Crónica de un día menstrual. O sobre cómo mi coño y yo nos merecemos un respeto

Crónica de un día menstrual. O sobre cómo mi coño y yo nos merecemos un respeto

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16/05/2016

Sthela Valenzuela

Ya tocó. Llevaba un par de días sintiéndolo venir. Mi tetas como globos y los dramas y conflictos sin resolver de mi vida volviendo con un poco más de fuerza los minutos previos antes de dormir. Cabe decir que estos días de frio, cielos negros y lluvia en plena primavera no ayudan un carajo.

En cada persona es un mundo distinto. En mi caso y en los últimos meses aparece a lo largo de la noche como un jodido navajazo en el vientre. Calambres y dolores desde mi vagina hasta la boca de mi estómago me acompañan durante un par de días (por suerte) al mes. A esto se le suma flojera, sueño, problemas digestivos, etc. Pero bueno, como es algo invisible y naturalizado me levantaré para hacer mis quehaceres como si nada nos estuviera sucediendo a mi cuerpo y a mí, con una sonrisa de oreja a oreja tal y como ellos la esperan. Creo que después de lo anteriormente descrito es lo más normal que lo último que me apetezca es aguantar las estupideces de nadie. Y menos cuando vienen acompañados de un halo paternal, condescendiente y protector muy masculino, pero “comprensivo”.

Podríamos entrar en el eterno y aun no superado (por desgracia) debate sobre si nuestras condiciones psicobiológicas determinan estas visceralidades a través de las cuales nuestras voces son deslegitimadas, pero, aparte de que ya es cansado debatir con personas que “no son machistas pero opinan que las mujeres por naturaleza y evolución somos…”, no me sale del coño tratar eso ahora. Está demasiado ocupado desangrándose.

Y perdonadme el tono, es que ando un poco irascible y molesta. Ya sabéis, no es por los calambres, los dolores, el agotamiento y los micromensajes paternalistas de nuestros padres, hermanos, parejas o amigos, las obligaciones, el no llegar a fin de mes etc. Para nada, es simple y llanamente que ando un poco histérica… Ya sabéis, las hormonas.

Hablando de histeria. Mientras buscaba información para un trabajo sobre psicopatologización en mujeres, o mejor dicho, cómo la sociedad nos construye como unas jodidas taradas, di con un breve artículo titulado Psicopatología y género: crónica del resentimiento de la psiquiatra Margarita Saenz Herrero, en la que explicaba lo siguiente:

“La patologización del cuerpo femenino es una realidad en la Historia de la Psiquiatría. Recordemos que la palabra histeria viene del griego, útero -hyster-, y Platón ya lo reflejó en sus aportaciones en cual era el origen de la enfermedad mental: el útero es un animal vivo que si no engendra hijos migra por el cuerpo produciendo síntomas”.

Dibujo de mi útero enfadadoNo pretendo profundizar en ello aquí. La idea de mi útero como algo vivo alimentó, por un momento, la concepción que cada vez tengo más clara de que mi cuerpo no es del todo mío, de mi propiedad (y por tanto, tampoco lo puede ser de la de nadie más), que tiene sus propias lógicas que están ahí, como la de mi vagina sangrando todos los meses rica y dolorosamente me apetezca a mí o no. Así que tal vez tengamos que negociar.

Creo que muchas de nosotras, estudiantes, trabajadoras, militantes feministas, madres, hijas, hermanas, compañeras, amigas, etc. Tenemos más que claro a día de hoy que los discursos sobre lo fisiológico, lo hormonal, lo psíquico, general e históricamente construidos en base a un sesgo masculino hegemónico, son y siguen siendo utilizados para tratar de legitimar y dar sentido nuestra posición de subordinación, a la asimetría implícita en los roles de género encarnados en una realidad binaria impuesta. Tener que enfrentarse a estos discursos más allá de nuestros espacios de deconstrucción y seguridad es cansado y complicado, pero es parte del proceso. Más complicado aun es cuando ramalazos de esta línea se dan en nuestros espacios y relaciones teóricamente deconstruidas.

Tal vez sí, tal vez muchas de nosotras seamos sensibles, o estemos sensibles, seamos irracionales, viscerales, compulsivas, vivamos a la constante defensiva o seamos violentas. Sí, en mi caso al menos, tal vez sí exista un factor hormonal, psicológico, como carajos lo queráis llamar, que esté mediando en mi forma de actuar. Pero la verdadera cuestión es ¿y qué? La cuestión es que eso no hace mi voz y mi opinión menos válida.

La cultura del control/invisibilización de lo emocional, la negación de las contradicciones cotidianas, el saber estar, sentir y desear es una consecuencia más de cómo la razón masculina, ilustrada, eminentemente patriarcal, la razón científica como motor del progreso, nos dícta cuando nuestras voces merecen ser escuchadas. Cuando algo personal puede ser público y cuando no. Cuando nuestras voces y mensajes no valen una mierda porque “está claro que en ciertos momentos las mujeres estamos fuera de nuestros cabales y no podemos ser racionales, ergo, déjanos patalear que ya se nos pasará” -nótese el sarcasmo-.

Volviendo al título del artículo, concretamente la parte sobre “cómo mi coño y yo nos merecemos un respeto”, lo único que querría transmitir son dos cosas.

Primera. Para toda persona socializada como mujer que se pueda sentir identificada con esto: que nos esté sangrando el coño no hace menos grave ni importante cualquier cosa que queramos transmitir. Si nos intentan ningunear con ello, gritaremos más, seremos molestas. Si les jode tal vez estemos haciendo algo bien. Se convierte en un verdadero placer para mí ver como, mi condición de desquiciada y loca de mierda se ha convertido en una de mis mejores herramientas de autodefensa en la cotidianeidad.

Segunda: para todos los hombres cisgénero, autodefinidos como feministas, en deconstrucción y luchando con el peso de la contradicción entre lo que han sido y luchan por ser: Cada vez que utilizáis vuestras nuevas gafas violeta y feministómetros para poner a prueba nuestras contradicciones, para darnos lecciones de coherencia política, de fortaleza y de capacidad racional, concibiendo lo opuesto como un síntoma de fragilidad derivado en cierto sentido de nuestra condición de mujeres (aunque verbalizarlo quedaría muy feo en nuestros espacios de militancia), seguís ejerciendo poder. Seguís reproduciendo desigualdades, seguís poniendo obstáculos a nuestro empoderamiento y apropiación de espacios compartidos y públicos, seguís definiendo los límites entre lo personal y lo político, aunque en nuestros discursos estemos tremendamente convencidos de que “lo personal es político” (qué bien suena), la práctica deja un poco que desear. Seguís haciendo todo aquello porque, aunque no eligierais vuestro privilegio, aunque algunos de los precios por vuestros privilegios “son duros”, los seguís teniendo, por lo que os podéis permitir seguir ejerciendo el poder de las formas menos explícitas, tal vez en muchas ocasiones sin tener conciencia de lo que estáis haciendo.

Esto es simple y llanamente para lanzar un mensaje a todas aquellas personas que, dispuestas a juzgar actitudes u opiniones remitiéndolas a algo injustificado, irracional, hormonal, o psicológico, se lo piensen dos veces antes de seguir decidiendo qué voces valen más que otras.

P.D: Mi útero y yo estamos bien. Solo un poco cabreadas, solo un poco hasta el coño.

Saludos.

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