Amor
Mi nueva razón de vivir son un puñado de gordas que me traen por el camino de la dulzura. Cuando nos conocimos, se dio esa impresionante conexión que te hace sentirte hermanada. Fue la rehostia. Como si nos conociéramos de siempre. Como si lleváramos toda la vida queriéndonos.
Hace meses que no me siento a ordenar ideas en el teclado, porque lo cierto es que no me ronda nada con sustancia. Mi vida es una búsqueda constante de excusas para ir tirando. Hoy, hablando con mi amiguísima Nerea, me comentaba que marcar como eje de vida salir con “las adorables Perras” a pasear alrededor de tres horas al día, por muy excéntrico que yo lo pinte, es un proyecto tan absolutamente lícito como cualquier otro. Ando tanto que temo por mis piernas. Qué asco me da que me brille la cara y me sude el bigote. Pues sí, chica, parece ser que una vez que terminas los estudios, y el foco central de tu vida no es tu santo coño, empiezas un persistente rastreo por todos los referentes adultos que se te presentan, para ver quién se te hace menos asqueroso y no te da demasiada pereza ser en unos años. Nada, chica. Nada. Exploro las vidas de la gente, investigo cual CSI, indago como la mejor de las cotillas… rien de rien. Las vidas ajenas no me parecen menos patéticas que la mía y esto es algo muy serio que merece toda la atención que queráis prestarle. ¿Será verdad? ¿¿Será verdad que cuando pasan X años y todo el puñetero y maldito mundo se empieza a emparejar, sin quedarte ni una jodida amiga soltera, empiezas a pensar que quizás deberías buscarte una ocupación?? ¿¿¿Es esta la versión moderna de obsesionarse con pasársele a una el arroz??? Esto es asombroso para mí, porque soy tan pasmosamente ingenua que verdaderamente me había tragado el cuento de que la vida tiene sentido y toda la pesca. Pero no, señoras y señoras. Ni pies…ni cabeza… ni sobacos. Esto no hay por donde pillarlo. Cuando eres una individua en un grupo de individuas, todo es fabuloso. Ahora bien, como las muy zorrupias dejen de ser individuas y se conviertan en packs, zureak egin du! (no sé por qué me ha salido aquí la versión “la hemos hecho buena” en vascuence) y te sientes de un aislado bien llamativo. “No pasa nada por estar soltera”-diréis las que leéis libros de autoyuda. ¡Ya lo sé, joder! Ser soltera es absolutamente fascinante y masturbarte un modo de vida en sí mismo, a no ser que seas el último ser de la faz de la tierra y lleves sin follar con otra gente más de un interminable año. Y mira que ha habido momentos en mi vida en los que después de considerarme bollodemisexual de esas, me ha dado por pensar que lo mismo soy bolloasexual. Pero no. Cuando pasan 365 días con sus correspondientes noches… y no sabes dónde hostias meterte estas ganas de agarrar carne ajena… lo ves claro. Soy un ser sexual. Cierto. No es la cosa que más me importa en el mundo, y si me presionan para elegir entre orgasmo clitoriano o de pizza, elijo la b, pero aún así: ¡Vivir con este ardiente deseo de tocar tetas ajenas me trae de cabeza! ¿A quién le importa? A nadie. ¿Qué haces contándonos esta mierda, se te está yendo la cabeza? No lo sé. ¿Desahogarme? Siento que os debo algo. Hace mucho que no escribo. “Por nosotras que no sea. Pírate ya”-pensarán algunxs. Pues por ahora merodeo un ratito más. Os jodéis.
En medio de esta vorágine de pensamientos, aparece un claro remanso de paz. El oasis se ha creado en forma de grupo activista. Mi nueva razón de vivir más allá de las perras, son un puñado de gordas que me traen por el camino de la dulzura. Insisto en que mis cambios de hábitos y esta vida nómada de los cojones, me tienen horrorizada, porque lo mismo en dos telediarios me echan también del movimiento gordo y me quedo sin identidad alguna: ¿Una lesbiana que no moja ni en sueños, sigue siendo lesbiana?, ¿una gorda que pierde muuuucho peso repentinamente sigue siendo gorda? “Sí, claro que sí”-me responderán quienes leen libros de autoayuda. ¡Qué estrés! Menos mal que siempre nos quedarán las estrías como pruebas fehacientes de que aquí, donde ahora hay colgajo, antes hubo carne repleta de grasa. (Suspiro) El caso es que estos últimos meses sin absorbente trabajo a jornada completa del que quejarme, voy tirando hacia adelante gracias al “movimiento de aceptación de los cuerpos”. Todo empezó de la manera más tonta: en una fiesta de hace dos años, por mi falta de remango, se me acabó endiñando una camiseta en la que no cabía ni de recién nacida. Yo, que parece que estaba visiblemente frustrada, creé un corrillo con tres gordas (a las que desde aquí les mando un beso tornillo triple) que me envalentonaron para ir a devolver la prenda de la discordia. Dije que sí la devolví. Pero no. Me la llevé a mi casa. Aún así me sentí comprendida. Gente que no sois gordas: no nos obliguéis a probarnos ropa que pensáis que nos cabe. Si os decimos “eso no me entra”, no estamos haciendo el truco de la ensaladilla… para que nos llevéis la contraria. ¿ O acaso quieres que me intente meter por las extremidades las irrisorias mangas del jodido atuendo para que cuando muera de asfixia puedas apostillar ese TAAAAAAAAN típico “joder, cómo engañas, pensaba que eras menos gorda”? ¿Es eso lo que buscas? Gente que no sois gordas: somos tan gordas como decimos ser. Creednos. No nos ninguneéis. De rodillas os lo pido.
