Del espejismo de la igualdad al desbordamiento de la huelga feminista
Ponencia de June Fernández para la jornada "La visibilitat feminista: reptes i aliances" organizada por la Diputación de Barcelona, el 18 de abril de 2018.
Unos días antes del 8 de marzo, recibimos una buena noticia: un prestigioso congreso de periodismo nos había concedido su premio anual. Nos pilló por sorpresa, porque nunca nos habían invitado como ponentes ni nosotras habíamos ido como asistentes. En 8 ediciones, sólo habían premiado a una mujer. En todo caso, nos pareció todo un reconocimiento por parte de la profesión periodística. Aunque una parte de nosotras no podía evitar las suspicacias: ¿será consecuencia de eso de que el feminismo está de moda? Había una segunda inquietud: el congreso se celebraba precisamente el 8 y 9 de marzo. Nos dijeron que habían fijado la fecha antes de hacerse pública la convocatoria de la huelga feminista, que harían paros durante la jornada del 8 de marzo. Así fue, e incluso participaron en la manifestación con pancarta propia.
La entrega de nuestro premio era el 9, así que eso disipó el problema: haríamos huelga, pasaríamos la mañana en las movilizaciones de nuestra ciudad y viajaríamos por la tarde, evitando consumir por el camino.
Después de la manifestación de la tarde, en la ciudad en la que se celebraba el congreso, fuimos a la cena. La presencia de hombres era mayoritaria y el protagonismo también, entre directores de medios y hombres periodistas de moda. Cuando llegamos a las copas, un colega que acabábamos de conocer, me dijo: “Oye, ¿te puedo hacer una pregunta que espero que no te moleste?” “Dime”. “¿No habéis pensado que daros el premio igual es una estrategia de pinkwashing, para apuntarse un tanto feminista?” “Sería purplewashing. Y sí, créeme que es casi lo primero que hemos pensado, en vez de pensar que lo merecemos. Pero, ¿sabes qué? Lo merecemos”.
Al día siguiente compartimos rueda de prensa con un periodista doble Pulitzer. El director del congreso apuntó en su bloc nuestros nombres y el de la revista. No necesitó apuntar el del doble premio Pulitzer. Destacó que “la mujer” tenía mucho peso en esta edición, pero aclaró que el hecho de que nos hubieran dado el premio, no tenía nada que ver con la huelga, que el jurado nos lo había dado por pleno derecho. Recogimos el premio y nos volvimos a casa con la sensación agridulce de quien te invita a su club pero te hace sentir que estás de paso, que eres forastera. Un club en el que, de todas formas, tampoco disfrutas ni te convence. Pero bueno, está bien el reconocimiento, nos repetimos. Al final y al cabo, seguimos buscando el reconocimiento de la profesión, por más patriarcal que sea.
Hay otra forma más positiva de ver el asunto: hemos logrado que esa sociedad que despreciaba al feminismo, que esa profesión periodística en la que sentimos la necesidad constante de reafirmarnos, nos mire, nos escuche, nos premie. Veremos si ese cambio es irreversible o si es una concesión temporal.
Precisamente el pasado fin de semana ocurrió algo digno de análisis en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona. En un festival en el que el Colectivo de Autoras de Cómic peleaba año tras año por una participación paritaria y que se premiase a las autoras, este año Laura Pérez Vernetti ha recibido el Gran Premio del Salón y Ana Penyas el premio a mejor autora revelación nacional, por el cómic sobre sus abuelas Estamos todas bien. La Vanguardia tituló: “Las mujeres y el feminismo se hacen oír en la 36 edición del Salón del Cómic”. Dos críticos de cómic de RTVE vaticinaban en Twitter que las mujeres iban a hacer historia. Como les hizo ver la dibujante Susanna Martín, no es que este año las mujeres hagamos historia, sino que estamos cuestionando la historia hegemónica: es decir, la noticia es que este año se ha empezado a reconocer que las autoras son parte de la historia del cómic. ¿Qué ocurrirá el año que viene? ¿Volverá todo a la “normalidad” androcéntrica?
