La regla de Carlitos
Victoria Izquierdo
Ilustración de la propia autora del texto.
Carlitos era un pequeño de once años para el que su única preocupación eran los juegos, sus amigos, y que sus papás les quisiesen mucho mucho.
Un buen día jugando en el parque notó como si se le hubiese escapado […]
Victoria Izquierdo
Carlitos era un pequeño de once años para el que su única preocupación eran los juegos, sus amigos, y que sus papás les quisiesen mucho mucho.
Un buen día jugando en el parque notó como si se le hubiese escapado el pis un poco. Le pareció algo extraño ya que ni si quiera tenía ganas, pero siguió jugando, hasta que al mirarse la entrepierna notó una mancha bermellón.
Asustado corrió a su casa, y en el baño descubrió que su ropa interior estaba llena de sangre. A pesar de que algo había oído sobre que su cuerpo cambiaría para hacerse hombre, la sorpresa fue tan grande que no pudo evitar tener miedo.
Recordó donde le había dicho su padre que guardaban las compresas, así que con sigilo y sin que se diese cuenta nadie de su familia, se colocó una como pudo… Pero desde el primer momento, el roce de esa textura nueva con su piel delicada le hizo imposible olvidarse de que algo excepcional estaba pasando en sus entrañas.
Con muchísima vergüenza se atrevió a hablarle a su padre de lo sucedido. Él le tranquilizó y le dijo que eso les pasaba a todos, y que ya vería que el resto de niños de su colegio también acabarían cambiado al igual que él. Sin embargo, Carlitos aún no se sentía preparado para dar ese paso tan grande.
Los momentos de juegos no eran tan divertidos como antes. Estaba realmente incómodo pensado en lo que llevaba entre las piernas. Seguro que el resto de amiguitos se darían cuenta de ese “pañal”, bien por lo ancho que sentía el calzoncillo, o bien por el roce que hacían sus piernas al caminar. Cuando le decían de jugar al escondite él lo rechazaba entre dientes, por si acaso la compresa se movía y volvía a manchar sus pantalones como la vez pasada. Ese cambio de actitud les pareció muy raro a sus amigos, pero no ahondaron más en el asunto y le tacharon de aburrido.
A los pocos meses el resto de niños también empezaron a sufrir “lo bonito de ser hombres”. Algunos lo comentaban con orgullo, pero sólo entre ellos, ya que las niñas tendían a reírse bastante de esas bobadas. Muchas de ellas rebuscaban en las carteras de sus compañeros, y mostraban al resto de la clase las compresas que guardaban en sus neceseres gritando con sorna:
—¡Mirad! ¡Carlitos tiene la regla!
Toda la clase (niños incluidos) se reían a coro ante la ocurrencia tan simple que habían hecho las compañeras. Y Carlitos no podía hacer otra cosa que aguantar el ridículo con la cara encendida. En principio, ese tipo de chanzas podrían parecer ingenuas e inofensivas, pero en un momento de tantas dudas e incertidumbres ante los cambios corporales, cualquier burla podía llegaba a ser muy dolorosa.
Cada mes, Carlitos volvía a sentir ese pequeño suplicio y a cada nueva envestida le acompañaban nuevos síntomas. Ahora se le descomponía la tripa y en más de en una ocasión tuvo que abandonar la clase alegando que tenía que vomitar, aunque realmente necesitase hacer aguas mayores. Otras tantas, una punzada como de puñales en los riñones le hacía no querer moverse del sitio, y estaban aquellas en las que las jaquecas le revolvían todos los poros del cuerpo.
Pero donde peor lo pasaba era en las clases de educación física. El día que tuvieron el examen de salto de altura Carlitos tuvo la mala suerte de hallarse con la regla, y temía muy mucho saltar y mancharse el calzoncillo. Sin embargo su profesora le insistía en que si no hacía la prueba suspendería la evaluación. Por primera vez, Carlitos se armó de coraje y dijo en un susurro que se encontraba indispuesto.
