Recuerdos del 8 de marzo. Marta Navarro

Recuerdos del 8 de marzo. Marta Navarro

Tenía unos diez años cuando acudí por primera vez, de la mano de mi madre, a una manifestación del 8 de marzo. Seguro que fui a regañadientes. Daba igual que mi madre y sus amigas me explicaran los motivos para congregarse bajo la lluvia y el frío (y es que en Zaragoza siempre hace mal […]

Download PDF
07/03/2010

Tenía unos diez años cuando acudí por primera vez, de la mano de mi madre, a una manifestación del 8 de marzo. Seguro que fui a regañadientes. Daba igual que mi madre y sus amigas me explicaran los motivos para congregarse bajo la lluvia y el frío (y es que en Zaragoza siempre hace mal tiempo ese día).

Pasaron los años y seguí acudiendo a las concentraciones,  aunque no terminaba de encajar en la escenografía. Nunca me agradaron los lemas que a menudo allí se coreaban, que podían pasar de la cutrez del “Manolo, hoy la cena te la haces tú solo” al “Mi coño es mío y en él sólo mando yo”.  Siempre he pensado que, al menos en mi ciudad, el 8 de marzo se ha celebrado mal, haciéndolo casi incomprensible para quienes lo miraban desde la acera. Especialmente esas “otras mujeres” que veían en las manifestantes una mezcla de reniego en voz alta con dosis festiva y guerrera del tres al cuarto efervescente y caduca.

Pasó el tiempo y me encontré viviendo en Chicago. Y fue allí, un 8 de marzo, donde todo dio la vuelta para mí. Me invitaron a un acto en homenaje a las 146 mujeres, trabajadoras del textil, en su mayoría inmigrantes judías e italianas, que murieron en un incendio provocado. Mujeres que reivindicaban la reducción de su jornada laboral y mayor seguridad. Mujeres cuya lucha y cuya tragedia se conmemora cada 8 de Marzo. El acto se convocó cerca del lugar que las había convertido en ceniza y también en historia. Junto a un grupo de mujeres, esta vez inmigrantes mexicanas y nigerianas, soltamos una nube de globos de colores sobre el cielo azul y altivo de Chicago. Los globos llevaban escritos los nombres de mujeres que habían muerto en circunstancias violentas en los últimos meses. Nunca olvidaré esa imagen, ese gesto que me hizo encajar en el lugar, en la situación y en todas las razones para recordar que la férrea discriminación cambia de lugar, de siglo o de maquillaje, pero sigue estando allí, al acecho.

Resulta tan miserable que décadas después haya mujeres que cobren menos por el mismo trabajo realizado, que en las guerras sigan siendo moneda de cambio y que cada mes mueran  mujeres a manos del maldito y asesino machismo. La mitad de este mundo sufre esta discriminación. Y parece que no pasa nada. ¿Hacen falta más razones? No sé cuáles serán este año los lemas de la manifestación, puede que sigan sin gustarme del todo o que encaje en ellas como un guante. Eso ya carece de importancia. Lo que sé es que pensaré en las miles de mujeres árabes que estas últimas semanas han roto su silencio forzado y han ocupado las calles y la vida que les pertenece. Y es que la mitad del mundo se mueve, y eso se nota. Por el 8 de marzo, siempre.

Download PDF
Etiquetas:
Download PDF

Título

Ir a Arriba