Las Chicas Feministas, pero Poco, del Cable

Las Chicas Feministas, pero Poco, del Cable

Las chicas del cable llega a las pantallas como una promesa de empoderamiento y emancipación de unas mujeres transgresoras. Una falsa promesa, según la crítica que no ha visto en la serie un atisbo de feminismo. El elenco lo confirma: esta no es una serie feminista.

06/05/2017

Sara Lo

La primera serie española que llega a Netflix y lo hace con una historia protagonizada por mujeres. “¡Qué bien!” –pensé y pensamos muchas– . Pero desde que comenzó la promoción de Las chicas del cable el chirrío del lodesiempre patrio empezó a llamar a mi puerta.

Algunas queríamos pensar en Las chicas del cable como una pequeña revolución. De las historias contadas en series y, más en concreto, de la ficción española. Por fin en una plataforma donde no hacen falta setenta minutos de episodio para rellenar con un montón de tramas que aportan más bien poco, como ocurre en tantas que ya hemos visto. Y pensamos en ella como una revolución de las historias porque Las chicas del cable iba a ser esa serie en la que cinco personajes mujeres iban a salir por las pantallas de nuestros ordenadores, smarts tv y tablets a hablar de lo que significaba ser mujer, trabajadora, en los años 20 en España. Condiciones laborales, mujeres luchando contra el nudo que les ata a los mandatos de los hombres que las rodean, sufragistas… Maravilloso. Pero ¿es esta serie todas estas cosas? Sólo un poco.

Se empezó a hablar de ella como una serie feminista y, claro, el feminismo ya se sabe que es una cosa así como que da un miedo que te cagas si se dice en voz alta. Si se dice, vamos. Las propias actrices que la han calificado como tal no han podido hacerlo sin añadir un pero, un “tranquilos chicos”, un “no se alarmen, señores”. Maggie Civantos, que en la serie interpreta a Ángeles, una mujer maltratada por su marido ha dicho: “Las Chicas del Cable es feminista porque reivindica la posición de la mujer a través de sus ojos” pero, añade: “es una serie para todos los públicos”. Del mismo modo, Ana Polvorosa, Sara en la ficción, la sufragista lesbiana para la que reservan un giro final de guión que no tiene a lo largo de toda la temporada ninguna justificación, ni un atisbo de por qué ese cambio del personaje es verosímil, afirmaba acerca de si es ésta una serie feminista o no: “No tenemos que llevar ese estigma porque esté protagonizada por mujeres”. ESTIGMA. Cosa mala, suciedad, quita, quita. Lo que decía. Feminismo pero poco. Feminismo como si eso fuera una palabra del demonio, que no sabemos qué significa pero seguro que algo malo que no es para todos los públicos. Feminismo en plan “shhh, calla, eso no lo digas que la serie también queremos que la vean hombres y si la tildas de feminista igual no les va a molar”.

Y ya, ya sé que la tele es la tele, que hay que vender el producto, que hay que mirar al target, que esto es un negocio. Pero tal vez no habría sido mala idea aprovechar que se está hablando de ella como una serie feminista desde muchos medios para defender ese producto, que es nuevo, que tiene algo que aportar y, de paso, aprender un poco sobre qué significa el término. ¿Tanto costaba decir “Sí, hemos hecho una serie feminista que defiende la liberación de la mujer en una época en la que las mujeres no pintaban nada fuera de sus casas?”, por ejemplo. Porque aunque la serie, todo eso, lo deja en segundo (o tercer) plano, tanto desde la producción como desde el elenco de artistas sí se ha vendido como una ficción de “mujeres cañeras” (dicho por la productora ejecutiva Teresa Fernández Valdés), como “una serie deseada por muchas mujeres que han visto que la cartelera estaba llena de series protagonizadas por hombres” (dicho por la actriz Ana Fernández) o como una serie en la que “el lado femenino cobra fuerza” (dicho por la actriz Ana Polvorosa). Es una pena. Es una pena, tanto que no se defienda algo porque acojona decir “feminista” como que, en el fondo, no se quiera ahondar en lo más puramente feminista de la trama y se quede a la sombra del melodrama romántico que ya estamos hartas de ver en series españolas.

Pero en Las chicas del cable no solo hay chicas. También hay chicos, claro. Los chicos de las oficinas y los puestos de poder. De ellos se acuerda bien Blanca Suárez cuando define la serie como “una serie femenina apoyada por personajes masculinos”. Porque una serie femenina (¿qué coño es una serie femenina?) así, a secas, no iba a ser. Hay que hablar de los hombres, no vayan a sentirse olvidados. Que mira que no salen ni en los carteles promocionales de la serie, ni los ha llamado Pablo Motos para preguntarles si perrean o no perrean, ni nada, hombre ya, pobrecitos. Los chicos también han podido opinar en medios sobre la serie. Martín Rivas opina: “decir que Las chicas del cable es feminista me parece una visión muy reduccionista de la historia”. Claro, porque si es feminsita ya no es nada más. Yo, por ejemplo, soy feminista y ya no soy ni hija, ni hermana, ni periodista, ni persona. Martín Rivas, otro que habla de algo que ni le suena. Es como si yo digo que soy amante de las plantas y alguien me espeta: “Me parece una visión muy reduccionista de tu vida”. Sólo que en este caso, claro, no molestaría a nadie. Siendo feminista no se es reduccionista, se es molesta.

