Entre comillas
Existen abundantes palabras impropias en nuestra lengua. Unas se entrecomillan, otras no. Pero su uso, al parecer, es bastante fácil: machista, maltratador, violador y asesino se entrecomillan; puta, zorra, guarra y fulana, no.
Judith Pérez
Tenemos la suerte de contar con palabras y expresiones muy ricas en nuestra lengua que son, sin duda, muy representativas de nuestra realidad. Sólo algunos ejemplos actuales son los que siguen:
El ”enamorado” de la chica del tranvía.
La “puta pasada de viaje” de los 5 de la manada en los San Fermines.
La “entrevista” de Pablo Motos a las protagonistas de Las Chicas del Cable.
Los “chistes” que el Soiz Hiru, uno de los bares situados en el caso viejo de Bilbao, escribió en sus pizarras sobre los embarazos y la depilación femenina, en los que se podía leer tal cual:
“¿Embarazada por accidente? ¿Y eso cómo puede pasar? ¿Se bajan las bragas solas, tropiezas y caes justo en la polla y ella sola hace diana?”
“A ver niñas, la depilación se empieza de arriba abajo, no se puede llevar el toto pelao y las cejas de Gallardón. ¡De nada!”
Estos últimos quedaron sorprendidos por la reacción “desproporcionada” de la comunidad feminista, pues aseguran que, desde su apertura, el local lleva exhibiendo este tipo de comentarios en sus pizarras y “la verdad es que nunca había pasado nada”. Tras la polémica, uno de los socios declaró: “Yo soy calvo y no me ofendo por las frases contra los calvos que ha escrito M. (la socia) en todo este tiempo”.
Esta declaración, aunque bien explicada, parte de una asunción errónea: los “calvos” no han sido históricamente oprimidos por razón de su “calvicie”. O, para que nos entendamos, los calvos no forman parte de un grupo oprimido. Pero no entremos en detalles.
Otro gran aporte es el “mantequillismo blando” al que alude Pérez-Reverte para describir a unos compañeros de mesa que no fueron capaces de encajar una negativa de su ídola “pelirroja de tetas grandes”, que no es más que un eufemismo mal adaptado que representa una cultura latente de acoso hacia las mujeres. O, como muchos gustarán llamar, hacia “seres humanos porque todos somos iguales”. Un relato que puede ser inventado pero cuyos personajes son muy reales. Algunos comentarios de estos “seres humanos” fueron: “Esa gringa no puede escaparse viva” o “El marido no tiene ni media hostia”. No es para menos, pues la apertura de telón inicia con los pensamientos de nuestro protagonista:
“En carne mortal pierde mucho. Suele ocurrir. Pero sigue siendo guapa y bien dotada”.
Gracias, Reverte, estábamos todos necesitados de tu erudición.
Pero dejémonos iluminar por esta vez, siguiendo con el contexto. Uno de los usos de las comillas, según la Real Academia Española (institución de la que este académico forma parte), es el siguiente:
- Para indicar que una palabra o expresión es impropia, vulgar, procede de otra lengua o se utiliza irónicamente o con un sentido especial.
Existen abundantes palabras impropias en nuestra lengua. Unas se entrecomillan, otras no. Pero su uso, al parecer, es bastante fácil: machista, maltratador, violador y asesino se entrecomillan; puta, zorra, guarra y fulana, no.
Las primeras se entrecomillan porque su sonido pica; las segundas no porque son una realidad y no se cuestionan. Hay quienes añaden a las primeras la terminación “/a”, por lo del “lenguaje inclusivo” y para que no se asocien esas palabras a un determinado colectivo, porque escuece. De esta manera se suavizan palabras impropias y se edulcora una realidad muy oscura.
No contentos con suavizar estas realidades subjetivas, tienen que hacerse públicas y plasmarse en los cuerpos de las mujeres, porque para qué poner límites a mis pensamientos y a mi libertad de expresión, ¿verdad? Publico carteles por toda Murcia buscando a una chica de quien me he encaprichado, pregunto a un grupo de reconocidas actrices españolas si bailan reggaetón, hago burla sobre embarazos accidentales y depilación y violo a una muchacha junto a cuatro de mis compañeros y lo grabo en video porque las manadas merecen saber hasta dónde puedo llegar.
Por otra parte, hay quienes prefieren llamar a las cosas por su nombre y sin entrecomillar. Llaman acosadores a los enamorados que persiguen y acosan a una desconocida, llaman entrevistas machistas a (¿?), llaman humillaciones hacia la mujer a chistes y llaman violaciones a las “putas pasadas de viajes”. Conceden, además, la etiqueta de violentos a esos mantequillistas blandos, que de mantequilla tienen poco y de blandos menos.
En resumen, que para esta nuestra realidad, todo lo que cuente es poco. Puta pasada de condena.