Sobre asistencia sexual y el papel del feminismo en el ámbito de la discapacidad
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Vanessa Gómez Bernal*
Este artículo viene motivado por la publicación del texto ¿”Servicios sexuales” para personas con discapacidad?: la compasión peligrosa de Catherine Albertini en la web de Tribuna Feminista. El concepto de “compasión” como protagonista de este título llamó mucho mi atención, en especial por mi catalogación en primera persona como “mujer con discapacidad” y por mi interés intelectual y político al dedicarme a investigar desde una perspectiva feminista estas cuestiones. El artículo me pareció muy atrevido y muy poco preciso en cuanto a la mezcla de temas que versan en él y en los que se da una narrativa enjuiciadora y moral más que analítica: prostitución, pornografía, discapacidad, ayudantes sexuales… Hablar de sexualidad en las personas con discapacidad siempre parece haber sido un tema polémico, controvertido, incómodo, tabú. Estas características aumentan cuando hablamos de asistencia sexual en la discapacidad. Aquí entramos en un terreno desestabilizador para nuestro imaginario cultural. La asistencia sexual se mezcla con la prostitución de manera casi inevitable y se coloca en un terreno en el que convergen muchas complejidades. Ambos ámbitos, el de la discapacidad y el del trabajo sexual, comparten “estigmas” porque son dos colectivos que siguen estando privados de muchos derechos fundamentales. Empecemos por explicar algunas cuestiones básicas para situar el tema.
Históricamente las personas con discapacidades han sido definidas como asexuadas, pasivas, infantiles e incapaces de dirigir sus propias vidas. Esta situación ha producido desigualdades sociales aberrantes y continuas vulneraciones de derechos fundamentales, entre ellos, los derechos sexuales y reproductivos, en especial en las mujeres con discapacidades. Los derechos sexuales y los derechos reproductivos, consagrados por diferentes convenciones internacionales abarcan poder tomar decisiones libres y responsables sobre todos los aspectos de la sexualidad de una persona, no sufrir discriminación o violencia en la vida sexual, decidir libremente el número de hijos/as que se quieren tener y en qué condiciones, y disponer de la información y de los medios para tomar esas decisiones. En el caso de las mujeres con discapacidades son aún más frustrantes las barreras simbólicas y materiales con respecto a la sexualidad, ya que no entran en la sexualidad dominante y se les extirpa la capacidad de dar y recibir placer. Además, son colocadas en los márgenes sociales con la predisposición perfecta a sufrir todo tipo de violencias machistas.
En este sentido, recuerdo nítidamente algunas de las experiencias que me han marcado personalmente cuando hice mi tesis doctoral sobre género y discapacidad. En una entrevista, una mujer joven con parálisis cerebral me contaba un episodio en el que se divertía tonteando con el chófer de un autobús en el que se montaba cada día. Asimismo, ella me explicaba toda la maquinaria que se ponía en marcha públicamente para censurar y callarla. El hecho de que una chica afectada de parálisis cerebral coquetee con el conductor de un autobús se convierte en un acto de desbordamiento de las normas sociales. Me di cuenta de que esa chica con ese simple acto desafiaba todas las concepciones morales, sociales e ideológicas del discurso hegemónico de la discapacidad y de género. Subvertía la conceptualización dominante que recaen sobre las personas con “gran” discapacidad física. En primer lugar, muestra su sexualidad en público, algo políticamente incorrecto para una mujer con “gran discapacidad”. En segundo lugar, desafía la noción de “dependiente” actuando al margen de lo que socialmente se espera de ella como receptora de cuidados. Y, en tercer lugar, transgrede la visión absolutamente trágica y dramática de su propia vivencia como discapacitada al divertirse haciendo una broma con contenido sexual.
El reconocimiento de los Derechos Humanos es la base de reivindicación y acción de colectivos de vida independiente y colectivos feministas para reclamar la asistencia sexual. ¿Qué ocurre cuando una persona con una determinada discapacidad no puede acceder a un edificio por sus propios medios? En estos casos, se han conseguido algunos resultados gracias a las luchas por la accesibilidad universal y se reclama que la disposición del espacio no atente contra la igualdad de oportunidades y, en este caso, contra la libertad de acceso y circulación de las personas con discapacidad. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando una persona con una determinada discapacidad no tiene acceso a su cuerpo y a su placer por sus propios medios? Esto parece “colapsar” todos los valores ideológicos dominantes y se plantea como una encrucijada. En el imaginario cultural dominante sexualidad y discapacidad sigue provocando rechazo, asco, repulsión, perversión…
Hablar de asistencia sexual a personas con discapacidades es hablar de derechos, sí. Como seres humanos somos seres sexuales. La dimensión sexual, en toda su diversidad y en todas sus modalidades es fundamental para el desarrollo humano, para la autonomía y para la construcción de la propia identidad. En un contexto ampliamente discapacitador, la sexualidad se toma como una más de las barreras que se les impone socialmente a las personas con discapacidades. En primer lugar, en el terreno simbólico representándoles como seres asexuados, no deseantes y no deseados por ser cuerpos que se desvían de la normalidad. En segundo lugar, en el terreno de las consecuencias materiales que produce las desigualdades sociales y la dominación sobre las personas con discapacidad.
El debate sobre el derecho a disponer de servicios de asistencia sexual que faciliten la vida sexual y el placer de las personas con discapacidad ha irrumpido en España a raíz del documental “Yes, we fuck” impulsado por personas vinculadas al Foro de Vida independiente y Divertad. Este documental ha subvertido muchas de las cuestiones que siguen considerándose tabú para la sociedad en general y para el movimiento feminista en particular, ya que se muestran historias sexuales reales, con imágenes explícitas en las que cuerpos diversos percibidos como deseantes y deseables se visibilizan para mostrar las distintas formas de entender el deseo y el placer. Entre estas historias se muestra una en la que una mujer con discapacidad utiliza los servicios de un asistente sexual. Desde estos colectivos militantes que han reflexionado de manera profunda sobre la discapacitación producida por el orden neoliberal imperante, la asistencia sexual se contempla como una opción para empoderar y facilitar el derecho al propio cuerpo de la persona que no pueda hacerlo por sí misma. Este es el caso de “Sex Asistent Catalunya”. Se trata de un proyecto teórico, académico y político que promueve la asistencia sexual como herramienta para el empoderamiento y la igualdad de oportunidades. El colectivo explica que entienden la asistencia sexual “como un medio para conseguir que las personas con diversidad funcional sean consideradas como sujetos de deseo”.
La discapacidad es una oportunidad para que el movimiento feminista se transgreda a sí mismo y para que aplique la interseccionalidad como forma de análisis intelectual y político. Hay que fomentar la crítica feminista en todas las dimensiones que afectan al ámbito de la discapacidad, porque sino estaremos condenadas a reproducir en este ámbito el mismo modelo heteropatriarcal. De esta forma, el cambio transversal que se propone desde los colectivos de personas con discapacidad críticos con el sistema solo es posible con un enfoque feminista.
*Vanessa Gómez Bernal es Doctora en Estudios de Género y Discapacidad y activista feminista en Asamblea Feminista Las Tres Rosas de El Puerto de Santa María, Cádiz.