Feminismo: de palabra tabú a clickbait
En ese contexto, me puse a recordar de dónde veníamos. Pikara Magazine nació en 2010 definiéndose como un medio que ofrecía periodismo con visión de género. De hecho, nació en el seno de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género, en el que estamos organizadas centenares de periodistas, especialmente de Latinoamérica y del Mediterráneo, a favor de la igualdad. Antes que Pikara, montamos una red en Euskal Herria, Kazetarion Berdinsarea, que significa algo así como “red igualitaria de periodistas”.
Recuerdo perfectamente la reunión fundacional en Bilbao en la que debatimos si definirnos como red con visión de género o como red feminista. El objetivo era atraer al mayor número de periodistas, mostrándoles que la perspectiva de género es una herramienta de análisis que nos hace mejores periodistas. No íbamos a convencer a la gente diciéndole que se sumase al feminismo pero sí mediante el argumento irrebatible de que contar bien el mundo implica no obviar a la mitad de la ciudadanía ni obviar cómo impacta el sexismo en todas las realidades sociales. Cuando fundamos Pikara, seguíamos pensando así, y sentíamos que si nos presentábamos como un medio feminista, alejaríamos a ese público no convencido al que nos interesaba especialmente atraer, porque no queríamos ser un medio que leyeran sólo las ya convencidas.
Ocurrió que, cuando unos dos años después decidimos definirnos abierta y contundentemente como feministas, lejos de ser un suicidio, esa apuesta nos dio fuerza, proyección y coherencia. Hablábamos de hacer un periodismo honesto. ¿Cómo hacerlo sin nombrar con mayúsculas a la escuela del pensamiento y el movimiento social que forjaban nuestra agenda y nuestra mirada? Desacomplejadas, seguimos llegando a un público amplio, no sólo de forma directa, sino porque otros medios nos empezaron a reconocer como fuentes expertas para sus reportajes “sobre feminismos”, o a proponernos acuerdos de colaboración para reforzar sus contenidos con perspectiva feminista, como en el caso de eldiario.es o La Directa. Instituciones y organizaciones nos invitaban a impartir formaciones o charlas sobre comunicación feminista, que nos servían para darnos a conocer. Nacidas en un contexto de crisis-estafa que afectó especialmente a los medios de comunicación tradicionales, teníamos claro que íbamos a remunerar las colaboraciones. Eso hizo que periodistas freelance que no se identificaban particularmente con el feminismo, nos ofrecieran contenidos, y mediante el trabajo de edición iban formándose en perspectiva de género.
En 2010 decíamos que creábamos Pikara para tratar los temas que los medios no abordaban, al menos de forma sostenida, porque siempre ha habido periodistas feministas colando sus temas. Gracias al contacto estrecho con el movimiento feminista y LGTBI, hablamos de acoso machista en la calle y en las fiestas, hablamos de despatologización de la transexualidad, por poner dos ejemplos. En 2018 nos cuesta sostener esa afirmación. La agenda feminista y LGTBI se ha extendido con fuerza primero en los nuevos medios digitales que, enseguida, comprobaron que los temas relativos a los derechos de las mujeres y de las disidencias sexuales y de género generan un jugoso tráfico web. Si tecleáis “gordofobia” en Google, los primeros resultados serán un reportaje en Público, una columna de opinión en El Periódico y otro reportaje en El País. Si tecleamos “manspreading”, el primer resultado es de BBC. Si tecleamos “acoso machista callejero”, los primeros resultados nos remitirán a La Sexta y a El País. Más que pensar en un director que decide que el feminismo ahora es tendencia, probablemente se deba a que cada vez son más las periodistas que proponen estos temas (inspiradas por iniciativas activistas o institucionales, como los carteles sobre el espatarre masculino en el transporte público), que cada vez son menores las resistencias que encuentran en sus superiores inmediatos y que esos contenidos cada vez son más virales.