—¡Ya estamos con esas!, ¿no? Luego querréis igualdad en los deportes… —profirió la profesora en viva voz
— Siempre con la excusa de que os ponéis malos cuando estáis con la regla. Mira, si no saltas estás suspendido, así de sencillo.
Como ya pronosticaba Carlitos, al caer al suelo tras el salto la compresa se movió y la sangre caló la tela del chándal. Toda la clase se burló de aquello y Carlitos se fue directo al baño llorando de horror. En ese momento hubiese dado cualquier cosa por no ser hombre.
Era demasiado pequeño para entender lo que suponía tener la regla, lo único que sabía es que era algo que debía ocultar al resto de compañeros de su colegio, intentando que se le notase lo menos posible. Porque si no, aparecían siempre las típicas frases.
—¡Qué carácter! ¿Ya estás en esos días?
Ante esa afirmación daba igual lo que viniese después, cualquier cosa que dijese estando con la regla no se tomaba en serio. Si las chicas le ridiculizaban y se ofendía le tachaban de sensiblón. La menstruación se lo llevaba todo por delante, porque en esos días, parecía que la gente tuviese que lidiar con un loco.
Pero él no estaba loco, ni histérico. Es verdad que sentía cambios de humor bastante drásticos, a veces quería reír, y al segundo llorar, pero una cosa tenía clara, cuando los demás le restaban juicio sólo por estar sangrando, ¡ESO!, eso sí que enfurecía.
Tuvieron que pasar muchos años hasta que Carlitos se sintiese más a gusto hablando del tema, pero como siempre, únicamente lo podía tratar con otros chicos, ya que las chicas echaban a correr nada más oír la palabra menstruación. Les desagradaba sobremanera y decían que como siguiesen hablando de algo así se irían a vomitar. A Carlitos siempre le pareció rara esta actitud, ya que por ejemplo, las chicas eran muy dadas a hablar de sus necesidades escatológicas, del tipo de deposiciones, olor, tamaño…, e incluso se tiraban flatulencias delante de todos. Sin embargo, la regla les era algo horrible y casi estaba prohibido hablar de ella en su presencia.
Quizá, si las chicas en vez de aborrecer lo que no entendían, hubiesen preguntado más a menudo lo que se siente cuando se está pasando por ese ciclo natural, hubieran descubierto que puede llegar a ser un proceso molesto, pero no asqueroso.
—¡Bueno! —solían saltar las mujeres ante este argumento—. ¿Podéis dejar el victimismo por un momento? Para una cosa que tenéis que soportar, la lata que dais ¡Madre mía! ¡Venga! ¡Centrémonos en los hombres! ¡Pobrecillos, que tienen que pasar por la regla! Como os gusta acaparar todo el protagonismo.
Carlitos tampoco podía entender ese tipo de reacciones. Nunca había pedido más protagonismo, si no comprensión. Ya que el protagonismo que acaba ocupando el tema de la menstruación nunca era favorable para el género masculino. Todo lo contrario, la regla tiende a ser ridiculizada y aislada, como si sólo tuviese repercusión para la mitad de la población afectada.
Hasta que llegó el día en que Carlitos se hartó y les gritó a todas esas mujeres:
—¡Sólo pido que os pongáis en nuestro lugar! ¿Es tan difícil? ¿Tanto os cuesta imaginaros a las mujeres teniendo la menstruación? ¿Y lo que os supondría a vosotras pasar todos los meses por los mismos cambios que nosotros? Simplemente imaginad lo que es estar conversando con un amigo y que te entre el pánico de no saber si la humedad que sientes entre las piernas es sudor o sangre. Temer levantarte del asiento del metro por si has dejado un rastro ajeno completamente a tu voluntad. O que desacrediten tu razón sólo por tener las hormonas alborotadas. ¿Alguna vez habéis hecho ese ejercicio?, ¿habéis pensado realmente lo que significa que se nos corte tan radicalmente la niñez, y que todos los meses vivamos la misma situación en el silencio que hemos aprendido a acatar por la prudencia de no “ofenderos”?
Así que, os lo vuelvo a preguntar, ¿os habéis puesto en nuestro lugar alguna vez? —dijo Carlitos.