Sarpullido navideño

Sarpullido navideño

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31/12/2016

Martita

Rábanos cortados sobre la mesa

 

Por estas fechas siempre se tira de nostalgia y una entra en espiral. Nochebuena, cordero, sopas de ajo, puchero, paella, gambas, jamón, etc… Mi abuela paterna, madre de 4 hijos varones, pasaba horas y días preparando aquellos manjares para satisfacer a su prole, y porque así debía ser. Mi hermana y yo empezamos a notar los sarpullidos navideños en la adolescencia, cuando pasas de niña a “pollita”. Sentadas en la entrañable mesa familiar y empezando a cenar, recibe mi hermana, aun bastante niña, el primer sopapo de la noche, claro, es que a ella le encanta mojar la salsa con pan, que quede muy empapado y luego al comerlo chuparse los deditos para aprovecharlo todo. Y parece ser que esta actitud no es propia de una niña, como tampoco lo fue, por el golpe que dio mi padre en la mesa, probar un trozo de queso pinchado con la punta del cuchillo e introducirlo directamente en la boca, lo tengo claro, no es propio de señoritas.

Pero ahí estaban ellos, los jóvenes machitos con los que puntualmente, y por ir con ellos, nos dejaban salir esa noche. Eso sí, nada de ropa ajustada ni escotes, ni maquillajes ni uñas largas. Evidentemente, no querían que pareciéramos unas frescas… Ellos, la futura simiente de la estirpe, partían las gambas con las manos con el beneplácito de sus progenitores, y luego emitían un sonido, que aumentaba el sarpullido navideño, cuando succionaban con intensidad la cabeza del desdichado crustáceo. Y para finalizar, casi a modo de competición, profanaban la cena con eructos de todas las intensidades y olores. El colofón de la cena familiar lo ponían los machos alfa, unos politólogos socialdemócratas que con mucho ímpetu, podían declarar cualquier improperio sobre lo corta o larga que era la falda de la cantante de turno de Televisión Española, o cualquier sentencia, al margen del orden constitucional, acerca de algún problema en la nación. Mientras nosotras, sus mujeres e hijas, recogíamos la mesa y servíamos los licores.

Menos mal que queda la familia materna, Navidad, una extensa mesa larga e interminable de esas con primos quintos, sus hijos, sus nietos, etc. En este caso mi abuela se aliaba con otras féminas de la familia para que el trabajo de preparar la comida para tropemil resultara más liviano. De entre todos los presentes había uno en concreto, encantador, jovial, dispuesto, todo un caballero. El mismo caballero que años antes trató de abusar de una de sus sobrinas, hoy esta aún siente la culpa de que le tocara la entrepierna, probablemente ella tenía las piernas demasiado abiertas, seguramente estaría confundida. Y el mismo señor que años después, mientras su mujer agonizaba, trató de obtener sexo con otra mujer de la familia. Sería por aquello de desahogarse, lógicamente. Porque él es un hombre de valores, esposo, padre y abuelo ejemplar, creyente y practicante, entregado a su hogar en cuerpo y alma. Menos mal que en mi familia nunca han sido de discutir, aún más en Navidad, quedaría feo. Así que, todos juntos, sabiendo los pecados del prójimo los guardamos en las entrañas de la más estricta intimidad y, entregados en comunión los unos con los otros, nos redimimos en torno a la dulce mesa de navidad. Con jolgorio y champán todo entra mejor. Era tanta la alegría de la fiesta del señor que hacíamos todos una oda, muy propia del sentir cristiano, donde los niños y jóvenes recorrían la mesa para que los adultos les entregaran un sobre con dinero, a lo Bárcenas pero más modesto y festivo, entre besos, abrazos y felicitaciones. Lo llamábamos la “estrena”, un ritual emocionante en el que se expresa el verdadero espíritu navideño. A mi hermana y a mí, a temprana edad, nos entraron los picores del sarpullido navideño.

Yo sonreía muchas veces, dicen que tengo la sonrisa bonita y así parezco menos seca, así que sonreía mucho. A veces sí discutía algo, pero ligeramente, sin gritos ni grandes razones, me perdonaban, me disculpaban diciendo la verdad, que soy muy rara.

En mi familia, en mis familias, en nuestras familias hay mucha paz y amor.

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