Nuestras navidades, nuestras abuelas

Nuestras navidades, nuestras abuelas

En contra de la imagen fría y aséptica que tendemos a crearnos de las residencias para personas mayores, como si fueran una extensión ortopédica de los hospitales, en ellas se atiende a lo inasible de la emoción: al amor y a todos aquellos sentimientos que atentan contra nuestro ideal de individualidad autónoma hasta hacerlo desaparecer.

22/12/2017
Berta con su abuela Aurita y su prima.

Berta con su abuela Aurita y su prima.

Os presento a mis dos abuelas, Aurita y Paz: las dos viudas, una tiene 86 años y la otra 87, apenas se llevan unos pocos meses entre ellas. Ambas se despiertan, comen, y sueñan en una residencia de ancianos. Una está Madrid y otra en Almaraz (Cáceres); yo estoy en Barcelona. Ahora, como pronostica cada año el lacrimoso anuncio de El Almendro, vuelvo a casa por Navidad. Lo que para mí significa concretamente dos palabras: fiesta y hogar. Una combinación en la que mis abuelas siempre ocupan un lugar privilegiado.

¿Pero vas a venir en Navidad, no?

Le acabo de preguntar a mi abuela Aurita cómo está y esta ha sido su respuesta inmediata. Y le he contestado que sí, que claro que iré a verla.

Hablamos poco de las residencias de mayores, y lo hacemos siempre con un deje de desolación. Miramos con desgana a ese lugar donde pronosticamos nuestro inevitable final, a pesar de que su imagen podría utilizarse como ilustración, resumen y exaltación del trabajo de los cuidados ¿Hasta qué punto necesita nuestra sociedad espacios cómo estos? En contra de la imagen fría y aséptica que tendemos a crearnos de las residencias, como si fueran una extensión ortopédica de los hospitales, en ellas se atiende a lo inasible de la emoción -al amor y a todos aquellos sentimientos que atentan contra nuestro ideal de individualidad autónoma hasta hacerlo desaparecer-. Mientras estoy en sus pasillos me gusta pensar que la fragilidad se presenta de una forma acogedora. Aunque se empeñen en remarcarnos el menor o mayor grado de dependencia de quienes viven allí, no deja de resultarme sorprendente lo rápido que olvidamos nuestras propias dependencias, naturales a nuestra existencia. ¿Acaso no necesitamos todos los adultos de los cuidados? Cuando nacemos, cuando enfermamos, cuando trabajamos, cuando nos comprometemos ¿Es posible incluso el pensamiento sin los cuidados de quienes nos rodean?

En este lugar, por supuesto, no pasa desapercibida la Navidad: “Son unas fechas un poco nostálgicas y tienen sus momentos. El ratito que están entretenidos están bien, aunque a veces se vienen abajo”. Irene, trabajadora del centro madrileño donde está mi abuela Paz, me cuenta cómo viven las fiestas allí. “Esta semana vienen unos voluntarios a hacer una actuación de magia y otros a cantar villancicos navideños. El día 22 tenemos una simulación de la lotería, como un bingo, y por la tarde viene la tuna. También el 24 hacemos una cena especial. Lo mismo que el día 31, por la mañana hacemos un simulacro de campanadas. Además, estamos preparando una excursión para ver las luces de Madrid”. Hablo también con Elena, del centro de Almaraz, y ambas coinciden en que durante estas fechas hay muchas más visitas de familiares, “ellos ven que viene la familia de visita y están a gusto. Luego la mayoría ni quieren salir, porque están habituados aquí a lo calentito, a la comodidad”.

Paz, la abuela de Berta, en el centro con la familia en Navidad.

Paz, la abuela de Berta, en el centro con la familia en Navidad.

-¿Tu qué tal pasas las navidades en la residencia?

Mi abuela, que este año estará allí tanto la noche del 24 como el día 25, parece querer rebajar la euforia de las cuidadoras. “Nos cuidan, pero como otro día cualquiera, solo que nos acostamos un poco más tarde.” Aunque cuando se lo pregunto me dice que sí, que les dan una cena especial: “Claro, y nos traen turrón y mazapanes y esas cosas, pero las que tenemos azúcar tenemos que tener cuidado.”

Allí, con mis abuelas, estarán las enfermeras y auxiliares cenando y celebrando a su lado. Lejos también de lo que convencionalmente la sociedad se atreve a llamar familia. “Mis padres han muerto, entonces yo me vuelco mucho en ellos, tengo ese sentimiento, porque notas el vacío y estos días se te hace aún más grande. Lo vivo con mucho cariño y recodando a mis seres queridos”, me dice Elena, para quien la residencia es un lugar donde sentirse acompañada, su combinación de hogar más fiesta. El mismo sentimiento transmiten las trabajadoras -lo digo en femenino porque la mayoría son mujeres- en Madrid: “Como ves que ese ratito se olvidan de la nostalgia que puede entrar por las fechas a nosotras es lo que nos recompensa, el verles contentos, al final merece la pena”.

Hablo con ellas y me parece justo que reivindiquen sus costumbres, como yo reivindico las mías. Desde que era pequeña me encantan las Navidades. Hacer el río del Belén con papel Albal, aplastar polvorones desde el 15 de noviembre, abrir con prisa cada paquetito del calendario de adviento, comer Suchard incansablemente, soportar el enfado de mi abuela porque en el cole solo nos enseñan villancicos en inglés, comprar un regalo para mi “amigo invisible”, ponerle a mi perrita su juguete preferido para que los reyes le traigan algo y llamar a mis amigas al día siguiente para ver qué maravillas les habían dejado a ellas. Las Navidades son mis abuelas haciendo suya la frase “es tiempo de cuidar a quienes nos cuidan”, porque estos días, y siempre, ellas son tan receptoras como proveedoras de cuidados.

-¿Y entonces qué más hacéis allí por Navidades, abuela?

“Me estás haciendo muchas preguntas, esto me parece que va a ser porque me vas a dar una sorpresa estas Navidades”.

 

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