Esto no ocurre sólo en el periodismo. Si hace 10 años, cuando aún gobernaba Zapatero y, con el desarrollo de leyes de igualdad y contra la violencia, la respuesta machista del “no sé qué más queréis”, el reto era romper el estigma y la invisibilización del feminismo, en 2018 debatimos sobre si es bueno o malo que H&M y Mango vendan camisetas con lemas feministas.
El año pasado fue el definitivo: “Feminismo” fue palabra del año en 2017 para el diccionario estadounidense Merriam-Webster. El movimiento #MeToo fue portada de la también estadounidense revista Time.
Desde que “Todos deberíamos ser feministas”, de Chimamanda Ngochie Adichie, se convirtió en éxito de ventas, gigantes editoriales como Penguin Random House o Planeta sacan libros “sobre” feminismo como churros.
Empezamos 2018 y los presentadores de la gala de los Goya anuncian que se subirán “al carro del feminismo”. Qué cosa, el feminismo es ahora el carro al que mola subirse. En la gala, Leticia Dolera, actriz que acaba de publicar uno de esos libros “sobre” feminismo en otro gigante editorial, protagoniza el momento de la noche cuando les reprende a los presentadores diciendo: “Os ha quedado un campo de nabos feminista precioso”.
No voy a entrar en el consabido debate sobre si el hecho de que el feminismo se haya extendido como mainstream es un triunfo del movimiento o una trampa del sistema capitalista heteropatriarcal para neutralizarlo. Por lo pronto, lo que quiero es señalar ese salto: en 2010 pensábamos cómo hacer que el feminismo interesase a un público amplio, y en 2018 que el feminismo interesa es una certeza demostrada por Google Analytics.
En 2010, nos costaba definirnos como feministas porque era una palabra que generaba rechazo. Hoy, lo impopular, la fórmula para el titular fácil, es que una actriz, una cantante o una política diga que no es feminista, o que no se suma a la huelga del 8 de marzo. Sé que es más complejo, como estaréis notando las educadoras: si ahora hay asambleas feministas en los institutos y las universidades, al mismo tiempo estas adolescentes feministas siguen transmitiendo hostilidad. Mi hermano, que tiene 15 años, me preguntó a los 12 o 13 años qué es feminazi, pero poco después me contó que su compañera de pupitre es feminista.
¿Y qué ha pasado con la palabra “género”? Que quien lo utiliza con más fervor es la Iglesia o la extrema derecha cuando hablan de ideología de género para señalar al feminismo como amenaza. Es curioso, porque la estrategia de hablar de “políticas de género” como eufemismo más institucional y neutral que “políticas feministas” se ha revelado improductiva. En 2018, y con el impulso de la huelga, ¿sentimos legitimidad para defender y practicar sin complejos unas políticas feministas?
¿Para qué ha servido la huelga?
Y ahora voy a hablar un poco de la huelga. He de reconocer que yo, por una cuestión de falta de energía y de optimismo, andaba escéptica y apática los meses anteriores. Hasta que compartí un debate con Justa Montero, de la Asamblea Feminista de Madrid, y me contagió su entusiasmo. El lema era demostrar que sin nosotras no se mueve el mundo, pero el principal objetivo no era, como en las huelgas al uso, lograr un porcentaje alto de seguimiento a la huelga laboral. Importaba el propio proceso. Importaba que en los barrios, en los pueblos, en los institutos y las universidades, se estaban formando comisiones para preparar la huelga. Y en esas comisiones ocurrían muchas cosas. Creo que una buena forma de hacer balance sería ver qué ha pasado con esas estructuras, si se han disuelto, mantenido o se han transformado.
Otro objetivo es poner a la gente a reflexionar: sobre las desigualdades que enfrentaban o que alimentaban, sobre el reparto de los trabajos, sobre el valor y la desvalorización de los cuidados. Y eso también se logró. Las propias feministas, que decíamos a la ciudadanía sobre qué tenían que reflexionar, también fuimos emplazadas a una reflexión cuando la revista Afroféminas anunció que no se sumaría a la huelga, pero me detendré en esto más adelante.
