Los monstruos saltan a la gran pantalla: infancia y cross-dressing en Tomboy

Los monstruos saltan a la gran pantalla: infancia y cross-dressing en Tomboy

Nerea Oreja

Fotograma de Tomboy

ESTE ARTÍCULO CONTIENE SPOILERS. En los últimos años, las identidades disidentes, los cuerpos queer han tomado la pantalla. Y no solamente en el mundo adulto, mostrando complejas tramas que reflejan los entresijos de la construcción de la identidad de género y […]

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09/02/2018

Nerea Oreja

Fotograma de Tomboy

ESTE ARTÍCULO CONTIENE SPOILERS. En los últimos años, las identidades disidentes, los cuerpos queer han tomado la pantalla. Y no solamente en el mundo adulto, mostrando complejas tramas que reflejan los entresijos de la construcción de la identidad de género y su carácter contingente, sino también en el universo infante. Podemos pensar en títulos como el del largometraje Tomboy (2011), de Céline Sciamma, en el que se toma como protagonista uno de esos cuerpos que no importan, que se encuentran en el margen, en el afuera constituyente de nuestra sociedad, tal y como los define Judith Butler.

Vayamos por partes. Si tomamos como punto de partida la teoría de la performatividad de género de Butler, podemos afirmar que el género no es una inscripción que se efectúa sobre un cuerpo prediscursivo que, a partir de esa inscripción, se definirá como masculino o como femenino, en una relación binaria de opuestos que se excluyen, sino que se trata más bien de una actuación, una performance, un devenir en que nunca concluye de manera cerrada y definitiva (ni definitoria). De este modo, el viejo sueño de la simetría que llamó Luce Irigaray a la relación causa-efecto de sexo, género y deseo quedará destruido y no responderá a la lógica preestablecida según los parámetros de la matriz heterosexual, dando lugar así al desvío de la norma y a la teatralidad de actos y discursos establecidos que serán subvertidos y parodiados.

Partiendo de la idea de la actuación, de la representación de género, la película mencionada muestra la complejidad que le es intrínseca a la identidad de género. Laure, protagonista de Tomboy, constituye ese espacio inenarrable, monstruoso (tomando la imagen de Foucault) al que quedan relegados los sujetos abyectos que no responden a la lógica heterosexual causa-efecto. Laure se traviste. Finge ser lo que aparentemente no es. No responde a la feminidad que de ella se espera. Y el descubrimiento de esta “mentira”, de esta máscara de superficie carnavalesca pero fondo crítico, desatará la ira en los adultos, guardianes de la norma y la convención.

Laure lleva el pelo corto, ropa holgada y deportiva, su cuerpo no está todavía desarrollado y, durante los primeros minutos del filme, no sabemos si se trata de un niño o de una niña, dada la ambigüedad que presentan tanto su rostro como su comportamiento (la primera escena muestra a Laure conduciendo un coche sobre el regazo de su padre y posteriormente se ve cómo este le da a probar, por primera vez, cerveza). La mudanza que esta familia de clase media francesa hace a un barrio de los suburbios le brinda la oportunidad perfecta a Laure para iniciar una nueva vida, mostrar una nueva identidad. Así, se hace llamar Michael (¿podría ser una alusión al andrógino rey del pop?) cuando se encuentra por vez primera con Lisa, una de las chicas del barrio que confunde a Laure con un varón. Pero no solo eso: Laure-Michael empieza a sentir cierta atracción hacia Lisa (que es, por otro lado, la única chica del grupo de amigos), atracción que culmina en un primer beso que abre la puerta a la adolescencia.

Además, en cuanto a los comportamientos que Laure lleva a cabo en su performance del género masculino, Michael se convierte en el mejor jugador de fútbol del grupo, incluso el que mejor pelea cuando tiene que defender a su hermana pequeña y gran aliada, Jeanne, quien encarna el lado opuesto, una feminidad hiperbólica que contrasta con el aspecto y la forma de actuar de su hermana mayor. En esta “farsa”, ambas compartirán el nuevo secreto de Laure, tomándolo como un juego peligroso que, ante todo, nadie debe descubrir. Como en un ritual, Jeanne cortará el pelo de su hermana y la encubrirá hasta que, finalmente, la madre de ambas descubra el juego y tome medidas drásticas que desmontarán la fantasía de Laure y le harán volver a la condición de mujer a través de la imposición de un vestido. Además, se verá obligada a ir, puerta por puerta, desmintiendo ser un varón.

La performance que Laure lleva a cabo podría definirse como perfecta. Nadie sospecha que se trata de una representación casi teatral de la masculinidad, debido a que los detalles de dicha actuación están sumamente cuidados y no dan pie a la duda ni la ambigüedad. El cross-dressing de Laure hacia el “otro” (el opuesto masculino) que se da en llamar Michael, es el primer paso en la construcción de la nueva identidad. La ropa es un elemento definitorio del género en nuestra sociedad, y un índice primordial a la hora de clasificar los sujetos como hombres o mujeres. Las fronteras entre el vestuario femenino y el masculino se tornan estrictas, y Laure viene a deconstruir las barreras y a crear un nuevo paradigma de identidad que podría entrar dentro del transgender children. Si bien en el filme se muestra este hecho como algo lúdico, una aventura relacionada con el verano y la nueva vida, Laure lleva a cabo un proceso crítico que no hace más que mostrar la versatilidad y la artificialidad de los límites que nuestra sociedad ha naturalizado. Laure subvierte la norma (y este incumplimiento de la ley conllevará el respectivo castigo) y le planta cara, decide traspasar la periferia y quedarse en el margen, en lo abyecto, convirtiendo así su cuerpo en algo incomprensible. Sin embargo, la norma volverá a absorberla y la devolverá a su lugar, a lo que de ella se espera, retornando a la lógica del viejo sueño de simetría que determinará su identidad de género y el consecuente deseo dentro de una matriz de heterosexualidad obligatoria. De este modo, la atracción hacia Lisa (y la de esta hacia Laure) se verá truncada por el descubrimiento de su verdadera identidad, negando así la posibilidad de la relación entre ambas.

Tal vez podríamos considerar el final como una apertura, no como una conclusión cerrada, del mismo modo que sucede con los cuerpos, proyectos abiertos y moldeables que, en la interacción con el otro, pueden mutar y traspasar las fronteras del género y de la inteligibilidad establecida en la sociedad. El cuerpo de Laure encarna la subversión, la no aceptación de la norma o de una única norma, logrando en esa rebelión encontrar y empezar a construir su propia identidad.


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