de respeto por las vivas, las personas que lo leemos. Eso de incluir la palabra mujer al principio del artículo no sirve, en el texto no aparecen, no existen las mujeres, no están ni siquiera muertas, y si en su mundo de hombres no existimos, considero oportuno pedirle que no nos haga el favor de crearnos en sus historias.

 

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