Las impulsoras hablaban de lograr “desbordar el concepto de huelga tradicional”, extendiéndola de los centros de trabajo a los centros educativos, al consumo y a los hogares. Ese verbo, “desbordar”, fue el que mejor describió lo que ocurrió. Aunque había un manifiesto de las coordinadoras feministas, creo que el carácter descentralizado de la huelga fue el que permitió ese desborde, porque en cada barrio, en cada pueblo, en cada centro de estudios o de trabajo, las mujeres lo llevaron a su terreno, le dieron un significado propio. Frente al señalamiento de las huelgas tradicionales al “esquirol”, esta huelga era lo suficientemente flexible como para que millones de mujeres se identificasen con ella y encontrasen su fórmula sin culpas. La que no pudo parar, se sumó a las manifestaciones de la tarde; la que no pudo salir a las manifestaciones, dejó de cuidar en el hogar.
Apenas una semana antes del 8 de marzo, tres periodistas crearon un grupo de Telegram y lanzaron un manifiesto: #LasPeriodistasParamos, al que se adhirieron cerca de 8.000 profesionales de la comunicación. Ese movimiento espontáneo fue fundamental porque determinó la implicación de los medios en la cobertura de la huelga: si sus propias trabajadoras se sumaban en masa es que esto iba en serio. Uno de los éxitos más palpables de la huelga fueron esas imágenes de las redacciones de radios, televisiones y diarios vacías.
Pero, además, otros sectores siguieron el ejemplo e inundaron las redes sociales con sus reivindicaciones: #LasCientíficasParamos, #LasDeportistasParamos, #LasAbogadasParamos, #LasEnfermerasParamos, etc.
La huelga fue un subidón, un desborde que sorprendió incluso a sus impulsoras más entusiastas. Un mes después, mientras seguimos asistiendo al conteo de asesinatos machistas, una de las preocupaciones es que todo quede en fuegos artificiales. Decía nuestra compañera María Castejón Leorza antes del 8-M que el movimiento feminista necesita épica, pero que no basta con la épica, hay que ir más allá, hay que conseguir desgastar el sistema. Hubo épica, ¿pero ahora cómo vamos más allá? ¿Qué balance podemos hacer más allá de las manifestaciones multitudinarias? ¿Cómo damos continuidad a esa movilización histórica? ¿Cómo podéis, quienes trabajáis en políticas públicas, canalizar las reivindicaciones que se plantearon?
Tengo en mente a un medio de comunicación en el que sus trabajadoras aprovecharon la iniciativa #LasPeriodistasParamos para juntarse, hablar de las dinámicas machistas y patriarcales de su medio y redactar un manifiesto interno que hicieron llegar a su compañeros y jefes. Me gustaría saber si un mes después se respira sororidad entre las trabajadoras y si se nota el ejercicio de revisión que pidieron a los trabajadores. Creo que sería importante indagar si estos movimientos sectoriales, en los medios, en los departamentos de investigación, en la sanidad, o en la cultura, se han concretado en iniciativas: si ha servido, aunque sólo sea en un centro de trabajo, para plantear una serie de demandas, para exigir un plan de igualdad, por ejemplo, o al menos para que las trabajadoras sigan articuladas. El ámbito municipal es el indóneo para eso. ¿Os imagináis un mapa de iniciativas locales impulsadas al calor de la huelga?
Más aún, creo que podríamos pensar qué iniciativas podemos impulsar o incluso reavivar también a nivel local y municipal aprovechando la ola de legitimidad de la huelga. Yo propuse a la asociación de mujeres de la cultura Clásicas y Modernas que vuelvan a lanzar su manifiesto de 2016 ‘No sin mujeres’, en el que pedían a los hombres que se negasen a participar en foros, concursos, tertulias de medios, etc. que excluyeran a las mujeres. Como curiosidad, en ese congreso de periodistas que os mencionaba al principio, pregunté en público a un director de un medio, muy televisivo, si se sumaría a esa iniciativa, y dijo que ahora sí que se sumaría. Creo que una buena propuesta sería aprovechar este tirón para lograr compromisos y luego hacer seguimiento.
