Memorias exiliadas
Con el objetivo de generar empatías entre diferentes experiencias de migraciones forzosas de ahora y de ayer, de aquí y de allá, de origen y de destino, CEAR Euskadi ha realizado la investigación ‘Memorias Compartidas’.
“El exilio no se supera nunca”.
Igor Palomero Ortega. Hijo de niños de la guerra a quienes enviaron a Rusia, donde su madre y su padre se conocieron.
“Mis padres sufrieron una gran pena”.
Nacido en el País Vasco, con apenas tres años vivió el exilio porque la familia tuvo que abandonar España durante la dictadura y refugiarse en Polonia. Su madre y su padre volvían a tener que marcharse. Sin opciones.
“Se nos hizo muy largo, siempre pensábamos que la vuelta iba a ser inminente”.
Al otro lado del teléfono, Igor Palomero Ortega intenta un imposible: explicar brevemente qué supone el exilio, la acogida, el desarraigo, la memoria….
“Echo de menos que se reconozca la labor de una parte de la sociedad que sufrió en primera persona la experiencia de la guerra y del exilio”.
Y vuelve sobre el origen: “No te queda otra, te toca marcharte. Tú eres casi un sujeto pasivo, nadie quiere exiliarse. Nadie puede entender lo que es el exilio hasta que lo vive”.
Es difícil condensar en una corta conversación uno de los temas que más atraviesan a los seres humanos: la huida, la marcha, el movimiento. La historia de Palomero y su familia es una de las que recoge, de manera exhaustiva, el informe ‘Memorias Compartidas’, de CEAR Euskadi. Una investigación basada en testimonios que busca enlazar las historias de quienes llegan hoy a nuestro lado en busca de seguridad -y, por tanto, de vida (en muchos casos marcharse en la única salida)- y de quienes salieron de nuestro lado en busca de protección.
Ane Garay, técnica de CEAR Euskadi, explica que el objetivo de este trabajo “es difundir el derecho de asilo a través de generar empatía”. Es decir, hacer memoria, recordar quienes somos, quienes fuimos.
“Contar la historia de mi familia es un modo de hacer ver a la sociedad que es importante conocer el pasado reciente”. De reconciliación y reparación habla Igor Palomero.
Personas. Vidas.
Los desplazamientos forzados han estado presentes a lo largo de toda la Historia de la Humanidad. En décadas recientes recordamos cómo millones de personas tuvieron que huir del Estado español por las mismas causas por las que hoy otras buscan la misma protección para sus vidas, sus libertades, su seguridad, su integridad. Por vivir libres de violencia y libres de miseria. Se vieron en la obligación de huir, de dejar su país, su familia, de renunciar a todo para salvar la vida. Todas estas personas han sido cruzadas por una misma experiencia: la del exilio. A pesar de su diversidad, de sus distintos orígenes y destinos, y momentos históricos, sus vivencias y recuerdos son muy similares.
(…) todas y todos son sobrevivientes. Sobrevivientes cuyas emociones, miedos, aprendizajes y esperanzas son muy similares. Personas cuya gran valentía, fortaleza y capacidad de lucha deben ser rescatadas y resaltadas para nunca olvidar las causas que les obligaron a huir y exigir el respeto de sus derechos. Sin duda, el exilio es una experiencia que afecta a todas las dimensiones de la vida de las personas y los pueblos. Se trata de un desarraigo permanente. La melancolía, una tristeza esencial, es una compañera constante en el camino de las personas exiliadas y refugiadas. Atrás quedan geografías, olores y colores, personas y comunidades… Quedan atrás proyectos de vida, la confianza en que se puede vivir de forma segura en algún lugar.
(…) Acoger humanamente también es la esperanza de que algo puede mejorar en este mundo de forma que, en algún momento, el derecho de asilo deje de existir porque ya no es necesario. Es hacer frente y afrontar los terrores de este mundo defendiendo la ternura y el abrazo. Por ello, el exilio es una experiencia que va mucho más allá de la protección por parte de un Estado. Se trata de un sueño de vida, de sobrevivir frente a una persecución que impide permanecer en un contexto concreto.
Así comienza ‘Memorias Compartidas’. Y continúa con las vidas, recuerdos, memorias e identidades de Amina, Igor Palomero, Augustine, Ane Albizu, Gustave Kiansumba, Arantzazu Ametzaga, Leila, Kepa y Josu Atxurra, Hady Traore, Ana Mary Ruiz, Samuel, Ainara Unamuno, Rosario Vásquez, Maitena Jauregui y Amparo Pimiento. Hablan ellas, pero podrían hablar muchas más. O no, porque otras miles de voces se acallaron en la gran fosa que es el Mediterráneo, en las fronteras, en los muros, en las vallas, en los tránsitos.
“En el camino muchas veces estuve a punto de perder a mi hijo”. Leila es kurda y con toda su familia ha sufrido la persecución del régimen iraní.
El derecho de asilo sigue siendo una utopía para muchas personas. Al finalizar el año 2016, en el Estado español había acumuladas 20.370 solicitudes de asilo sin resolver. También en ese año, España ofreció protección a 6.855 personas solicitantes de asilo, de las cuales 6.215 huían del conflicto sirio, “negando en muchas ocasiones el derecho de asilo de las personas que huyen de otras guerras o persecuciones”, según CEAR. Mientras, se estima que unas 38.000 personas han muerto en el Mediterráneo desde el inicio de siglo.
