El bolero de Ravel

El bolero de Ravel

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25/06/2016

Iris Mercader Chuecos

Tal como están las cosas, creo que puede haber dos opciones de cara a plantearse las elecciones generales, atendiendo al grado de pesimismo-optimismo de cada cual.

Por una parte, y siendo realistas-pesimistas, estos comicios se pueden plantear como una perpetuación del sistema patriarcal, en el cual ni siquiera los partidos de izquierda han apostado por un liderazgo femenino; (digo liderazgo porque es inevitablemente necesaria hacer visible la idea de que, en un movimiento, la cuestión de personalismos es recurrente, porque apela a la empatía de la persona. No se puede dejar de lado este aspecto, pero este es ostro tema que ahora no nos incumbe). Siguiendo con la cara negativa, una se plantea cómo puede ser beneficioso para nosotras participar en la repartición de cargos de poder entre hombres; a perpetuar la imagen del hombre que domina el escenario gubernamental y la esfera pública, relegando la mujer a la vida privada. Contribuyendo a la imagen de que el hombre –como ser racional, poco emocional– es el más capacitado para ejercer un cargo que requiere “sangre fría”. Por lo tanto, legitimando el discurso normal. Es una decepción el hecho de que la izquierda no sea capaz de hacer valer sus ideales para combatir el discurso opresivo dominante. Y, consecuentemente, no deje que los colectivos oprimidos toquen el liderazgo. De hacer valer la confianza suficiente a nuestro colectivo, la mitad de la población, para que tenga la capacidad de dar voz a nuestra situación.

Por otra parte, se puede pensar en otro tipo de estrategia, más positiva, aunque un tanto conformista. Como siempre, todo depende en dónde se coloque el acento, el punto de vista. Si se concibe la parte positiva del asunto, si se entiende que avanzamos vacilando, dando un paso atrás y dos…digo, uno y un cuarto hacia adelante, entonces quizá sí que tenga sentido votar. Según la noticia del diario.es del día 12 de diciembre del 2015, tenemos “el Congreso con más mujeres diputadas de la Democracia”. Así pues, hay una pizca de esperanza, por pequeña que sea. Si se parte de la idea de que será o todo o nada, es fácil acabar con las manos vacías por querer llegar a todo, quizá una alegoría de la “ambición”, cosa normal, porque tenemos muchas ganas de que por fin las cosas cambien. Pero si se atiende a la evolución histórica del cambio, se percibe esta idea de progresividad lenta (a veces, demasiado, demasiado lenta) que va poco a poco, introduciendo cambios en este sistema injusto, desigual en muchas esferas. Poco a poco induciendo a escuchar nuevos instrumentos en el concierto, tal como si se tratase del bolero de Ravel.

Así pues, quizá no haya nada de malo en quedarse a escuchar el concierto hasta el final.

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