Leo a Lidia Falcón diciendo en una entrevista que “tú no derrotas al poder así, con una fiesta o con una manifestación”, criticando el feminismo “de batucada”, y defendiendo casi como única vía efectiva el ascenso de mujeres feministas a los Gobiernos. Es curioso porque sólo habla del trabajo de las políticas del PSOE, invisibilizando el trabajo que están haciendo tantas feministas en los Ayuntamientos del cambio, o la influencia de los discursos de Ada Colau. En todo caso, eso de “derrotar al poder”, me recuerda a algo que dice mi compañera Andrea Momoitio: si nuestro objetivo es derrotar al capitalismo heteropatriarcal, la empresa es tan inabarcable, que ¿cómo no frustrarnos y querer tirar la toalla?
Por eso creo que es importante nombrar los resultados de las acciones colectivas. También hacer memoria, hacer geneaología: la huelga ha sido histórica porque le han antecedido muchas otras movilizaciones y procesos políticos que no salieron en la tele. Dijeron lo mismo del 15-M: no ha servido de nada porque la izquierda crítica no ha llegado al poder. Invisibilizaban todos los espacios políticos, todas las iniciativas de alternativas económicas y sociales locales que nacieron del 15-M y que perduran. De hecho, esta huelga feminista tiene mucho que ver con la cultura organizativa del 15-M. No sé si la huelga servirá para que el Gobierno del PP deje de recortar los presupuestos de lucha contra la violencia de género o para que desarrolle políticas contra la brecha salarial. Pero estoy convencida de que los millones de mujeres que participaron el 8 de marzo están ahora más reforzadas para transformar sus entornos. El reto está en mantener esas alianzas y que la chispa no se apague.
Poco después del 8-M, la coordinadora emplazó a las feministas a sumarse a las manifestaciones por unas pensiones dignas. Creo que eso es fundamental, que salgamos masivamente a las calles no sólo para denunciar las violencias machistas o defender el derecho al aborto, sino también para denunciar los recortes en la Ley de Dependencia, los deshaucios, la Ley de Extranjería o la Ley Mordaza como parte de nuestra agenda. Que las agendas feministas, que las políticas feministas, sean transversales e interseccionales.
Interseccionalidad, ¿una palabra vacía?
El 5 de marzo, la revista Afroféminas publicó un post explicando por qué, como mujeres negras y racializadas, no se sumarían a la huelga. Lamentaban que el carácter inclusivo de la convocatoria se limita a alguna frase en el manifiesto y a alguna negra en los carteles. Y decían:
“Pensamos que hacemos más no haciéndola y poniendo el punto de mira en el problema que sigue teniendo el feminismo blanco con las mujeres racializadas y su propio racismo. Sinceramente pensamos, que nuestra postura hará mucho más efecto que una adhesión sin matices. Se ha demostrado que los matices quedan borrados en los medios. No estamos, no existimos. De nuevo invisibilizadas y olvidadas. ¿Acaso no somos mujeres? Si hasta ahora no existimos, ¿por qué ahora se molestan porque nos queramos marchar?”
Publicamos su escrito en el muro de Facebook de Pikara y la mayoría de comentarios eran lamentables: que están dividiendo al movimiento feminista, que la opresión importante es la de género y que la opresión racial es secundaria porque somos todas mujeres. ¿No os suena? ¿No es como cuando nos dicen que estamos dividiendo la lucha de clases y que la principal fuente de explotación es la de clase, que resuelta ésta se resolverá la de género?
Los medios de comunicación mayoritarios les dieron la razón a Afroféminas. Reducían el ideario de la huelga a tres cuestiones: brecha salarial, techo de cristal y acoso laboral. Invitaban a mujeres privilegiadas a hablar en esa clave, evitando la impugnación total al sistema capitalista heteropatriarcal que pretendían las impulsoras y que incluía entre sus reivindicaciones el cierre de los Centros de Internamiento de Extranjeros o la despatologización de la transexualidad. El 9 de marzo, La Sexta Columna emitió un reportaje largo sobre patriarcado. Me llamaron una semana antes para pedirme el teléfono de Irantzu Varela. Tanto ella como yo les señalamos que no podía ser que no hubieran incluido a ninguna feminista racializada, ni a mujeres trans y a lesbianas feministas. Yo les di nombres: Juana Ramos, Lucía Mbomío, Alicia Ramos, Gitanas Feministas por la Diversidad.