Pero sigamos con los chicos.

El otro actor principal de la serie, Yon González, ha querido aportar su necesario granito de arena al debate sobre feminismo que ha generado Las chicas del cable. ¿Cómo lo ha hecho? Cubriéndose de gloria varias veces. La primera, entre risas con su compadre Martín Rivas, respondiendo de esta manera, tras preguntarle a ambos en una entrevista sobre el triángulo amoroso que conforman con el personaje de Blanca Suárez en la serie: ¿Con cuál se debería quedar?: “Yo por mí, un rato conmigo, un rato con él. ¿No se cuenta una serie en la que se cruzan barreras y se habla de cómo se va liberando la mujer? ¡Y el hombre también! Así haríamos siete temporadas, ocho, turnándonos los roles, las mujeres…” Muchas risas, Yon, muchas risas. Se ve que la expresión oral más allá de la hecha representando un papel en una ficción no es lo suyo. El cuñadismo es más lo suyo. Pero esto no ha sido la gota que ha colmado el vaso de los comentarios lamentables en boca del actor sobre qué es o no feminismo y si aparece o no representado en la serie. Atención a las siguientes lindezas salidas de la boca de Yon González en una entrevista para un blog:

“Pero sí que es verdad –continúa Yon González– que el machismo y todo esto se cuenta siempre a favor de la mujer. Y pienso que luego en la realidad también está el machismo pero al revés, a nivel psicológico, que he visto en muchas situaciones y dices: ‘¿Qué es lo que está bien?’. ¿Me explico? Quiero decir que siempre es en defensa de la mujer y no al revés, que puede haber un maltrato psicológico por parte de la mujer hacia el hombre, y creo que eso tampoco se cuenta. Y sí que en un futuro me gustaría ver. Que siempre el machismo se defiende hacia… y no es por ser machista, ¿me explico? Situaciones que puedan ser inversas… Me gusta que se hable de machismo, pero me gustaría que en un momento dado se dé la vuelta a la tortilla y se reflejase muchas veces de dónde surge… porque es lo típico, el hombre que pega a la mujer y hay luego otra parte en la que… cómo se llega a que una persona que no es maltratadora llegue a cruzar esa línea… ¿Qué función tiene la mujer ahí? Es una cosa de dos. Ella porque permite y él, porque decide cruzar la línea. Con lo cual los dos han cruzado la línea y están… Lo he explicado fatal”.

Lo has explicado fatal no, Yon. Es que no te has enterado de un cagao. ¿El machismo pero al revés? ¿Es una cosa de dos? Por ponértelo fácil: (SPOILER ALERT) Acabas de rodar una serie en la que una de las protagonistas, Ángeles, interpretada por Maggie Civantos, vive en la misma casa que su maltratador. Es su marido. Al que ella complace sirviéndole el desayuno, la cena, cuidando de la hija de ambos. Una mujer que se enfrenta a la decisión de si dejar o no su trabajo, que tanto le gusta, porque su marido no la quiere fuera de la casa. La quiere dentro, cuidando de la niña y de él. Porque él manda; él decide. Una mujer que no puede sacar dinero del banco porque no tiene permiso de su marido para acceder a la cuenta. Una mujer a la que su marido le da una paliza que le provoca un aborto. Yon, acabas de entrar de lleno en un guión que habla de una realidad que, sí, es de hace muchos años, pero que nada más tienes que pararte a leer la prensa de vez en cuando–-o a ver la tele si ves que leer te da pereza– para enterarte de que hoy, más de ochenta años después, los hombres siguen matando a las mujeres. Para cerrar la boca si no sabes de lo que vas a hablar. Para reconocer que eres un ignorante porque no tienes constancia ninguna de lo que pasa a tu alrededor. Porque pasa. Y pasa en una sola dirección. ¿Sabías que entre 2003 y 2016, 871 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o ex parejas hombres? Y ¿sabías que en lo que va de 2017 la cifra es de 22 mujeres?

Pero claro, vivimos en un país en el que quienes hablan de feminismo son unas pocas locas del coño que se ponen muy pesadas siempre con lo mismo. Donde todavía la gente no se ha enterado de que el feminismo es algo necesario, un instrumento con el que, sí, las mujeres aprietan para conseguir lo suyo porque, no se os olvide, nos lo habían quitado y, todavía hoy, nos lo siguen quitando. Nos quitan parte de nuestro sueldo, parte de nuestro tiempo, parte de nuestro espacio y nos quitan también la vida. Pero aún hay quien piensa que eso del feminismo es un “estigma”, un tema que va aparte del resto de temas de la sociedad. Está la vida con todos sus asuntos y luego están asuntos que hay que tratar de manera separada. El feminismo es uno de ellos. Integrarlo en el día a día, normalizarlo, considerarlo algo obvio que no tenga enemigos, no discutirlo con tus amigos, tu familia, tu vecino el del quinto, eso no. Eso no pasa todavía. ¿Por qué? Porque para que nosotras ganemos lo nuestro, hay quien tiene que perder un poco de lo suyo. ¿Nuestros derechos a costa de sus privilegios? ¡Acabáramos!

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