Elizabeth Coffey Williams: de ‘chica Waters’ a activista LGTB
En el entrañable despropósito cinematográfico 'Pink Flamingos' (1972), la actriz corresponde plenamente a un exhibicionista que se le acerca mostrándole sus genitales. Excluida del cine comercial, esta 'dreamlander' vive en unos apartamentos 'gay-friendly' para personas mayores, se dedica a la jardinería y al voluntariado LGTB.
Puede que a muchos no les diga nada el nombre de Elizabeth Coffey Williams. Seguramente, solo unos pocos reconocerán a esta pelirroja de cuerpo menudo y piel pálida. Sin embargo, esta artista y actriz retirada, de 67 años, cuenta con el honor de haber sido ‘chica John Waters’ —trabajó con el cineasta estadounidense en varias de sus películas más conocidas y polémicas— y, desde hace ya tiempo, es una aguerrida defensora de los derechos de las mujeres y de la comunidad LGTB.
Desde pequeña, Coffey está acostumbrada a pelear. Quizás porque, habiendo nacido en un cuerpo que no se correspondía con su sexo sentido, nunca tuvo las cosas fáciles. Pero su coraje le ayudó a salir adelante. Nació en Brooklyn y se trasladó a Filadelfia siendo apenas una criatura. Vino al mundo en el cuerpo de un chico. Era la mayor de cinco hermanos y tuvo una infancia relativamente convencional. Al menos, al principio. “Básicamente, fui un niño bastante tímido y estudioso”, recuerda. Todo se fue complicando a medida que ese mal llamado adolescencia hacía acto de presencia en su vida.
A los dieciocho años se armó de valor y decidió contarles a sus padres que era una chica transexual. La reacción no pudo ser peor: la echaron de casa inmisericordemente. “Durante seis años, me mantuvieron separada de mis hermanos y mi verdadera existencia fue velada en secreto. Cuando finalmente mi madre trató de explicar a mis hermanos y hermanas lo que había ocurrido, ellos respondieron de forma diferente, supongo, a como ella o yo hubiéramos esperado. Llegaron a decir ‘¿eso es todo?’ Nos habéis mantenido separados todo este tiempo solo por eso’”, cuenta con cierta tristeza. Pero parece que el sentido común quiso hacer acto de presencia y, a partir de ese momento, sus padres cedieron.
Ese encuentro condujo con el tiempo a una reconciliación con toda su familia. Y también con su verdadero yo. De hecho, fue pionera desde jovencita y, con solo veintiún años, recibió una de las primeras cirugías de reasignación de sexo realizadas en los Estados Unidos, a principios de los años setenta. Esa intervención coincidiría en el tiempo con sus pinitos como chica Waters.
Huyendo de su vida anterior, Coffey se había marchado a vivir a Baltimore para buscarse la vida. Allí conoció a John Waters, el rey del cine trash. “La primera vez que recuerdo estar en la compañía de John fue en un pequeño bar de mala muerte llamado Pete´s Hotel”. Este bar, situado en el barrio de Fells Point (Baltimore), servía como punto de encuentro y pendoneo a una banda de personajes con aspiraciones artísticas que acabarían convirtiéndose en los dreamlanders, como se conocía al equipo de Waters. “Todos ellos eran realmente atrevidos e inteligentes y también tenían un sentido del estilo que nunca antes había encontrado. A pesar de que yo era muy tímida, ellos eran fabulosos. Yo estaba en el cielo”, dice.
En poco tiempo, forjó una amistad con Waters, que para entonces ya había rodado varios cortos y sus dos primeros largometrajes: la muda Mondo Trasho (1969) y la recientemente restaurada Multiple Maniacs (1970). Un día, entre caña y caña, John le contó que estaba haciendo una nueva película y que había pensado en un papel para ella. “Pensé que era divertido y me gustó la explicación que me dio, así que le dije que sí, que lo haría”. Así de simple. Y se pusieron manos a la obra. La cinta en cuestión no era otra que Pink Flamingos (1972), un entrañable despropósito cinematográfico considerado una de las películas más asquerosas de la historia.
La película, realizada con un escaso presupuesto de apenas diez mil dólares, estaba protagonizada por el actor Divine, amigo de adolescencia de Waters y que aquí interpreta a una mujer que lucha por convertirse en la persona más inmunda del planeta. Durante algún tiempo ensayaron en el apartamento del director, donde se reunían los fines de semana hasta que empezaron a grabarla. Un rodaje peculiar, como la propia cinta, llevado a cabo en exteriores en pleno mes de enero, caracterizado por largas tomas sin corte alguno, sin apenas comida y acompañados principalmente de cigarros y speed. “Mi primer recuerdo es que hacía frío, mucho frío. Yo llevaba puesto un pequeño y endeble vestido, sin nada debajo de él, y se me estaba congelando el culo”, apunta.
