Peras al Olmos

Peras al Olmos

Nota: Este artículo se enmarca en la sección de libre publicación de Pikara, cuyo objetivo, como su nombre indica, es promover la participación de las lectoras y lectores. El colectivo editor de Pikara Magazine no se hace responsable ni del contenido ni de la forma de los artículos publicados en esta sección, que no son editados. Puedes mandar el tuyo a participa@pikaramagazine.com. Rogamos claridad, concisión y buena ortografía.

09/04/2016

Miss Pandillera

 

Alberto Olmos meme

Diariamente nos enfrentamos al machismo más burdo y violento, pero también a otro tipo de machismo más sutil, más sofisticado incluso, que se manifiesta y reproduce por medio de los productos culturales, sus representaciones y discursos. Cine, series, videojuegos, libros. En cada parcela cultural hay pequeños submundos en los que acontece desde la clásica invisibilización de las mujeres como sujeto de producción hasta la retroalimentación o reacción de discursos machistas. En el caso de la literatura, ese submundo es el de la crítica literaria. Y dentro de ella, el canon a seguir cual oráculo es el de la subjetividad masculina, blanca, heteropatriarcal. En consecuencia, las reacciones de los guardianes del canon a cualquier discurso que difiera de él son las de, como mínimo, ponerlo en duda.

Y aquí es donde encontramos a nuestro invitado de hoy.

– Bienvenido, Alberto, ¿cómo te sientes el día de tu aceptación formal en el club de los pollavieja?
– Pues no sé muy bien qué significa, pero si implica que follaré menos, mal. Aunque quizás me da para otro libro.
– Pobre. Pero sabes que tu pretendido encanto de derrotado sólo fascina a tus homólogos, ¿verdad? ¿Has pensado en hablar con Roosh V y formar una ‘tribu’ literaria?
– No, no lo había pensado, la verdad. Se lo comentaré también a Sánchez Dragó, pero por favor, ¿puedo irme ya? Las cuerdas empiezan a cortarme la circulación.
– Sí, en un ratito.
– Pero
– Cállate.

A Alberto Olmos no le gusta Barbijaputa. Qué sorpresa. Qué original. Lo que en realidad no le gusta es el feminismo, pero hasta para él, wannabe enfant terrible de las letras, es demasiado arriesgado formularlo en esos términos. Así que se sirve de triquiñuelas dialécticas y de una deshonesta utilización de los debates dentro del feminismo para escoger un discurso con el que se siente menos incomodado y, desde ahí, enarbolar una supuesta crítica legítima. Para situarnos: hablamos de un artículo publicado hace unas semanas en su blog digital de El Confidencial, incomprensiblemente titulado “Barbijaputa y Madison, dos feministas, una peli porno y un destino: enamorarse” y que se puede leer aquí.

Para justificar su “desagrado” hacia Barbijaputa se saca de la manga a “tres mujeres de izquierda, licenciadas en carreras de letras y feministas declaradas”, de las que, por supuesto, no da el nombre, pero que coinciden con él en lo del desagrado.

Casualmente, el argumentario que Olmos recoge en supuesto diferido es el mismo que el que la reacción machista suele esgrimir ante los discursos feministas: que si está pasado de moda (porque no es necesario, ya estáis en igualdad), que si es victimista (porque mejor dejar de señalar las violencias diarias, exageradas); que si se cree moralmente superior (porque lo que debéis hacer es ser más didácticas y pedagógicas, no vais a conseguir nada así, os lo digo yo, que me da exactamente igual).

Pasado un interlineado, Olmos confiesa:

“Sentí alivio. El desagrado que me provocaba toparme cada semana con un artículo de Barbijaputa quizá no se debiera a que, como hombre, me sentía atacado en “mi posición de privilegio”, sino a que, como lector, me intoxicaba su marrullería“.

Pese a que lo que las opiniones recogidas hacen es reprobar la visión del feminismo de Barbijaputa, Olmos justifica su desagrado en la “marrullería” que siente “como lector”. Pese a que lo que alivia a Olmos es tener supuestas cómplices legitimas que aplauden la incomodidad que siente cuando le señalan sus privilegios masculinos, el intrépido literato nos ofrece inmediatamente después, carambola dialéctica mediante, su autoexculpación. No es que sea hombre, es que es lector. No es que el feminismo, es que la escritura.

Afeado “legítimamente” el feminismo de la columnista y exculpado el autor como hombre machista, Alberto Olmos se acomoda en los algodones de su podio indiscutiblemente impermeable y neutral, dos palmos arriba del resto de la humanidad, para enarbolar su sesudo argumentario contra el feminismo de Barbijaputa. Porque, como todas sabemos, Olmos es un claro y docto referente en los feminismos, capaz de distinguir el “feminismo de garrafón” del “feminismo solvente”; capaz de saber qué necesitamos las mujeres para llegar a la igualdad; capaz, incluso, de destapar al hombre machista que hay detrás de Barbijaputa. Una proyección digna de comentar al psicoterapeuta.

