Resistiendo a la extinción de lo trans
La disidencia en la expresión y la identidad de género no siempre ha estado condenada al ostracismo y no lo está en todas las culturas por igual. Necesitamos preguntarnos si los tránsitos perfectos que promete la medicina occidental nos hacen más libres y felices. Necesitamos recuperar imaginarios sociales donde lo trans sea posible.
Estas Navidades pasadas han sido algo tortuosas a nivel estatal. Hemos vivido dos episodios de transfobia graves, uno de los cuales ha acabado de la peor manera posible: Alan, un adolescente trans, se suicidó por no poder soportar el acoso que sufría. En enero, una compañera de Madrid fue agredida e insultada en el barrio madrileño de Lavapiés. Un barrio que supuestamente es cada vez más hipster, LGTB y transmarikabollo. Estos no son casos aislados. Según datos de Trànsit, un servicio de atención a personas trans en la ciudad de Barcelona, desde su puesta en marcha en 2011 dos personas se han quitado la vida por no poder más. Otras muchas lo han intentado.
Tenemos un problema. No es nuevo.
Necesitamos un imaginario social donde lo trans sea posible. Donde lo trans no sea una condena. Sabemos que el género es una construcción social, cultural, y la única manera que tenemos para cambiarlo es generando esos espacios de existencia plurales para que acaben entrando a la fuerza en nuestro esquema cultural.
Este es el activismo que desde hace tiempo estamos abanderando con el proyecto de Cultura Trans, un proyecto que lo que busca es generar y visibilizar nuevos referentes sobre la cuestión trans así como fomentar la propia expresión artística de las personas trans. Cuando lo empezamos estábamos bastante solos, ahora es un placer comprobar cómo la cultura trans se extiende poco a poco por Barcelona y la programación trans ya no sólo la producen y consumen personas trans. Sin ir más lejos, este mismo mes de febrero vuelve a las salas de teatro barcelonesas la obra de teatro Limbo, de la compañía Les Impuxibles, que explora la historia de un chico trans y su proceso de transición. Además, el último fin de semana de enero se estrenó en la Sala Hiroshima una obra de danza Kathak llamada Soy Chitrangada, que es una adaptación de Rabindranath Tagore sobre una pequeña historia que sale en el Mahabharata. En ella, Tagore explora la historia de uno de los personajes, Chitrangada, que es a la vez hombre y mujer.
Lo trans* en sentido amplio, es decir, la disidencia en la expresión y la identidad de género, no siempre ha estado condenado al ostracismo y no lo está en todas las culturas por igual. Pensar que nuestro sistema sexo-género (el que definió Gayle Rubin que presupone una alineación heterocissexista entre sexo, identidad, expresión y orientación, y si nos ponemos asume que todas somos monógamas, altas, blancas y estamos buenas) es el único válido y por lo tanto universal y extrapolable a todas las etapas de la historia es como mínimo egocéntrico. Esto es algo que como europeos blancos es importante que nos entre en la mollera: nuestro modelo de sociedad no es universal, ni tiene que serlo.
Tener obras como Soy Chitrangada en Barcelona, además de servir para ampliar la cultura trans de la ciudad, sirve para que intentemos ver más allá de nuestro propio ombligo y así darnos cuenta de que la historia que conocemos no es más que una historia parcial, a veces errada y en muchos casos con una fuerte perspectiva colonial. La historia que conocemos y a la que accedemos fácilmente a través de la escuela y los medios nos explica una parte y es nuestro trabajo investigar más allá.
Tradiciones diversas
Hay muchos ejemplos de culturas y momentos históricos en los que lo trans ha tenido un lugar de existencia: empezando por la India, en cuya mitología la historia de Chitrangada no está sola. Existen diversas deidades que tienen partes masculinas y partes femeninas. Puede que sea eso lo que ha propiciado que exista históricamente y hasta hoy en día una gran comunidad de Hijra, personas que ocupan un espacio entre lo masculino y lo femenino.
En México encontramos las Muxes, personas asignadas hombre al nacer que viven como mujeres, ya sea social, sexual o personalmente.