Nos contestaron que hablar de racismo se les salía del tema y que lo de las mujeres trans lo habían pensado pero que son temas que son difíciles de explicar a la audiencia. Accedieron a intentarlo. Lucía Mbomío contó en Pikara que la llamaron dos días antes del 8-M y que, cuando les dijo que no podía, no hicieron esfuerzos en intentarlo con otras feministas negras.
Los medios se acercan al feminismo con una mirada parcelada que también persiste en la práctica en el feminismo mayoritario. Es muy importante que todo el mundo comprendamos que hablar de racismo no es hablar de “otra cosa”. Que patriarcado, colonialismo y neoliberalismo no son tres entes desconectados, sino las patas de un sistema de poder complejo. Que el binarismo de género, la heterosexualidad y la LGTBfobia no son “otro tema”, para hablar en otro programa, sino que son mecanismos patriarcales clave. Que de la misma forma que decimos que el periodismo no puede ser bueno si excluye a las mujeres, tenemos que entender que no podemos explicar bien qué es el patriarcado y cómo funciona si contamos sólo con la interpretación de las mujeres privilegiadas y normativas. Que si sólo sentimos el peso de la opresión de género, será porque somos privilegiadas respecto a ejes como la clase o la raza. Que el feminismo que critica que el sujeto dominante sea el varón, blanco, heterosexual, cisgénero, con poder y sin discapacidades, no puede universalizar la experiencia y el pensamiento de las mujeres blancas, heterosexuales, cisgénero, urbanas con estudios superiores, de clase media o acomodada y sin discapacidades.
Yo he estado años hablando de acoso machista en las redes y obviando que probablemente las que soportan un acoso más exacerbado son las mujeres racializadas y las musulmanas. Hablamos del caso de Alicia Murillo o de Barbijaputa. No incluí en mis charlas sobre cultura youtuber a youtubers racializadas hasta que no me tocó facilitar una formación con un colectivo intercultural de mujeres. ¿En cuántos medios han entrevistado sobre acoso en las redes a Desirée Bela-Lobedde? ¿Cuántas veces se la invita a mesas redondas sobre ciberfeminismo? ¿Y a Afroféminas, se las está invitado a mesas redondas sobre medios feministas?
Interseccionalidad no puede ser una palabra desgastada, ni una declaración de buenas intenciones, sino una brújula para revisar nuestras hegemonías y exclusiones. Es un trabajo incómodo e inagotable. Resulta mucho más fácil hacer activismo sitúandonos como el sujeto discriminado, oprimido, subalterno, que llevar a término eso que pedimos tanto a los hombres: que revisen sus privilegios y que renuncien a ellos. Es curioso cuando nos ponen el espejo y las mismas que damos cursos de lenguaje inclusivo y vilipendiamos a Pérez Reverte, nos parece que las mujeres trans sacan las cosas de quicio cuando señalan el cisexismo en nuestro lenguaje y cuestionamos el uso de la ‘e’ como género neutro mientras defendemos a Irene Montero por decir “portavoza”.
Sí, es incómodo y arduo. Es mucho más fácil hablar de lenguaje inclusivo como aquel que incluye a ese sujeto universal ‘mujer’ que reconocer el racismo, el capacitismo, el estigma sobre la salud mental. Cuando empezamos a revisarnos, nos sentimos torpes. Metemos la pata todo el rato. En Pikara lo vivimos como un aprendizaje continuo que exige altas dosis de autocrítica. Por ejemplo, ahora nos horroriza ver que en nuestro ideario hablábamos de “dar voz” a personas múltiplemente discriminadas: gitanas, ancianas, con discapacidad… En ese enunciado subyace un esquema de nosotras, que producimos información y discurso, y “las otras”, a las que representamos, con el que queremos romper.
