Revaloricemos a Peggy Guggenheim

Revaloricemos a Peggy Guggenheim

Los análisis sobre la contribución de esta galerista y mecenas al arte contemporáneo están atravesados por una mirada masculina sexista que la describe como una niña rica que no entendía de arte.

16/04/2018

Andrea Ruiz Cruz, historiadora de arte

Peggy Guggenheim./ Fuente: guggenheim.com

Peggy Guggenheim./ Fuente: guggenheim.com

Peggy Guggenheim (1898 – 1979) destacó por su actividad como mecenas, galerista y coleccionista. Su carrera profesional se centró en diferentes proyectos. Como galerista, en primer lugar, fundó la galería de arte Guggenheim Jeune en Londres (1937 – 1939); posteriormente, creó la galería de arte/museo Art Of This Century en Nueva York (1942 – 1947) y finalmente trasladó su colección al Palazzo Vernier Dei Leoni en Venecia (1947 – 1979). Respecto al mecenazgo, se encargó de la promoción de artistas –en aquel momento emergentes– tales como David Hare, Motherwell, Brancusi, Jean Arp o Jackson Pollock, entre otros. De tal forma, su actividad le hizo convertirse en una de las mujeres más influyentes del mundo del arte en el siglo XX.

Su actividad como mecenas y como promotora de artistas vanguardistas emergentes podrían hacernos hablar de la existencia de una clara vocación disruptiva en su persona; sin embargo, a pesar de los innumerables méritos pertinentes y que traigo a colación con el fin de enaltecer y revalorizar su figura dentro del mundo del arte, también podríamos referirnos a ella como una víctima doble de la sociedad: por un lado, víctima del machismo que imperaba por aquel entonces –y que en cierta parte le dificultó el acceso y el respeto a ciertos círculos sociales por el hecho ser una mujer sumida en un mundo de hombres– , y por otro lado víctima del machismo existente en la sociedad actual, por el que los análisis de su actividad profesional y personal están atravesados por un punto de vista masculino. Por ello escribo este contra-artículo en relación al publicado por Manuel Vicent en el periódico El País en el año 2015 bajo el nombre “De cómo Peggy Guggenheim violó a Samuel Beckett’’, que denota no tanto por la ignorancia de su autor, la cual no me incumbe a mí analizar y poner en tela de juicio, sino la desinformación general existente respecto a dicha mecenas.

La vida personal de Peggy Guggenheim ha suscitado un importante interés a lo largo de las últimas décadas a causa de su intensa vida sentimental, lo cual ha desembocado en la consolidación de prejuicios e interpretaciones erróneas acerca de su persona. En el artículo en cuestión, mediante la utilización de frases como “asesorada por Marcel Duchamp, Jean Cocteau y el crítico Herbert Read, quienes le animaron a invertir su herencia de un millón de dólares en pintura de vanguardia, que ni entendía ni le gustaba’’ vemos cómo se crea una falsa imagen de persona ignorante en lo que a arte se refiere; sin embargo, son varias las evidencias que invalidan dicha afirmación. En primer lugar, tenemos constancia de sus continuos viajes a Europa entre los años 1910-1911 por motivos del trabajo de su padre (fallecido en 1912 en la tragedia del Titanic), donde tuvo la oportunidad de conocer la historia de Francia a través de sus monumentos y de las visitas realizadas al Museo del Louvre. Ello, junto a la formación obtenida a raíz de las institutrices que se encargaban de su educación, además de su formación en la Escuela Jacoby de Nueva York, hicieron que paulatinamente fuera despertando en ella un temprano interés por la cultura, y en especial por el arte, que en ocasiones ha sido invisibilizado por los medios y especialistas. Todo ello desembocó en la realización de numerosos viajes hacia el año 1920 por motu proprio con la intención de contemplar obras de arte en países como Holanda, Inglaterra o Francia, así como de visitar galerías de arte vanguardista que estaban surgiendo por aquel entonces en territorio europeo.

Por otro lado, es lícito mencionar que con motivo de la creación de su galería londinense Guggenheim Jeune, contó con Marcel Duchamp como asesor principal, quien le enseñó a diferenciar entre el arte surrealista y el arte abstracto que estaban realizándose aquel momento, informándole sobre su importancia, pero sin imponerle en ningún momento un gusto personal. De tal forma, toda la información citada evidencia que su relación con el arte no se trató ni de un hecho aislado –pues hay que tener en cuenta la formación que fue obteniendo–, ni dependió totalmente de las personas de su entorno, tal y como se ha querido hacer ver.

Al margen de lo ya mencionado, el artículo en cuestión se centra en la relación personal que mantuvieron Peggy Guggenheim y Samuel Beckett. Mediante el relato de dicha historia se intenta destacar la obsesión que Guggenheim tuvo con Beckett, pero invisibilizando el maltrato psicológico al que fue sometida, como los malos comportamientos del escritor o incluso la infidelidad que queda explícita en el artículo. Sin embargo, no se trató de un hecho aislado, ya que tanto en relaciones anteriores como posteriores se enfrentó a maltratos, humillaciones e incluso agresiones físicas. Así, el artículo realiza una victimización del hombre, en este caso Samuel Beckett, aislando los sucesos del contexto original; de tal forma, quizá sería más apropiado hablar de cómo Samuel Beckett se aprovechó del amor que una mujer sentía hacia él. Paralelamente, decir “Pero la única pieza que no pudo comprar fue aquel tipo desgarbado, con cara de cuchillo, un tal Samuel Beckett, un artista que no tenía precio’’ no es del todo acertado, pues por aquel entonces Samuel Beckett era un joven poeta de cuestionable calidad y desconocido para la mayor parte de las personas (ya que no será hasta años después cuando alcance su mayor madurez literaria y obtenga el reconocimiento que hoy en día le es bien merecido).

Tras este breve pero conciso análisis, y a modo de conclusión, es importante mencionar que, a pesar de que se haya ido asociando con ella la imagen de “niña rica’” o ‘’devoradora de hombres’’, es necesario no sólo vencer los nominativos despectivos que hacen alusión a su vida personal, sino también visibilizar su actividad profesional para no relegar a un segundo plano lo realmente importante: su trabajo como mecenas, galerista y coleccionista de arte.


Bibliografía

GUGGENHEIM, Peggy, Confesiones de una adicta al arte, traducido por Daniel Aguirre Oteiza. Barcelona: Lumen, 2002.

GUGGENHEIM, Peggy, Ma vie et mes folies, traducido por Jean-Claude Eger. París: Plon, 1987.

PROSE, Francine, Peggy Guggenheim: el escándalo de la modernidad, traducido por Julio Fajardo Herrero. Madrid: Turner, 2016.

ROCAMORA GARCÍA-IGLESIAS, Carmen, Dos maneras de impulsar el arte: Peggy Guggenheim y Gertrude Vanderbilt. Arbor: Ciencia, Pensamiento y Cultura vol 168, nº 663 (2001): 371 – 378.

 

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