Pasó el tiempo, una cosa llevó a la otra, se unieron algunas amigas y ahora somos un grupazo de cinco “gordas unidas que jamás seremos vencidas”. Esto entrecomillado no es oficial, no lo hemos dicho nunca, pero me acaba de salir. Todas tienen pareja, o pseudoparejas, (menos yo, oooobvio) pero al empezar a vernos surgió un flechazo de los que hace mucho no sentía. A algunas no las conocía. Pero por esta personalidad histriónica y esta tendencia mía innata a vincular con más intensidad de lo sanamente recomendable, es como si las sintiera… ¡apéndices! Una extensión de mí. Carne de mi carne, vaya. Según nos vimos, supimos que todo fluiría y respiramos tranquilas. Estábamos ¡tan nerviosas! Al fin y al cabo era una cita a ciegas colectiva. Afortunadamente, la espontánea conversación se iba estructurando naturalmente en anárquicos turnos que respetábamos a pies juntillas. Cada vez que una de nosotras terminaba una frase, todas sonreíamos, aplaudíamos o alabábamos lo dicho. Una cosa muy rara. Sin machaques. Sin “difiero”. Sin “yo más”. Cuidado puro y duro. Cuidado radical y empatía máxima desde el minuto uno. Y es que lo digo y me pongo nerviosa. Me da como respeto hablar de ellas. Pero lo quiero hacer.
Todas compartíamos un desternillante y notablemente faltón sentido del humor que curiosamente es el más respetuoso que he oído en tiempo. Unas son jóvenes, frescas, riseuñas, enérgicas, entusiastas en constante cuestionamiento y viaje desde la cuna; pero tampoco nos falta la experimentada y carismática voz de la razón, sensata, con facilidad de palabra y asertividad envidiables. Tenemos en nuestras filas, del mismo modo, a una sexy madre primeriza colechadora lactivista psicóloga y sexóloga, polémica por naturaleza con una fuerza que quita el hipo; y por último pero no por ello menos importante (¡dios me libre de hacer rankings en tan armonioso grupo!) a la educadora social, cuidadora y divertida por antonomasia con sonrisa en los ojos y voz de nana, buena no, buenísima, siempre dispuesta a encontrar soluciones para cualquier problema que se nos presente, así como a ejercer de anfitriona detallista, consiguiendo que incluso el peor de los desagües verbales parezca las cataratas del Niagara y el desolador escenario vital de este planeta solo una circunstancia transitoria que nos catapultará a algo mil veces mejor: la voz de la esperanza. Luego también estoy yo, pero ya sabéis como soy, así que no hace falta que me describa cursimente. Era flipante, porque aún pareciendo las Spices Girls, y sin ningún tipo de plan de aprovechamiento por parte de ninguna por vivir en lugares diferentes de maneras muy distintas, supimos abrazar nuestras disparidades como si fueran regalos colectivos. Y teníamos todas un brillo febril rarísimo en los ojos, traducido en euforia perpetua y poquísimas ganas de despedirnos. Nos íbamos con pena. Con ganas de más. Creo que esa misma semana, todas admitimos entre tímida y orgullosamente que nos queríamos sin conocernos, por whatsapp. ¡¡Parecíamos adolescentes en su primerísima cita!! Nadie contaba con ello, pero contra todo pronóstico, se dio esa impresionante conexión que te hace sentirte hermanada. Fue la rehostia. Como si nos conociéramos de siempre. Como si lleváramos toda la vida queriéndonos. Yo, que como ya he dicho suelo tender a una intensidad que en caso de duda consulte con su farmaceúticxs, temía que la cosa se desinflara en algún momento…¡pero qué va! Pasa el tiempo y todo parece que se materializa mucho más. Si alguien me lo contara, lo describiría como enfermizo. Pero como me está pasando a mí, sé que es mágico. Como cuando piensas que tu relación es la mejor y nadie puede quererse y entenderse tanto y tan bien. Pues igual. Y os preguntaréis: “Vale, sí, te has hecho amiga de cuatro gordas… ¿ y qué?”. Sólo digo que tendréis noticias nuestras. Y que vamos a hacer tanto el ruido y el “ridículo” que os van a dar escalofríos de vergüenza ajena por vuestros gordófobos cuerpos. Y si no tenéis noticias nuestras, es que estamos esparciendo el germen de empoderamiento corporal disimuladamente por lo bajinis. No que hayamos fracasado o que nos hayamos robado la novia y dejado de hablar. Aviso. Por si hay dudas. Que a veces puede haber pasado. Pero en nuestro caso no. ¿No? No. Gordas forever and ever. ¿No? Sí. Pero sí… ¿de no? O sí…¿de sí? CORTEN. BASTA. YA.
Con estas líneas sólo quiero dejar caer que a menudo, desde lo personal, politizarnos y organizarnos en grupos puede ser la salvación a demasiada dosis de realidad y a crisis existenciales. Sigo estando en celo máximo, la existencia de la especie humana se me hace rara pero que muy rara… sin embargo, siento mariposas estomacales (y no son gases) y mucha ilusión transformadora gracias a estas Sublimes Gordas.
También reitero que estoy en celo máximo y que sé que habrá más gente en mi peculiar situación. Lo mismo hay que hacer un grupo en Facebook tipo “No pillo ni catarro” y poner solución a esto, ¿o qué?
¡Ah! Y que, en otro orden de cosas totally unrelated, he descubierto a esta GENIA que parece que también es del norte, y necesito que la conozcáis, porque yo casi me meo encima de lo sobrenaturalmente fascinante que me parece que seamos tantas y tantas las patéticas que apoyándonos en lo trash sobrevivimos gracias a contar nuestras miserias. Yo también soy una Pringada. Y tú. Y tú. Y tú. Y lo sabes.