Aterrizando en la redacción de Pikara
Vine a Bilbao, hace años, con la mochila vacía y con una carpeta dispuesta para llenarse de apuntes, anotaciones, lecturas, textos… Había decidido volver a […]
Vine a Bilbao, hace años, con la mochila vacía y con una carpeta dispuesta para llenarse de apuntes, anotaciones, lecturas, textos… Había decidido volver a estudiar, dejar el trabajo y dar un salto en mi vida. Y lo di, no sólo por todo lo que aprendí, desaprendí, comprendí, aluciné y reí con mi gente de Hegoa, sino porque apareció Pikara Magazine en mi vida.
-Oye, que han montado un nuevo medio, por si quieres intentar colaborar. Se presentó la semana pasada, te puedo pasar algún contacto.
-Vale, genial, ¿por qué no?
Y escribí a June, allá por finales de 2010; y tomamos un café y charlamos y escribí mi primer texto para Pikara. ¡Sobre el Yasuní! Sí, sí…, una revista feminista que acababa de comenzar me aceptó un texto sobre la apuesta de Ecuador para dejar bajo tierra el crudo en una iniciativa innovadora de lucha contra el cambio climático. (Final y tristemente no se logró el objetivo y las petroleras andan ya por esta zona que atesora una diversidad biológica única; pero esto da para otro reportaje).
Y hasta hoy.
Tras pasar la criba de la edición de Lucía Martínez Odriozola –ojalá la hubiera tenido de profesora-; tras escribir sobre multitud de temas, principalmente de asuntos internacionales y casi siempre con mi compañero de andaduras; tras gestionar durante meses la sección de Planeta; tras formar parte del colectivo editor y reunirnos mensualmente vía Skype para tomar decisiones, estar al tanto de nuevos proyectos, debatir y darnos cariñete; tras aprender muchísimo –eso sobre todo-… Tras todo eso y mientras tanto Pikara crecía, y se desbordaba y se nos iba de las manos. Hacían falta más manos, efectivamente.
Desde hace unas semanas, me he unido al equipo coordinador de Pikara, para trabajar con Andrea, June y Tamia –‘la genia del Excel’-. ¡Quién me lo iba a decir! He vuelto a Bilbao, a seguir aprendiendo, con la mochila vacía y las carpetas del ordenador dispuestas a llenarse de documentos, fotos, textos…
Y en estas pocas semanas ya he sido consciente realmente de la dimensión de Pikara Magazine. No sólo porque haya participado en el envío de miles de revistas y en varias presentaciones del número cuatro en papel, sino porque cada día en la redacción -¡sí, tenemos redacción!- es una muestra de lo que significa este proyecto. El teléfono que no para de sonar, la bandeja de entrada rebosa a cada rato, visitas inesperadas y sorprendentes –como una chica gallega que sólo vino a saludar y a decir que Pikara le había cambiado la vida-, gente que busca la revista, reuniones, participación en jornadas, compañeras de coworking, el cartero de Correos -¡cómo no!-, música en el sofá, la gente que pasa por la calle y se acerca al escaparate pensando que nadie les ve…
Después de seis años he vuelto a aterrizar en Bilbao y en Pikara -ya sabéis, tu espacio, vuestro espacio– y me siento como una marciana feliz, contenta y, por supuesto, periodista y desplazada.