“(…) he llegado a la conclusión de que detrás de este nickname -y de un discurso tan ramplón, zafio y desarbolado intelectualmente- sólo puede estar un hombre. De hechoun hombre machista. Si un machista quisiera hacerse pasar por una feminista, sonaría exactamente igual que Barbijaputa”.

“Barbijaputa (…) [es] un improductivo referente dentro del debate sobre igualdad entre hombres y mujeres”.

Desplegada su capacidad analítica, a nuestro intrépido autor le queda todavía una baza más para sellar su juicio saliendo impoluto: utilizar deshonestamente el discurso feminista de otra mujer escritora.

Entonces es cuando nos habla de Madison Yung. De su libro “Papi critica los momentos de “ridiculez inenarrable” y los “tics románticos” y se burla de “la fauna queer, vegana, sex-positive y lo que le echen” en la que se mueve; pero rescata “su discurso”, o mejor dicho, lo que le sirve de él, porque lo único que nos ofrece a cambio de ese sustantivo es el siguiente párrafo:

“Puta. Era una palabra que poseía con orgullo; era sensual, excitante y llena de vida. Las putas merecían ser adoradas, y al mismo tiempo merecían ofrecerse a otros. Las putas llenaban los cálices con sus corridas, su sudor y su sangre; las putas consagraban la ciudad”.

Si bien resignificar aquellos conceptos que generan estigma en las sociedades machistas es una táctica efectiva y legítima dentro de las posibilidades que ofrece la lucha feminista, recoger este discurso desde una posición política contraria y utilizarlo para contraponerlo a otro que lucha diariamente por popularizar el feminismo, es, cuanto menos, deshonesto.

Olmos simplemente aplaude un discurso con el que se siente mucho más cómodo porque no se siente cuestionado: el que parte del mundo del porno, donde las mujeres se asumen como seres sexualizados, objetificables y narrables a través de los fluidos del imaginario heteropatriarcal, ese que Alberto Olmos ha exprimido hasta la saciedad en sus novelas.

Porque lo que a Alberto Olmos le va no es el análisis de los machismos cotidianos o los privilegios masculinos: lo que le va al Olmos son las pajas. El onanismo. El porno. El reclamo fácil revestido de transgresión. Esos elementos eternamente noveles de sus novelas, desde A bordo del naufragio -miro al vagón, hoy estoy nietzscheriano pero veo las piernas de esa mujer, la incomodo escrutándola, pienso: quiero follármela; me olvido de mi hondo pesar masculino, pienso: follar, y pienso: qué original soy; etc.- hasta Ejército enemigo, donde podemos asistir a una boutade de tres páginas en las que describe un video porno con link a pie de página; pasando probablemente por todas sus otras novelas, que ni he leído ni lo pienso hacer.

Olmos es de los que, como Pérez Reverte, como Sánchez Dragó, como Rafael Reig, y como tantos otros señores que se creen progres porque hablan de política para seguidamente nombrar escotes, piernas o tacones y sellar así sus discursos con un toque de distinción machista, se siente moderno, transgresor, canalla: el puto amo.

Estos señores que esgrimirán que la literatura es destapar los rincones oscuros del género humano y poner al descubierto bla bla bla, pero utilizarán a continuación el cuerpo, el sexo o la identidad femenina como un efecto literario añadido a su buena prosa; una música ambiente. En consecuencia, los personajes sexualizados de las mujeres constituyen un decorado para dar valía a los rincones depravados del alma masculina, a la sazón la subjetividad universalizada con la que todxs tendríamos que sentirnos identificadxs. Como hace Sorretino en el cine o Houellebecq, de nuevo, en la literatura. La verdad de Olmos es una verdad machista, y en consecuencia todo lo que ahonde en ella está bien, mientras que lo demás es retratable, simplificable y reprobable, aunque para ello tenga que llegar a la táctica de las fuentes anónimas para justificar su discurso. La literatura es sólo una percha. De ahí que a Olmos le parezca “visceral y valiente” que Yung se prostituya para poder mantener su galería de arte pero ridiculice la pelea diaria que las feministas mantienen en Twitter contra la reacción machista. De ahí que contemple la liberación femenina “a través del arte erótico” pero crea que señalar semanalmente los privilegios masculinos es marrullero. Puta consagrada bien; tuit star resabida, mal.

Resumiendo: que nuestro cínico literato venido a menos no quería hablar de las novelas de estas dos mujeres, sino más bien tener una plataforma para resarcirse de su machismo e intentar salir impoluto de todo ello. Barbijaputa pone diariamente contra las cuerdas a hombres que, como Olmos, no sólo no se cuestionan lo más mínimo, sino que se suben al podio mansplainer para juzgar cómo ha de articularse el feminismo, en qué canales, con qué tono, etc. Olmos es tan típico que da hasta pereza seguir. Pero siempre es necesario decirlo: ni necesitamos ni queremos tu opinión.

– ¿Puedes soltarme ya, por favor? Empiezo a sangrar.
– Que te calles.

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

Download PDF

Título

Ir a Arriba