El papel de Coffey, como casi todo en la película es, cuando menos, llamativo. De esos papelitos que, aunque breves, destacan: la actriz corresponde plenamente a un exhibicionista que se le acerca (interpretado por el actor baltimoriano David Lochary, desaparecido en 1977), mostrándole sin tapujos sus genitales. “La hicimos en dos tomas, por lo que recuerdo. Me sentí muy guapa. Es muy fácil trabajar con John. Me explicó lo que quería que hiciera y simplemente lo hice. Fue muy divertido y enriquecedor para mí, estando acostumbrada a ser el blanco de los chistes y burlas de la gente durante la mayor parte de mi vida, ser yo la persona que hacía la broma”, bromea. Y la actriz celebra que su pequeña aportación fuese tan comentada. “A pesar de que pensé que era bastante buena, no tenía ni idea de lo bien que la escena funcionaría hasta que realmente tuve la oportunidad de verla. Funcionó, fue muy divertido, tuvo un impacto en aquel entonces y aún hoy se mantiene”.
La película logró estrenarse a finales de 1972, en la tercera edición del Festival de Cine de Baltimore, que se celebró en el campus de la universidad de la misma ciudad. No fue mal del todo, ya que hubo tres proyecciones sucesivas y en todas ellas se agotaron las entradas. A ello contribuyó el hecho de que los dos primeros largometrajes de Waters se hubieran proyectado con éxito en ciudades como Nueva York, Filadelfia o San Francisco.
A la alegría profesional que la película aportó a Coffey, se unió la personal. Y es que, tan solo un par de meses después del rodaje, llevó a cabo su proceso de transición. “Sé que todavía era invierno, no había hojas en los árboles cuando rodamos la escena y yo fui al hospital en abril”, apostilla.
A este respecto, Waters afirmaría sobre Coffey en uno de sus libros que estaba encantado de que esta recibiera el primer cambio de sexo en el Estado de Maryland, pagado por la asistencia pública: “Por fin, el dinero de mis impuestos estaba siendo puesto en un buen uso”, comentaba el cineasta. “Creo que yo fui la primera y la última que se salió con la suya. Pero ya sabes, no es que yo estuviera tratando de engañar a nadie. Realmente creo y siempre sostuve que el tratamiento médico de confirmación de género debería ser cubierto por un seguro, ya sea en lo privado o público”, explica la actriz.
Su amistad con Waters la llevó a participar también en Cosas de hembras (‘Female trouble’, 1974), la siguiente película del rey del cine ‘trash’. Esta vez, interpretando a una reclusa condenada a muerte, compartiendo escena con Divine, que en esta ocasión da vida a una adolescente que, tras fugarse de casa y ser violada por un holgazán, comienza una vida criminal. En esa época, y tras el éxito de la predecesora, Coffey vivía en Filadelfia, donde residía con la relativa notoriedad que le había otorgado su anterior papel. Tanto fue así, que el periódico local underground de Filadelfia llegó a enviar junto a la actriz a un reportero para hacer un reportaje sobre todo aquello.
— ¿Cómo recuerdas este segundo rodaje?
— Tuve un ensayo con John y Divine antes del rodaje y, según recuerdo, al menos en mi opinión, todo fue bien. Sabía que iba a interpretar a una chica condenada, así que antes de dejar Baltimore hice que volasen mi pelo, dejándolo muy corto. Rodamos la escena en una celda real de la prisión de Baltimore County Jail. Estábamos realmente entre rejas, todas esas grandes puertas de acero fueron cerradas detrás de nosotros. En realidad, aquello fue un poco espeluznante.
Para Coffey, la mejor parte de interpretar a Earnestine fue tener la oportunidad de trabajar cara a cara con la mítica Divine. “Por supuesto fue un poco intimidante, porque Divine era muy bueno, un talentoso intérprete. Pero, en realidad, fue muy divertido trabajar con él, era muy generoso como actor”, apostilla. Por petición de Waters, hizo un rápido acto de exhibicionismo en la cárcel, a modo de secuela de su exhibicionismo en Pink Flamingos.