Augustine. Tiene 40 años y escapó de República Democrática del Congo por la persecución política y religiosa que sufrió tras brindar atención médica y acoger en su casa a una persona herida y acusada de ser opositora del régimen. Por esta ayuda es acusada de ser parte de dicha congregación y estuvo en prisión varios meses sin juicio.
“Estoy trabajando ahora aquí, pero no estoy a gusto. Porque tengo estudios, he trabajado 10 años como jefe de la administración de un hospital grande; privado, pero grande. Y en mi casa yo he tenido una chica que cuidaba a mis hijos, y ahora que estoy trabajando como trabajadora del hogar… Que no me va, que no me veo.”
“Ni dormir, ni beber, ni comer. Solo llorar y llorar. Porque perdí mi trabajo, mis hijos. Que he dejado a mis hijos, mi familia, a mi madre mayor”.
Hady Traore. Es de Mali y proviene de una familia numerosa y pobre. Con el fallecimiento de su padre debe dejar sus estudios para ayudar a su madre en casa.
“Nunca olvidaré el día que salí, porque al salir en mi cabeza estaban mi madre y mi hija. La única cosa en la que pensaba era en si volvería a verlas o no. Tú sigues con eso en tu cabeza, pero, por otro lado, sigues mirando al futuro”.
“Hay que poner un poco más de solidaridad en el mundo para que se acabe esto”.
“En Malí nunca he estado involucrado en política o en activismo, pero estando aquí he aprendido muchas cosas de las otras culturas, de la personas y de los derechos humanos”.
“El sufrimiento no se puede olvidar del todo porque le ayuda a uno a sobrevivir.”
Rosario Vásquez. Al venir a Barcelona a estudiar un postgrado de Culturas de Paz, las amenazas contra ella se intensifican, apareciendo su nombre en varias listas de grupos paramilitares. Todo ello debido a su trabajo con víctimas de minas antipersonales y, especialmente debido a las denuncias de su organización contra el Ejército y la policía colombiana por su responsabilidad.
“Tomé la decisión de quedarme por mi familia; me dijeron que preferían una madre viva a una madre muerta”.
“Mi vida entera quedó metida en unas cajas de cartón sin que yo hubiera tenido ni siquiera la oportunidad de empacar. Alguien tuvo que hacerlo por mí”.
“La sensación de que tú tienes que ir demostrando quién eres es muy dura”.
“He procurado ver las ganancias de mi situación. Si no, no sales adelante”.
“La oportunidad que he tenido aquí es que no he tenido que ser ni mamá de nadie, ni hermana de nadie, ni hija de nadie, ni nada; solo tengo que levantarme por las mañanas para mí misma. Y las mujeres muchas veces, o la mayoría de las veces en la vida, no tenemos esa oportunidad de no actuar en función de los roles que nos determinan. Esa ha sido la mayor ganancia: saberme como una persona valiente y como una mujer”.
Luz Amparo Pimiento
Esta colombiana dejó su país hace 26 años: estaba perseguida por su defensa de los derechos humanos.
“Tuve que huir única y exclusivamente porque, junto con otro grupo grande de personas, éramos incómodos para el Gobierno colombiano. Por nuestro activismo político, que se centraba en la denuncia de la violación de los derechos humanos”.
Amina. Escritora saharaui de 43 años. Desde su nacimiento ha estado como refugiada en los campamentos de Tinduf, en Argelia.
“Me sigo considerando como si estuviera doblemente refugiada. El estar refugiada en Argelia y el ir otra vez a otro sitio en el que tampoco te sientes muy estable. Sigues padeciendo de esa nostalgia, lejanía, dejas a tu gente, tu entorno, tu cultura”.
“Es como tener el cuerpo en un sitio y la cabeza en otro”.
“A veces la gente tiene miedo a lo desconocido, pero cuando han ido conociéndome, poco a poco se han dado cuenta de que, por ejemplo, estaba haciendo el doctorado…”
“Me metí en Mujeres del Mundo y eso fue algo muy importante, en el sentido de encontrarme con mujeres en mi misma situación: extranjeras, con estudios y sin encontrar estabilidad laboral”.
Samuel. Natural de Camerún, fue presidente del consejo de estudiantes universitarios y representante de un grupo político que lucha por la independencia de la minoría anglófona en un país dominado por francófonos. Es objeto de persecución e incluso de atentados contra su vida por parte de militares francófonos.
“Pierdes la amistad, familia, sueños… Y todo eso; es como si yo no tuviera derecho a vivir”.
“Yo pensaba que ya estaba todo solucionado… estaba en Europa. Que había democracia, respeto al ser humano, países mucho más avanzados…”.
“Es como si estuvieras en una prisión abierta, pero no puedes ver la puerta abierta. Crea también muchos miedos”.
Arantzazu nació en Buenos Aires porque sus padres estaban allí exilados debido a la dictadura franquista, tras pasar primero por París de donde huyeron nuevamente por el inicio de la Segunda Guerra Mundial, y establecerse luego en Venezuela, pasando también por Uruguay. “Europa tiene un deber. Europa ha ocasionado dos guerras mundiales. Europa ha estado metida en muchos conflictos, ha repartido África a su antojo; es que Europa tiene un deber. Mira a América. No tenía ese deber de recibir gente, ella ya había sido invadida por europeos en el siglo XVI y, sin embargo, nos acogió, y muy bien. Yo creo que Europa tiene un deber, muy grande además, con los pueblos que ha afectado”, sentencia.
Al otro lado del teléfono, Igor Palomero describe la empatía que siente al ver a las personas que intentan llegar a Europa: “Recuerdo lo que hemos vivido….”. “El exilio es una experiencia universal”, finaliza la técnica de CEAR Euskadi.