Sobre la negación y no gestión de las agresiones sexuales y otras anécdotas

Sobre la negación y no gestión de las agresiones sexuales y otras anécdotas

Vayamos por la primera. Transcurre entre las 6 y las 8 de la mañana de un sábado. El lugar, un bar dirigido por gente de ideología de izquierdas.

20/01/2018

Autora: Una mujer cualquiera

AraInfo | Diario Libre d’Aragón |
25N día contra violencias machistas | Licencia Creative Commons | Vía Flickr

Este relato, nace de la necesidad de expresar y compartir una vivencia tras haber sobrevivido a una agresión sexual en un entorno “supuestamente seguro” como pueden ser: el espacio en el que militas, o un espacio en el que compartes cierta intimidad física, como la casa de unx colega y situaciones en las que compartes habitación o colchón, por ejemplo, por falta de espacio.
En la historia se entremezclan dos situaciones diferentes que tienen como hilo conductor la agresión sexual y sus violencias asociadas.

Vayamos por la primera. Transcurre entre las 6 y las 8 de la mañana de un sábado. El lugar, un bar dirigido por gente de ideología de izquierdas. La protagonistas, tres hombres y dos mujeres entre las que me cuento a mí misma. Conversamos, no se muy bien cómo derivamos en el tema, sobre sexualidad masculina y femenina, sobre penetración anal y otras prácticas. Para contextualizar, las dos mujeres somos bisexuales y los hombres cishetero. Éstos últimos manifiestan que por detrás jamás y que tampoco dejarían que les penetrase una mujer, aún entendiendo que les pueda proporcionar placer. Compartimos impresiones también sobre las formas de ligar, el desconcierto que puede suponerle a algunos hombres estas acciones al plantearse sus roles de poder, el baboseo, etc.
Todo transcurre en una atmósfera de tranquilidad, buen rollito, escucha reciproca, entendimiento mutuo, hasta que…. ¡Tachán, tachán! ¡Se me ocurre hablar de agresiones sexuales! Agresiones sexuales de esas que se pueden considerar “sutiles”… Esas de las que te das cuenta que has vivido cuando acaban de pasar, o tras días, meses, o hasta que tras hablar con alguna amiga, o tras acudir a un grupo de autodefensa feminista te das cuenta de que es un agresión.

Pues al tema, se me ocurre, no se por qué tipo de conciencia feminista, o como dicen en mi pueblo, “porque me echaron droga en la copa”, compartir lo que nombro como una violación y el ambiente se vuelve turbio. Los hombres, que antes me escuchaban y me dejaban hablar comienzan a interrumpirme constantemente, a ponerse a la defensiva, como si ellos hubiesen sido mi violador. Les comparto, que no estoy diciendo que ellos lo hagan, pero les comunico que pasa, y que me ha pasado. Cualquier intento por hacerme entender, o porque me escuchen es en vano.
Presa de mi entusiasmo por intentar hacer algún tipo de transformación en sus cabezas a través de la empatía, (ya no digamos de ponernos a hablar de relaciones de poder, límites, etc.) relato mi historia que tuvo lugar en un espacio supuestamente “libre de agresores”. Un buen día tras acostarme sola, me despierto con un tío en la misma cama con el que en el día anterior había mediado dos palabras sobre qué hacer de cena, con sus manos en mis tetas. Al despertarme con este panorama mi mirada se clava en el techo, y en mi cuerpo siento como una sensación de parálisis, a la que mi cabeza automáticamente responde de la siguiente forma: “Qué libre es él que hace lo que le apetece” y accedo a tener relaciones sexuales.

No me voy a parar en este punto a explicar lo que puede hacer la cabeza ante una situación de peligro e indefensión, pero no por ello no se ha de dejar de tener en cuenta.

