¿Elecciones significa realmente elegir?

¿Elecciones significa realmente elegir?

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25/06/2016

Aralc Gudari

Dos mil diez y seis, estamos en “crisis” y tenemos las elecciones generales a al vuelta de la esquina en un contexto concreto y particular. Intento escribir de forma neutral, respetuosa y sin que se me vea el plumero, pero lo personal es político y yo soy una persona.

Suele haber calma durante el periodo de campaña electoral, se suele discutir en familia, en el bar, en el trabajo… y ahora también en Twitter, Facebook o en los comentarios de los medios de comunicación digitales y blogs. Tenemos más herramientas de contraste y las usamos, nos informamos, y compartimos la información aunque el proceso reflexivo acabe siendo el mismo. Esta vez, tenemos una variante: no hay calma, se ha destapado recientemente un “super escándalo” sobre Jorge Fernández Díaz y todas lo sabemos ya. ¡Uy! ¿Manipulación? ¿Extorsión? ¿Corrupción? ¡Pero qué sorprendida me siento! No sé, a mí los informativos de los mass media ya me parecen la prensa rosa de las élites y el poder económico -sí, solo económico- así que, permitidme obviar esta noticia en las próximas líneas.

Quisiera empezar -si es que no lo he hecho ya- formulando a aquellas personas que lean esto una preguntita sencilla: ¿Te has sentido, alguna vez, realmente representado o representada por aquellos dirigentes políticos a quienes has votado sintiéndote identificada/o con cada decisión y cada acto que hayan hecho durante toda una legislatura o carrera política? La respuesta me la temo, pero no quiero hablar en el nombre de nadie más que en el mío. Mi respuesta es un no rotundo, redondo y absoluto. De hecho solo he votado una vez – de cuatro oportunidades (aprox) que he tenido-. Pero no pretendo hacer propaganda de la abstención activa, ni mucho menos, no creo que este sea el mecanismo para hacerla. Lo que quiero es plantear la diversidad de acción, quiero expresar y legitimar un sentimiento que he visto, en muchísimos casos auto-reprimido y al que no le prestamos ninguna atención y quiero que toméis consciencia y lo sintáis si, coomo yo, lo habéis sentido -Valga la redundancia, espero haberme hecho entender-. No lo digo en un plan de “Como yo lo sentí, todo el mundo se ha sentido así”, no; lo digo porque lo he notado (in)expresado en muchas conversaciones y ambientes muy dispares con gente muy amiga y con gente muy desconocida, con jóvenes y con mayores, con autóctonos y extranjeros, con más o menos acomodados y con menos que más adinerados.

Frustración, impotencia, vacío e inseguridad. Esto es lo que, con los años, he logrado identificar, un mejunje de estos cuatro conceptos bien removidos y, a su vez encerrados dentro de una bolsa hermética y envasado al vacío y metido, a la fuerza en un congelador donde no cabe y se queda ahí haciendo presión hasta que, a veces, la puerta del congelador cede, otras veces no, cada cual con su historia y su camino.

Pero bueno, esto es lo que yo sentí aquel día, con los diez y ocho recién cumpliditos, cuando miré unas cuadrículas en la pared del recibidor de mi colegio de primaria que me enviaban a una mesa con una letra -o un número, o ambos, no me acuerdo-, pero antes de llegar tenía que coger un sobre blanco concreto que no podía ser otro y meter allí dentro un papel, pero no cualquier papel, sino uno de los que había colocados al lado separados en columnas donde cada una era muchísimas copias del mismo papel, cada uno de ellos era una “lista” en la que apenas te suenan los dos o tres primeros nombres que aparecen en ella. Yo miraba y las veía todas iguales: logotipo, título y muchos nombres en mayúscula. Me acuerdo que me puse muy nerviosa, dado que como eran todas estéticamente casi idénticas había alta probabilidad de que me equivocara de papel, ya ves tú, “equivocarme de papel”, suena casi irónico. Bueno, habiéndolo cogido y metido en el sobrecito me puse a hacer cola con mi madre y me sorprendió que, al llegar a la mesa, había unas personas de mi barrio que me dijeron “DNI”, me miraron la cara comparándola con la foto del maldito carné sin siquiera saludarme, tacharon lo que supuse que significaba “yo” en otra cuadrícula que ellas tenían y me dieron permiso para depositar el sobre dentro de la urna que parecía un objeto sagrado mientras mi madre me hacía una foto, como si después de eso yo fuera más persona, más mujer. Fue muy raro, muy incómodo. Mas tarde pensé “Y esto cada cuatro años. Parece un ritual religioso, la política sirve para mejorar, pero ¿cómo vamos a mejorar a las personas si cuando tenemos que “decidir” lo hacemos de una forma tan robotizada y falta de humanismo?

Además, yo he cogido el papel de una lista que simplemente creo que era la mejor opción de lo que había para escoger, pero no me siento cercana a las ideas de esta gente. Si yo no quiero elegir a ningún partido/candidatura, ¿entonces qué?. Además, soy mujer, y eso estaba plagado de nombres masculinos y llevo dos semanas tragándome imágenes de tíos con traje mintiendo de la forma más descarada. ¿Soolo puedo elegir a uno de ellos? No me cae bien, ninguno. Dicen cosas que no entiendo y creo que nadie entiende, sonríen cuando no les apetece y ninguno ha venido a preguntarme nada de lo que hay en su programa electoral en el que, estoy segura, no es cierto ni el 20% de lo que pone. A mí me gusta ser políticamente activa pero, así, me siento casi contraria al concepto “activa”, luego quienes consigan un sillón se van a aposentar en él, con un sueldo digno, si pueden, se quedarán algo más de dinero que tengan la oportunidad de apropiarse y, en estas circunstancias tomarán decisiones y elaborarán leyes y propuestas sobre la educación cuando no son maestros y hace años que acabaron la escuela; sobre sanidad, cuando se pagan su mutua privada y no son ni profesionales ni enfermos ingresados en el hospital; sobre pensiones, cuando ellos tienen sueldos -y sobresueldos- vitalicios y no van a necesitar jubilarse; sobre vivienda, cuando son propietarios y ya no van a tener que sufrir por pagar el alquiler o la hipoteca; sobre renta mínima, juventud, autónomos, uso del espacio público… y también sobre violencia de género cuando ellos son en su gran mayoría hombres y no tienen ni idea ni han tenido tampoco la intención de tenerla sobre lo que es ser una mujer en esta sociedad y, encima, maltratada”.

Todo esto pensé, después de haber votado por primera vez y así pude sacar esta bolsa hermética envasada al vacío que había surgido en mí durante el “sagrado proceso democrático”. Y aquí, en este punto, voy a acabar. Porque quiero que cada persona tenga sus propias conclusiones y su propio criterio y deje de escuchar, tanto a tertulianos y tertulianas, y empiece a escuchar más a lo que se dice a una misma, aunque, permitidme una última frase, que la lea quien quiera y que quizás sí que es un poco propagandística: después de reflexionar y elaborar esta síntesis continué con mi día a día y os tengo que decir que me siento muchísimo más realizada y coherente y con una vida política más activa formando parte de redes vecinales de soporte mutuo y solidaridad y, estando día a día en la calle, prestándole mi mano a quien la necesita y recibiendo manos para ayudarme a mí. Que mi máxima representante soy yo misma.

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