Iniciamos hace unos años también un lento camino hacia la accesibilidad. Activistas sordas como Mónica Rodríguez Varela nos mostraron que grabar una canción con intérprete en lengua de signos queda muy bonito y sensible para nuestras lectoras oyentes pero no sirve de gran cosa para las mujeres sordas. Con ella nos dimos cuenta de que estábamos ofreciendo intérprete en lengua de signos para que las sordas vinieran a escucharnos a nosotras, pero que en Pikara no habíamos entrevistado nunca a ninguna mujer sorda, mucho menos como fuente experta en su ámbito o que no habíamos invitado a ninguna a escribir un artículo de opinión. Apenas el año pasado publicamos una entrevista íntegra en lengua de signos, realizada por la propia Mónica Rodríguez Varela (en vez de por una periodista oyente) a Pilar Lima, la senadora de Podemos en la Comunidad Valenciana. ¿Y sabéis lo que dijo Pilar Lima? Que se siente primero sorda, luego mujer y después lesbiana. Porque la opresión que más le afecta en su vida no es el sexismo ni el heterosexismo, sino el audismo.
Vuelvo al manifiesto #NoSinMujeres: ¿estaríamos dispuestas las feministas blancas a declinar invitaciones a espacios en los que no se haya contado con feministas racializadas? Y, de la misma forma que yo me quejo que sólo se me invite a un congreso de periodismo a hablar de las mujeres en los medios o del tratamiento a la violencia de género, y no del futuro del papel o de viralidad, ¿llegará el momento en que un congreso feminista invite como ponente principal a una feminista racializada o a una feminista trans? ¿Invitarán a nuestra compañera Silvia Agüero Fernández, gitana feminista, madre de cuatro chavorrillos, a foros sobre violencia obstétrica y lactancia, temas que aborda rompiendo con el discurso hegemónico payo?
Cuando hablamos de mujeres en la historia, aparte de Frida Kahlo y Rosa Parks, ¿cuántas mujeres no blancas citamos? ¿A cuántas autoras gitanas hemos leído? ¿Cuántas hemos leído a Betty Friedan y cuántas a bell hooks? ¿Cuántas incluimos entre nuestros referentes feministas a mujeres trans como Lohana Berkins o Laura Bugalho? ¿Cuántas mujeres no blancas, disidentes sexuales y de género estamos incluyendo en las editatonas de la Wikipedia? ¿Sabemos cómo es caminar sola por la calle en nuestras ciudades para una mujer negra, para una mujer con hiyab, para una mujer gorda o para una mujer visiblemente trans?
Brigitte Vasallo contó el pasado enero en Pikara que había intentado sin éxito visibilizar la lucha de Antonia Jiménez para que se investigue la muerte de su hijo Manuel en prisión. Ese artículo ha tenido 6.000 visitas y creedme que lo retuiteamos insistentemente. El que escribió sobre romper la monogamia como apuesta política tiene 88.000 visitas. Decía en ‘Nuestra Angela Davis será gitana’: “Permanecemos indiferentes porque Manuel es gitano y pobre, porque no es “uno de los nuestros”. Decía también: “Es el momento de mirar a la cara a Antonia Jiménez, de reconocer los 600 años de romafobia de la que formamos parte, de hacernos responsables de la violencia ejercida en pasado y en presente contra el pueblo gitano y de actuar en consecuencia. Y éste es solo un primer paso, pero es un primer paso que nos están pidiendo que demos. Porque Antonia es también una de las nuestras, y hemos dicho mil veces que si nos tocan a una nos están tocando a todas. Porque nuestra Ángela Davis será una mujer gitana reclamando dignidad en el momento de la muerte de su hijo”. Y aportaba también una frase que se me quedó grabada a fuego: “Ignorantes somos todas, pero la indiferencia es una decisión”.