Como no hay dos sin tres, Waters pensó en ella para su siguiente trabajo, Vivir desesperadamente (1977), una especie de cuento de hadas poco convencional, donde la desfachatez, la hilaridad y lo escatológico vuelven a hacer acto de presencia. Una comedia de terror con tintes fantásticos ambientada en Mortville, un pueblo que provee de refugio a los criminales y en el que manda la temible y tirana Reina Carlota. Esta vez, John tenía la intención de darle a su amiga un papel haciendo de nudista sobre un cangurín. Sin embargo, los planes de ambos se vieron frustrados. “Tenía muchas ganas de hacer el papel en Vivir Desesperadamente. Era una oportunidad muy grande, pero en ese momento yo no podía hacerlo. Estoy en la película, como la camarera en la escena en la que aparece Cookie Mueller como Flipper, la bailarina go-go. Una gran pelea se desata y llego a golpear a alguien en la cabeza con una botella”. Según comentaría el propio director un tiempo después, Coffey tuvo que renunciar a la película porque uno de sus pechos se había desplazado y le habían programado una cita para operarlo. Para resarcirse del disgusto, la actriz realizaría un pequeño cameo en la exitosa Hairspray (1988). Ese sería el último episodio del idilio profesional entre Waters y una de sus actrices preferidas.
De una forma u otra, lo cierto es que la breve carrera cinematográfica de Coffey estuvo siempre ligada al controvertido director de cine. Eso sí, en 1973 fue a una audición para el papel de amante transexual de Al Pacino en la película de Sidney Lumet Tarde de perros (1975). Hizo la audición varias veces, pero finalmente el director de la película decidió darle el papel a un hombre y la única explicación que Coffey recibió por su parte fue que ella era una chica y que no podían coger a una mujer para el papel. Muy convincente todo. “Al darme cuenta de que no había lugar para mí en una película de cine mainstream en los setenta, no volví a hacer una audición nunca más. Quizás aquello fue un error. La película fue un gran éxito y podría haber supuesto un cambio en mi vida, pero eso es algo que nunca sabré”, comenta con cierta resignación.
La vida no era sencilla en los setenta y es fácil entender que ningún dreamlander pudiera vivir de lo poco que esas películas underground generaban. Así pues, Coffey tuvo que ganársela como pudo. Entre otras cosas, trabajó en un bar llamado Lickety-Split, justo al otro lado de la calle donde Pink Flamingos estaba siendo proyectada en ese momento. “Me encantó trabajar allí, con un montón de gente muy divertida. Y creo que, debido a la cosa de la película, yo era una atracción. Así que aquello era un ‘todos ganan’”, señala orgullosa.
En esos años comienza una relación con el que, ya en los años ochenta, acabaría convirtiéndose en su marido y con el que además compartiría la experiencia de adoptar y criar a un niño. Cuando se mudó a Illinois, debido a que este iba a trabajar para su padre, se convirtió en una bordadora de colchas y en voluntaria en un centro LGBT, y también trabajó con gente que producía conciertos y festivales de música.
Precisamente fue en Illinois donde se casó legalmente con su marido, del que hoy día está separada. En 2012 encontró el valor para irse a vivir a Filadelfia. “Después de soportar durante muchos años una relación difícil, vivir con un mujeriego y abusador de sustancias crónico, me di por vencida y volví a casa”, subraya. Pudo optar por recrearse en el dolor y en la pena, pero prefirió refugiarse en todas esas otras cosas que le aportaban felicidad. Sin embargo, no puede ocultar un cierto poso de tristeza: “La perspectiva de pasar el resto de mi vida sola es una gran tragedia personal. Echo en falta a alguien más que a mí misma. Debería haberme marchado hace muchos años, cuando tenía la oportunidad de construir otra vida”.
Volver a Filadelfia no fue fácil tampoco. Se sentía como un pez fuera del agua. Además, tuvo que vender su antigua máquina de coser para ayudar a financiar la jugada y pasó algún tiempo viviendo con su hermano y su sobrina. Hasta que escuchó hablar del complejo de apartamentos John C. Anderson. Actualmente, esta entrañable estrella del cine de culto vive feliz y tranquila en este bloque de apartamentos gay-friendly para mayores de 62 años.
— ¿Cómo es su vida hoy día?
— Soy una ávida jardinera, una voluntaria en un centro de la comunidad LGTB y he terminado un pequeño trabajo en un documental de la cadena PBS que debería mostrarse en Filadelfia a finales de año. Me siento afortunada por estar rodeada de una familia amorosa y amigos que se preocupan por mí, pero todavía me estoy adaptando a la vida en una gran ciudad después de tanto tiempo en el Medio Oeste.
De chica Waters a defensora de los derechos LGTB y de la mujer. Coffey confiesa que siempre ha sido feminista: “Veo el feminismo como la defensa de los derechos de la mujer, sobre la base de la igualdad política, social y económica a los hombres”. A diferencia de feministas con sentimientos de exclusión hacia las transexuales, ella lo tiene claro: “Apoyo los derechos de todas las mujeres”.