En las comunidades nativas norteamericanas también existen diversos relatos que describen la presencia de personas que representan ambos géneros o una mezcla de los dos. Son aquellas que hoy en día se denominan Two-Spirit, un término paraguas acuñado por la comunidad nativoamericana para referirse a esta variedad de géneros que tienen presentes en su cultura e historia. Es importante destacar que muchas de estas personas eran jefes de sus tribus o curanderas, puesto que se las consideraba más completas al poder tener y entender parte de ambos géneros.
También encontramos ejemplos de expresiones de género diversas en la tradición islámica. En la Sunna y los Hadith (los dichos y hechos del profeta Muhammad) hay relatos sobre las Mukhannathun: personas que fueron asignadas como hombres al nacer pero que viven como mujeres o no tienen deseo sexual hacia mujeres, personas intersex o eunucos. Dice, además, la tradición que cuando estas tendencias son innatas, no hay nada malo en ellas. La presencia de Mukhannathun en la Sunna y los Hadith es muy posiblemente lo que ha hecho que en Irán o Egipto estén permitidas las cirugías de reafirmación genital y los cambios registrales de nombre y sexo desde mucho antes que en muchos países europeos.
En Afganistán existen también los Bacha Poch. Estos aparecen en familias que sólo han tenido hijas y cambian el nombre a una de ellas pasando a educarla y vestirla como chico. Al llegar a la adolescencia tienen que volver a comportarse como chicas, pero la práctica de Bacha Poch está bastante extendida aún hoy en día. En Albania (que por cierto, es un país de mayoría musulmana) existen unas personas a las que se conoce como Burnesha: fueron asignadas mujer al nacer pero decidieron vivir como hombres y son aceptadas como tal.
En el judaísmo clásico también encontramos diferencias. En los textos sagrados se encuentran hasta seis palabras diferentes para hablar de género: aquellas que entenderíamos como hombre -Zachar- y mujer -Nekeivah-, una para personas andróginas -Androgynos-, otra para personas con genitales difícilmente clasificables -Tumtum-, otra para personas identificadas como mujer al nacer pero que se desarrollan como hombres durante la adolescencia -Ay’lonit-, y otra para personas que fueron identificadas como hombre al nacer pero desarrollan características femeninas durante la adolescencia o no tienen pene -Saris-. Además, las Saris pueden ser naturalmente así -Saris Hamah-, o haberlo hecho voluntariamente -Saris Adam-.
En la tradición católica me cuesta encontrar ejemplos equivalentes, cierto que si rebuscamos topamos con santos y santas que se salen de la norma, pero son historias que hay que leer entre líneas. Por ejemplo, la barba de Santa Wilfrida o las leyendas que dicen que San Onofre nació mujer y le pidió a la divinidad que le cambiase el género. Quizás el ejemplo más paradigmático de todo ello sea la historia de Juana de Arco, sobre la que habla Leslie Feinberg en su texto Liberación Transgénero, Un movimeinto cuyo tiempo ha llegado. Juana de Arco murió quemada en la hoguera, sí, pero no la quemaron por revolucionaria o por bruja, la quemaron porque se negó a dejar de vestirse con ropas de hombre. La diferencia radica en que en este caso la disidencia fue castigada, y que una vez santificada, el detallito de la disidencia de género es el primero del que se olvidaron.
Poco a poco nos vamos dando cuenta de que las expresiones de género no-normativas han existido desde siempre, de hecho hay algunas tumbas prehistóricas en las que estudios genéticos han hallado que los arcos y flechas no siempre iban acompañando a hombres, ni los utensilios de cocina a las mujeres. Demuestran que el heterocissexismo está más en la mirada que en los restos.
Eliminar la diferencia
¿Qué ha pasado entonces con toda esta diversidad? ¿Por qué la tenemos escondida debajo de la alfombra? En mi opinión, una gran parte de lo que le ha pasado a la diversidad es el colonialismo, la práctica de tomar como bárbaras y falsas las historias y tradiciones propias de las tierras que eran colonizadas para intentar imponer las formas de ver y entender el mundo europeas. Vaya, el afán “civilizatorio” (y racista) que seguimos teniendo bastante presente.
Las religiones, como la ciencia, son maneras de intentar explicar el mundo. Explicaciones que hacemos desde nuestra mirada y desde nuestra subjetividad. El hecho de que las religiones y la ciencia parezcan machistas, patriarcales, heterosexistas y demás, no es culpa intrínseca suya. El problema es que estas formas de ver el mundo que tomamos como hegemónicas y verdaderas han sido secuestradas por hombres cisexuales, heterosexistas, patriarcales y machistas, a quienes ya les va bien que el relato sea este y que no hayan demasiadas desviaciones de la norma.