La segunda agresión, con el mismo agresor, sucedió de la siguiente forma: Nos volvemos a encontrar en la misma cama (espacios comunitarios otra vez) yo ya llevaba un tiempo dormida, él llega, comienza a aproximarse a mí, esta vez le digo que no, que no quiero follar. Él, se sigue acercando, cada vez más y más, le sigo diciendo que no. Esta situación dura unos minutos hasta que finalmente accedo de nuevo a tener relaciones con él, o como se suele decir hago la “estrellita” . Vamos, que me dejo penetrar.
Ante la primera situación descrita uno del bar me dice que soy gilipollas por no haberle quitado la mano de encima, algo a lo que le respondo poniéndole un límite, tras éste pide perdón por llamarme gilipollas, pero ya se ha posicionado claramente.
Ninguno parece entender que en estos relatos exista una violación y que se nos eduque con la convicción de que somos objetos de deseo que a su vez han de corresponder al deseo del otro. Eso sí, se defienden diciendo que eso en su bar no pasa, y que si me pasa que vaya junto a ellos que me protegerán.
Para alivio de los asistentes del bar les comunico que la segunda vez quizá tenía que haber salido corriendo, darle una hostia, gritar y pedir ayuda, pero que, increíblemente para su pequeña mente, no lo hice, y que sorprendentemente para ellos, no me plantee esa opción hasta mucho tiempo después, en el que, tras acudir a un taller de autodefensa feminista, supe que lo que había vivido era una agresión, ya que un no es un no, y unos cuantos siguen significando lo mismo. Así como también descubrí que nadie puede meterte mano si no estas consciente.

Casualidades de la vida, el día antes de esta noche coincidí, también en un entorno “supuestamente seguro”, con una chica que quería saber acontecimientos relacionados con mi agresión para echar a este personaje de su ambiente.
Al contarle estas vivencias, como quizá le estará pasando a otras que lean esto, se sintió reflejada en ella, así como vio a otras compañeras suyas. Señalábamos la dificultad que se siente a la hora de identificar la agresión, así como de señalar al agresor. De las consecuencias a nivel social que ello acarrea, el poder social del que suelen gozar estos personajes, lo complicado que es que se entienda que un abuso y una violencia sexual no siempre pasan por una violencia en la que haya golpes, rascazos, u otros. La falta de comprensión por parte del entorno cuando una opta por silenciarlo, por negar que esto le pase o haya pasado. La dificultad en comprender una misma el por qué de no haber salido corriendo, el tener la convicción de que para la siguiente “esto no me pasa” pero que sin embargo a veces te vuelves a ver en la misma situación sin herramientas para gestionarlo. Si a todo esto le sumas que te identificas como feminista y que has pasado por esto o estas pasando, apaga y vamos. La denuncia se torna más difícil de cara a una misma y a su entorno.

Siguiendo con la parte de la noche en el bar, al salir, el chico que me llamó gilipollas se acerca para pedirme dos besos de despedida, a lo que le mando al carajo. Camino hacia mi casa y unas lágrimas sobresalen, me impacta la falta de empatía. Ya no hablemos de la falta de conciencia en cuanto a lo que es la violencia en sí, el abuso sexual, el patriarcado, etc. Es la falta absoluta de capacidad para empatizar con el sentimiento de impotencia e indefensión en situaciones de agresión.
Por supuesto que esta falta de empatía nace de no visibilizar lo narrado como una agresión, ya que entre otros análisis, ello protege sus privilegios, y les exime de toda responsabilidad ante situaciones en las que están agrediendo.

A la vez que me alejaba del bar pensaba: ¿Para qué te has expuesto así contando tu historia? Respuesta: Lo hice porque estoy hasta el coño de que se repita, porque su falta de comprensión y la invisibilización de las agresiones no es un ataque hacia mi persona. No es mi historia la que ha sido atacada, negada, y silenciada; es la historia de millones de mujeres. Esto le pasa a cualquiera que sea mujer.

Lo que me ayudó esa noche a contarlo fue el paso del tiempo y algunas heridas sanadas. No sólo las heridas por la agresión en sí misma y a lo que a mi me tocó emocionalmente como persona, como cuerpo y como mujer, si no que gracias al apoyo y comprensión de mis compañeras en su momento pude hacerle frente a los “compañeros” que no querían/podían creerme. Ya que lo que más daño me hizo fue la falta de empatía, la negación y el mirar para otro lado cuando el enemigo está dentro de tu círculo y es necesario posicionarse. Por todo ello, ¡Gracias compañeras!

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