Un año y medio antes, Brigitte nos emplazó en otro artículo a implicarnos contra la criminalización de los vendedores ambulantes de Barcelona. Leo un párrafo: “Nuestras luchas particulares, por lo tanto, son los trampolines que nos permitan entender todas las luchas, articularnos en todas estas urgencias desde el conocimiento propio, situado, desde la propia rabia y el propio dolor. Si nuestra lucha concreta, sea la que sea, no nos ha servido para sentir como propias todas las luchas y todas las violencias, ¿de qué nos sirve?”
Esto plantea un reto también para las políticas públicas, teniendo en cuenta que en muchas instituciones las políticas de igualdad, las de diversidad sexual y de género y las políticas sobre interculturalidad y migraciones se han desarrollado desde departamentos distintos, produciendo por tanto exclusiones varias y obviando que no todas las mujeres son blancas ni se relacionan sexoafectivamente con hombres, que no todas las personas migradas son heterosexuales y cisgénero o que no todas las personas LGTBI son payas y autóctonas.
A modo de conclusión
Este momento de efervescencia feminista es ilusionante pero corremos el riesgo en que se convierta en un nuevo espejismo de igualdad, advierte María Castejón Leorza: “La sensación de que si se habla tanto de feminismos no hace falta seguir luchando”. Señala que “esta visibilidad en medios no es el punto de llegada o la meta. Es sólo una pieza más del engranaje y el punto de partida para generar debates que trasciendan los ámbitos feministas. Porque esta visibilización no implica ni garantiza que desaparezcan las estructuras y mentalidad patriarcales”.
Cuando todo el mundo habla de feminismo, conviene pararnos a pensar y a contar cuál es ese feminismo que queremos practicar y extender. El feminismo, tal y como yo lo entiendo, no es solo la lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Es el movimiento que señala los mecanismos de opresión y las desigualdades sistémicas que reproduce un sistema depredador, incompatible con la vida, basado en la explotación de las personas, de los pueblos y de la tierra. Ahora que todos los medios hablan de violencias machistas, en Pikara queremos iluminar esas violencias que siguen fuera de foco.
Frente al feminismo pop, creo en un feminismo comunitario, interseccional y anticolonial, horizontal y desde abajo, movilizado contra el feminicidio, contra el transfeminicidio y el lesbofeminicidio, pero también contra las políticas de fronteras y contra la invasión en Siria. Un feminismo guiado por la memoria de Berta Cáceres, por las defensoras de derechos humanos que sobreviven a la persecución por oponerse al extractivismo de las transnacionales. Un feminismo que hable tanto de la situación de las trabajadoras del hogar internas y de las camareras de piso como del techo de cristal. Frente al feminismo de las camisetas de H&M, mi feminismo es el de la Marcha Mundial de las Mujeres, el que caminará “hasta que todas seamos libres”. Como dice Lucía Mbomío, “si verdaderamente os creéis lo de que mujeres somos todas, actuad en consecuencia”. Actuemos en consecuencia.
Enlaces de artículos citados:
- Afroféminas sobre la huelga: https://afrofeminas.com/2018/03/05/porque-afrofeminas-no-se-suma-a-la-huelga-feminista/
- Brigitte Vasallo sobre la muerte de Manuel Fernández en prisión: https://www.pikaramagazine.com/2018/01/nuestra-angela-davis-sera-gitana/
- Brigitte Vasallo sobre la criminalización de los manteros: https://www.eldiario.es/pikara/Messi-mantero_6_543905606.html
- Lucía Mbomío sobre la invisibilización de las mujeres racializadas en el 8 de marzo: https://www.pikaramagazine.com/2018/03/8m-mujeres-somos-todas-ja/
- María Castejón sobre el feminismo como tendencia del año: https://www.eldiario.es/pikara/Feminismos-epica-mediatica-ano-inflexion_6_723787633.html
- Los artículo de Silvia Agüero Fernández en Pikara: https://www.pikaramagazine.com/author/s/
- La entrevista de Mónica Rodríguez a Pilar Lima: https://www.pikaramagazine.com/2018/01/pilar-lima-soy-mas-consciente-del-audismo-que-de-la-lesbofobia-que-sufro/