La transexualidad moderna nace en gran parte de una tradición cultural que ha olvidado u intentado erradicar toda esta diversidad. Hoy en día los avances médicos hacen que transitar físicamente sea cada vez más factible, que los resultados sean más y más satisfactorios. La medicina nos ha traído tránsitos más perfectos, pero creo necesario preguntarnos si esta perfección nos hará más o menos libres.
¿Nos hará más felices?
Nos ayuda a ser siempre reconocidos con el género que queremos, pero ¿y si alguien “se da cuenta”?
¿Nos protege este tránsito?
¿Si transitamos hacia la invisibilidad, conseguimos más aceptación?
Si no se nos ve… si no estamos… ¿se nos acepta más?
En los ejemplos nombrados anteriormente lo que tenemos son espacios de existencia, son opciones para incluir en la sociedad a esas personas con el género movido, generar un espacio para ellas. Esas palabras generan un imaginario de lo posible, de que existir así es posible, de que no estás sola.
Siento que el camino que está tomando lo trans en contextos europeos y norteamericanos nos aboca a una extinción de lo trans, a una extinción de todo aquello que es transgresor. La transexualidad moderna nos dice: “Oh, ¡pobres! ¡Qué gran problema tenéis! No sufráis, entrad con nosotros en quirófano y en un plis plas saldréis arreglados, como si nunca os hubiese pasado nada. Seréis hombres y mujeres de verdad. Sin espacio para ambigüedades”. Uno de los cirujanos privados de Barcelona, Ivan Mañero, dijo un día en una entrevista en la tele que cuando pudiesen tratarían la enfermedad durante el embarazo.
¿Pero entonces? ¿Qué pasa con toda esa gente que no es capaz de pasar por el género deseado? ¿Y toda aquella gente que es visiblemente ambigua? ¿Aquella que no quiere o no puede someterse a todos esos cambios físicos, todas esas transformaciones médicas? ¿Dónde ha quedado la consideración por el propio cuerpo? ¿No habíamos dicho que el sistema sexo-género es una falacia y un sexo no equivale a un género? ¿Por qué intentamos entonces que encajen en él nuestros cuerpos? ¿Por qué no podemos generarnos esos espacios de existencia en vez de hacernos desaparecer? Enorgullecernos de ser trans. De haber podido vivir esta experiencia. De las maravillas que de ella podemos sacar. De las posibilidades que nos brinda ver el mundo desde dos perspectivas diferentes. De la maravilla de los cuerpos ambiguos, de las tetas con pelo, los coños con polla, los cuerpos fofitos con caderas pero sin tetas, musculados y con tetas pequeñas, naturales o postizas. La maravilla de los cuerpos diversos que no llevan asignado un género.
Si dentro de este espacio de existencia posible alguien quiere transitar hacia la normatividad, es decir transitar para ser completamente invisible, está en su derecho. Claro que necesitamos tener el espacio para ello, pero también necesitamos el espacio para ser de otras maneras, para poder ser visibles. Para no entrar en dinámicas como las que están pasando con la homosexualidad, que de tanto normalizarse se ha perdido por el camino y ahora mismo se sufre más por plumofobia o expresión de género no normativa – es decir hombres muy femeninos, muy maricas, o tías muy bolleras, muy camioneras – que por la homosexualidad en sí. De hecho, la plumofobia está a la orden del día entre las personas homosexuales.
Necesitamos generar el espacio para poder ser de otras maneras. Generar imaginario colectivo. La cultura es una herramienta perfecta, porque si algo somos actualmente es consumidores de cultura, en muchos casos de cultura basura, pero al fin y al cabo no deja de ser cultura que consumimos y es ella en la que se transforman y se generan imaginarios. Imaginarios para que nunca otra persona trans se quite la vida por no poder ser. La televisión, el cine, el teatro, los libros, la danza y espectáculos como los que podremos disfrutar estos meses en Barcelona son las herramientas perfectas para generar posibilidades, para generar una cultura diversa, plural y real. Una cultura trans.